Cada vez que oigo alguna crítica sobre la política bermejina me agarro unos enfados de padre y muy señor mío, ¿qué quiere que le diga, mi querido paisano? Me pongo en el papel del señor alcalde y veo cómo usted, sin ir más lejos, molesto por la falta de iluminación en las calles, o por el deficientísimo estado del acerado, por poner dos ejemplos, siempre acaba por descargar sus frustraciones sobre él. Y eso, sin pararse a meditar un segundo sobre la responsabilidad que realmente tiene nuestro esforzado regidor municipal sobre la referida situación.
-Si tuviéramos un alcalde como Dios manda…
-Si ese hijo de la gran p. del alcalde supiera donde tiene la cara…
-Si ese tarugo que tenemos por alcalde…
Y así, una y mil veces desahogan sus frustraciones nuestros paisanos, lanzando todo tipo de injustificados insultos. Reconózcalo. Aunque no se queda la cosa ahí. Sigamos confesando nuestras faltas, sean por comisión u omisión, ¿cuántas veces ha asentido usted cobardemente a tales acusaciones lanzadas por un contertulio cuando se quejaba de los baches de su calle? Y… ¿cuántas salió usted en defensa de la autoridad municipal ante tal lluvia de descalificaciones? Ninguna, así de claro se lo digo. Eso sí, luego, cuando el consistorio local de Villabermeja decida aumentar los impuestos municipales, saltará usted lleno de indignación sumándose, esta vez de forma activa, a los insultos que contra el alcalde del pueblo braman nuestros paisanos.
Bien merecido se lo tiene. ¡Vamos hombre! ¿Acaso pensaba usted que iba a escapar impunemente de sus pecados políticos? Nada de eso, querido paisano. No olvide que donde las dan las toman. Y usted se lo venía buscando desde hace tiempo. Insultos, vejaciones, improperios… Y el pobre y honesto señor alcalde, soportando como un nuevo santo Job todo el veneno que su boquita quiso soltar. No hombre, no. Con los primeros días del otoño, cuando los presupuestos municipales comiencen a tomar forma, el señor alcalde, atinadamente, tomará cumplida venganza de nuestros atropellos. Y la tomará donde más nos duele: en el bolsillo. Y como durante el verano tuvo a bien tomar detallada nota de todo lo que nosotros, sus desagradecidos vecinos, habíamos vomitado, ahora lo pagaremos con creces e intereses.
Así que, amigo y paisano mío, ni se le ocurra esbozar la más mínima crítica contra don Segismundo, nuestro eminentísimo alcalde. Comprenda que el buen hombre está tan atareado que difícilmente puede atender toda la problemática que se le viene encima cada dos por tres.
La semana pasada, sin ir más lejos, tuve ocasión de comprobarlo. El lunes fue una reunión en la capital para asistir a una convocatoria del partido en la que recibió instrucciones sobre las descalificaciones que era necesario verter sobre el partido rival; luego al día siguiente, debió desplazarse de nuevo urgentemente a la sede nacional de su partido con el fin de adoptar posturas comunes sobre un gravísimo problema nacional que debía ser tratado en un próximo pleno extraordinario de la Corporación Local.
El miércoles, cuando volvió de la capital, tuvo que citar urgentemente a sus compañeros de partido para indicarles las directrices emanadas desde arriba y que deberían seguir al pie de la letra ante el partido rival en el próximo pleno municipal. Finalmente, el jueves se celebró el pleno municipal en el que se debía acordar el apoyo incondicional de la corporación ante la decisión del gobierno de reconocer al nuevo estado de Puntolandia, una pequeña nación recién constituida por desmembración de un país del lejano oriente que ni siquiera le sonaba a ninguno de los concejales de su partido.
Lógicamente, la oposición, que no había sido informada con la antelación suficiente por sus respectivos jefes, se vio sorprendida ante decisión tan importantísima, y solicitó un receso hasta recibir instrucciones sobre el voto que debían emitir. Como no pudieron contactar con la superioridad, ni tenían la más mínima idea sobre la identidad del nuevo país, votaron en contra acusando al partido gobernante de oscurantismo y de apoyar a una nación cuya democracia no estaba suficientemente contrastada.
Esta actitud, como usted puede adivinar, desembocó en un durísimo ataque al partido gobernante. El señor alcalde, ofendido, se vio en la obligación moral de convocar una rueda de prensa de los medios de comunicación locales: la Televisión Municipal , la Emisora Municipal y el Boletín Informativo Municipal. Como quiera que todos ellos están dirigidos, lógicamente, por destacados militantes del partido en el gobierno, les puedo asegurar que no faltó ni uno de ellos a la citada convocatoria, que se celebró el día siguiente viernes.
Pues bien, aunque ustedes no se lo quieran creer, el sábado, cuando entré en Casa Blas a tomar mi cafelito mañanero, la barra del bar era ya un manantial de insultos y descalificaciones que manaban abundosamente de aquellas bocas desagradecidas. Y todo porque llevaban tres días sin que sus calles viesen ni la sombra de un basurero y, como quiera que algunas calles llevaban una semana con el alumbrado averiado, más de uno llegó a su casa con los zapatos emborrizados en porquería.
Pero nadie salió en defensa de don Segismundo. Nadie dijo una sola palabra sobre las importantísimas e ingentes tareas que habían ocupado a los señores concejales durante toda la semana. Nadie habló sobre el importantísimo debate que había tenido lugar en el último pleno municipal: la nueva nación recién salida de lejanas tierras y otros sucesos internacionales que, sin lugar a dudas, ocupaban las primeras páginas de toda la prensa nacional habían desplazado, naturalmente, a temillas sin importancia. ¿Quién se iba a preocupar de fruslerías como la recogida de basura, la falta de iluminación en las calles de Villabermeja, los recientes cortes en el suministro de agua o el estado de abandono de parques y jardines?
Decididamente, queridos paisanos, son ustedes unos desagradecidos, chismosos y desconsiderados con nuestras dignísimas autoridades municipales. Sólo espero que a partir de ahora se arrepientan de sus injurias y, en penitencia, acepten disciplinadamente la próxima subida de impuestos gracias a la cual el señor alcalde podrá duplicar sus emolumentos tan diligentemente ganados.
Al menos él escapará de la crisis económica.
Manuel Cubero
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