lunes, 11 de enero de 2010

DOS ROMPETECHOS EN APUROS (II)

Valencia es una ciudad enorme pero preciosa. Cuenta la leyenda que el Cid Campeador la conquistó después de muerto, pero yo trataba de conquistarla en vida y he de confesar que Mila me ayudó muchísimo a ello. Ha sido uno de los viajes en los que más me he reído. En realidad los dos nos hemos reído a mandíbula batiente incluso de nosotros mismos, un ejercicio que pienso todo el mundo debería de hacer de vez en cuando en lugar de dramatizar la realidad hasta rondar la depresión o profundizar en el abismo del surrealismo negativo. La vida es lo que es, con sus cosas buenas y sus cosas malas, y ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío ayuda mucho a recorrerla y poder cerrar la contabilidad existencial, algún día, con un balance positivo.
Mila es una excelente persona y posee la misma mentalidad además del mismo grado de despiste que yo. Aún así logramos sobrevivir juntos durante tres días. La primera ocasión en qué pude comprobar esa circunstancia fue cuando nos encontrábamos sentados en una parada de bus para ir al centro. Yo me puse en pie para encender un cigarro y ella interpretó, tal vez porque su vista no alcanza una distancia muy larga, que lo hacía porque llegaba el autobús. Bueno. ¡Aquello fue glorioso! ¡La logré detener, sujetándola del brazo con una mano, cuando ya se disponía a subir en marcha a la cabina de un camión grúa que pasaba por delante y que ella había identificado erróneamente con el transporte público! Y que conste que esto no lo digo con segundas y no la estoy tildando de rellenita, que no lo es.
Otra circunstancia que atestigua un grado de despiste igual al mío fue cuando terminamos de comer, en el restaurante la Bodeguita, con una conocida poeta valenciana, Gloria de Frutos, presidenta de la Asociación de la Crítica. Tras el consabido chupito de licor digestivo que acompaña al café, cuando nos levantamos, ni corta ni perezosa, veo que se dirige como una bala hacia un parroquiano que se hallaban en una mesa cercana y le lanza un ¡Feliz Año! tremendamente efusivo y le planta dos sonoros besos en la cara mientras el tipo pone cara de asombro al mismo tiempo que el otro parroquiano que le acompañaba decía: ¡A mí también! ¡A mí también! ¿Qué había sucedido? Pues que Mila lo había confundido con el dueño del establecimiento, el cual se reía a carcajada limpia desde detrás de la barra al percatarse del equívoco.
Las dos siguientes ocasiones, que me igualan a ella, las protagonicé yo.
Una cuando volvíamos en el metro de comer en el chalet de otra amiga poeta, situado en la sierra valenciana, donde habíamos pasado unas horas inolvidables, recitando y contando anécdotas en torno a la chimenea. Inmerso en la conversación con ella, al llegar a la estación donde debíamos bajar, pulsé el botón e intenté abrir la puerta contraria a la que se correspondía con el andén. ¡Menos mal que no se abrió, pues estoy seguro de que los dos habríamos saltado al vacío o al socavón por el que discurría la vía del sentido contrario y por la que estaba a punto de entrar un tren! ¡No la habríamos contado!
Otra, al llegar al aeropuerto, para tomar el avión de regreso. Era preciso subir a la planta de Salidas y ella me detuvo la mano cuando, en lugar de pulsar el botón para llamar al ascensor, yo ya apretaba el de alarma contra incendios que, inexplicablemente, se ubicaba encima, muy próximo al del elevador. ¡La que pudimos organizar!
El resto del tiempo que pasé en Valencia disfruté muchísimo. La víspera de fin de año fuimos a cenar a casa de un amigo. Bueno, realmente no se trataba de una casa, sino de un antiguo convento restaurado y convertido en vivienda por el actual propietario y su mujer, que ejercían de anfitriones. ¡Un verdadero palacio mediterráneo, con finca, palmeras, piscina y todo lo que se pueda uno imaginar! No faltó el cava, el vino de crianza y el orujo gallego que sirvieron para regar las excelentes viandas con las que nos obsequiaron.
El día siguiente empleamos la mañana en comprar los ingredientes precisos para el festejo con el que despedimos el 2009 y al que habíamos invitado a una pintora y otras tres poetas valencianas. ¿El menú? Mejillones en varias salsas, aguacates rellenos de langostinos, almejas a la marinera, ensaladilla, empanadas, empanadillas rellenas de calabaza y los oportunos dulces. Es obligado decir que, en determinados momentos, las cuatro artistas que compartieron conmigo la entrada del 2010, llevaron la conversación a su cuartel y hasta me sacaron los colores o hicieron que me ruborizara con sus comentarios relativos a los apéndices pectorales femeninos, comentarios que surgieron espontáneamente y continuaron casi toda la noche al mencionar una de ellas que una conocida se había operado y se los había puesto postizos. Para rematar, me regalaron un calzoncillo rojo, que ahora, unido a uno verde que ya tenía y que se hizo famoso con motivo de las
crónicas de mi viaje a Buenos Aires, y a uno blanco que pienso estrenar, no cabe duda de que me ayudarán a desbrozar el terreno y eliminar fronteras en el área de la seducción de las féminas cuando viaje de nuevo, en el próximo mes de junio, a México.
El día de año nuevo me vinieron a buscar dos amigos de un foro, Tonet y Luís Martínez, valencianos, a los cuales no conocía personalmente. Me llevaron a tomar un café a un lugar que se llama El Palmar y a ver la albufera. Fue muy grato ponerle rostro a unas personas que hasta esa fecha solamente pertenecían a la realidad virtual de Internet y he de confesar que no resultaron tan fieros como se pintan a sí mismos, a veces, en los comentarios cibernéticos.
El regreso a Vigo, tras una larga escala en Madrid, no estuvo exento de riesgo. Debido a la tormenta el avión descendió y volvió a elevarse por cuatro veces antes de tomar tierra. A los pasajeros, más que aterrizarnos, nos aterrorizaron. Menos mal que los ejercicios de yoga respiratorio para occidentales que practico cuando veo que las cosas pueden torcerse de una manera irremediable, me ayudaron a mantener la calma y no se me ocurrió apretar el botón para abrir la puerta de emergencia y bajarme en marcha.
Ya en casa, sentí que la odisea valenciana había concluido y no me quedaba más remedio que regresar a las rutinas de editor, eso sí, con la esperanza de volver a aquella tierra, para presentar un libro, en el próximo mes de febrero.

Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
www.eltallerdelpoet a.com

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