jueves, 28 de enero de 2010

Don Rogelio, una historia común

Se había asomado a este mundo en una de esas montañas polvorientas de Cataluña. Eso era todo lo que se sabía de él, además de que se llamaba Rogelio Armendia o Aramendia o Aramencía.Se lo llamó simplemente Don Rogelio. Don Roge, para los amigos. Pero esto era mera suposición porque no se le conocía a ninguno. También corrió el sumor de que eh España habían quedado una esposa y un hijo, a los que esperaba traer.
Parece que llegó sólo a ese pueblito catamarqueño, un verano más insoportable que los pasados, pero seguramente menos que el siguiente. Se hospedó en la unica fonda del lugar. No comía ahí. En el almacén anexo a la misma fonda compraba longaniza, ajo, cebolla, vino. Queso y pan eran adquiridos en los puestos de las calles,
Se relacionó con las inmobiliarias (por darle un nombre, porque lo que se vendía eran arenales, montes de espinillo, cauces secos). Adquirió una hectárea a dos kilómetros del Centro Cívico del pueblo, en lo que se llamaba "la costa" porque a partir de allí ondeaba el interminable mar de arena.
Trabajaba incansablemente. Recuperó la casa derruída (una habitación grande, mirando al patio, con un alero a todo lo largo), la cocina y el baño, alrededor del patio, mirando al centro, y otra habitación para taller y depósito, en el lado del fondo del patio. En el medio del patio un algarrobo y una mesa de tamaño respetable, algunos bancos. A unos metros de ahí, instalaciones para animales y la huerta de la casa. Mas allá el sembradío, atravesado por el canal, del que periódicamente, segun turnos preestablecidos, se recibía agua con morosidad.
Cuando la casa estuvo habitable, dejó la fonda y se mudó. Ofreció a Dña. Angeles, viuda con 6 hijas todas solteras, contratar a la mayor, Hortensia, cama adentro, como “ama de casa”. Con un destino de tía solterona como mejor alternativa, Hortensia aceptó. Hubiera aceptado aunque fuera “todo servicio”
Una vez por mes mandaba carta a España. Siempre esperaba una respuesta, que una vez, meses después llegó. Pero no pareció ser la respuesta que Rogelio esperaba. Fue el único día que no se lo vio trabajar. Todo el mundo oyó a Hortensia suplicar llorando, que no la deje, que ya no podía volver a su casa. Era una lástima, tanto esfuerzo pendiente de una respuesta que no se dio.

A la semana, habiendo vendido o regalado todo, Rogelio -y su empleada- partieron para Buenos Aires.

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Llegado a la ciudad, Rogelio buscó comodidades en alquiler “para mí y mi empleada”. Se instaló en el barrio de Once, en las dos piezas finales de un pasillo largo que conectaba tres patios con habitaciones en alquiler. Una habitacion era su dormitorio. La otra, living-comedor durante el día, habilitando una cama para Hortensia. Ninguno se quejó, A los pocos días Rogelio comenzó a trabajar de mozo en un bar de mala muerte y peor fama, a espalda del cementerio y la vía, La tarea no era muy compleja: en su turno -entrada la noche hasta la madrugada- debía asegurar la provisión de bebida -vino, grapa, caña- fiambre y pan. Y controlar el orden. Parecía entrenado. Silenciosamente, el o los perturbadores terminaban tirados en el sanjón, o con la cabeza rota. Su arma de combate era una simple botella de barro llena de arena húmeda. Los desafíos a cuchillo no lo alteraban, el contendiente sabía que en momento del ataque, la alta estatura de Rogelio, su brazo largo y robusto, su ausencia total de temor, garantizabanal atacante algún hueso roto. Y el siguiente golpe podía ser fatal. Por otro lado había que evitar el ridículo de un duelo perdido contra un porrón. El hecho era que ese bar llegó a ser uno de los lugares más pacíficos de la zona.
Rogelio no intervino en la vida diaria de la casa. Dormía a la vuelta del trabajo hasta pasado el mediodía, cuando consumía en soledad su menú de ajo, cebolla, longaniza, hasta que Hortensia anunciaba el almuerzo. Parecían un matrimonio, y Rogelio no hacía nada por desmentirlo. Tal vez eso -el ser una familia en Buenos Aires- fue lo que agrupó a su derredor a todos los jóvenes y adultos solteros del pueblo natal y alrededores. Pasaron a ser, de hecho, la autoridad familiar en cuestiones sentimentales y sociales. Lo que ellos dictaban era ley para el grupo. En realidad, Rogelio no participaba, pero su opinión obraba a traves de Hortensia en función de oráculo. Fueron “abuelos”, decidieron carreras laborales, matrimonios. Algunas decisiones no fueron bien recibidas, pero nadie se atrevía a cuestionar a Don Rogelio, Hortensia se acostumbró a resolver litigios con un “si no te gusta hablale al Roge, o andate, que nadie te tiene atado”. Parece ser que alguien le habló al Roge. El domingo siguiente, luego de una noche poblada de alaridos, gritos “no hablés en mi nombre” y “con el cinto no”, Hortensia se declaró agotada por la responsabilidad asignada por “la familia”. Propuso un consejo de notables con libertad de opinión y mediación de Don Rogelio ante conflictos.
Don Gallego (así lo llaamaban ahora) acentuó su participación en la vida cotidiana del grupo, y Hortensia se resignó a ser sólo una notable. En los almuerzos de los domingos se hizo usual la entrada de cebolla, ajo y longaniza general, antes del plato central.
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A los años llegó un telegrama. Don Rogelio lo leyó y lo dejó en la ventanilla. Todo el pueblo se enteró de su contenido:”Mamá te perdonó. Te voy a buscar”. Ese domingo no hubo almuerzo en el inqulinato. Hortensia no cesaba de llorar. Rogelio no hablaba con nadie. Dicen que participó en peleas violentas en el bar.
En la mañana apareció el visitantte. Era el hijo de Don Rogelio. El encuentro fue emotivo, largo , tierno, con cebolla, ajo, longaniza y empanadas. Hacia el fin Hortensia se levanto para retirarse.
-Ud se queda, Hortensia. En su asiento -ordenó con voz firme Don Rogelio. Y luego dirigiéndose a su hijo:
-Esta casa es tuya. Sus puertas estan abiertas para ti. Y a tu madre dile... dile que valoro su gesto, pero que llegó... un poco tarde. Que tal vez le haga bien perdonarse a ella misma.
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Y, sí, Cada vida es una historia.


© Carlos Adalberto Fernández

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