sábado, 6 de noviembre de 2010

EMPAREDADA

eran muchos. todos vestidos de blanco. dijeron debía olvidar todo concepto de ensoñaciones, de ideas, de planes. exigieron no elaborar proyectos. no era necesario esmerarse en crear un mundo nuevo. dejar correr el agua. dejarla ir cima abajo. quedarse viéndola caer sobre el valle, sutil como velo de novia. saberla deslizándose sobre una superficie que aunque rugosa se dejaba vencer por el ímpetu del alma de los líquidos. así con el poder de ese agua se disolvían las noches y con ellas la necesidad de sentir el sereno. quedaba como campo arrasado la capacidad de ser. si, ese día sabía que algo de su entorno había cambiado. las sensaciones de calor y de color no aparecieron más. solo veía desfilar ante sus ojos un proceso acelerado de pérdida. todo lo que se movía se hizo parte del mobiliario. todo quedó fijo como una fotografía, solo que ésta estaba en 3D y el tono sepia le hablada de la muerte acercándose en picada sobre ella y todo lo que quisiera anhelar. en la habitación estaban el soporte para las bolsas de suero, la silla para el visitante, la mesa de comedor, el tarro para la ropa sucia, las canecas para la basura regular, el pote rojo para la basura de riesgo, la cama enfermera, una mesa de noche, un teléfono, un televisor, el cuarto de baño, las bolsas de los fluidos de la orina expulsada por la uretra y del drene sangroso del riñón derecho. viendo todo eso, dio un portazo y se largó o flotó. ni supo.

- sabe cómo se siente la congelación de la vida entre dos mundos?- preguntó con voz cansada, mirando por la ventana las pintas de rojos, amarillos, verdes y ocres de los árboles, entreveradas con el concreto de los bloques de edificios que conformaban el sanatorio. su pregunta era más una reflexión que un comunicado. no quería respuesta alguna, solo hablar o susurrar.

así, congelada, pedazo de carne entre dos rebanadas de pan, el relleno de un sánduche de realidades y sueños, porque, eso era lo que le ocurría. era la imagen y el alma de ésa que se miraba en el espejo todos los días para depilarse las cejas. mundo rígido de tonos tristes y silencios, donde había muerto hacia varias décadas y otro paralelo, que, se movía entre los colores de la vida radiante y la algarabía palpitante de lo que ocurría afuera de sí misma. hoy, justo hoy, dicen de ella, "la que fue", por la que se reza un novenario y sin descanso toman muchas tisanas y tazas de café. no quiso volver a hablar por un buen rato. estaba sumergida en una montaña de olvidos. ese punto de fuga se había vuelto su tabla de salvación y la llevaba a guardar como una joya lo poco que de ella había quedado. dónde hallar la convergencia? dónde coincidir? dónde encontrar ese punto "cero" que todos saben existe pero que tantos ignoran dónde está? esa fusión de mundos le dejaba flotando entre ser y no ser, viviendo entre lo tangible y lo sutil, entre la alegría y la nostalgia, entre el amor y el odio, entre el infierno y el cielo. hubiese querido quedarse en ese punto muerto, sin tener que ir a una fosa. quedarse en ese lugar donde no importa la piel ni los sentimientos, mucho menos la abstracción de las ideas, ni ser lógico o iluso. desde esa abertura de la mente sabía que podía lanzarse al vacío desde sí misma y viajar al infinito de dónde nunca debió venir.

- sabe?- pregunto de nuevo.
- quiere saber usted cómo he sobrevivido en este emparedado? pues fíjese, sólo me he enterado que vivía así cuando empecé a sentir que hacían cortes a mi pobre ego. la primer dentellada alcanzó a mutilar la cabeza y me despertó a una dulce inconsciencia, así, como entre brumas supe que se congelaba mi ser y me envolvía un sopor delirante. allí en ese punto se me despertó el ansia de caer, de despeñarme, de corresponder a las tinieblas que me engullían atrayéndome y, que vertiginosamente me llevaban hasta un lugar donde todos vivían de igual manera. allí todos éramos hibernantes.

- mire señor- allí, alguien abrió la nevera y dejó divisar adentro una cabeza deforme, como si la persona dueña de ella hubiese muerto por el impacto con un automóvil. muy bien se veía que esa cabeza había sido recogida con cuchara para armarla de nuevo, así como se hace con las muñecas de porcelana para poder saber a quién correspondía. de esa nevera chorreaba todo lo que había discurrido por la mente de quien la había poseído. qué dolor! hoy está convertida en algo similar al contenido de una excreta. ése fue el último pensamiento que pasó por su mente, - me he vuelto mierda!


ana lucía montoya rendón
noviembre 2010

sábado, 30 de octubre de 2010

Bartolo tiene una flauta

Bartolo tiene una flauta

Andrés no tenía un dios, ni una historia, ni un Adversario al que temer... No sabía preguntar por la Causa Primera. Cuando se le pregunta por el Dueño de Platanar, o cualquir lugar o cosa, dice lo que todos. «De Bartolo». ¿Y a dónde va Vicente? «Supongo que donde va la gente»... por eso fue más creíble, cálido, consolador... más humano que mi abuelo y mi padre. Por ser técnico, sin ser especulador utilitario, siendo eficaz en lo suyo, aunque impreciso en todo lo demás, él carecía de preocupación metafísica, mas no de sentido común; de angustia religiosa, mas no de bondad.

De modo que a los que le pidieron definirse con pretensiones de jerarquía o posesiones de pequeñoburgués, por razones de la Cuba polarizada entre revolucionarios del Movimiento 26 de Julio y el candidato marioneta de Batista, Andrés Rivero Agüero, decía que 'yo por el único que voto es por Bartolo'. «Pero, ¿no que tienes un platanar allá en Ceiba Mocha? ¿De quién es la hacienda entonces?»

«De Bartolo», decía y Bartolo siempre era cuaquiera, menos él.

«¿Y por quién votará el Dr. Abram y su familia?»

«¡Pero no sabes! Son ciudadanos estadounidenses».

«Eres más resbaloso que una babosa con las mano enjaboná! ¿Chico, de qué partido eres?»

«Del de Bartolo».

El 3 de noviembre de 1958, el granuja de la chapuza eleccionaria Rivero Agüero fue declarado presidente. Y un mes, más tarde, Batista creía que sostendría su poder, electo su 'hombre en las eleciones', pese a que en La Habana, William D. Pawley, vocero del gobierno estadounidense, en reunión de tres horas, le dijo que se retirara a su mansión de Daytona Beach, Florida. En uno de esos recortillos que tuvo La Abeja bien guardados en su oficinilla del sótano, se leía la prensa habanera, citando a Terrence Cannon, editorial que decía: «Los Estados Unidos no enviará sus marinos (a solucionar esta 'mierda' de parar a Castro) por una razón básica: no se teme a la Revolución. Es inconcebible para los diseñadores de la diplomacia estadounidense que una revolución en Cuba se vuelva antiamericana. Después de todo, las compañías de los EE.UU. son dueñas del país»: a saber, $77 millones de ganancias anuales por sus inversiones en Cuba; 90% de los minerales en sus minas; 80% de las ganancias por utilidades y servicios públicos; el 50% de los ferrocarriles; el 40% de la producción de azúcar; el 25% de los depósitos en los bancos. «Sin capital americano, Cuba se jode, chico». Y emplean a menos del 1% de la población.

«Si Batista se va, ¿de qué viviremos, don Andrés?»

Y riendo, otros paisanos contestaron, oyendo que Andrés dijo 'pues a vivir de Bartolo': «De las putas». Y puede que sea cierto, si repasamos estadísticas de 1959, que calcularon entre 11,500 y 12,000 mujeres que vivían de la prostitución, cuando la fuerza de trabajo femenina en la nación fue del 4.8%.

Los EE.UU. dio ese último año de Batista su últimi millón de dólares en ayuda militar; lo aprovisionó de armas, tanques, barcazas y suministros militares. Les entrenó, en misiones conjuntas, en las tres ramas de las Fuerzas Armadas estadounidenses y bases. Mas ya estaba cansado del pillaje. Empezó a pedir a los hombres de rango de Batista que se vayan, que recojan sus últimos botines y se larguen a otros países a disfrutar sus ladronerías y patriotismo falaz. De hecho, cuando la revista semanal «Carteles» tuvo acceso investigativo a los datos, publicó que 20 miembros del Gabinete y el gobierno de Batista tenía en bancos suizos, depósitos montantes a un millón de dólares por cabeza.

Todavía Doña Malká recuerda las visitas a Benavito de José Manuel Alemán Casharo, quien sirvió en el gobierno de Machado y, más tarde, la «eminencia gris» del ministro de Educación de Batista, favorito del Palacio y de la Primera Dama de Grau (Paulina Alsina), en el Bloque Alemán-Grau Alsina (BAGA), por los '40. «Siempre pendiente a comprar todo y deshacerse de judíos influyentes en la Provincia de La Habana. El mismo Benavito decía que fue el «entrenador por excelencia de ladrones». Después de la muerte de Benavito, se pudo conocer que, para su retiro a La Florida, ya había amasado más de 200 millones de dólares y a puro desfalco y engañosas inversiones. «Jamás vino con ninguna oferta que nos oliera bien. Siempre con dos haces y la fisga en el cotarro. Había que limpiar su sombra con escadillo, como decía mi anado Simón»

* * *

Mamá no sabe dónde estará su esposo. Si estará en sus asignaciones en la Base de Guantánamo, o hallándose en algún punto de cita con la amante. A esta fecha, concluye que Abram no es batistiano, él ha jurado que no lo es; pero es anexionista, con una racionalizada propensión neocolonial y mercenarista. Recuerda cuando hablara de 'Cuba y Norteamérica, socios inseparables', como agentes unidos para crear 'the affluent society' que Galbraith opusiera a la legión de ' undertakeers' que comienzan construyendo los cotarros de robo para unos cuantos glotones ('greedy pigs'), parasitarios y, al final, un Estado Benefactor, que es el peor de todos, estilo comunista de 'Welfare's undertakers' y mediocres.

Tan poco que le duró la euforia constructiva de cuando vino, con ella, procedente de Europa invocando con una clínica médica familiar, donde el apellido Riga-Dzkoja (de su padre comunista) y el apellido suyo, adoptado del nombre de Simón ben Abram, cepa de los López-Matías de Neves, sefarditas de Valderas y los barceloneses Sbarbí, irían juntos en el mismo rótulo. ¡Qué diferencia cuando ahora le surge lo prusiano del Estado benefactor y las teorías de Galbraith para crear ese embeleco vago de una sociedad de prosperidad sobre el filo de navaja del parasitismo, la rapiña intervencionista, con el sumiso visto bueno de los pobres cubanos ¡Qué mandillón, siervo cobarde, ha resultado del héroe de Basilea! «¡Qué pichiruche de mierda!», diría Benavito con sus arcaico y ladino vocabulario español para criticar las aristocracias terratenientes, las oligarquías financieras y las burocracias estatales, autoperpetuasas en fechas poscoloniales.

De hecho, en estos días, cuando fue descubierto el adulterio, y lloró sus hipocresías, dizque que madrugó a habilitar lo que fue la Clínica de Benavito. Ella vió que llegaron tres o cuatro carpinteros, o ayudantes, a limpiar y cargar cosas de un lado para el otro, llenaron cajas de papeles y antigüallas que obsequiaban a Benavito, como pago a servicios médicos! La viuda Doña Malká, quien las propiedades de valor sentimental de él, sólo las cubrió con una manta y no quiso tirar nada suyo, para que vibre la presencia de su 'viejito' en el consultorio, dijo a Sarita que llegaría ese momento, que «el ombligo de las raíces se seque y se haga ceniza de olvido» y eso estaba pasando. El hijo tiraba el ombligo de su padre y todo lo que fue propiedad suya, vibración para la rememoranza, ser haría una flauta que nadie toca, un Shofar del que nadie sabe quién es el dueño. Un Don Nadie. Bartolome. Entonces, dijo a Sara que preguntó:

«¿No bajarás al consultorio de Papá Benavito a advertir a Abram que puede que haya algo de lo que él tira a la basura que a tí te interese?»

«No bajaré. ¿Para qué guardar la flauta de Bartolo? ¿Para qué conservar un ombligo seco que si lo acaricias, con la mirada, se vuelve polvo?», le dijo; pero sonrió de pronto. «Sí, hay un recuerdo que guardaré, uno solo antes que me muera». Sonrió, con exhibición de amplia dentadura, aún blanquísima y pareja, como su salud de alma: «Quiero que todos, Andrés, mi nieto Karl y tú, vayan conmigo a Cárdenas... ¡Que sea cuanto antes! Bendeciré a Karl y a tí, Schulfreund Biene, en Ceiba Mocha... ¿Sabes? Siempre me ha gustado Matanzas y el pueblito de Cárdenas. Cuando lo visité por primera vez, los lugareños me contaron sus historias sobre mujeres y piratas judíos que campearon por el área, o las afueras de la Bahía de Matazas. Eran los primeros decenios del 1600, cuando existía la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales... Sí. Como Karl, el Camarada, a mí me gustaban esas historias; a mí, como a tí, me fascinaron de pequeñas las historias de vikingos; yo leí las Grandes Sagas, y llegué a pintar dragones en las proas de los barcos... pero, al llegar a Matanzas, campesinos me dijeron que, en el pasado de sus costas, hubo piratas reales y eran judíos, apropiándose de tesoros de plata y oro, en Cuba como un castigo a los españoles, en cuyas galeras se esclavizaba lo mismo a negros que holandeses de la Compañía... y fue cuando invocaron las hazañas de Moisés Cohen Henríques, asesor del pirata Henry Morgan, el más famoso de todos los tiempos. Cohen Henríques, junto al almirante holandés Piet Hein, de la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales, fue esclavizado en una galera por cuatro años, en un galeón español y fue en las costas de Matanzas, donde abordaron barcos españoles, saquearon sus tesoros...

«¡Si Andrés nos llevara a ver esas costas de la Bahía, qué buenos sería; que nos paseara, ya a los tres, a los tres camaradas, eh! Andrés sí que es buen guía, que lo mismo se mueve entre las bribas del pícaro que en las casas de socorro de las aljamas! ¡Como quiero bendecirlo, propiamente, como si fuera mi hijo o mi hermano! y quitarle de encima a los moscones. Yo lo veo como un niño grande y oyendo a tu pequeño, por vida mía, que son como igualitos, dos mataperros, con gusto andariego, astutos como el Macuco, nadie se los meterá en la uña de balde...», imploraba una vez que fluyó rememorando la vida de Cohen, el Judío Pirata, «a Dutch privateer», el mismo al que, con su hermano Abraham Cohen, traficante de armas, se acredita por la captura en La Habana de una flota platera en 1628. Y tal Abraham Cohen, traficante de armas, utilizó su poder económico para ayudar a conseguir lugares de protección para otros judíos en desgracia. Y añadió que Sinan, otro de los grandes piratas judíos», se alió con los piratas de Barbarrosa, y lo hizo su segundo al mando. Y Doña Malká le conversó, para que después a medida que creciera su Copiloto más dulce, sobre un rabino pirata, Samuel Palache, fundador de una comunidad judía en Holanda, cuando apenas era un jovenzuelo. «Y cuando oigo a tu hijito guripilla, el guripa más dulce que habita en la tierra y mis ojos han visto, veo al rabino Samuel, me imagino que es él reencarnado, nacido para bendecir las almas en los calabozos de Babilonia, el Establecimiento».

Para Sara, según sospecha y Doña Malká se lo confirma, el Dr. Abram no tiene intención de abandonar la política. Está secretamente involucrado en ella y ese monstruo no suelta fácilmente a hombres de talento y se cuidan de robo, hombres de buena fe, cerebros excepcionales, pero engañados. Su esposo es uno. «El dejará a la mújer adúltera con que te pone los cuernos; lo que te digo, Abejita, es que, pese a sus promesas, no te podrá cumplir la segunda. Dejará a la mujer, pero no a la política, verdadera lepra infecciosa. Abandoná propiedades, ofertas de lucro, porque es honrado y su codicia no es el dinero... Vaya, tristemente, la racionalización irá comiéndoselo... Es tan distinto a su hermano Andrés, quien no crea tormentas en vasos de agua ni se imagina problemas donde no existen».

Idea es de Andrés cuando medita que: «Donde haya una tentación grande, Dios me la quita; yo suelto todo y se lo dejo a Jai. Yo no le busco a Dios soluciones; Jai las tiene. Yo no. Por eso es que, en apariencia, yo no tengo Dios, o soy tonto para explicar lo que a Dios compete. Tengo fe, pero no conocimiento, ¿me entiendes, Malkita?»

Ella le recuerda a Sara cómo lo molestan los judeznos de la Calle Obispo, siendo que Benavito lo llamó «Cabeza hueca del Almelo», diciéndole «ya se ve que no crías canas»... mas no lo desheredó y le tuvo en cuenta. Al final, ha sido el Dr. Abram quien se desvinciló de su padre y su fe, no Andrés, el Klotz.

Sin entenderlo de un modo sistemático e intelectual, antes las demasiadas expectativas por la perfectibilidad humana, Andrés les mortifica a judeznos de su generación: «Yo dije: Vosotros sóis dioses»: Salmos de Asaf: 82-6 y los judíos de la Calle Obispo, se empeñaban en discursivos encontronazos con los rabinos de la sinagoga más antigua de La Habana, que fue la Congregación Hebrea Unida, fundada en 1904, Estos discutían sobre lo que respondió Jesús en una Fiesta de Dedicación en Jerusalén en el Pórtico de Salomón, dizque un día de invierno en que fue apedreado:

Andrés les emplazó preguntándoles: «Si así piensan de mi padre, ¿para qué piden que él, o de mí, que diga si cree en Dios o si no?» E hizo sus propios razonamientos. «¿Qué es Dios que pueda el hombre comprenderlo? Si me preguntan por Dios, o por el plantanal y los frutales de Caiba Mocha, apréndanlo de una vez como mi única respuesta; Dios es Bartolo, el Dueño de la Flauta, y el platanal es de Bartolo».

Mamá siempre reía con la manera, tan sofisticada que tenía mi Abuelita, para analizar la ideología de Andrés. El Aguila del Norte de Andrés fue el Jaguar Blanco, más consistente con el mito del pueblo nicahuátl, jaguar que conquistaría a los pueblos de América y los haría comer de las venenosas semillas del haba de San Ignacio, a las que llamaba cabalomgas del Diablo. «Tu esposo, Sara, come muchas cabalongas», le dijo Malká; pero, Andrés, con el tiempo más prosaico, al soltar rollos de juicio contra su medio hermano, con dulzura charlatama, me decía: «Con tu papá, sólo ocurre una cosa, Carlitos. La política lo ha vuelto un comemierda. El cree que es quien toca la Flauta. Y no es él. La flauta es de Bartolo», y después canturreaba una canciocillas, que yo llegué a oír en Miami, fuera de sus labios: «Bartolo tiene una flauta. / Una flauta tiene Bartolo! / ¡Ay, qué flauta! ¡Qué flauta! / ¡Qué flauta tiene Bartolo!»

<><><>

De la novela LAS JUDERIAS / CARLOS LOPEZ DZIR

miércoles, 6 de octubre de 2010

LISTA!

hoy, igual que siempre, allí, debajo de alero está, desde su ventana la ve, vestida de sombras, esperando también, como siempre, las monedas de sudores y cuero. es noche fría, como todas las que ha conocido aunque se revienten los veranos. el callejón tienes los ojos de agua que quedaron del último aguacero. en esos espejos temblorosos se reflejan las pocas luces que hay en toda la cuadra, rielan como dagas que entran y salen del vientre del sereno. se ve la silueta del gato de la vecina sobre el tejado yendo de vagabundeo, así, como ella, solo que el maldito no debe pagar cada noche el alquiler de la cama y del armario viejo en el que guarda el encapillado. nunca tiene ganas de trabajar, siempre quiere quedarse dormida, irse en un sueño hacia el lugar donde la dejó ésa cuando apenas tenia tres años, o serían dos? qué importa! añora el lugar de donde nunca debió haber salido. la sacaron de ese sitio porque la edad así lo exigía, así, lo dijo la omnisciencia de la trabajadora social. dijo que la niña de trece años ya sabía coser, cocinar, rezar... maldita sea, sabía tanto! para esa gente ella era ya una mujer y además, sabia, qué dicha! por eso tuvo que irse, porque estaba lista para la vida. y, qué era estar lista? lista del cuerpo y del alma? así la dejaron marchar con la benefactora de la institución para que fuera la ayudante de la su cocinera. allí entre cebollas blanqueadas, aromas de tomillo, mejorana, orégano y laurel, entre hervores de consomés, aprendió a conocer cómo se cuecen los ojos del deseo. si, allí supo qué era estar lista. lista como el menú que servía cada día en esa casa, ella, la niña lista, vestida de negro, con delantal blanco y una pequeña cofia como si fuera una enfermera, pero de luto. así de lista estaba que no supo a qué horas y sin quitarle la ropa le raparon la inocencia. pero qué era eso, la inocencia? es algo que arde? que se moja? que palpita muy abajo del vientre? siempre miró a dónde se llevaban su inocencia, pero nunca les vio nada en las manos, no veía que se llevaran nada, pero sí sabía que la dejaban llena de hastío, pobre como una rata y más cansada que cuando asistía a Petrona, la cocinera. a la hora de servir los alimentos tenía que estar bien presentada para atender a los señores de la casa y a su, casi permanente, recua de invitados. allí supo cómo la inocencia se le bajaba de su cabeza y se le acomodaba en los pezones, en la cintura o en la entrepierna. allí supo que la inocencia es juguetona y entiende de miradas. supo también que la inocencia es una fortuna, que pone a muchos como locos cuando la quieren tocar, usar.... hoy ya no tiene la inocencia ni falta que le hace, en medio de arrugas y del pedazo de espejo en que las mira, solo tiene asco infinito y muchas jornadas por cumplir... así, recostada en su catre, mirando por la pequeña ventana alcanza a divisar en la esquina a la vieja de siempre, escarbando en el montón de bolsas de basura buscando todo lo que le sirva para llevar a la enramada donde le pagan unos cuántos pesos para asegurar la dormida, comprar un poco de café y de pan y poder cuidar la entrepierna, y eso de cuidar no era una preocupación, no rentaba, ya no le importaba. ya no tienen que cuidar nada, ni ella ni la recicladora Inocencia Landínez, esa sombra de mujer que se ve allá y que se confunde consigo misma en el fondo de su permanente sopor con lo más íntimo de sus recuerdos. las dos son una y están listas! sacrificada a los trece años, hoy es una muerta viva, lista eternamente entre el hambre y la soledad.. hey!! desgraciada, maldita mugrosa, muévete vagabunda, despierta!!! el carro de la basura casi te alza!!


ana lucía montoya rendón
octubre 2010

lunes, 6 de septiembre de 2010

Un pedido de ella





















Venga. Siéntese, póngase cómodo, Ahí está el mozo, pida lo que quiera; esta botella déjemela a mí.

Preste atención y téngame paciencia, que le voy a contar lo que esa mujer me hizo, a lo que me degradé por ella y qué es lo que queda de mí ahora.

§

Me tenía junado, esa mina, la Colorada.

Me tenía fichado, en la lupa, desde que llegó al Social. Sí. El que antes fuera el Deportivo Larrompemo, ahora era el Club Social Esfuerzo y Gloria. La transpiración estaba prohibida en las instalaciones sociales; el sudor directamente provocaba destierro. Yo, de algún modo, o por alguna razón, la molestaba. Y no porque yo fuera el líder de los pro-hedor deportivo. No. Yo no me hacía notar ni ahí, ni en ningún lado. Si hasta para mirarme al espejo tenía que esperar que mi reflejo se diera cuenta que yo estaba. Eso me viene de lejos. Mi madre, además de ser autoritaria y mandona, me odiaba. ¿Por qué? Porque alguien tenía que pagar por sus frustraciones, la primera de ellas era haber nacido mujer, que en esta sociedad no tenía valor alguno. Me decía el Bueno Para Nada. O el Bienaventurado, porque era pobre de espíritu, manso y llorón, Cualquier otro tendría destruida la autoestima. Yo no. Yo estimaba que no valía un carajo. Muchas mujeres odian a los hombres, aunque sean sus hijos ¿no es cierto?

.No sabría decirle.

-Yo si sé. Los odian, La Colorada me odiaba. Necesitaba dominarme, denigrarme, obligarme a lo más bajo de mí. ¿No es enfermizo?

-No sabría decirle..

-Por ambos lados. Por el de ella y por el mío. Yo le tenía miedo y la necesitaba. Yo por un mendrugo de su mano, cualquier cosa. Aunque la sabía perversa, despótica, caprichosa, por un gesto de ella sería capaz de hundirme en la abyección. Entonces, cuando me vinieron a decir que dijo “Decile al Sebastián que venga a verme. Tengo que hacerle un pedido” fui volando...

.Y hice lo que me pidió. Maté a esa mina. Una mujer ignota, inofensiva, pero que tenía lo que la Colorada necesitaba: un hombre por quien ella estaba encaprichada. La iba a aplastar como un insecto, con el instrumento adecuado. Ahí estaba yo. Un hombre capaz de matar por amor. ¿
-Si Ud lo dice.

Hubiera parecido un accidente, si no fuera que la Colorada llamó a la policía, avisándole, la guacha. Cuando me llevaban la vi, consolando al tipo, que lloraba sobre el hombro de ella. Un aplauso para la Colorada.

Y me chupé un tiempo entre rejas. Me acaban de soltar. Créame que me dan ganas de volver a mi celda. Sé que fui un monstruo, también un estúpido. Que mi madre estará diciendo Te lo dije. Qué casualidad encontrarnos; me viene bien, a alguien tenía que contarle todo esto. Me hubiera gustado charlar con la Colorada, pero no habrá oportunidad. Me voy a algún lado, lejos. No la culpo de todo, fuimos cómplices. Fui su verdugo y su payaso. Ni ganas de vengarme me quedan, puede estar tranquila.

-No se preocupe. Justamente ayer me vinieron a decir que dijo ”Decile al Ramón que venga a verme. Tengo que hacerle un pedido”. Acabo de estar con ella, la vi muy tranquila..




© Carlos Adalberto Fernández

sábado, 21 de agosto de 2010

Historia a su medida

En una lejana ciudad, o no tan lejana, la verdad no me acuerdo donde era, vivía yo, mmm, no, mejor vivía un señor, o una señora o un niño, bueno, no sé, vivía un ser humano que se llamaba … no importa, vivía un ser humano. Ah, sí, ya me acordé, era de sexo masculino. No sé cuantos años tenía o no me acuerdo. ¿Si era lindo? Que sé yo si era lindo. A mi que me importa si era lindo o feo. Problema de él. O de la novia. En realidad, no sé si tenía novia. Mmm, no sé. Capaz que sí, pero si les digo, les miento. Tampoco sé si era bueno o malo. La cuestión es que el tipo tenía un trabajo, hacía no sé que mierda, en una empresa… ¿qué empresa era? Puta, no me acuerdo, che. La verdad que ese detalle no me lo acuerdo. Por más que me esfuerce, no hay caso. No me acuerdo y no me acuerdo y no me acuerdo. ¿Qué quieren que le haga? No me acuerdo, viejo. ¿Me quieren matar? Matenmé. Pero no me acuerdo. Bueno, pasando a lo importante de esta historia. Éste tipo se levantaba a determinada hora, puede ser tipo 6 ó 7 u 8 ó 12. No importa, pero que se levantaba, se levantaba. ¡No se va a quedar acostado todo el día! No era un vago el tipo. Bueno, paren de interrumpir, sino no termino más. Se levantó y desayunó algo. Una torta frita o una factura o un pedazo de pan con manteca, resumiendo, desayunó. Porque no se va a ir sin desayunar ¿no? Sí, no va a faltar algún mamerto que diga: “bueno, hay gente que lamentablemente no tiene que comer.” Pero ya les dije que el flaco trabajaba. Bah, el flaco, digo flaco como una forma de llamarlo, pero no sé si era flaco, en una de esas pesaba como 250 kilos, no sé, puede ser, hay tanta gente gorda y no tiene nada de malo ser gordo, nada más que no es bueno para la salud. Pero por lo demás, cada uno es como es. Y si éste era medio re choncho y bueno, era medio re choncho. No va a ser flaco nomás para darles el gusto a ustedes. Algunos son narigones, cabezones, pijudos. Bueno, ponele que éste fuera medio tirando a lechón. Pero no sé, eh. Son todas suposiciones. Capaz que en el otro extremo, era un esqueleto caminando. No sé. Ya está. No se habla más del tema. Ah, para este entonces, ya se había cambiado el cristiano, creo que se había puesto un traje. Bueno, eso sería si trabajara en una oficina. Si fuera mecánico, se hubiera puesto un mameluco. O unas bermudas con mocasines, en caso que fuera un empresario de vacaciones. Igual, no cambia nada, la ropa sirve nada más que para cubrirse el cuerpo. Porque no se puede salir desnudo a la calle, no me pregunten porque, no se puede y no se puede. Como tantas otras cosas que no se pueden hacer porque están mal vistas o no sé porque. Por ejemplo, si alguien me pregunta, ¿le puedo pegar una patada en el culo a esa vieja que va caminando por la vereda? Yo le voy a decir que sí. Como poder puede. Ahora que queda feo, queda feo. Y además si alguien lo ve, lo re contra caga a patadas a él. ¿Cómo le va a pegar a una vieja? No debería. Pero, si quiere que se la pegue. Yo no soy quien para meterme. Pero no se debe. No me pregunten porque. ¿A qué venía esto? Ah sí, que el señor en cuestión ya estaba levantado, cambiado y desayunado. Creo que después fue al baño, porque no sé si había tomado mate con jugo de naranja y le agarraron unos retortijones que ni te cuento. En un momento, capaz que pensó que se cagaba ahí nomás. O en una de esas, fue a lavarse los dientes o a peinarse, que se yo. Suponiendo que tuviera pelo. Por ahí era pelado. Y no por eso va a ser menos que vos o que yo. Si total, ¿qué importa si tenía pelo o no? ¿Quieren que tenga pelo? Está bien, tenía una porra que se la pisaba. ¿No quieren que tenga pelo? Ok, no tenía pelos ni en las bolas el tipo. Ni un solo pendejo tenía. Lampiño, lampiño. ¿Todos contentos ahora? Bueno, cuánto me alegro. Bueno, acá es donde la historia se me vuelve un poco difusa. Porque el tipo sale de la casa o del departamento, y no me acuerdo si sube a un auto o si no tenía y se toma el colectivo o el subte, en el caso que viviera en una ciudad con este medio de transporte. Pero no, me parece que se tomaba el bondi, sí, sí, se tomaba el bondi, es mucho más divertido. Y esto ya nos aclara un par de cosas, porque si se toma el colectivo, quiere decir que empresario no era, ya vamos descartando. Salvo que fuera una de estos boludos que tienen guita y viajan en bondi para hacerse los excéntricos o para aprovechar el amontonamiento y faltarle al respeto a una señorita, por no decir tocarle el culo que queda feo. Siempre hay algún degenerado. Pero no creo. Éste iba en bondi, porque no tenía otro remedio. Finalmente, llega al trabajo, que como ustedes bien saben, no tengo ni la menor idea que trabajo era. Si total, que importa, todos los trabajos son buenos, mientras cumplan con su función. Ahora, ¿cuál es esa función?, no sé tampoco. Al pedo trabajamos, te rompés el culo laburando y después te cagas muriendo igual que el que nunca hizo nada. Éste último, casi siempre aparece en el cajón más sonriente que el primero. Bueno, en algunos casos, el primero también sonríe porque piensa: “por fin me morí, estiré la pata, no me hago más mala sangre, la eternidad me espera, etc”. Y toda esta explicación ¿por qué? Porque ustedes están empecinados en saber de que trabajaba el tipo. Dejensé de romper las pelotas. Conformensé con saber que trabajaba. Lo que sí me parece recordar es que el susodicho no era uno de esos que vos decís, qué lo parió, cómo le gusta laburar a este tipo. No, no, nada de eso, éste laburaba, porque tenía que laburar, y al igual que todos o que la mayoría, si le dabas a elegir, se quedaba en la casa panza arriba. Porque a mi no me vengan a decir que existe algún ser humano o extraterrestre o lo que sea, al que le guste laburar. Esas mujeres que dicen: Ay mi marido es un adicto al trabajo. Que mierda va a ser. A lo sumo, sera adicto a la guita. Y el muy pajero se la pasa todo el día trabajando al pedo, porque no tiene tiempo para gastarse la plata que gana. O capaz que, con tal de no aguantarla a la mina, labura todo el puto día. Porque hay que decir que a algunas mujeres hay que aguantarlas eh. Y a otras hay que aguantarlas también, pero menos. Pero bueno, los hombres también tienen lo suyo. Así que estamos a mano. Bueno, capaz que el tipo este del que estamos hablando era un ejemplo de estos. Pero como ya les dije, no sé cuál era su estado civil. Creo que una vez andaba con una, pero no me acuerdo que pasó. Algo habrá pasado. Como siempre pasa cuando uno anda con una. Algo pasa. Y si no pasa nada, mejor buscarse otra, porque algo anda mal. Pero no sé, ni me importa. No soy chusma, ni mucho menos. Si hay una cosa que odio es a la gente chusma. ¿Se enteraron la última que se mandó la gorda Edelmira? Otro día se las cuento. No nos vayamos de tema. Tipo 5 de la tarde, el señor sale del trabajo y se va a tomar una cerveza o un vino o una grapa o un jugo de quinoto al bar de la esquina. No sé si solo o con algún amigo. Lo que sí me parece recordar que en una mesa hay una chichi que lo mira y él no sabe que pensar. Como no sabemos cuál es el aspecto de esta persona de la que estamos hablando, no podemos saber lo que pensó. Porque todo depende de eso. Si era rechoncho, capaz que lo miró porque le llamo la atención. Pero si era flaco y buen mozo, en una de esas, lo pispeó porque le gustaba bastante y andaba con ganas de encamarse. Por motivos literarios, vamos a suponer lo segundo. No, no, dejensé de joder, no empiecen a romper las pelotas preguntando como era la mina, porque ahí sí que no termino más. Era una mina, che. ¿Cuánta diferencia puede haber? Un poco más rellenita, un poco más flaca. Un poco más petisa, un poco más lunga. Digamos que era una mina estandar. Si fuera un auto, sería un modelo base digamos, esos que no traen aire, ni una mierda y en verano te re contra cagás de calor, te transpira hasta el orto, pero te lo tenés que aguantar porque no te alcanzó para comprar otra cosa. Bueno, algo así era la señora o señorita esta. Entonces el tipo este de nuestra historia, se dio cuenta que la tipa lo miraba. Tampoco era tan boludo. Un poco sí, no se los voy a negar, pero hay otros que son más boludos y nadie les dice nada. O a lo sumo le dicen: no sos más boludo porque no te entrenas. Pero nada más. Bueno, la mira y le gusta un poco, no demasiado. Sin ir más lejos, en otra de las mesas, había un grupete de cinco perras que estaba una mejor que la otra, pero ni lo registraron al medio boludo este. Y volviendo a la comparación con los autos, es como cuando vas al centro. Lo ideal es estacionar en la puerta del lugar adonde vos vas. Pero si faltando dos cuadras para llegar encontrás un lugar, tenés que estacionar ahí. Capaz que después ves que tenías un lugar justo en la puerta. Pero ya está, conformate con el que encontraste. Porque si vos pensás, lo saco y lo traigo para acá, seguro que cuando llegas te lo ocuparon y te quedas en pelotas, en re contra pelotas. Sin el pan y sin la torta. Bueno, con las minas pasa más o menos lo mismo. Y todo esto ¿para qué? Para explicarles que al tipo no le gustaba demasiado la mina, pero bue. Algo es algo, pensó. Se acercó a la mesa y empezaron a conversar no sé de que carajo. Seguramente las mismas pelotudeces que hablamos todos en un primer encuentro. De qué signo sos, no te puedo creer, igual que mi tío, que lindo está el día, no sabés como me gusta ir al cine, a mi no, bueno a mi tampoco me gusta tanto, en realidad, a veces nomás voy, cuando no tengo otra cosa que hacer, a que te dedicas, mirá que interesante, siempre quise conocer a alguien que vendiera tarjetas para el subte, etc, etc . Cuestión que a las tres horas se estaban encamando que daba asco. Buen, ahora atenti que se va acercando el final de la historia, que, como se imaginarán, anda a saber como termina. Para aquellos o aquellas románticas que creen en las almas gemelas, en el amor a primera vista, para los que les gustan los finales felices, les digo que de ahí se fueron directo al registro civil; se casaron; tuvieron 238 hijos, todos sanitos; y fallecieron de la mano cuando el tenía 65 y ella 90. Sí, capaz que se llevaban unos años. Pero para el amor no hay edad. Ahora, para aquellos escépticos negativos que no creen en un pedo hasta que no sienten el olor, les digo, que el tipo y la mina, terminado el acto venereo, se vistieron y, como suele ocurrir luego de estas calenturas del momento, se mandaron, de común acuerdo, a la mismísima mierda. Y ahora los dejo, porque tengo que ir a tirar una cañita voladora a la esquina. Ah sí, los gustos hay que darselos en vida, che. Después te cagas muriendo y ya sabemos lo que pasa. No, en realidad no sabemos, pero bue. Chau.


Emiliano Almerares

martes, 3 de agosto de 2010

Cinto y Cinta

Toc Toc ¡Toc toc! Toc, Plam, plam la aldaba tocaba la puerta de esa casa de puerto chalaco donde los tíos Jacinto y Jacinta vivieron hasta los últimos días en que esa vieja casa fue vendida.

Jacinto y Jacinta eran los dos hermanos solteros de una familia grande, casi siempre plena de alegría en domingo en que primaba la libertad que otorgaba la abuela Karmen para que todas las generaciones hablaran en voz alta y de diversos temas. Esta familia brillaba en elocuencia y picardía.

Todos los ambientes eran ocupados por hijos, sobrinos, sobrinos nietos de "Cinto" y "Cinta" como se les llamaba en sutil apodo. Desde la inmensa sala hasta el patio donde la abuela nana Asencia hacía de las suyas con el batán, el sonido y el ruido se mezclaban en singular acento.


Toc Toc ¡Toc toc!, Plam, plam, vuelve a sonar la puerta de esa casa vetusta, a través de esa bendita aldaba.

Jacinto era amoroso y bueno con todos sus sobrinos, en su dormitorio tenía una biblioteca y en esos domingos vaporosos de tarde él les leía historias en ronda de su Tesoro de la Juventud o de Nuestro Universo Maravilloso o de la revista Billiken y de libros de aventuras de Julio Verne o Sandokan, los aplausos de niños y adolescentes eran el estímulo que recibía, diría que era como un teatro en donde el protagonista era "Cinto". A la más pequeña de sus sobrinos la colocaba en sus rodillas, con esa ternura que sólo los buenos hombres tienen.

Y "Cinta" o Jacinta era esa tía que se le veía cose y cose en esa vieja máquina con motorcito en donde su pie le daba al dale, dale. Cosía generalmente trajecitos para muñecas que eran hechos por encargo, así podía mantener a su sobrino que había quedado huérfano y al que ella había prohijado. A sus demás sobrinos los trataba con afecto sereno y con medida. La más pequeña fue premiada con varios mandiles a cuadros para que su ropa no se ensuciara en domingo, en esa mesa familiar que se diría poco brilló en cordura.

Toc, toc ¡Toc toc!, Plam, plam, esa aldaba otra vez con sonido grave.

"Cinto" y "Cinta" tíos que quedaron en el ayer con salidas al cine "Porteño" en tardes de matineé o en juegos de carnaval donde las aguas corrían delirantes por esas calles de puerto. Con chisguetes de Pierrot y Colombina y bolas de talco. Y los rostros de los niños, adolescentes y mayores pintados de betún en esos tres días seguidos de cálido mes de febrero.

"Cinto" aún lo veo llevarnos al encuentro de chalanitas y figuras con esas olas de mar vibrantes para paseo de domingo y el faro en luz de buenos días. Pelícanos y pardelas con esas construcciones que todavía quedan de viejo puerto hablador.

Toc, toc ¡Toc toc!, Plam, plam, aldaba que se vacila hoy en remate de lunes escondido.

Una mujer de casi 60 años delirante toca la puerta una y otra vez. Abre la puerta un gato inmenso de ojos enormes que habitó siempre la casa.

Julia del Prado (Perú)
Miércoles 21 de julio del 2010.

sábado, 22 de mayo de 2010

Pobde gente

(cuento ensayo)


-¡Puagh! ¡Andá a bañarte, sucio! -Los muchachos que estaban recorriendo las puertas de los edificios, las bolsas de residuos, la gente distraída, se habían acercado a los dos hombres recién bajados del enorme camión, pero huían espantados por el olor que éstos despedían.
-¡Claro! Ahora que le pidan al zorrino que se despoje de su arma de defensa. Aparte, ¿Qué olor? Yo ya no lo siento ¿Y vos, Nasito?
El otro vagabundo, un joven que arrastraba un changuito destartalado lleno de bolsas, hizo un gesto incomprensible.
-Vos es la primera vez que venís a la ciudad, ¿no? Yo vengo cada tanto, por los remedios,¿sabé s?
-Acuérdeze de loz míoz, don Sego.
-Los tengo anotados, Nasito. Mi laboratorio es de los buenos, tiene de todo. Si remedios es lo que más se consume, Nasito. Esto.. -dijo, con un gesto ampuloso, dando cátedra- es la Sociedad de Consumo. Los adiestran para consumir, consumos que les provoca necesidades de otros consumos y así...
¿Como éztoz? -pregunta Nasito, señalando un restaurant enorme, lleno de gente-. ¿Ves? Como ganado, todos amontonados. Y les traen comida y más comida, hasta reventar.
-¿Y no ze mueven? -pregunta el joven, intrigado. Yo, en el campo, para conseguir comida....
-Acá consumen movimiento. Las películas traen cada vez más catástrofes, gente luchando, corriendo, volando,, terminás exhausto.. Y ahora, que cada familia tiene el cine en casa, se mueven menos y se cansan mas.
-¿No hazen gimnazia? -pregunta Nasito, ávido de conocimiento.
Pueden consumir gimnasia. Se ponen un aparato a pilas, encima del músculo, aprietan un botón... y el músculo salta, trota, se estira, se encoge, mientras vos te comés un flan con crema. Eso sí: debés consumir ropa deportiva adecuada. Y si querés actividad, intensa actividad de genuino deportista, hay enormes aparatos que te inmovilizan todo el cuerpo, mientras entrenás, por ejemplo, la tercera falange.
-¡Pobde gente!
.Sí. Pobre. Y dentro de poco, ni ésos -dijo don Sego, mientras señalaba a un grupo de gente que trotaba alrededor de la plaza- Están cercando las partes de césped, luego el sector central, no sé como van a cerrar las veredas, pero...
-Clado, podque coddrer es gdatis. No consumen -Dedujo Nasito, que estaba asimilando velozmente la enseñanza -¿Y los peddros?
-Ya está resuelto, Nasito. Cagan en bolsitas.
-¿Qué? -Gritó Nasito, espantado, preguntándose si él también no tendría que hacer paquetitos. Suerte que no lo trajo a León. Por las dudas iba a aguantar hasta la vuelta.
-Ahora esperame un momento, sin moverte -dijo don Sego, mientras desaparecía tras una puerta que decía Farmacia, volviendo al rato con una bolsa blanca llena de cosas-. Vamos -apuró-. Y qué querés -dijo, como defendiéndose del joven que lo miraba extrañado-, la sociedad te obliga.
-Llegamos justo. Ese es el tuyo -dijo don Sego señalando a un camión azul- Vos, que la pasás comiendo yuyos y hojas, después mirá esto, junto con tus remedios. Dale, subí – y le puso una bolsita en el bolsillo.
Luego de acomodarse entre los bultos, Nasito miró el cartelito. En él había un grupo de gente bella y alegre. En la parte superior decía “CONSUMA FIBRA”.
-¡Pobde gente! -dijo, y se durmió contento de volver a casa.

© Carlos Adalberto Fernández

MEMORIA Y BALANCE DE SUEÑOS


.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
.
Hay silencio en la ciudad, sólo se oyen pasos, corridas, alguna exclamación. No se oyen risas, ni llantos, ni murmullos. Ni discursos, ni música. Es día (noche) de pago; mañana cierra el ejercicio, hay memoria y balance final de sueños. La luna sólo proyecta sombras sobre la sombra del suelo. El viento suelta gemidos de angustia, fatalismo.

La calle está llena de gente silenciosa, cada uno buscando a, o huyendo de, alguien. Los Unos, figuras fantasmales encorvadas bajo el peso de su ataúd cargado de sueños robados, con engaño o violencia –qué importa cómo-, a otros. Esos, los Otros, arrastrándose con dificultad por las carencias de su alma inválida, despojada, desmembrada de sueños, robados o pisoteados por alguien que, ahora mismo, en algún lugar de la ciudad, busca devolver (para mejorar su saldo) la esperanza arrancada en un acto de egoísmo, venganza, placer malsano, quién sabe. Cada sueño perdido es un muro que cierra el camino. Cada sueño robado es una piedra que ata al suelo.

Un portador de ataúd se cruza con un inválido.
—¿Te debo algo?
—Me quitaste la confianza. “¿Justo vos, te anotás? Se necesita gente competente, con iniciativa; vas a hacer el ridículo ¿Para qué servís?”. Ni me anoté, el miedo me paralizó. Vi pasar a los otros, excitados, habiendo vivido ¿Ni para perdedor sirvo? Y ahí me quedé, en el rincón de la vida.
—Lo lamento —el depredador encuentra, en un rincón del ataúd, el pedazo marchito de alma—. Necesité compensar con tu sangre algún dolor que, no sé de donde ni por qué, estaba sufriendo. Tomá, perdoname si podés.
—No —El moribundo agarra esa parte de su todo que el otro le entrega, y se aleja, algo más rápidamente.

—¡Vos!¡Eh, vos! ¡Me robaste la ilusión!
—Esa ilusión, la compartíamos; pero no quise perder la oportunidad de ser alguien. Vos, entonces, estorbabas. Tomá, no se por qué, siempre cuidé tu alma, en un rincón del ataúd, cada tanto la limpiaba. Yo también perdí algo, podemos retomar.
—Ya es un sueño muerto. Ahora sos alguien, pero hueco.

La noche es larga. Hay mucho que reclamar, que devolver. No hay quien no deba algo. No hay quien no haya sido despojado de algo.
Sueños, alimento de corazones, combustible de la ambición. Y –sociedad moderna- mercancía que mejora saldos, aumenta beneficios, cotiza en alza.
Termina la noche, hay que hacer el balance. Deudas que ya no se van a poder pagar, salvo con la propia alma. Partes de alma irrecuperables por desaparecidas, inválidas o muertas.

Del balance final quedan retazos demasiados pequeños para alojar al menos un atisbo de esperanza. Almas muertas, extintas, despojos inservibles de una vida que no fue, y ya no será. Ánimas desanimadas, soñando con soñar sueños que caen al instante, desflecados. Espíritus que mañana ingresarán al rubro Pérdidas, que se encolumnarán en la fila de cadáveres a desaparecer en las profundidades de la fosa de las almas muertas. En las esquinas se amontonan, como en un basural, ilusiones yertas, esperanzas invadidas de moscas, utopías en descomposició n.

Cada tanto se ve a alguien corriendo, exultante, listo para edificar nuevamente torres de ilusiones, compartirlas desde mañana, otra vez, siempre igual, con algún depredador esperando por ilusos en un rincón de la vida.
Comienza un nuevo ejercicio contable de sueños.




Carlos Adalberto Fernández

viernes, 21 de mayo de 2010

Bruma e Irupe


De tarde es y Verana, la potranca blanca está echada en la pradera, se echó a descansar después de haber dado un largo paseo con Joaquín, su amo y su novio Arete, el bello caballo negro.
Arete la contempla y Joaquín le soba su pancita para que haga su siesta. Ella se adormece y se queda dormida. Arete se le acerca, baja sus patas y le roza con el hocico para cantarle una canción de amor.
Verana sueña con unos potrillos, que la acompañarán en otros paseos por esa pradera verde y rica, que comerán juntos el heno y ella con Arete le enseñarán a jugar. Joaquín, su joven amo no se queda atrás les inventará cuentos para sus hijitos. Así Verana sueña y sueña. Luego de esos sueños adorables se despierta, estira sus patas, abre sus ojos, ve a su amo que la cuida y a su querido Arete.
Se levanta, Joaquín se sube en el lomo de Arete y con una soga jala a Verana. Los tres antes de irse a casa, primero van donde el buen doctor. Joaquín quiere una opinión sobre Verana, le preocupa que haya dormido tanto.
Ya están en el consultorio, el buen doctor revisa a Verana, le hace unos exámenes de sangre. Aparentemente todo está bien.
Se van a su casa, a la caballeriza. Al otro día el buen doctor visita a Joaquín y le da la noticia: - Verana espera a sus potrillos. Arete muestra una sonrisa parecida a la de Mister Ed, aquel caballo artista que actúo hace buen tiempo en una serie televisiva. Joaquín está contento, acaricia a la potranca. A Verana se le engríe con vitaminas, calor humano y equino. Joaquín y Arete, son dos seres unidos para su mayor cuidado.
Once meses después están con ellos: Bruma e Irupe, una potrilla y un potrillo, sanitos, la pradera brilla en nuevo firmamento, la caballeriza luce heno en cunitas.


Julia del Prado (Perú)

04 de mayo del 2010, Huacho

viernes, 23 de abril de 2010

AMASANDO

Abrumada por la carga, pensaba que los días eran siempre de color negro y que el Sol era solamente un cuento azul o rosa relatado a los niños para hacerlos dormir.

-Sí, solo es eso que hace me sienta lenta como adormecida sin ganas de pensar. Todavía falta un trecho largo y debo ir a paso lento para que no se note la fatiga. Pero, a qué seguir si no hay quién reciba el fruto de este esfuerzo. La noche es la dueña de lo poco que queda de mis días y ya nada ni nadie podrá cambiar lo que me ha tocado en suerte. Nunca más seguiré esa ruta. - De esta manera iba reflexionando la sombra por la calle vieja.

Arrastrando los pies, balanceaba el cuerpo y ese cuerpo iba balanceando el alma. Así la vieron pasar. En esos pasos de péndulo estaba cuando vio aquel papel en el suelo mientras ensimismada, en tales pensamientos se dejaba ir con rumbo incierto. No sabía qué hacer, recoger el papel o seguir acariciando sus desteñidas quimeras . Con la eterna manía de ver todo limpio se agachó, lo tomó y estrujó entre sus dedos, lo hizo bolita y sin tirarlo siguió la vagancia. Sin darse cuenta, sin mirar, alisaba y hacia bolita. Como maniática repetía esa operación. Estuvo andando y jugueteando de manera inconsciente. Seguía caminando, sopesaba su cansancio, su hambre. Pensando también que era una íngrima que se desplazaba por los rincones sórdidos de ese pueblo. El sol alumbraba las calles pero ella, bajo el alero del desconsuelo solo sentía frío y un apetito loco que la consumía. En esas andaba cuando se encontró frente a la panadería de don Goyo. Su estómago se empinó, dio severo empujón con toda la neura que había acumulado ese día. Trastabilló. Hubo de detenerse y tomar aire, pero ese aire con aroma de pan recién hecho la intoxicó de tal manera que sintió náuseas y quedó envarada a unos pocos pasos de la puerta del negocio, mirando la vitrina giratoria donde exhibían los pastelitos fríos, con gelatinas de frutas. Daban vueltas esos suculentos bocados y así mismo su hambre revoloteaba en el estómago, la acosaba con aguijonazos que la hacían sobrecogerse y sudar como si estuviera debajo de la ducha. Se dio cuenta que de su boca salían gruesos hilos saliva, pegajosos, amargos. Observó que cerrando los ojos sentía el mismo vértigo que la hacía morir cada vez que aparecían los colores de los pastelitos. De pronto sus ojos se detuvieron en la pizarra que estaba en una de las naves de la puerta. En ese tablero negro anotaban con tizas de colores los números premiados de la lotería. Miraba, leía, hacía la bolita, alisaba el papel que tenía en sus manos. Se fue relajando. De pronto miró su mano en el momento en que alisaba el papelito que hacía mucho rato había recogido.
-¡Carajo! Cómo la estrujaba su belicoso vientre. Cómo la acosaban esos pataleos de los intestinos chillando… ¡Cállense! ¡No me jodan más! ¿Qué es esto? ¿Qué? ¡No! ¡Sí! Señoresss... soy yo, ¡Sí!


Corrieron todos hacia ella ante el barullo que había armado. Y mientras llegaban hasta la mujer, ésta cayó al suelo sonriente, con la mirada perdida. En su mano apretaba el billete del premio mayor de la lotería...


Ana Lucía Montoya Rendón
Agosto 21 de 2008

miércoles, 24 de marzo de 2010

Ese espejo





ESE ESPEJO

Cuenta Esteban:
“Anoche, al apagar la luz del baño, un titilar, un temblor –vistos, o sentidos-, me sorprendieron. Vino del espejo, como si hubiera reflejado algo. O como si se hubiera estremecido. .. ¡Qué imaginación, Esteban!, me dije. De todos modos volví a encender la luz. El baño no tenía abertura al exterior, no podía reflejar otra luz que la del plafón que acababa de apagar y reencender. La apagué de nuevo y me fui a la cama. “La verdad que ese espejo despierta sospechas... en un paranoico como yo; ya no es la primera vez que pasa”, decidí. Yo mismo lo había comprado, hace unos meses, en un negocio de venta de muebles usados y antiguos. De dos metros de altura, puesto desde el piso, con un elaborado marco de madera repujada, parecía comunicar con una habitación interior de un...”palacio veneciano”. Es lo que le dije al vendedor, a la semana, cuando regresé para obtener información del espejo.
—¡Aproximado! Era marco de una puerta de un antiguo palacio... en Granada, España. Inclusive el mismo espejo viene de ese lugar. Fue hecho, me dijeron, siglos atrás, por un alquimista —el vendedor se volvió locuaz, orgulloso de su venta—. Habrá notado que no siempre parece reflejar.
—Lo notó mi novia que, curiosa, quiso ver la habitación desconocida y tropezó.... con su propia imagen —comenté—. Lo realmente extraño es el color —a veces bermellón, otras morado—, de una calidez... como íntima.
—O misteriosa —acotó el vendedor, ya lanzado—. Ese color es consecuencia del material reflectante, desconocido. Visto desde un ángulo, pareciera ser una pared.... transpirando sangre.
—¡Bueno! ¿Qué busca, que le devuelva el espejo, o venderme más “antigüedades”, fabricadas por Ud. mismo, en el taller?
—Perdóneme, pero le aseguro que le conté lo mismo que oí de quién me vendió el espejo. Puede haberse tratado de un vendedor imaginativo, pero, en cuanto al espejo, su origen es insospechable —el vendedor pareció molestarse—. Me reservo las demás cosas que me contó.

Cuando volví a casa, paranoico al límite, decidí enfrentar el enigma del espejo. Mi novia venía mañana, a encarar nuestra vida en pareja, seguramente expectante, y yo no me encontraba en la mejor condición. Todo por mi enfermiza imaginación, que me hacía atribuirle al espejo características misteriosas. Hoy mismo, al salir del anticuario, viajé hasta la dirección que él mismo me dio. Encontré a un artesano, Elías, quien dijo haber recibido al espejo, herencia familiar por generaciones. Sí; la capa aplicada al dorso del espejo era resultado de una fórmula alquímica, desarrollada hacía más de tres siglos por un ascendiente de la misma familia. Sabia la fórmula y la había aplicado, “a espejos y otros objetos”, pero unos accidentes le mostraron que faltaba un ingrediente o un procedimiento. Ante mi pregunta acerca de las propiedades del espejo, contestó:
—Es verdad que parece no estar según de dónde se lo mira, que emite –no refleja, emite- una tonalidad morada, que parece llorar sangre, que parece haber un tapiz haciendo de cortina. Todo eso es verdad, pero ¿qué verdad?¿qué lado refleja, el suyo (el nuestro), o un mundo oculto del otro lado del espejo? Si es así, ¿qué ven los otros?¿nos ven, cómo nos ven?
Dicho esto, me despidió, casi bruscamente.
—Ni Ud. ni yo, Señor, tenemos la respuesta. ¿Será, el misterio como dice este documento, antiguo como el espejo? —finalizó mientras me alcanzaba una hoja,
y me despedía.
El documento decía:
“... Por esto es que dando la vuelta al espejo, observarás brevemente todo lo que hay que ver en el espejo, que seguramente ningún subterfugio ni laberinto alguno se hallan debajo, pero que una línea recta atraviesa completamente el círculo,(..,) Entonces es formado todo un espejo en el cual un ciego ve el negro, el blanco y el rojo, de otro modo escondido por la apariencia. Por ahí el misterio es revelado, y lo grosero es liberado de los lazos elementarios ...
De «Cábala, Espejo del Arte y de la Naturaleza en Alquimia» (1654)”

Me estaba empantanando en mis fantasías, y escritos como éste no me ayudaban. Traje una silla al baño y me coloqué con ella en diversos ángulos, permaneciendo largos minutos en cada lado. Ya me estaba cansando, y mi atención se dispersaba. En ese momento una sensación me invadió. ¡Me estaba mirando!. Al acercarme al espejo, ahí estaba yo. Mejor dicho, mi imagen. Pero esa imagen ¡me miraba! Claro, si yo la miraba cómo no mirarme, pero aseguro que cuando no la miraba, me seguía mirando. Hice una prueba: me coloqué en un ángulo y miré al espejo, reflejado en el espejo chico de un botiquín, encima del lavatorio. Él, mi imagen, me miraba a mí, directamente, no al botiquín. Al darse cuenta de mi descubrimiento CORRIÓ UNA CORTINA y el espejo dejó de reflejar. No sé explicarlo, pero todo el mundo sabe cómo suena una cortina cuando se desliza rápidamente por su corredera, el oscilar, el temblor de la cortina, la quietud final. Corrí al frente del espejo. Ahí estaba mi imagen. La copia exacta, especular, de mis movimientos. Nos mirábamos. Pero su mirada no era la mía. Había un frío desprecio, un odio mortal en esa mirada. Y no le importaba que yo lo notara.
Corrí al dormitorio. Volví con sábanas y mantas y tapé al espejo. Apagué la luz, salí del baño y lo cerré con llave.
Mañana voy a ver al artesano, decidí. El es el heredero del secreto, debe saber todo. Matilde llega al mediodía, ya tengo que tener todo resuelto.”
Contó Esteban.

***

Ya en la madrugada, Esteban viajó en busca del artesano, no sin antes amontonar muebles contra la puerta del baño.
En lugar de resistirse como esperaba, Elías se manifestó dispuesto a acompañarlo “en mi lucha contra el mal”, como irónicamente le dijo.
—Pero debemos preparar el antídoto, o, más precisamente, la sustancia que anule, al menos provisoriamente, el efecto del preparado que se combinó originalmente con el azogue. Espéreme, por favor. Se retiró, volviendo como una hora después, con un pequeño frasquito en la mano. Ni en ese momento, ni durante el viaje, respondió las preguntas de Esteban.

Al entrar a la casa, nota las maletas de Matilde y, luego, inquieto, que los muebles que él colocara clausurando el baño estaban en su lugar. Corrió, seguido por el artesano. Matilde no estaba en el baño, pero sí había estado. Estaba su cartera y la ropa de cama ya no tapaba el espejo, estaba pulcramente doblada en el estante. Desesperado, ante la mirada impasible de su acompañante, se plantó frente al espejo.
—¿Dónde está Matilde?¿Qué le hiciste, monstruo? ¡Me está mirando!¿Ve?¡Él la tiene! —Apoyó sus manos en el espejo, y luego su frente, quedando enfrentados Esteban y su imagen, Esteban y su enemigo. El espejo despedía un resplandor rojizo, titilante, y parecía oscilar en ondas concéntricas a las manos y la frente de él, o de ambos. Esteban gritaba ¡Matilde!. Las ondas en el espejo crecieron a oleaje cada vez más alto y violento, hasta que tapó totalmente a Esteban, por un momento. Luego la ola descendió, el espejo se aquietó, y la única luz fue la del plafón. Pero Esteban no estaba.
El hombre esperó un instante. Luego, abrió el frasquito y, sin tocar el espejo, lo roció con la pócima, meticulosamente. Aguardó unos minutos, acercando cada tanto la mano como quien controla el calor de una plancha. Estaba contento, hacía muchos años que el espejo no emitía ese color tan cálido. Ya casi no lo recordaba. Cuando pudo apoyar la mano procedió a desprender el espejo de su marco y luego a envolverlo con diarios, bolsas de consorcio y finalmente lo ató con hilo resistente. Levantó el paquete cuidadosamente, salió de la casa, cerró y se fue lentamente.

Carlos Adalberto Fernández

Amigos

Se despertó temprano y entreabrió los ojos; pensó en seguir durmiendo pero recordó qué día era y con resignación decidió levantarse.

Un importante acontecimiento lo esperaba. Había citado a sus más grandes amigos en su casa, hacía tiempo que no disfrutaba con ellos –al menos no con todos juntos- y ese día lo haría nuevamente.

Por esas cosas extrañas de la vida y la conducta humana, todos sus amigos estaban peleados unos contra otros: ideologías, creencias, malentendidos, incluso hasta la posición en que debiera plegar las alas una mariposa al volar, habían sido motivos más que suficientes para crear rencillas.

Él por su parte, ajeno a todo, intentaba conciliar las diferentes posturas, sin éxito alguno; chistes, halagos, obsequios –incluso hasta una curandera- no habían podido lograr la paz anhelada.



Y como era lógico el disfrute de los amigos por separado sólo se limitaba a conversaciones quejosas de unos contra otros –sin descontar los celos, que era lo peor.

Por eso aquel día había sido una verdadera hazaña el juntarlos. Obviamente quién puede resistirse al pedido agónico de quién sabe que le quedan unos pocos meses de vida.



Todos llegaron puntualmente y él los hizo pasar al garaje que estaba ambientado como sala de estar. Nadie hablaba con nadie: las miradas recelosas danzaban hacia los costados con la velocidad de la luz y existía un cuidado excesivo para no “rozar el aire” del otro.

Parecían estatuas en las que sólo los ojos se movían y sólo se oía algún que otro carraspeo.

Recién cuando estuvieron todos juntos él pudo sonreírles.

-¡qué gran alegría es ver a todos juntos! me han dado una imagen que llevaré grabada en la retina hasta el final.

Pidió que lo aguardasen unos minutos y se retiró cerrando la puerta con llave ante la mirada atónita y confundida de todos.





Salió de la casa; se subió al auto y manejó unas tres cuadras. Frenó y estacionó a un costado.









Sacó de su bolsillo un aparato cuadrado, pequeño.

Una terrible explosión conmocionó el lugar haciendo estallar vidrios de casas y automóviles.





-¿eran tres meses o tres años para empezar a quedarme pelado? –pensó-

Le daba lo mismo: ese día era feliz.




Liliana Varela
De "cuentos para no dormir"
Ediciones muestrario

viernes, 12 de marzo de 2010

El péndulo

Aprende a morir y vivirás, porque nadie vivirá
gozosamente si no ha aprendido a morir.
(Anónimo)



María fue una psicoanalista prestigiosa, el mejor refugio para las pacientes que llegábamos a su auxilio. Siempre ceremoniosa, un auténtico muro de lamentaciones. En su consultorio sólo un sofá, unas mesas laterales, la luz tenue, un diván medio desvencijado, una alfombra persa de colores cálidos, dos pinturas surrealistas que invitaban al sueño y un reloj que contaba sesenta minutos, espacio entre la realidad, el sueño, la muerte.
Con el tic, tac, tic, tac, transcurrían las angustias, las confesiones, los dolores del alma, los desamores. María siempre atenta al tic, tac; la hora presagiando el tiempo, el tiempo como una sutil franja entre la locura y la realidad. Sesenta minutos al cobijo de sus silencios, la hora-sueño, el tic, tac. Después, la despedida y el traspaso de la puerta para tornarse en hombre de arena en la ciudad-miedo.

******

Es la segunda sesión. Padezco insomnio, estados depresivos, fatiga crónica. El péndulo del reloj balanceándose frente a mis ojos y un cristal que imita un diamante. La luz del cristal refleja diversos brillos.

(Recuéstate, mira el movimiento del péndulo. Extiende los brazos a los lados y coloca las piernas juntas sin cruzarlas. Respira profundo, hondo. Tu respiración es rítmica: tres veces hacia adentro, ahora exhala…, inhala…, exhala otra vez. Sientes cómo tus manos cosquillean. Respira profundo, hondo otra vez. Mira cómo se balancea el péndulo, no lo pierdas de vista. Respira profundo, hondo, exhala. Tienes los pulmones vacíos, llénalos de aire, hincha el estómago, una vez más. Guarda ese aire algunos segundos; expira lento hasta sentir los pulmones vacíos y aguanta unos segundos. Déjate llevar... más todavía, más, más... descansa, descansa. No te preocupes por nada, déjate llevar... relájate. Sientes tus piernas blandas y pesadas. Estás en medio del bosque, no piensas en nada, es un lugar hermoso. Tu mente está en blanco, estás relajado. Sientes un hormigueo en algunas zonas del cuerpo que se extiende al resto. Estás relajado. Ahora vamos a subir, subir, subir... Cuando yo cuente hasta “tres” estarás en el vientre de tu madre. Vagabas sin rumbo por la vida… Uno, dos, tres… Duerme profundo.)

Me cuesta un poco relajarme porque estoy muy nervioso pero no sé bien en que momento llego a un lugar totalmente desconocido. Ahora el estado profundo de relajamiento, la música suave, la zona oscura de la niñez, la inconciencia total. Tic, tac, tic, tac… y una voz femenina.

(Duerme… Uno, dos, tres… Duerme...)

Tic, tac, tic, tac… Zzzzzzzzzzzzzz, Zzzzzzzzzzzzzz.

******

Me veo ahí, acostado, con los ojos cerrados, en el vientre materno. Observo desde la perspectiva el agua que me mantiene en mi dormitorio. Y salgo del vientre, y empiezo a subir y a subir, veo por arriba las nubes, salgo de la atmósfera. Veo a mi madre mirando su vientre. Soy una cucaracha arrastrándome en el líquido amniótico.

(Estás en el vientre de tu madre… Uno, dos, tres… Ya estuviste ahí...)

Tic, tac, tic, tac… Zzzzzzzzzzzzzz, Zzzzzzzzzzzzzz.


Encojo mi cuerpo. Sudo. Chupo el dedo pulgar del pie izquierdo. Levitación de los brazos. Distorsión del tiempo, disociación y alucinación. Soy un feto en el útero materno.

(Uno, dos, tres…). Tic, tac, tic, tac…

Llanto. Despojo de ropas. Puedo ver mis manos delgadas y pequeñas. Siento muchísima hambre y sed. Miro alrededor y hay personas tendidas frente a las casas de piedra, vestidas con túnicas blancas, en medio de una fiesta: mi bautizo. A la hora del agua bendita resbalo como pez de los brazos de mi madre.
No siento fuerzas, observo un río y me asomo para beber; veo mi rostro extremadamente delgado, vestido con harapos. Miro los pies y son casi cadavéricos. Quiero gritar pidiendo comida, que me ayuden, pero la voz es tan débil que no me escuchan.
Dos voces paralelas. Una voz, la mía, dice: ― Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Como fondo de música, María repite: Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Y despierto con el péndulo en mis manos, oscilándolo de un lado a otro frente al rostro de María. Ella, arrinconada, en trance...
Grito y no regresa…

Tic, tac, tic, tac… Tic, tac, tic, tac… Tic, tac, tic, tac…



Lady López
http://ladylopez954 .blogspot. com/

viernes, 26 de febrero de 2010

Reglas establecidas

-Sólo le pido un poco de bondad señora, por usted, por sus quejas infundadas voy a perder el trabajo...


Marcos López, el encargado de un coqueto edificio de un barrio de clase alta, intentaba conciliar con la gruñona del 8vo piso. Desde que esa mujer había enviudado hacía cinco años, su vida era un caos; problema tras problema era todo lo que escuchaba de la amargada y pudiente mujer. No sabía por qué extraño mecanismo esa "gentil" señora casada se había transformado en esta fiera agriada y molesta del presente. Todo le incomodaba: si la luz del palier quedaba prendida, si eran las seis y cinco minutos y él no estaba en la entrada del edificio y miles de pequeñeces más.
Pero lo peor para el empleado era cuando, encerando los pasillos y puertas del piso de la viuda en cuestión, ésta tenía la maldita costumbre de dejar entreabierta la puerta –según ella por su problema de claustrofobia; López estaba seguro que lo hacía para espiarlo cuando hacía sus quehaceres. Esto, si bien era molesto no era lo peor ya que la dama en cuestión "Vaya a saber si por arteriosclerosis o qué" pregonaba a diestra y siniestra que él la espiaba abriéndole la puerta, seguramente con alguna copia de llave que tenía – incluso, llegó a decir, que estaba casi segura de que le faltaban valiosos objetos de su departamento.
Las quejas fueron en aumento de tal manera que se buscó conciliar ambas partes; buena parte del edificio confiaba en López pero la mujer tenía varias propiedades más en el inmueble, por lo tanto su influencia era grande.
El pedido del Consejo de Administració n fue muy claro: López sólo limpiaría el pasillo de la señora cuando ésta durmiera la siesta y en ese intervalo la señora estaba "obligada por las reglas de convivencia establecidas" a mantener su puerta cerrada con llave. Era la última oportunidad para el encargado, si existían más quejas, debería ser despedido.


-A mi no me interesa ni usted ni la supuesta enfermedad de su mujer López, usted es un empleado y debe respetar las reglas de subordinación al propietario: yo le pago el sueldo ¿entendió?
Allí terminó el intento de comprensión con la mujer por parte del encargado.


Esa tarde –como lo hacía de acuerdo a las benditas reglas establecidas –enceraba el piso, cuando sintió el chirrido de la puerta de servicio de la mujer.
Ahogando un insulto al recordar que era el franco de la mucama se apresuró en su tarea para no chocarse con la vieja insufrible.
Allí la vio.
La mujer se deshacía en el intento de un gesto de súplica, alargaba su brazo derecho apoyando los dedos en el picaporte en tanto su otro brazo señalaba el pecho; apenas podía gemir.
Era obvio que estaba sufriendo un ataque cardíaco –ya había tenido dos preinfartos.
López observó la escena de súplica: él podía salvarla y ella le debería la vida.
Se acercó a la puerta y le tomó la mano que estaba apoyada en el picaporte, con ternura la retiró; luego le cerró la puerta en las narices ante la desesperada mirada de la mujer.
-Respetemos las reglas establecidas señora. Hay que convivir.
Y siguió con su tarea.



Liliana Varela 2008

jueves, 28 de enero de 2010

Don Rogelio, una historia común

Se había asomado a este mundo en una de esas montañas polvorientas de Cataluña. Eso era todo lo que se sabía de él, además de que se llamaba Rogelio Armendia o Aramendia o Aramencía.Se lo llamó simplemente Don Rogelio. Don Roge, para los amigos. Pero esto era mera suposición porque no se le conocía a ninguno. También corrió el sumor de que eh España habían quedado una esposa y un hijo, a los que esperaba traer.
Parece que llegó sólo a ese pueblito catamarqueño, un verano más insoportable que los pasados, pero seguramente menos que el siguiente. Se hospedó en la unica fonda del lugar. No comía ahí. En el almacén anexo a la misma fonda compraba longaniza, ajo, cebolla, vino. Queso y pan eran adquiridos en los puestos de las calles,
Se relacionó con las inmobiliarias (por darle un nombre, porque lo que se vendía eran arenales, montes de espinillo, cauces secos). Adquirió una hectárea a dos kilómetros del Centro Cívico del pueblo, en lo que se llamaba "la costa" porque a partir de allí ondeaba el interminable mar de arena.
Trabajaba incansablemente. Recuperó la casa derruída (una habitación grande, mirando al patio, con un alero a todo lo largo), la cocina y el baño, alrededor del patio, mirando al centro, y otra habitación para taller y depósito, en el lado del fondo del patio. En el medio del patio un algarrobo y una mesa de tamaño respetable, algunos bancos. A unos metros de ahí, instalaciones para animales y la huerta de la casa. Mas allá el sembradío, atravesado por el canal, del que periódicamente, segun turnos preestablecidos, se recibía agua con morosidad.
Cuando la casa estuvo habitable, dejó la fonda y se mudó. Ofreció a Dña. Angeles, viuda con 6 hijas todas solteras, contratar a la mayor, Hortensia, cama adentro, como “ama de casa”. Con un destino de tía solterona como mejor alternativa, Hortensia aceptó. Hubiera aceptado aunque fuera “todo servicio”
Una vez por mes mandaba carta a España. Siempre esperaba una respuesta, que una vez, meses después llegó. Pero no pareció ser la respuesta que Rogelio esperaba. Fue el único día que no se lo vio trabajar. Todo el mundo oyó a Hortensia suplicar llorando, que no la deje, que ya no podía volver a su casa. Era una lástima, tanto esfuerzo pendiente de una respuesta que no se dio.

A la semana, habiendo vendido o regalado todo, Rogelio -y su empleada- partieron para Buenos Aires.

<>

Llegado a la ciudad, Rogelio buscó comodidades en alquiler “para mí y mi empleada”. Se instaló en el barrio de Once, en las dos piezas finales de un pasillo largo que conectaba tres patios con habitaciones en alquiler. Una habitacion era su dormitorio. La otra, living-comedor durante el día, habilitando una cama para Hortensia. Ninguno se quejó, A los pocos días Rogelio comenzó a trabajar de mozo en un bar de mala muerte y peor fama, a espalda del cementerio y la vía, La tarea no era muy compleja: en su turno -entrada la noche hasta la madrugada- debía asegurar la provisión de bebida -vino, grapa, caña- fiambre y pan. Y controlar el orden. Parecía entrenado. Silenciosamente, el o los perturbadores terminaban tirados en el sanjón, o con la cabeza rota. Su arma de combate era una simple botella de barro llena de arena húmeda. Los desafíos a cuchillo no lo alteraban, el contendiente sabía que en momento del ataque, la alta estatura de Rogelio, su brazo largo y robusto, su ausencia total de temor, garantizabanal atacante algún hueso roto. Y el siguiente golpe podía ser fatal. Por otro lado había que evitar el ridículo de un duelo perdido contra un porrón. El hecho era que ese bar llegó a ser uno de los lugares más pacíficos de la zona.
Rogelio no intervino en la vida diaria de la casa. Dormía a la vuelta del trabajo hasta pasado el mediodía, cuando consumía en soledad su menú de ajo, cebolla, longaniza, hasta que Hortensia anunciaba el almuerzo. Parecían un matrimonio, y Rogelio no hacía nada por desmentirlo. Tal vez eso -el ser una familia en Buenos Aires- fue lo que agrupó a su derredor a todos los jóvenes y adultos solteros del pueblo natal y alrededores. Pasaron a ser, de hecho, la autoridad familiar en cuestiones sentimentales y sociales. Lo que ellos dictaban era ley para el grupo. En realidad, Rogelio no participaba, pero su opinión obraba a traves de Hortensia en función de oráculo. Fueron “abuelos”, decidieron carreras laborales, matrimonios. Algunas decisiones no fueron bien recibidas, pero nadie se atrevía a cuestionar a Don Rogelio, Hortensia se acostumbró a resolver litigios con un “si no te gusta hablale al Roge, o andate, que nadie te tiene atado”. Parece ser que alguien le habló al Roge. El domingo siguiente, luego de una noche poblada de alaridos, gritos “no hablés en mi nombre” y “con el cinto no”, Hortensia se declaró agotada por la responsabilidad asignada por “la familia”. Propuso un consejo de notables con libertad de opinión y mediación de Don Rogelio ante conflictos.
Don Gallego (así lo llaamaban ahora) acentuó su participación en la vida cotidiana del grupo, y Hortensia se resignó a ser sólo una notable. En los almuerzos de los domingos se hizo usual la entrada de cebolla, ajo y longaniza general, antes del plato central.
<>
A los años llegó un telegrama. Don Rogelio lo leyó y lo dejó en la ventanilla. Todo el pueblo se enteró de su contenido:”Mamá te perdonó. Te voy a buscar”. Ese domingo no hubo almuerzo en el inqulinato. Hortensia no cesaba de llorar. Rogelio no hablaba con nadie. Dicen que participó en peleas violentas en el bar.
En la mañana apareció el visitantte. Era el hijo de Don Rogelio. El encuentro fue emotivo, largo , tierno, con cebolla, ajo, longaniza y empanadas. Hacia el fin Hortensia se levanto para retirarse.
-Ud se queda, Hortensia. En su asiento -ordenó con voz firme Don Rogelio. Y luego dirigiéndose a su hijo:
-Esta casa es tuya. Sus puertas estan abiertas para ti. Y a tu madre dile... dile que valoro su gesto, pero que llegó... un poco tarde. Que tal vez le haga bien perdonarse a ella misma.
<>
Y, sí, Cada vida es una historia.


© Carlos Adalberto Fernández

domingo, 24 de enero de 2010

Marurí y el mago

Con peroles, retortas y hierbas trabaja el mago. De pronto el batir de unas alas, casi apaga el fuego de las velas que alumbra el recinto. Gira su cabeza y en sus manos ya está Marurí, la mariposa multicolor.

Ella le cuenta historias de su visita a muchos jardines y de la multitud de flores que encuentra, con cuyo polen se alimenta. Y el mago la escucha en su mecedora.

- Quisiera volar más alto, tener más amigos. Y ver el mundo plagado de colores. De fiesta y alegría. Volar y volar alto, muy alto; por jardines, plazas y comarcas. El mago la escucha, contempla su belleza. Recurre a sus artes, le dice:

- Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi. ¡Pronuncia tres veces estas palabras mágicas! Y aplaude ¡Plap, plap, plap!. Y Maruri vuela, vuela preciosa.

A medida que sube a los cielos, a la bóveda azul, de mariposa multicolor se convierte en pajarita, en la pajarita Marurí.

Vuela y se desliza por magníficos jardines de flores exóticas, plazas y castillos; selvas y sierras; ríos y mares. Viaja mucho, visita el mundo y un día al fin cansada de tanto volar y de conocer tierras, regresa, guiada más por el resplandor que le alegra el corazón que por el fuego de las velas que alumbran la choza del mago.

Encuentra al viejo amigo con sus peroles, hierbas y retortas Se posa en su hombro y le cuenta historias al oído. El mago escucha a Marurí, feliz por su visita, disfruta con sus relatos. Historias de amor y desamor. Pasión y olvido. Riqueza y pobreza. Guerra y paz.

El mundo no era feliz: sólo había breves momentos de felicidad para el hombre y los otros seres en el mundo. Habían colores, muchos colores, aunque opacados por las sombras, por la bruma.

- Quiero dar alegría, quiero que todo sea una fiesta. ¿Qué puedo hacer?. Y si no soy pajarita, quién sabe…

El mago le dio sándalo, incienso, piñas de pino, cardamomo, sarmientos, flores y hierbas aromáticas y la colocó suavemente en la ventana, diciéndole:

-Vuela, vuela, vuela amiga mía, dulce mariposa, pajarita de mis sueños. Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi. ¡Plap, plap, plap!

Marurí, rí, si, busca la montaña más alta y más lejana, disipa la oscuridad en tu vuelo; busca el último invierno de tu vida, el humo y el fuego del cielo, recoge tus cenizas y por fin, desde el alba de tus sueños inicia tu última lucha para no morir.

La pajarita Marurí vuela y vuela alto, ahora es un ave muy hermosa parecida a una garza, con plumaje de púrpura y oro; de rojo y naranja, de verde, escarlata y rosa..

Al fin ella encuentra la montaña más alta y más lejana, renace, canta una bella canción y vuelve a vivir mil años.

Julia del Prado (invierno 2006)

sábado, 23 de enero de 2010

EPÍLOGO

Dice el maestro que el día del Corpus es muy importante, y que ese día reluce como el sol:
-Tres jueves hay en el año que relucen como el Sol: Jueves Santo, Corpus Cristi, y el Día de la Ascensión.
Y debe ser verdad, porque hacía un calor... Este año, han puesto una película del oeste. Yo creo que esa película es la qe tiene la culpa de todo. Porque si no llegan a ponerla, no pasa nada. Pero claro, tuvimos que ir todos los niños de las escuelas a la procesión. Bueno, también iban los de todas las hermandades, los niños de Primera Comunión, el alcalde... todo el pueblo, vaya. Y como se hacía tan larga, dijo Perico:
-La película va a empezar antes de que acabe la procesión.
-Entonces no podemos verla... -dije yo.
-¿Y si nos escapamos al llegar a una esquina, como hace el “Botija” los domingos cuando vamos a misa?
-Eso, eso -Aceptó el “Pulga” en voz bajita-. Si al “Botija” no lo pillan...
Y así lo hicimos. Al llegar a una esquina, muy cerquita del cine, echamos todos a correr y nos escapamos. Sacamos nuestras entraditas y nos metimos en el cine. Todo muy bien. Pero claro, el “Botija”, cuando se escapa, se escapa sólo. Y nosotros nos habíamos escapado media clase. Menos mal que la película era buenísima. Colt5 45. Entre tanta tarea, cartas y visitas de las madres al maestro, esa película es lo único bueno que nos ha pasado hasta fin de curso.
El Viernes, al llegar a la escuela, don Francisco se puso en la puerta con la regla en la mano, cuando yo fui a entrar, me puso la regla en el pecho y me empujó, suavemente, hacia fuera... Después, al entrar Perico, como vio la regla dirigirse a su pecho, ni se molestó en intentar entrar. Y así, de uno en uno, nos fuimos quedando todos en la puerta. Y eso que no hubo chivatazo ni nada... Anda que no sabe nada don Francisco cuando quiere.
-¿Por qué os habéis quedado en la puerta? -pregunto don Francisco.
Como si el no lo supiera...
-Es que al llegar a la esquina del callejón que da a la taquilla de cine, pasó el tío del saco y os secuestró. ¿Verdad? -continuó- ¿No tenéis nada que decir?
Y como mi madre dice que calladitos estamos más guapos, pues no abrimos la boca en todo el día. ¿Para qué? De esa manera sólo nos castigó ese día sin comer.
...
Días después llegó una carta del colegio: había aprobado. O sea, que en septiembre me vine interno al colegio. Mis padres se pusieron muy contentos. Yo no sé si porque me voy a convertir en un hombre de provecho, o porque se iban a librar de mí. Y la “Petro”, mi vecina, siempre tan graciosa:
-Al final, hasta mi limonero va a dar más fruta -comentó, entre risas, la graciosa.
-Tienen sus problemas estos diablillos, pero capacidad para de abrirse paso en la vida les sobra –presumió don Francisco con mi padre días después de comenzar las vacaciones.
Perico, se fue a otro colegio, y el “Pulga” y “Rompehigos”… En el pueblo no ha quedado ninguno de la pandilla.
¿Habrá sido este verano el último verano feliz de mi vida?

............ ........
Manolo Cubero

Postdata.-
Aquella pandilla de diablos se disolvió en diversos lugares. Cincuenta años después se han vuelto a juramentar para abrazarse una vez al año mientras el cuerpo dé fuerzas. Pero la necesidad de cambiar las algarrobas por un plato de cocido los obligó a abandonar su terruño para darle la razón a don Francisco: supieron defenderse en la vida. Si uno de ellos se convirtió en empresario catalán, otro alcanzó una cátedra en la Universidad Autónoma de Madrid, o fueron Directores de institutos, Jefe de Servicio en la Administració n Pública, jefe de mantenimiento regional en alguna multinacional de las telecomunicaciones. ..
Y, sobre todo, fueron capaces de esconder una amistad en la distancia que floreció medio siglo después.

lunes, 18 de enero de 2010

A CONCIENCIA PURA

Versión libérrima del tango Confesión,

de Luis César Amadori




-Irma...

La mujer mira al hombre que se le está acercando. No entiende lo que oyó, No entiende lo que ve.

-Irmita...

Ahora la mujer entendió; reconoció al hombre.

_¡Agh!¡Ahhhhhhhhhhhhh !

-Pero no, Irmita, no me tengas miedo. Sólo vengo para...¡Pará!¡Qué hacés!¡No te tirés, loca!

Irma salta por la ventana -está en un primer piso- al techado metálico del almacén,, y de ahí se descuelga hasta la vereda. Se aleja corriendo, a los gritos de ¡Socorro!¡Asesino!

<>

Un mes después....

La mujer está en el living viendo la televisión, cuando suena el portero eléctrico. Atiende.

-¿Acá pidieron service del lavarropas?

-Si. Pase -La mujer oprime el botón. Suena la chicharra. Al rato suena el timbre en la puerta del departamento. La mujer abre. El hombre, con un empujón, se introduce violentamente. La mujer corre hacia el interior, seguida de cerca por el hombre.

-¡Esperá, te tengo que hablar!¡No te voy a hacer daño! -Ella cruza la puerta hacia la cocina. Cuando él la sigue, un líquido le tapa la visión, le quema en la garganta, le arde en los ojos. Inmediatamente después un golpe en la nuca le oscurece la visión, la conciencia, todo.

<>

-¿Dónde estoy?¿Y ese ruido? -El hombre recupera el conocimiento, la visión sigue borrosa.

-Es la sirena de la ambulancia, Reinaldo. Te estamos llevando al hospital. Quedate tranquilo.

-¿Sos vos, Irma?¡Socorro! -Reinaldo hace fuerzas por bajar de la camilla y abrir la puerta de la ambulanccia. Irma y el policía de vigilancia lo retienen. Reinaldo está débil, luego de un intento de lucha queda postrado en la camilla.-¿Por qué estoy tan débil?. Recuerdo el golpe...

-Es que después del golpe -yo estaba aterrorizada- busqué el cuchillo de cocina y te lo clavé varias veces. Pero se me cansó el brazo y no te daba más que puntaditas, unos centímetros. Así que hice como en las películas: te envolví en cinta para embalajes. y llamé a Urgencias. Me preguntaron dónde había robado la momia. Entre la cinta y la sangre eras de terror. Tardaron quince minutos en limpiarte para las curaciones. Yo por las dudas me senté detrás tuyo, con el palo de amasar.

<>

Cuando despierta, Reinaldo está en una cama de la Sala de Guardia. En el fondo del pasillo hay un agente. Sentada al lado de Reinaldo está Irma.

-¿Cómo estoy?¿Qué dijeron los médicos?

-Que no tenés nada. Las heridas... dijeron que yo no serviría ni para hacer tatuajes. Un poco de reposo y mañana o pasado el alta.

¿El alta de qué? De acá vuelvo a la cárcel. Y yo que solamente te quería saludar...

-¿Después de todo un año, no decidiste rehacer tu vida? Olvidarte de mi. Quiero saber por qué viniste, por eso decidí acompañarte ahora.

-¡Qué iluso fuí! Creer que en algún momento me ibas a agradecer, te tomé gata callejera y te dejé dama de alcurnia. O creés que no me dolía darte con la toalla mojada hasta cansarme porque en tu tozudez no aflojabas. Porque eras dura, eh. Horas de rodillas sobre granos de maíz y ni un gemido. Hoy te ví. Ibas linda como un sol, se paraban pa mirarte.

-Para ver como me había quedado la cirugía; una cicatriz de cuatro centímetros, el párpado tajeado...

¡Porque me habías escondido las toallas! Perdí el control. Tanto esfuerzo, tanta dedicación para ponerte presentable. Mina de jerarquía, la flor del barrio ibas a ser. Cara, como importada. ¡No una cualquiera, che! "La pupila del Reinaldo Paredes". Y vos... Agarré lo primero que encontré, el cinto campero. Una hebilla que..

-Casi se me voló un ojo y un pedazo dde cuero cabelludo.

-¿Y quién tiene la culpa?¿Quien fué el más perjudicado? El negocio perdido; hasta tuve que trabajar; la primera vez que choreé me agarraron, recién salgo. Y te vi, con montones de plata encima.

-Y vos decís que todo fué por mi bien, que todo lo hacés por mí, que te debo algo.

-Si, lo hago por vos, tenés una deuda conmigo.

-¡Que caradura! Decilo fuerte, si te atreves.

-¡SI, TODO POR VOS!

-¡NO POR FAVOR, REINALDO, NO LO HAGAS.!

-¡¿Qué?! -Reinaldo mira a Irma sin entender sus gritos, como tampoco entiende el pequeño revolver que saca de su cartera, ni el cañon que apunta directamente a él, ni el estampido...

-¡No, Reinaldo, no, que hiciste!

Mientras continúa con los gritos, mientras oye acercarse corriendo al policía, mientras pone el revolver en la mano de Reinaldo, Irma piensa que algo va a tener que agradecerle a Reinaldo. Voy a ser una mina cara, como de importación. Pero pupila de nadie.

© Carlos Adalberto Fernández

jueves, 14 de enero de 2010

Amorios pobres (Agosto 2008)

­—De los dos él es el menos elegante, el menos atractivo. Y se nota que el más pobre. ¿No?
—Claro.
—Claro qué, nada, ortivón. Decime lo que pensás.
Traté de memorar el pasado inmediato. Difícil, cuando él hablaba y la Elvira lo coqueteaba disimuladamente. Me esforcé.
—Claro que Olegario es más feo y desagradable que Ud., viejo. Y le cuesta, mejorar el puntaje, digo. Ud. no exagera, es al natural.
—Te estás arriesgando a un revés, pendejo, pero por otro lado tenés razón. Yo, lo mío, lo bueno y lo malo, lo tengo de nacimiento. Este, cada vez que mejora, empeora.
—Pero, viejo, sin querer ofender, no estamos eligiendo en La Rural. No hay nada que elegir, lo que fue, fue. Quiero saberlo y ya. Fue Olegario o fue Ud. A mi vieja también le gustaría enterarse.

§

Ramoncito recordaba la tarde -el jueves, le parece- en que su madre se lo llevó, en silencio, de la mano, hasta el medio del basural. Acomodó unos cajones y se sentó.
—Siéntese, m'hijo. Acá podemos hablar tranquilos. Esta charla se la debía desde que Ud. nació, pero era muy chiquito, después mas grande pero sin capacidad para entender el asunto, que de todos modos seguro lo molestaba. Ahora ya es hombre.
—De qué me va a hablar, vieja. No me asuste —Acabo de cumplir 15 y todos me molestan: "ya vas a ser hombre", "¿ya te crece la barba?", "mañana te hago un mapa de la mujer así vas aprendiendo". Y ahora la vieja.
—Yo te tuve de joven, ignorante, llena de sueños. No voy a decir que fuí una mala madre porque bien que me rompí el culo para criarte y cuidarte, acá, acá mismo, en pleno basural. Ahí en la barranca, mis padres tenían la choza. La crisis los echó de su pueblo, allá en la Rioja ¿y adónde iban a ir, ya en Buenos Aires? Acá, en la quema no se peleaban por entrar así que entramos nosotros. Trabajo fácil, daba para vivir. Sobras, cosas perdidas, materiales, la nariz se acostumbra.
—¿A qué viene, vieja, por qué la hace larga? —Ya sabía de qué me estaba hablando. El secreto que nadie revelaba. Yo sospechando, callando mi inquietud, por miedo o vergüenza. Siempre pensando en eso, con ganas de saber y miedo de preguntar.
—Si no se lo digo yo, antes de morirme, ya no se lo va a decir nadie. O se la van a decir varios, pero todo mentiras, inventos. Yo lo sé. Bueno, es un decir. Lo sé hasta dónde lo sé, lo demás.... Pero hasta donde yo lo sé, porque lo viví, se lo voy a decir todo.
—No me asuste vieja. Si Ud. no sabe quién fué el que... mi padre, para qué carajo estamos aquí.
—Estamos aquí, mocoso insolente, porque acá me enamoré, acá te concebí, acá decidí tenerte costara lo que costase, acá te tuve. Y acá estamos ahora, vos y yo, desafiando al destino.
Y sí. Con todos esos recuerdos, la vieja se veía en un templo, conversando con los dioses, no en el basural hediondo donde estábamos. —Dele, siga, vieja.
La vieja se zambulló en sueños nostálgicos, de jovencita inocente y crédula.
—Eran... hermosos, jóvenes, arremetedores. Me perseguían, me calentaban la oreja. Cómo no enamorarse.
—¡Vieja! ¿De qué está hablando? ¿Qué me va a contar, el Kamaputra? ¿Cómo, "eran"?
—¿Y cómo te creés que es la vida? ¿pura matemáticas? Yo me enamoré, sí, de los dos. El Ramón -mi marido, tu padre en los papeles- juntaba plomo. Era muy del hogar, me ofrecía una casita a la vuelta. Estaba enamorado de mí. Ahora ni se nota y quién sabe, pero entonces se le caían los ojos. Y a mí eso me afectaba, que querés que te diga. En cambio el Olegario era un veleta. Se dedicaba a los objetos perdidos. Un día me anunció que se iba a Rosario. Me apuró. "Animate, venite conmigo, vamos a recorrer el mundo". Yo no sabía que decidir, pero tenía que elegir. Aquí no se podía estar más. No era una quema como cuando los viejos, ahora los camiones traen la basura, se la llevan, la entierran. Pero el olor es el mismo.

—Una noche de diciembre. Olegario me espera en la barranca. Se va, le dije que me iba con él. Cuando me le acerco me explota el corazón. No se si me ama, pero me abraza, me apretuja, "tenía miedo", me dice. Y me posee con una pasión que me diluye en besos. Se acerca la madrugada. "Vamos", me dice. Yo lo miro, inmóvil, la angustia me mata. Debo haberme mostrado muy asustada, porque Olegario me mira una eternidad, luego me besa en la frente y se va. Voy corriendo al basural. Ya es de día, Ramón debe estar trabajando. "Me quedo con Ramón" me grito, con miedo de perderlo, a él también, por cobarde. Estoy loca, no sé lo que hago, pero no quiero quedarme sola. Me le tiro a los brazos. "Casémonos" le grito, le ruego. Ahí nomás se me echa encima, con furia, como vengándose. De esa noche, el Ramón no me pregunta nada, nunca me preguntó. Me deja sufrir sola.
Y hasta acá lo que sé. Esa noche te hicimos, yo y él, o yo y él. Preguntales.

§

—Dele, viejo. Quiero saberlo y ya. Olegario o Ud.
—¿Y cómo querés que lo sepa, mocoso? ¿Que los milicos me hagan un parte de guerra? Hace ya 15 años, y no pregunté. Te dí mi nombre, mis desvelos, mis broncas, mis orgullos de padre. Para mi sos un hijo, mi calvario, por qué más. Ahí lo tenés al Olegario. preguntale.

§

—Ojalá fueras mi hijo. Así tendría algo de tu madre. Estuve esa noche; me quedé guacho, perdido en el mundo, cuando me fui. Estúpido, nunca me perdoné esa bravuconada de pendejo omnipotente. No me animé a volver. Y ahora... cómo responderte. Hay estudios, análisis, que averiguan lo que querés saber. Pero para qué. Si no cambia no cambia, y si cambia ¿vas a dar vuelta todo? A veces, en noches solitarias, me preguntaba lo mismo, y cómo sería vos, la Elvira, yo... pero para qué.
Se quedó esperando, en silencio. Yo tirado, mi cerebro en ebullición. Olegario, igual que Ramón allá donde lo dejé, se veía triste, como ante una fatalidad. inexorable.
—Tenés razón. Tienen razón los dos. O no, pero qué importa finalmente. Ya soy hombre y la Elvira me espera.
Olegario revolvió una bolsa y extrajo un par de botas nuevas, relucientes, recién encontradas.
—Yo ya me voy. No creo que vuelva. Estas botas... si fuera tu padre, te corresponderí an a vos. Guardalas, por las dudas.

Carlos Adalberto Fernández
---- E-Mail ----
cafernandez. ar@gmail.com
---- Blogs, sitios personales ----
http://cadalcaf01. wordpress. com/ (actualidad)
http://carlosaferna ndez.blogspot. com/ (museo)

miércoles, 13 de enero de 2010

SOLO EL VIENTO

no me cuentes que hay colores que cantan
que danzan mariposas en el cabello de tu musa
que hay risas que se asoman en domingo
no conozco el domingo ni resto de semana.

en gris y negro se mueve mi luz
soy sombra alargada buscamdo un postigo.

no me cuentes sueños,
ni me hables de las rosas
ni de arena blanca,
ni de olas galopantes
ni del río correlón,
ni de la excitación de la alborada
ni de pájaros canores estrenando el día.

no susurres,
me duelen tus susurros...

no más,
nunca más lo creas,
nadie tocó a tu puerta
solo fue el último grito desconsolado del viento.


Ana Lucía Montoya Rendón
Novienbre 2009

lunes, 11 de enero de 2010

DOS ROMPETECHOS EN APUROS (I)

DOS ROMPETECHOS EN APUROS (I)

Había pensado pasar el fin de año en Sardegna, en compañía de mis amigos Gabriel Impaglione y Giovanna Mulas, pero las cosas casi nunca salen como uno espera o planifica y circunstancias ajenas a mi voluntad me obligaron a cancelar el desplazamiento previsto. Tal vez por eso, abandonada la opción italiana, acepté sin rechistar la oferta que me hacía la poeta gallega, residente en Valencia, Mila Pérez Villanueva, para viajar a la capital del Turia, o del exTuria, ya que dicho río ha sido desviado de su cauce y ahora ya no cruza la ciudad, y hacerle una visita. Y tengo que decir que no me arrepiento de que las cosas hayan discurrido así, porque los cuatro días pasados allí han sido tremendamente enriquecedores, como casi todo lo que me sucede últimamente. Realmente me siento un ser privilegiado y considero que todo lo vivido hasta ahora supera ya con creces lo que esperaba de la vida.
Mila es una persona espléndida. Goza de la misma retranca gallega y el mismo carácter despistado que yo, por lo que la aventura valenciana estuvo cargada de anécdotas que hasta ni el mismísimo rompetechos, héroe de los cómics españoles de mi adolescencia, se atrevería a firmar, y que espero desgranar con éxito a lo largo de la segunda parte de esta crónica.
Viajar en avión, de una forma económica, desde Galicia te obliga, a veces, a extremar la imaginación. Aquí hay cuatro aeropuertos que quedan muy a mano: Vigo, Santiago, A Coruña y Oporto. Entre las amistades me consideran un lince para encontrar las ofertas de vuelo que sacuden menos el bolsillo, por lo que el día 28 de diciembre partí de Pontevedra con destino a la capital portuguesa del vino con el fin de acompañar a otra amiga poeta que salía a primera hora de la mañana, el día 29, rumbo a Génova, y que me pidió ayuda a la hora de programar su viaje a Italia. Oporto es una ciudad maravillosa, desde el punto de vista culinario, y nunca desaprovecho la ocasión de volver a comprobarlo, así que nada más llegar, tras dejar las maletas en el hotel, nos fuimos a cenar con unos amigos asturianos que se encontraban de paso y con los que, previamente, habíamos concertado un encuentro.
Durante media hora recorrimos calle arriba, calle abajo, la Rúa Santa Catarina, con la esperanza de encontrar un restaurante del que me han contado maravillas, tanto en precio como en calidad de las especialidades que sirven, "O Solar de Santa Catarina", pero no aparecía por ninguna parte, hasta que preguntamos y nos dijeron que aún quedaba bastante lejos de donde estábamos por lo que, como el estómago apretaba y la noche, debido al madrugón obligatorio que nos esperaba al día siguiente, no daba mucho más de sí, decidimos entrar en el primer lugar gastronómico que nos deparara la suerte. ¡Craso error y más aún seguir las recomendaciones del maître! El bacalao frito que nos pusieron debieron de ir a buscarlo al museo oceanográfico más cercano, porque aquello era más antiguo que un fósil y el tufo que despedía aún me sigue persiguiendo cuando arrecian las peores pesadillas, aunque hay que decir en descargo del propietario que, como
consecuencia de la reclamación, no nos lo cobró y nos invitó a dos copas de aguardente vella, después de tratar de justificar el asunto con eso de que el pescado había estado demasiado tiempo en el agua, desalándose, pero que era de toda confianza. ¡Y tanto! Al bicho, lo debían de considerar ya de la casa, después de los dos o tres meses que debió pasar en la cocina esperando turno antes de que le dieran el revolcón en la sartén.
Por la mañana nos levantamos muy temprano, a la seis, con el fin de tomar el metro al aeropuerto. Todavía medio dormidos, arrastramos las maletas por el adoquinado hasta la estación más cercana, eso sí cuidándonos mucho de no tropezar con las montañas de excrementos depositadas en la acera por algún perro tremendamente cagón que debe habitar en las cercanías, si es que se trata de un perro, porque aquello más bien parecía obra de un cíclope de siete vientres.
Menos mal que llegamos con antelación, pues sacar un billete de metro en Oporto, requiere, como mínimo, una diplomatura cum laude en ingeniería. Sabía que el precio de los dos rondaba los cuatro euros, por lo que me había molestado en llevar en el bolsillo las monedas justas para realizar la operación con éxito. Con lo que no contaba era que la distribución por zonas del área metropolitana, para el que desconoce el intríngulis, hace muy complicado el asunto. Allí nos las vimos y deseamos, tratando de localizar en el plano la zona para la que debíamos comprar el ticket, pues en el mapa se situaba al aeropuerto en la zona 20, pero la máquina automática sólo expendía para cuatro. Mientras tanto, el reloj continuaba girando inexorable. Finalmente, en una letra tan pequeñita que hasta tuve que ponerme las gafas de cerca, vimos que era la cuatro la que nos correspondía. Felices por el descubrimiento, nos apresuramos a introducir las monedas y
pulsar la tecla de dos viajes, pero lo que salió fue solamente un cartoncillo con dos pases y no dos con un pase cada uno, advertencia que rezaba en letra grande en otra de las especificaciones del tablero informativo como imprescindible para acceder a los andenes.
Entonces se nos presentó el problema de que habíamos agotado el cambio. Intentamos utilizar un billete de cinco euros, pero la máquina que precisamente aceptaba dinero en papel sólo permitía la recarga de los cartoncillos y no la obtención de uno nuevo. Por otra parte, el tiempo se nos echaba encima y debíamos conseguir el objetivo si no queríamos arriesgarnos a que mi amiga perdiera el avión. ¿Qué hacer? La estación a aquellas horas permanecía absolutamente desierta y carecía de cabinas, como las de Madrid, para pedir un pase manual al taquillero de turno.
Angustiados por las circunstancias escuchamos unos pasos salvadores que descendían por las escaleras y que, gentilmente, nos proporcionaron el cambio que precisábamos. Se trataba de dos brasileiros, padre e hija, naturales de Bello Horizonte, y realmente así debía de ser, porque el horizonte del día se nos volvió a iluminar cuando logramos que aquella máquina infernal nos facilitase el anhelado cartoncillo.
Tras dejar a mi amiga en el aeropuerto Saa Carneiro, regresé en bus a Vigo, desde donde partía mi vuelo con destino a Valencia, vía Madrid. Me quedaba todo el día por delante, ya que el avión no salía hasta última hora de la tarde, lo que me animó a comer placenteramente una tortilla española de las que hacen época y unos calamares con arroz en un restaurante de la zona del Calvario, de dicha ciudad, al que estoy seguro de que volveré muchas más veces, pues el precio y la calidad de lo consumido así me lo aconsejan.
El viaje hasta Valencia transcurrió sin novedad, salvo una pequeña carrera que tuve que dar por la terminal 2 de Barajas para llegar a tiempo al enlace. En principio disponía de 45 minutos entre vuelo y vuelo, pero el retraso en el primero y la puntualidad del segundo redujo ese plazo a 10 minutos. Si un ojeador de las olimpíadas me hubiera visto en aquellos momentos no cabe duda de que me habría fichado para los mil quinientos metros lisos.
El verdadero problema se presentó al llegar al aeropuerto de Manises, pues por más que contemplé la rueda de recogida de equipajes, el mío no apareció y hube de realizar la reclamación pertinente en la ventanilla de Spanair. Allí estaba, nunca mejor dicho "a la luna de Valencia", como reza la expresión popular, sin unos míseros calcetines para mudarme ni un cepillo de dientes que llevarme a la boca y, lo que es peor, consumiendo en la reclamación la media hora de la que disponía para tomar el metro antes de que éste cerrase las puertas hasta la mañana siguiente.
Mila me esperaba en la terminal y cuando terminé los trámites no nos quedó más remedio que tomar un taxi que resultó ser conducido por un locutor que dirige un programa de poesía en una radio local y que a punto estuvo de llevarnos a la emisora para entrevistarnos cuando se enteró de que éramos poetas. Fue una suerte, pues estoy seguro de que de ese contacto, aunque no lo concretáramos en aquel momento, saldrá algo positivo en un futuro próximo.
La alegría del reencuentro nos motivó para ir a cenar algunas especialidades valencianas, en un restaurante cercano a su casa, unas exquisitas viandas que nos ayudó a digerir el mojito cubano con el que rematamos el lance, cuestión que me devolvió la alegría que me había restado el percance del equipaje.

Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
wwww.eltallerdelpoe ta.com