martes, 30 de octubre de 2007

OTRA VUELTA

cuentos
Versión libérrima del tango

Volvió una noche
Letra Alfredo Le Pera


Costanera Sur, entrada por Belgrano. Me acuerdo, como olvidar. Cómo olvidarla.

Pobre y errante adolescente, estudiante incierto del Krause, en los mediodías exploraba, con algunos compañeros, los recovecos de la costanera. Algunas estudiantes de un liceo cercano, caminatas, apretujones, risas, nada.

O las hamacas del parque, en el boulevard cerca de la vía, la respiración agitada, la adolescencia reclamando por las obreritas de la fábrica, aleteando risas nerviosas, volando en las hamacas, ofrecidas, pidiendo, temiendo.

¿Te empujo? ¡No muy fuerte que me asusto! ¡No tengas miedo, yo te sostengo!

Las manos ardiendo en las caderas ofrecidas, apoyando el empuje desde las nalgas, gritos, risas, pieles erizadas de placer y deseo. Aumentando el envión hasta provocar el grito. ¡Más despacio! Y mis manos sujetándola de los pechos, deteniendo la hamaca y antes del reto, deslizándolas por la cintura, las caderas, los muslos, sosteniéndola hasta la inmovilidad, respirando en su nuca. ¡No tengas miedo, yo te agarro! ¿Otra vuelta? Y reiniciando sin esperar respuesta hasta que el llamado de la fábrica las llevaba volando y riendo.

Lucía (es todo lo que supe de ella), después de los primeros escarceos grupales, terminaba siendo mi pareja. La secundaba en su vuelo como en un Pas de deux litúrgico, quemante, que cortaba el aliento en cada roce de las carnes. Nunca charlamos, ni caminamos juntos, ni nos invitamos a nada. Sólo la danza erótica donde aprendimos, ella y yo, de la tortura y el placer de la sensualidad minuciosa, agónica, de la ronda de dos cuerpos. Entre mediodías sufría de ausencias, llenaba mis noches de insomnios ansiosos.

Hasta que un día me besó en la boca, saltó de la hamaca y se fue. Los días siguientes no vino. A mis preguntas sus amigas contestaban entre risas que no sabían. ¿Me hamacás?, preguntaban, evaluaban. Las hamacaba, manos firmes en los hombros o sosteniendo los brazos, después sentado silencioso en el tobogán. Se burlaban, ellas y ellos. Cuánto la necesitaba.

Un día volvió, silenciosa entre sus compañeras mudas, como un séquito secreto. Me esperó a la distancia. Cuando me acerqué me tomó de la mano y me guió entre los árboles. Fue mía en un ensueño como una sinfonía de ángeles y faunos, como una explosión de pétalos y alas, como un arco iris escondido en su vientre.

Y me dijo adiós.

Cómo olvidarla, Lucía.

Eso fue hace diez años. No sé qué me trajo, esta noche, al boulevard, las hamacas, mi adolescencia. Desde la hamaca la distinguí entre las mujeres que paseaban insinuantes y hastiadas por la vereda y entre los coches. Lucía. Desde la vereda me distinguió, se acercó lentamente. Se sentó en la hamaca de al lado.

Nos hamacamos silenciosamente un largo rato.

Como vez, no pude irme, Carlos, no pude esquivar a mi destino. Tal vez, con vos, hubiera sido distinto. Pero eras un estudiante, todo futuro, y yo, en la fábrica desde chica, no me ilusioné con vos. Tampoco aguanté la fábrica y ahora... aquí me ves.

No le dije nada. ¿Qué podía, reprocharle, reprocharme?
¿Me olvidaste, Carlos?

Nunca dejé de recordarte, Lucía, nunca dejé de necesitarte. Siempre me reproché mi cobardía de niño bien. ¿Por qué no te detuve, si ya estabas en mi piel?¿Por qué no te seguí, no te busqué? ¿Por qué sólo después aprendí que, por la felicidad, hay que pelear con uñas y dientes?

Éramos dos niños hamacándose en la vida, temiendo sufrir, no animándose a amar. No sé... tal vez aún no sea tarde, dijo y comenzó a hamacarse suavemente. ¿Te animás a otra vuelta?

Callé mi amargura y tuve piedad.
Sus ojos azules, muy grandes se abrieron,
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: "Es la vida". Y no la vi más.


Carlos Adalberto Fernández


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Carlos Adalberto Fernández
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domingo, 28 de octubre de 2007

LA DEUDA

cuentos

Falta para la aurora, para mi encuentro con Bedoya. La noche está húmeda, pringosa. Noche agorera de muertes desangradas en grietas resecas que se hunden en el infierno. O de espectros insomnes, deambulando en busca. De qué, digo, qué carajo hago aquí, yo, Toribio Antunez, otrora guapo, ya casi pretérito. Los cuervos de la noche esperan, negro sobre negro, mi cuota de muertos, o mi propia muerte, que ya es hora.
¡Cucarachas! En esta cueva hedionda, acompañan mi inevitable descenso al ocaso.
Lejos quedó el tiempo del joven de cuchillo inhóspito, sacerdote ceremonial del requiem porque sí, porque éste o yo, entonces yo, mi fama ondeando en esquinas, bailongos, piringundines. Ya entonces Manuel Bedoya era mi referencia, le contaba las muertes, le evaluaba los gestos, lo esperaba -el momento de la búsqueda pausada de la carne del otro, de la sangre escondida, del último suspiro y la mirada incrédula y final-. No se dió. No había apuro. Alguna vez no íbamos a encontrar.

Después crecí. Hice de mi destreza -o mi suerte- un oficio.No fue lo mismo matar por encargo del político de turno, del aristócrata, del poderoso haciéndose camino sobre muertes encargadas. Matar sin odio te seca el alma, es ser verdugo, no juez, ni hay requiem. Pero era mi oficio, había que parar la olla.
Recorrer los senderos, buscar los escondites del enemigo solapado. O en la guarida, entre cucarachas y hedores, atento al afelpado paso del peligro. O el andar firme y seguro de Bedoya, buscándome. Quince noches encontrándolo. Quince madrugadas buscando luego el refugio del sueño y el olvido.
Ya ni oficio me queda. Solo una fama incierta, folklórica. Tal vez compasión, de donde conseguir para grapas y changas. Y esperar a Bedoya, quién diría, a nuestra edad, encontrarnos en este tugurio infame.

Con el primer rayo de sol se asoman los pasos de Bedoya.
-- ¿Llego tarde?-, pregunta, por decir algo.
-- No. Es la hora.
Bedoya, con lentitud ceremonial, desenvaina su cuchillo, le evalúa el brillo y lo coloca sobre ls mesa, al lado del mío.
-- Sin novedad -le digo, mientras levanto mi cuchillo-. Quince días, Bedoya; es la deuda.
-- Sí, quince días. Aproveche ahora, que ya le tomo el turno. Vaya y arregle lo suyo, Antunez. Y cuando me entere de otra changa de sereno, le informo.


-- Le agradezco, Bedoya. Que tenga buen día. Ya nos vamos a encontrar.

Carlos Adalberto Fernández

lunes, 15 de octubre de 2007

Directo al cerebro.

cuentos


por Luciano S. Doti
Cuando mi amigo estadounidense me contó esta historia mi primera
reacción fue un escepticismo mayúsculo. Es cierto que la ciencia
avanza a pasos agigantados, y mucho mas en el país que constituye la
mayor potencia mundial. Pero esa no era razón suficiente como para
considerar que fuese posible dominar la mente de las personas
mediante un virus creado en un laboratorio. "Que sabes de armas
biológicas?", me pregunto sin darme tiempo a digerir lo que acababa
de oír. Le comente todo lo que sabia, lo poco que sabia. Que son
armas elaboradas para infectar a la población con virus como el
ebola o la viruela, y que de caer en manos de organizaciones
terroristas pondrían en riesgo la salud de la gente y, obviamente,
el orden mundial imperante en la actualidad. Esa era toda la
información que manejaba hasta el instante en que el me contó acerca
del virus de dominación cerebral inducida. La existencia de este
ultimo es lo que mi natural tendencia al raciocinio me impedía
asimilar. Por que una cosa era aceptar que gente mala, terroristas,
pudieran querer sembrar el caos utilizando la cepa viral de
enfermedades ya extinguidas en la mayor parte del mundo, y otra
cosa, muy diferente, era creer que un laboratorio hubiese
desarrollado un virus hasta ese momento inexistente en el mundo y,
aun peor, detrás de este proyecto no había terroristas sino grandes
corporaciones que utilizarían el posible éxito de ese emprendimiento
para dominar a la población, induciéndola a votar y a consumir todo
lo que determinados programas televisivos le ordenara. Para ello
tenían un equipo de publicistas sin escrúpulos, los cuales se
especializaban en mensajes subliminales. Los mismos consisten en una
serie de conceptos que ingresan visual o auditivamente a la parte
inconsciente del cerebro del televidente y luego pasan a la parte
consciente, creando en la mente de este la sensación artificial de
que ese concepto nació de su propio pensamiento y no de un estimulo
externo. El resto es muy simple, los cerebros poblados por esos
virus de dominación cerebral inducida (VDCI)no tardarían en ceder
ante dicha sugerencia. Ahora bien, de que manera se colonizarían
esos cerebros? Aquí viene lo disparatado del asunto. Durante los
últimos años los implantes mamarios se han ido incrementando
notablemente; se calcula que en EEUU 3 millones de mujeres ya los
tienen. También sabemos que los mismos muchas veces son factibles de
filtraciones; una pequeña rotura en la bolsa contenedora libera el
fluido dejándolo en contacto con la sangre. Luego la sangre circula
por todo el cuerpo, irrigando la totalidad de los órganos, incluido
el cerebro. Conocedores de esta situación, estas corporaciones a las
cuales les interesa dominar a la población, habrían invertido en
empresas fabricantes de estos implantes, introduciendo en el
interior de los mismos el omnipotente VDCI. De manera que en pocos
años millones de mujeres estadounidenses serian "inducibles" para
estas corporaciones. Mas teniendo en cuenta que en ese país
aproximadamente mil mujeres se colocan implantes diariamente, eso
sin contar los que se realizan en el exterior. Por ultimo no debemos
ignorar que la mayoría de estas damas son blancas, de clase media
hacia arriba y residentes en las principales ciudades del país, es
decir pertenecen a la clase dirigente estadounidense. Son
profesionales, empresarias, madres, esposas...no seria prudente
subestimar la influencia que tienen sobre la sociedad.
Tras oír ese pormenorizado informe había quedado atónito mirando a
Paul, mi amigo estadounidense, a la espera de que este me dijera
algo mas, algo que doblegara mi escepticismo. Sin embargo, Paul no
agrego nada mas. Simplemente se limito a permanecer sentado frente a
mi, y bebió otro sorbo de su cerveza. A mi se me cruzaban mil
hipótesis por la cabeza; si esta gente conseguía su cometido en
EEUU, no pasaría mucho tiempo hasta que extendieran esa influencia
al resto del mundo; incluido mi país, la Argentina. Pese a lo
absurdo que me había resultado oír esa teoría al principio,
comenzaba a tomarla en serio. Quedaríamos a merced de un grupo de
inescrupulosos empresarios. Ahora que lo sabíamos debíamos actuar
rápido, para impedir que este perverso plan siguiera su curso."Hay
que advertir a las mujeres sobre esto",le propuse a Paul. El
continuo inmutable frente a mi, bebió un sorbo mas de cerveza y
luego me respondió. "Algunas ya lo saben, pero no pueden aparecer
diciendo esto públicamente porque las tomarían por locas. Nadie les
creería "."Entonces no hacen nada",acote resignado."Usan la excusa
del cáncer de mama, pero no esta funcionando; cada vez hay mas
estudios que echan por tierra la relación entre el cáncer y los
implantes"." Y entonces?"." Y entonces nada. No se puede evitar lo
inevitable, así que, para que luchar. La vida puede estar llena de
paz cuando dejas de nadar contra la corriente. Después de todo, no
están tan mal, las rubias y pelirrojas con el busto grande...",dijo
Paul y miro en dirección a una mesa cercana a la nuestra. En efecto,
había dos mujeres, una rubia, pelirroja la otra, con sendos
implantes mamarios. Notaron que las mirábamos y sonrieron, fue allí,
en ese momento, que lo entendí. Para que luchar, para que nadar
contra la corriente, si la suerte del mundo ya esta echada y,
después de todo, lo que nos depara el futuro, no es tan malo.

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viernes, 5 de octubre de 2007

La fiesta

cuento

¿Quién dijo que la plata no hace la felicidad?

Allí están ellos dos, juntos, muy a mi pesar pero no importa; ya lograré sobrevivir a este suceso.

Aún lo amo, es verdad y él es de ella, ya lo sé.

Los dos se rieron de mí y aún lo continúan haciendo, no a mis espaldas sino frente a mí, en mi cara.

No voy a dejar que el dolor enturbie mi visión, seré fuerte.

Todo el mundo se ha congregado en esta fastuosa fiesta, incluso hasta el gobernador. ¡Sí que han llegado a las altas esferas esos dos!

Se casaron hace muy poco y ya festejan otra fiesta más.

A la primera no asistí; estaba enferma pero enferma de ira y coraje.

¡Los hubiese matado con mis propias manos! A ella principalmente, mi “supuesta” mejor amiga, la que robó el amor del único hombre que amé en toda mi vida.

Ya sé que él era mi amigo y nada más; sé que me había confesado que me veía sólo como una hermana y no como mujer…pero a ella…a esa maldita perra, en cuanto la conoció se prendó de ella; y ella, sabiendo lo que yo sentía por él, le correspondió con la tonta excusa de ignorar mis sentimientos.

¡Maldita arpía! Lo quiso y lo tuvo….y yo, tuve que fingir que toleraba la situación para no perder la amistad de él.

Estallé cuando se casaron, por ello enfermé, pero logré rehabilitarme, salir y gritarle a ambos el odio que sentía por ellos.

Me pidieron disculpas, me rogaron perdón pero…era tarde ¡Qué importa ya!



La cosa es que los observo ahora…Están juntos; todos visten formalmente y los saludan. ¡Claro, son el centro de atención!

Aunque ellos no me ven, yo sí los veo; juntos, asidos, como amantes…

Creo que debo irme, algunos se han percatado de mi presencia y ya empiezan a chismosear entre ellos. Seguramente querrán echarme de esta fiesta.

Ya me iré…aunque deseo disfrutar con fina morbosidad la situación.

Allí vienen por mí…

Está bien, me iré con ellos.

--Bien, voy con Ustedes. Mis saludos a los anfitriones…- -digo, mientras los dos hombres me toman por los brazos—





--¡¡ Dios mío!! Menos mal que avisé a la policía, la andaban buscando desde ayer –exclamó la mujer del salón—Esa maldita demente asesinó a mi sobrina y su marido y tuvo el tupé de venir a su funeral. Está realmente loca.





Liliana Varela 2007