Todo comenzó porque es un niño enfermo. Sus huesos no son sólidos y pesados. Es un pésimo mamífero. En la médula de sus huesos, hay más aire que nada. Le dijeron el «Corino», «pies de mierda», porque siempre se traba en sus propias pies y cae al suelo. Como es un niño pobre, nadie lo lleva al médico. Lo curan con oraciones los que son piadosos; lo levantan del piso quienes más que entender, tienen misericordia, aunque pocos centavos en el arrabal.
Pero este niño arrabalero tiene a las aves como amigo. Le gustaría volar, no morirse. Y es dulce, soñador, imaginativo. Dicen que como las aves tiene el esqueleto ligero y los huesos delgados. Los niñajos burlones le dicen «la quilla» o «pechuga» porque es una caja toráxica con esternón, desarrollado y todo músculos en el pecho. «¿Para qué tanta pechuga, nene, si tienes patas de alambre?» ¿Para qué mandarlo a la escuela si siempre está en el suelo? Se cae en los caminos rumbo al aula, se resbala, se le mancha el uniforme desteñido. A deshoras, siempre está mirando pajaritos preñados, diablos azulinos, ángeles cristalinos en el aire... y ahora le ha dado con chiflar como las aves. Será que con ellas se entiende, porque no tienen dientes. La Quilla se partió los suyos, se rajó la boca, un día que se fue de bruces. Fue la única vez que, por la sangre derramada, lo pusieron de pie los ex-compañeritos escolares.
Ahora, sin dientes, cada vez menos bípedo, se sienta sobre un saliente de tejado como una cigüena que espera dar un crío al fondo de su alma. Le dijo a su mamá que un ángel nacerá, por amor de su corazón que es grande, aunque sus patas sean cortas y débiles. «No tenemos dinero para llevar a un ortopeda. Manténte quieto, sentado. No llores y no digas disparates. Bastante es estar vivo».
A veces quisiera ser como una golondrina, cuyas patas pasan inadvertidas, casi nadie se las ve porque la envergadura de sus alas y cola se las tapa. Ha visto que las águilas tienen las patas muy fuertes, aunque cortas. «¡Pero qué corazón tienen para volar así, tan veloces!» Cuando observa las aves, el chico de gran pechuga y patitas de flaco alambre parece que no está solo. Cuando se sube al alero, como si fuera una cigüeña en el saliente, él escapa de la incomprensión y la soledad; pero no está solo. A su privacía se acercan muchas golondrinas que vuelan a golpe de alas y él aprende, o alguien le explica. Tiene que ser así porque él apenas ha aprendido a leer y sale con unas cosas que a su mamá, la viuda, la sorprenden.
«El alabastro parece que navega en el aire. ¿Sabes por qué? Vuela a vela en corrientes de aire. Es el aire quien lo empuja, no necesita aleteadas ni remos».
«¿Aves remeras? Las aves simplemente vuelan», dice la madre ignorante al majadero.
Quisiera ser un colibrí, si es que de nacer de aves se trata. «Ese es un relámpago con plumas». Puede posarse, con su inquieto vuelo de 200 oscilaciones hasta en cuarenta flores por minuto. «¿De dónde sacas eso, Pechuguita?» No le dijo que es por causa de verlo. No se guardó el secreto. Un ángel que tiene alas lo visita. «Me conversa y yo aprendo con él a silvar como un pájaro». Dijo que ya sabe por qué le dicen La Quilla o Pechuga. El va a tener el corazón tan poderoso que pesará más que todas sus extremidades, más pesado que cualquier parte del cuerpo, aún más que la cabeza; pero nunca tendrá pico. «Me crecerán unas alas», concluyó. Su corazón tendrá más de 500 pulsaciones por minuto. Más veloz será que una paloma y los pulmones también serán más grandes. Suministrarán el oxígeno en abundancia. «Tal vez así podré nadar en la laguna y subir a las ramas altas de aquel árbol de roble; o subiré al mangó, o podré traerte los frutos del palo de aguacate. Cuando maduran tan alto los alcanzan con varas, o se espera que caigan por su peso; ya no sería necesario, mamita».
Ella ha comenzado a mirarlo con una tristeza extraña. Según dice, el niño tal vez lo que requiere es siquiatra. Se está creyendo que los ángeles existen y que, con milagros, cambiará el mundo su infortunio. Y la verdad es que, en el arrabal, siempre es la misma miseria. No hay dinero para curarse males ni comer suficiente. Y este niño está divinizando las aves como a los «animalitos que mejor adaptados son al movimiento». Nada existen más habilosamente móvil, sea en Tierra o Cielo.. ¿y quién lo dice? Un torpe corino, patas chuecas, pati-guango, cuasi rengo.
«No quiero que digas esas cosas y vaya a pensar las gentes que estás loco. Mejor cállate, pechuga, para que no te burlen», le aconseja. Es que el niño preguntó al ángel: «¿Cómo tú siendo hombre tienes alas y vuelas?» y le dijo, porque el ángel: «Porque soy como tú. Mis huesos están casi vacíos, sin médula, y mi corazón es muy grande y no tengo dientes para la ofensa y me gusta el secreto que esconden los flores y liban las avecillas con sus picos».
«Yo quisiera tener alas, yo quisiero tener pico y saber el secreto. Concédemelo, angelito, porque ya dice mi madre que estoy loco y me burlarán otros niños. Eso me tiene triste».
El ángel dijo con alegría: «Concedido». En la mañana, Pechuguita murió. Se fue volando y se hizo un baquiné de despedida. Vieron volando un angelito. Era La Quilla. El ataúd tan humilde estaba vacío. Entonces, por no comprender lo que había sucedido, lo cubrieron de flores. Los derredores de la casucha se llenó de colibríes y alguno vino y libó del ataúd el alma del niño.
07-12-2000 / Microcuentos
Carlos Lopez Dzur
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