viernes, 28 de septiembre de 2007

La blasfema (cuento)

cuentos

Don Irineo, el viejo sacerdote, subía renqueante la cuestecilla de la
calle del Calvario todas las mañanas poco antes de las ocho. Libre de
oficiar en su parroquia, dada su avanzada edad, asistía diariamente a
la misa de la catedral.

- Qué asco de viejo.

La Patro se asomaba al balcón despeinada y en bata. Aunque su último
cliente se hubiera ido dos horas antes, siempre le esperaba para
maldecirle.

- Corre, cuervo, corre - murmuraba entre dientes -anda a lamerle el
culo a ése, y le dices que por aquí no asome que no nos hace ninguna
falta.

Don Irineo, medio ciego y medio sordo, parecía no apercibirse de esa
presencia hostil que cada día, y durante años, le elegía como
portavoz de sus blasfemias.

Sólo después de maldecir al cura podía dormirse la Patro, como si
hubiera tomado justa venganza sobre su vida y su propia historia.
Mediante este acto ritual sustentaba la supervivencia de su dureza
interior, de su rebeldía, y se dormía con el sueño entrecortado de
los soldados en la guerra.

Una mañana ya habían tocado las ocho y don Irineo no pasaba. La Patro
se impacientó porque había tenido mucho trabajo y, pensando que no
podría dormir sin insultar a Dios y a su mensajero, se echó un chal
por encima y salió a buscarle calle abajo.

- Maldito viejo, ¿dónde andará?- farfullaba iracunda al bajar la
escalera. No tuvo que andar mucho para encontrar un bulto negro caído
en la acera.

- Oiga, oiga, ¿qué le pasa, está malo?.

Le sacudió un hombro, pero don Irineo no se movía y ella se
inquietó. Al alzarle y recostarle contra la pared vio que estaba muy
pálido, las pupilas dilatadas, la boca temblona, y le caía un hilillo
de baba que la Patro le limpió con su propia mano.

- Este se muere.

Como era una mujerona fornida, resuelta en el manejo de los cuerpos,
se cargó en brazos al vejete, lo subió a su casa y lo tendió en la
cama. Al poco pensó que era raro el que un sacerdote estuviese en la
cama de una puta, pero no tenía otra habitación y ¿qué iba a hacer?

- ¿Qué ha pasado, dónde estoy? - Don Irineo se incorporó un poco y
pareció querer fijar la mirada.

- No se preocupe, voy a buscar al médico. Usted ahí, que vengo en
seguida.

- ¿Quién eres, hija, cómo te llamas?

Ella dudó algo y al fin respondió con sequedad

- Soy la Patro. ¿Qué más da?

- Dame agua, hija- Apenas pudo mojar un poco los labios. Con el
sorbito pareció recuperar un hilillo de fuerza.

- Sí, sí, la Patro. Ya me acuerdo. Si yo te conozco.

- Ah... ¿sí?

- Yo, yo... hija... tanto tiempo pasando por tu puerta para ir a
rezar por ti y por tu niño.

- ¡¿A rezar por mi hijo?!- A Patro esta declaración le causó tal
sorpresa que por un instante olvidó que estaba ante un moribundo. -
¡No, no: yo no creo en Dios! ¡Yo odio a Dios, yo le maldigo! ¡Le
odio, le odio! ¡Y a usted también, maldito cura, cabrón, mentiroso,
cerdo, cerdo!

La Patro gritaba y apretaba los puños. De repente vino en sí, se
serenó y, cogiendo la mano del sacerdote, que pendía de la cama, se
la colocó sobre el pecho.

- Perdone, ¿eh?- musitó apenas.

Don Irineo alzó la mano y trazó una temblona señal de la cruz

- Ego te absolvo...

Patro se retiró con suavidad, conmovida por el gesto del pobrecillo.
"Absorberla" a ella, ya se ve que deliraba. Con cierta ternura le
colocó a don Irineo los mechoncillos de cabello blanquísimo y fino.

- Haz tú igual- Pidió él con muy poquita voz.

¿Ella? Patro sintió un pánico supersticioso- Voy a buscar a un cura,
espere, espere...

- Por favor, tú, tú...

- Pero si yo... yo he insultado a Dios.

- A él no. A mí, sólo a mí. Por favor...

Con el dedo índice y un gran reparo ella dibujó una cruz chiquitita
en el entrecejo de don Irineo. Qué costaba darle ese gusto... El la
miró con agradecimiento.

- Voy a por el médico y a por un cura, espere, espere.

Le vinieron a don Irineo como una lucidez y un vigor repentinos y,
esta vez con firme trazo, bendijo a la mujer.

- Mater invioláta...

- Aguante, aguante.

- Mater amábilis...

La Patro salió corriendo. Cuando regresó, con un sacerdote de la
catedral, don Irineo ya había muerto.

- Hay que sacarle de esta casa inmediatamente y sin escándalo. No
puede saberse que ha muerto aquí...

La Patro cerró los ojillos de don Irineo, le envolvió en una colcha
blanca y le llevó en brazos hasta la catedral a la que el pobre
hombre no había podido llegar aquella mañana por sí mismo. La misma
colcha en la que, años atrás, había envuelto a su propio niño, muerto
de tuberculosis, para ir a pedir el cambio de su vida por la de él.
Cuánto tiempo sin hacer ese camino. Y qué corto se le hizo, y qué
poquito le pesaba el cuerpo, casi tan poco como en su anterior viaje.
Cuando la Patro entró de nuevo en la casa de su Enemigo, enfiló
derecha al altar y, como la otra vez, lo depositó a los pies del
Cristo. Un par de beatas interrumpieron su automático murmullo.

A todo esto el sol estaba ya queriendo apoderarse de las sombras. Las
golondrinas que anidaban en los aleros de la catedral alzaron un
vuelo nervioso y abigarrado ensayando su inminente partida al Sur.

Blanca Barojiana

TEORIA DE CUERDAS

cuentos


La sábana envuelve como sudario su cuerpo ahogado por las esporas que
el espacio, el tiempo, su mujer, adhieren a sus capilares. Y esa carne
globular, oleadas de grasa basculante, limita su terror en la cama de
mamá.

Otra noche sin dormir, perseguido por odios y rencores que en
infinitos filamentos
le transmiten los descerebrados protozoarios de la humanidad. "ESTE
COLOR TIENE QUE SER OCRE!!!! PELOTUDO!!!! !!!!!!!!!", ¡no te dejés
ganar por inferiores!, descerraja Helena, o mamá. Cómo defenderse.
Humillado desde el gen recibido del principio de la vida. Qué vida.

Mejor una ducha, se dice mientras se encamina por pasillos y
catacumbas flanqueadas por esqueletos sonrientes. Las manos todavía
húmedas de su padre se marcan en las paredes de Altamira, pasando el
living, entre bisontes y sonetos, camino del olvido momentáneo,
escapando al horror del nombre de la Humildad.

El agua extiende seudópodos ávidos, en busca de su entrepierna. Helena
lo persigue en la noche, por las galaxias de la humillación. Ser
humilde enaltece, ellos no dan la altura, dice, decía. Son inferiores,
no tienen huevos, vos no tenés huevos. Te dejás ganar. Todavía
sostiene el despertador puesto en hora para no dejarlo evadir el
mundo cotidiano, lleno de zombis trajinantes. La lluvia lo asfixia,
se pegotea, roja y viscosa, enrollándose, mostrando el tobillo,
marcando las nalgas prohibidas de su mujer.

Cómo defenderse. ¡El sueño, por favor! Ella respira como un Moloch
ahito de rencor y orgullo. O no respira. ¿Quién respira? ¿Mamá? La
noche extiende sus tentáculos coagulados en busca de su sexo. O es una
mano (de él, de ella, de ella?). O dormir, o morir. O matar. Papá,
todavía mojado, se revuelca en la cama con la muchacha, riendo como un
chico. Él no. El placer no llega, el miedo no se va. La angustia
unifica el universo en un destello de autodesprecio, otro fracaso, ni
para pajearse. No hay futuro, ni pasado, sólo un presente inmemorial
de ignominia y vergüenza, comenzando por el parto públicamente no
deseado. Ni humilde. Toda la humanidad desde el alba del Hombre, en
una sola mirada de Górgona, de Helena, incinerando insignificantes
significados.

Es, otra vez, la muerte, el descenso al infierno de todas las noches.
El cuerpo vecino, el predador, despliega su ectoplasma, lo devora. Es
el fin. Declarado culpable, vulnerable a las críticas, incapaz de
triunfar, débil, desterrado. Por fin grita, transgrede el tabú. Odia.
Ataca. Sacude los brazos como un molino desbocado, como una hélice
enloquecida, como un espantapájaros espantado. Los golpes resuenan
como yunques del infierno. Los aullidos del monstruo disuelven su
cerebro en un magma oleaginoso, nauseabundo. Se limpia los ojos
salpicados. Cierra la ducha.

Silencio. El Minotauro es ya un fangal pastoso, oscuro como brea. El
se va hundiendo lentamente en la placenta primordial, cierra los ojos.

Esposado, flanqueado por policías, médicos y curiosos, mirando las
paredes garabateadas con sangre y residuos, el cuerpo desarticulado de
Helena, su cráneo destrozado, su rostro dilatado en el último grito,
se dio cuenta que, por fin, había comenzado a dormir.
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Carlos Adalberto Fernández

jueves, 27 de septiembre de 2007

El loco del tiempo

cuentos


Emiliano Almerares

Ignacio Rivarola se levantó un domingo por la mañana y fue corriendo
a mirar por la ventana. A pesar de que eran las nueve, parecía de
noche y llovía a cántaros. Le dio mucha bronca porque al mediodía se
juntaban en lo del gordo Rubén a comer un asado. Y ¡con las ganas que
tenía de comer asado! Encima el gordo boludo este tiene la parrilla
afuera, pensó. ¡Por qué no parará de llover!, dijo en voz alta. Un
minuto más tarde, el cielo se aclaró y la lluvia cesó. De más está
decir que fue pura casualidad, una de esas locuras impredecibles del
tiempo, pero a él se le antojó pensar que tenía un poder especial
sobre el estado del tiempo.
Lo ayudó a consolidar esta convicción el hecho que tuviera la misma
suerte en un par de ocasiones más. Sin embargo, la mayoría de las
veces, su deseo no coincidía con las condiciones meteorológicas, pero
él, en su locura, creía que se le había concedido su pedido. Por
ejemplo, se levantaba con ganas de ir a la playa y al ver que estaba
lloviendo, se acercaba a la ventana y decía como si tal cosa, con voz
imperativa: QUE PARE DE LLOVER, CARAJO, QUE TENGO QUE IR A LA PLAYA.
Afuera seguía lloviendo como antes, a veces incluso, con más
intensidad, no obstante, él se ponía la malla, las ojotas, una
remera, ponía un toallón y el bronceador en la mochila, agarraba la
reposera y se iba a la playa. Horas más tarde, volvía a su casa y se
encremaba bien todo el cuerpo para que no se le pelara la piel. Al
otro día, le llamaba mucho la atención que nadie le comentara lo
bronceado que estaba. Esto se debía mayormente, a que la lluvia no
broncea, razón por la cual estaba blanco como la leche. Si se
resfriaba lo atribuía a una insolación, no al hecho que había estado
tres horas acostado sobre la arena bajo la lluvia.
En una oportunidad, se agarró a trompadas con un pintor que le estaba
pintando el frente de la casa. En determinado momento, empezó a
llover. El pintor se bajó de la escalera y empezó a guardar sus
elementos. Al verlo Ignacio le dijo: ¿Qué hace? Me voy. No puedo
trabajar con lluvia, le respondió el pintor. No, no. Espere un
segundito. Miró para arriba y dijo: Que paré de llover en este mismo
momento que el señor tiene que trabajar. El pintor lo miró sonriendo:
Mañana nos vemos, don. No, no. Que mañana nos vemos, protestó Ignacio
y le sacó el bolso de la mano. Siga trabajando. ¿No ve que ya paró de
llover? Vago de mierda. Desaprobando el accionar de Ignacio, el pintor
lo empujó y recuperó su bolso. Esto hizo que Ignacio perdiera la
compostura y se le abalanzara al pintor para pegarle. Los detalles de
la lucha son irrelevantes, sólo diré a modo informativo que Ignacio
medía 1, 70 y pesaba 63 kilos, mientras que el pintor casi 2 metros y
tres cifras de peso.
Este "don" tampoco le trajo mucha suerte con las mujeres. Supónganse.
Un día se levantaba melancólico y al ver que afuera había un sol que
rajaba la tierra, pedía que lloviera y salía con sobretodo y paraguas.
Si veía alguna señorita que le interesaba, la cual por supuesto no
llevaba paraguas, se le acercaba y le decía: Discúlpeme señorita, noto
que ha olvidado su paraguas y se le está mojando todo su precioso
cuerpo humano. Permitame por favor, que la cubra con el mío. Cuando
tenía suerte, le encajaban un castañazo y se alejaban. Cuando no, era
arrestado por la fuerza pública. El atribuía este, para él, extraño
comportamiento de las mujeres a que ya no quedaban damas en el mundo.
Son unas atorrantas, le decía a sus amigos. Antes, por ejemplo, vos
ibas caminando por la calle y veías que a una señorita se le había
caído el pañuelo. Te acercabas y se lo levantabas. La más antipática
te miraba a los ojos y te agradecía con una sonrisa. La más simpática
te daba el teléfono. Ahora te pasa eso y en una de esas te dicen que
por qué te metés en donde no te llaman. Que gracias a Dios, ella
tiene manos para levantarlo. Yo ya no entiendo más nada, viejo.
Un verano que había amanecido soleado y con calor, desayunó y salió
para la playa. Cuando estaba por llegar, de pronto el cielo se
oscureció y empezó a llover abundantemente. Corrió a resguardarse bajo
un techo. El mismo techo que había elegido una señorita con el mismo
fin. De repente, como si se hubieran puesto de acuerdo, dijeron a
coro: "Que pare de llover". Los dos se miraron y supieron que habían
encontrado a su otra mitad. Tuvieron esa suerte que ocurre una vez en
un millón de enamorarse apasionadamente en ese mismo momento. Se
tomaron de la mano y convencidos los dos de que el sol brillaba en su
máximo esplendor, se fueron a "tomar sol" bajo la lluvia. Dos meses
más tarde, se casaron y tuvieron dos mellizos hermosos. Un varón y una
mujer. Al principio, todo iba bien, porque solamente eran dos los que
tenían que ponerse de acuerdo acerca de como iba estar el clima. Pero
cuando los mellizos empezaron a crecer, también convencidos de que
tenían el mismo poder que sus padres, fue un problema. Empezaban a
pelearse y uno ordenaba que hiciera calor, mientras el otro exigía que
hiciera frío. Para llevarle la contra al otro nada más. Ignacio se
enfurecía: "Terminenla de una vez. Nos vamos a enfermar con tantos
cambios de clima. Tiraba una moneda al aire y según quien ganaba se
determinaba la condición meteorológica. "Seca. Que haga calor y no se
habla más. Y ojito con cambiarlo porque hago que llueva toda la semana
y no van a poder ir a la playa".
Así pasaban los días de esta extraña familia. Mayormente, sin
sobresaltos ni grandes preocupaciones. El problema empezó cuando
Ignacio perdió el trabajo. Lo echaron porque al menos una o dos veces
por semana faltaba, con la excusa que, según él, los accesos al
centro de la ciudad se encontraban inaccesibles por un temporal de
lluvia y viento.
Pasaban los meses y no podía conseguir otro empleo. Tuvo que salir a
trabajar su mujer, que, como era más linda que él, consiguió
enseguida. Entró de meteoróloga en un canal de cable. Pueden
imaginarse lo que duró. La gente es muy envidiosa, dijo cuando la
echaron. Ignacio, mientras tanto, cayó en una depresión muy grande.
Todos los días hacía que lloviera para intensificar su estado. Una
mañana, no soporto más la situación en que se encontraba y decidió dar
por terminada su patética existencia. Fue a la playa, se subió a un
médano y mirando el cielo, llorando, dijo: "Que me parta un rayo".
Como la mayoría de las veces, su orden no obtuvo los resultados
esperados. Ni siquiera una nube apareció. Pero él, como siempre, creyó
en su poder, cayó fulminado en ese mismo momento y se sacudió en la
arena como diez minutos hasta que se dio por muerto.
En la actualidad, vaga por las calles de Mar del Plata sin rumbo, con
la mirada perdida, convencido de que es un fantasma que sólo
encontrará paz en su alma cuando vuelva a pasar el cometa Halley. No
me pregunten que tiene que ver el cometa en esta historia. Tómenlo
como de quien viene. Todos los días visita su tumba. En la lapida
dice "Ignacio Riva". Según él, un error, por falta de espacio, de los
empleados del cementerio.

Emi

martes, 25 de septiembre de 2007

Otra vez...sufrir

cuentos

Todos los días era lo mismo: sentada, calmada, esperaba que le llegase la hora.

Quizás era su sino, por algo debía atravesar esa furia de volcán que la destrozaba para obligarla a renacer de nuevo.

Allí, sus manos temblaban como cuando era pequeña … como cuando se había iniciado en los misterios del amor.

¿Por qué debía atravesar nuevamente ese karma? ¿por qué no quedarse quieta y esperar que la vida transcurriera sin rozarla siquiera?.

Todo era culpa de aquel ser; aquel que la torturaba y maltrataba; aquel que condenaba sus días a la hecatombe de ser un adulto desnudo ante los demás.

Era él, sí. Él era el culpable de sus males. Ahora que ella se había decidido a vivir aquello que le había sido negado por otros motivos.

Allí, la miraba de nuevo, le clavaba la vista con ese ultimátum que tanto ella conocía. Allí sus labios se entreabrían para decir esas palabras que la hundirían nuevamente en la penumbra, que la condenarían a noches de soledad y vigilia… a noches de sufrimiento…Allí…Sí… él lo diría, sí…..

--Sra Sanchez; está reprobada, debe volver a dar Civil I.

La alumna de abogacía salió del aula.



Liliana 24-09-2007

jueves, 20 de septiembre de 2007

El péndulo

cuentos

Lady López Zepeda

Aprende a morir y vivirás, porque nadie vivirá
gozosamente si no ha aprendido a morir.
(Anónimo)


María fue una psicoanalista prestigiosa, el mejor refugio para las pacientes que llegábamos a su auxilio. Siempre ceremoniosa, un auténtico muro de lamentaciones. En su consultorio sólo un sofá, unas mesas laterales, la luz tenue, un diván medio desvencijado, una alfombra persa de colores cálidos, dos pinturas surrealistas que invitaban al sueño y un reloj que contaba sesenta minutos, espacio entre la realidad, el sueño, la muerte.
Con el tic, tac, tic, tac, transcurrían las angustias, las confesiones, los dolores del alma, los desamores. María siempre atenta al tic, tac; la hora presagiando el tiempo, el tiempo como una sutil franja entre la locura y la realidad. Sesenta minutos al cobijo de sus silencios, la hora-sueño, el tic, tac. Después, la despedida y el traspaso de la puerta para tornarse en hombre de arena en la ciudad-miedo.

******

Es la segunda sesión. Padezco insomnio, estados depresivos, fatiga crónica. El péndulo del reloj balanceándose frente a mis ojos y un cristal que imita un diamante. La luz del cristal refleja diversos brillos.

(Recuéstate, mira el movimiento del péndulo. Extiende los brazos a los lados y coloca las piernas juntas sin cruzarlas. Respira profundo, hondo. Tu respiración es rítmica: tres veces hacia adentro, ahora exhala…, inhala…, exhala otra vez. Sientes cómo tus manos cosquillean. Respira profundo, hondo otra vez. Mira cómo se balancea el péndulo, no lo pierdas de vista. Respira profundo, hondo, exhala. Tienes los pulmones vacíos, llénalos de aire, hincha el estómago, una vez más. Guarda ese aire algunos segundos; expira lento hasta sentir los pulmones vacíos y aguanta unos segundos. Déjate llevar... más todavía, más, más... descansa, descansa. No te preocupes por nada, déjate llevar... relájate. Sientes tus piernas blandas y pesadas. Estás en medio del bosque, no piensas en nada, es un lugar hermoso. Tu mente está en blanco, estás relajado. Sientes un hormigueo en algunas zonas del cuerpo que se extiende al resto. Estás relajado. Ahora vamos a subir, subir, subir... Cuando yo cuente hasta “tres” estarás en el vientre de tu madre. Vagabas sin rumbo por la vida… Uno, dos, tres… Duerme profundo.)

Me cuesta un poco relajarme porque estoy muy nervioso pero no sé bien en que momento llego a un lugar totalmente desconocido. Ahora el estado profundo de relajamiento, la música suave, la zona oscura de la niñez, la inconciencia total. Tic, tac, tic, tac… y una voz femenina.

(Duerme… Uno, dos, tres… Duerme...)

Tic, tac, tic, tac… Zzzzzzzzzzzzzz, Zzzzzzzzzzzzzz.

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Me veo ahí, acostado, con los ojos cerrados, en el vientre materno. Observo desde la perspectiva el agua que me mantiene en mi dormitorio. Y salgo del vientre, y empiezo a subir y a subir, veo por arriba las nubes, salgo de la atmósfera. Veo a mi madre mirando su vientre. Soy una cucaracha arrastrándome en el líquido amniótico.

(Estás en el vientre de tu madre… Uno, dos, tres… Ya estuviste ahí...)

Tic, tac, tic, tac… Zzzzzzzzzzzzzz, Zzzzzzzzzzzzzz.


Encojo mi cuerpo. Sudo. Chupo el dedo pulgar del pie izquierdo. Levitación de los brazos. Distorsión del tiempo, disociación y alucinación. Soy un feto en el útero materno.

(Uno, dos, tres…). Tic, tac, tic, tac…

Llanto. Despojo de ropas. Puedo ver mis manos delgadas y pequeñas. Siento muchísima hambre y sed. Miro alrededor y hay personas tendidas frente a las casas de piedra, vestidas con túnicas blancas, en medio de una fiesta: mi bautizo. A la hora del agua bendita resbalo como pez de los brazos de mi madre.
No siento fuerzas, observo un río y me asomo para beber; veo mi rostro extremadamente delgado, vestido con harapos. Miro los pies y son casi cadavéricos. Quiero gritar pidiendo comida, que me ayuden, pero la voz es tan débil que no me escuchan.
Dos voces paralelas. Una voz, la mía, dice: ― Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Como fondo de música, María repite: Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Uno, dos, tres… Duerme. Y despierto con el péndulo en mis manos, oscilándolo de un lado a otro frente al rostro de María. Ella, arrinconada, en trance...
Grito y no regresa…

Tic, tac, tic, tac… Tic, tac, tic, tac… Tic, tac, tic, tac…

La culpa

Liliana Varela

Era su primer día como portero suplente. Estaba entusiasmado. Después de haber estado tanto tiempo desempleado, ahora podría llevar el pan a su mesa dignamente, como todo un jefe de familia.

La mujer llegó casi corriendo; su andar presuroso se correspondía con sus ansiosos y gestuales ademanes.

--¡Llegué a tiempo! – exclamó hacia Ramón, la nueva adquisición del edificio—pensé que no llegaba…

--La señora vive en…--la cortó Ramón.

--Soy Emilia Nievas –sonrió alargando su mano para tomar la de Ramón en un suave apretón de formal saludo—Vivo en el 5º A con mi hija Mariana.

--Mucho gusto Señora –retiró su mano con un escalofrío—

--OH perdone, siempre me dicen que tengo las manos frías.

--No se preocupe señora –la miró extrañado—tenía entendido que el 5º A estaba desocupado.

--Ya ve que no –sonrió la mujer amablemente—tenemos pensado mudarnos con mi hija pero más adelante; primero debo terminar con un trabajo, soy publicista ¿sabe? Y tengo la costumbre de controlar personalmente la tarea de la gente a mi cargo –miró su reloj ansiosa—si me disculpa, debo ir a ver a mi hija; cuando me fui estaba con fiebre en cama y no conseguí a nadie que la cuidara…así que disculpe.

Ramón vio entrar a la mujer al edificio.

Seguramente le había entendido mal al administrador; debía ser otro departamento el que estaba desocupado.

A los pocos minutos la mujer volvió a salir pero ahora acompañada de una bella niña rubia de mirada clara; ambas sonreían.

--Esta es mi hija Mariana.

--es muy bonita ¿sigue aún con fiebre?

--no, ya no tiene nada –miró a la niña con cariño-- ¿no es cierto mi amor?

--Sí Mamá, ya estoy bien, ahora que viniste.

Ramón las vio alejarse y sonrió pensando en la bonita imagen que conformaban madre e hija.



--Ramón ¿vinieron de la inmobiliaria?

La voz del administrador lo sacó de sus pensamientos.

--perdón Señor, decía…

--Que iban a venir a tasar el 5º A, el que está desocupado.

--no puede ser Señor, recién la dueña de ese departamento me dijo…

--¿De qué dueña me habla? – lo interrumpió—el dueño es el viudo de la mujer que vivía acá.

--Pero señor, recién estuvo la señora Nievas con su hija…

--¿Qué dice hombre? La mujer que vivía acá está muerta.

--¿Cómo dice Señor? –expresó Ramón perplejo—no puede ser, yo hablé con ella…

--¡No diga pavadas Hombre! La dueña del 5º A murió anoche en el hospital; estuvo casi un mes en coma después de un intento de suicidio. La pobre quedó mal una mañana que dejó a su hija sola y enferma. Se cree que la niña quiso levantarse a tomar algo y prendió el gas. La madre la encontró muerta cuando volvió del trabajo. Desde ese día se culpó por no haberse quedado con su hija en vez de ir a trabajar, más, cuando le dijeron que si hubiese llegado unos minutos antes, la hubiese podido salvar.



Los ojos de Ramón se abrieron desmesuradamente.





Liliana 2006

EL TÍO CÁNDIDO

Manuel Cubero

Seguro de que lo conocéis en alguna versión parecida. Es un cuento de nuestra tradición oral que le recogí a un "compañero de taberna", jubilado de la Sierra de Cádiz, mientras dábamos cuenta de una buena ración de panceta (eso que algunos llaman "bacon"): "Se lo cuento como me lo contó mi abuela allá por los años de Maricastaña -me dijo- y a ella se lo contó la suya y a ésta...".
Y así hasta que comezó...
Manolo
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EL TÍO CÁNDIDO
(Cuento de tradición popular recogido en la sierra gaditana)
Érase una vez un hombre al que todos los vecinos del pueblo conocían como el Tío Cándido. El Tío Cándido, que tenía una buena posición económica, era un hombre generoso, caritativo y amable con toda la vecindad.
Como había heredado de su padre unas hectáreas de olivar y una casita en el pueblo y, aunque estaba casado, no tenía hijos, vivía desahogadamente y sin apuros de tipo alguno.
Con la buena vida que se daba se había puesto muy gordo. Muchas tardes, solía ir a ver su olivar en un hermoso burro, pero como el Tío Cándido era tan bueno, pensaba que pesaba muchísimo, y decidió no fatigar demasiado al burro. De esta manera, además de hacer ejercicio para no engordar más, había tomado la costumbre de ir a pie parte del camino llevando al burro cogido del cabestro.
Una tarde, unos estudiantes lo vieron pasar en aquel estado cuando iba de vuelta para el pueblo ensimismado en sus pensamientos. Uno de ellos, que lo conocía de vista y sabía de su bondad, informó de ello a sus compañeros y los incitó a gastarle una broma.
El más travieso de ellos imaginó que lo mejor y más provechoso sería quitarle el burro. Se pusieron de acuerdo y éste, destacado por su frescura y desvergüenza, se acercó muy despacio, soltó al animal, se colocó en el cuello la jáquima del burro y siguió su camino detrás del Tío Cándido. Los otros se alejaron con el burro y, cuando habían desaparecido entre los árboles de un bosquecillo, el que se había quedado tiró del cabestro suavemente. Entonces el tío Cándido se volvió y se quedó pasmado al ver que, en lugar del burro, llevaba un estudiante sujeto por el cabestro.
-Alabado sea Dios Todopoderoso –exclamó el estudiante dando un profundo suspiro.
-Sea por siempre bendito y alabado –respondió, sorprendido, el Tío Cándido.
-Perdone usted, Tío Cándido. Antes de que me dé una merecida paliza por mi mutación, permítame que le cuente mi vida. Yo era un estudiante pendenciero, jugador y muy desaplicado. No adelantaba nada. Y mi padre, enojadísimo, me maldijo diciendo: "eres un asno y debieras convertirte en asno".
"Dicho y hecho. No bien hubo pronunciado aquella tremenda maldición, me puse a cuatro patas mientras veía cómo me brotaba un rabo y me crecían las orejas hasta verme en la figura que usted conoce. Cuatro años he vivido en forma de asno y, en este mismo momento, gracias a usted, acabo de recobrar mi figura y condición de hombre".
El Tío Cándido se quedó asombrado, le pidió perdón por el daño que le había podido hacer en aquellos años y le dijo que se podía ir.
El estudiante rompió a llorar agradecido y se despidió del Tío Cándido antes de salir del lugar a todo correr.
Satisfecho el Tío Cándido por su buena obra, se volvió a casa. Al llegar a ella no dijo nada de lo que le había ocurrido a su esposa, pues el estudiante le había dicho que si contaba la verdad de lo que había acontecido, de nuevo tomaría forma de burro.
Pasó algún tiempo y, cuando llegaron las fechas de la feria de ganado, pensó que era el momento de adquirir un nuevo compañero de paseos. Para ello se dirigió al lugar donde un gitano ofrecía algunos de los borricos de mejor presencia del entorno, según le había dicho un amigo. Allí, para sorpresa suya, estaba su burro.
"Sin duda -pensó- este muchacho ha vuelto a sus antiguas travesuras hasta merecer, de nuevo, el mismo castigo de la otra vez".
Luego, acercándose al burro, le dijo en la oreja:
-Quien no te conozca, que te compre.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Manolo



manuel-cubero

Loqui Loqui, la jirafa

cuentos
julia del prado morales

Hoy se subió a mi almohada una jirafa, le conté la historia de la
leche asada. Ella aplaudió la historia y juntas alegres nos
pusimos a saltar en la cama, lo hicimos varios días no tan seguidos
pero la última vez rompió el techo con su cabezota, se quedó si
vieran ustedes con una cara de anodada y miraba el cielo. El techo
hizo: plum plum.

Vino mi amiga Soledad que ante esta calamidad me dijo: -Yo repararé
el techo y no despidas a tu jirafa, es nuestra amiga.

La jirafa repuesta ya del susto recordaba –otra vez- la historia de
la leche asada, le puse una fuentaza en el patio de mi casa. Si
vieran su cara de placer mientras comía. Me preguntaba que de tanto
comer este postre, no se enfermaría del estómago. Eso si les digo
ella no estaba asada. Sonreía y enseñaba sus dientotes, hasta que
finalmente cayó al suelo con un intenso dolor de barriga. Fui a la
farmacia, con una receta del veterinario y le traje calmantes en
demasía.

Repuesta –ahora- está tirada en el jardín, toma el sol alicaído de
las cinco de la tarde.

Esta jirafa como se divirtió con la leche asada y su historia;
historia de la leche asada parecida a la historia de Sherezada.

Julia del Prado (Perú)

Derechos reservados

VIDA DE DELIA

© Carlos Adalberto Fernández


La soledad es un sudario que envuelve, en infinitos pliegues, mi juventud perdida, mi afan de amar y ser amada, mis ansias de vivir. Lo poco que he sido, lo nada que soy. Aquí estoy, recluída en Buenos Aires, en una pensión de miseria, rodeada de muertos que no saben que no laten. O sí, y yo soy la única que no late, ni siquiera viendo los novelones que antes me ahogaban en llanto. Vivir aunque signifique sufrir. Ya ni eso, después de Manuel. Pensar que dejé mi casa, mis padres, el transcurrir insoportable de un tiempo inmóvil e indifererente, un futuro desértico. No tenía ninguna esperanza. Ni atractiva ni inteligente ni ambiciosa ni valiente, qué podía conseguir. Ni loca, como la Leonor que, repodrida, siguió a un cafishio debutante que usó y abusó de ella. "Algo es algo, Delia", me dijo cuando, sobre el final. la asistí en su cama, en una indiferente sala de primeros auxilios en un pueblucho, camino a casa, aunque sabía que ya no llegaría. "Por lo menos viví. ¿Te acordás el Nico, que el tío lo había llevado una vez en motoneta, que estaba harto de la vida, y que cuando vió la moto que algún turista estacionó para caminar el pueblo "tan lleno de historia", la agarró, como pudo la arrancó, como pudo salíó a los pedos y cuando vio que lo perseguían aceleró y se hizo mierda contra el puente?. Ya no podía volver. Bueno, a mí me quedan algunos recuerdos y poco tiempo".





Cuando me vine a Buenos Aires la plata no me daba para más que esa pensión, esas piezas que daban a la terraza, el baño cerca de la escalera.

En la última pieza estaba Delia. Una chica amorfa, apocada, una sombra. Lo único que era joven, no más de veinticinco, y siempre atrae la carne joven. Cuando pasaba la veía –había que dejar la puerta abierta para tener aire-, a veces en combinación, tirada en su cama.

No estaba interesado, si era por mujeres preferia volverme al pueblo.

Pero en Buenos Aires las porteñas te miraban como un sirviente de cuarta y las pueblerinas lo primero que aprendían era a mirarte como un sirviente de cuarta para hacerse las porteñas. Así que pasaba hambre. Comencé a saludarla, después a darle charla desde la puerta. No sé si era demasiado inocente o tonta, o no imaginaba que pudiera interesarme algo de ella. Y la verdad que no me interesaba nada más que montarla. Creo que se sentía sola, la pobre, yo la miraba y le hablaba, era el Mesias. Asi que comencé a cebarle mates, sentado al borde de la cama. La primera vez que le acaricié el muslo se puso de piedra pero no se resistió. Y al final me di el gusto, tanto tiempo, después de todo, en horizontal, todas las mujeres son iguales.



¿Recuerdos, yo? Sólo malos, y que me llenan de verguenza. Fuí tan estúpida, pensar que con Manuel había un futuro, no más soledad. Y le brindé todo, le levanté un altar. Nunca pensé que pudiera amarme, a mí, pero algo, yo que sé. Cuando descubrí que me despreciaba, que era sólo un cacho de carne de un corte barato, creí morir. Desde entonces creo que estoy muerta. Le cerré la puerta a Manuel, a los teleteatros, a las ilusiones, me envolví en el sudario.





Con Delia consegui suministro de sexo, mimos, comida, todo servicio, durante un tiempo. Pero me comenzó a pesar. No podía mostrarla, algunos me cargaban. Además yo ya le estaba tomando la mano al mercado local, alguna hembra pescaba de vez en cuando.

No me entendía, la boluda, no le entraba en la cabeza que era un quemo, que fué una calentura, que ya no la necesitaba. Tuve que fajarla. Allí, en la misma cama, la cagué a cachetadas. Daspués no traté de explicarle, para qué. Cada uno debe saber su lugar en la vida. Cuando la dejé, cerrando la puerta, temblaba en sollozos.





La soledad es un sudario que envuelve, en infinitos pliegues, un pasado humillante, un futuro oscuro y un presente sin sentido. Y que a nadie le importa. Qué me queda. Esperar la muerte, que me saque de aquí, que ya no aguanto. Muerte ¿donde estás?¿que esperas para liberarme? Yo voy donde me pidas. Tómame de la mano y vamos.





Hoy había un nuevo inquilino en su pieza. Cuando pregunté me dijeron que hace unos días que hahía desaparecido, que había dejado toda su ropa, sus cosas. Nadie supo más de ella.

Le tengo lástima. No estaba hecha para esta vida. No tenía nada que darle.



© Carlos Adalberto Fernández – 07/2007

Cuento corto.

Cuento corto.
Julio H. Nemesio


Eran las 23 hs de un día de semana. El celular estaba cargado. Tiene crédito.
En la billetera hay $200 y una tarjeta de crédito con todo el límite disponible. $1000. No es mucho pero tampoco es poco.

Mario Andrés se miró por quichicienta vez en el espejo. Estaba bien. Se veía saludable, contento, quizás algo ansioso.
Caminó hasta su cama. El jean nuevo, medias nuevas, sus mejores zapatos negros, su chomba colorada favorita, slip negro con toque de lycra. Al lado en la mesa de luz, un POLO pequeño recién comprado. Al lado sus gafas, las de salir. En el cajón de la mesa de luz todo lo otro q pudiera necesitar.
Solo debía sonar su celular. Estaba listo.
Desnudo como estaba esa noche tórrida de enero, se fue hasta la cocina del pequeño dos ambientes. Si bien pequeño, adecuado para un solo ocupante. Buscó la pava, la llenó con agua del calefón para apurar el trámite. La dejó en un costado y prendió la hornalla delantera derecha con su encendedor Zippo plateado brillante espejado que había olvidado en la cocina. Puso la pava en el fuego bajo. Le gustaba que el agua fuera subiendo de temperatura lentamente. Se le antojaba que el mate tendría mejor sabor.
Buscó su mate de palo santo. La bombilla. Puso su combinación de yerbas preferidas: 2/3 de la tranquera y 1/3 de la cumbrecita. Colocó la bombilla. Puso un chorrito de agua tibia en el mate.
Buscó con la vista el termo. Lo tomó, destapó y vació su contenido. Abrió el edulcorante líquido sin sacarina y le puso tres pequeños y precisos chorritos dentro del termo. Dejó el termo al lado del mate y guardó el edulcorante.
Miró al agua de la pava buscando algún movimiento en el agua.
Esperó.
El agua hizo un leve movimiento, una burbuja solitaria cruzó la inmensidad de la pava. Un ruido apenas audible salió de la pava entre el suave y siseante sonido de la hornalla. Tomó la agarradera con forma de cerdita piggy para no quemarse y trasbasó el contenido de la pava al termo.
Con el termo sin tapar completó un primer mate...
Volvio a llenar el termo con el resto del agua de la pava y puso el tapón al termo.
Se fue al comedor.
Se sentó delante de su pantalla de 29 en su sillón favorito estilo inglés. Respaldo alto. Se había olvidado el celular.
Lo buscó y dejo en la mesita donde habitualmente ubicaba su vaso con una medida de Jack Daniels después de cenar para mirar alguna pelicula, seguramente repetida.
Tomó el primer mate, cebó un segundo, dejo el termo nuevamente en la mesita y prendió la televisión.
Duro de matar II. Escena donde está en el avión del jefe guerrillero. Tiran las grandas dentro. Se salva de milagro. El paracaídas le cae encima y busca como salir...
Where is the fucking door?... dice Bruce Willis con su clásico y repetido estilo.
Mario rió por millonésima vez con el chiste.
La peliculá siguió y los mates siguieron llegando.
Cuando la película terminó, miro al celular. Seguía mudo. Seguía teniendo señal. Seguía teniendo crédito.
Fue a abrir la heladera. Sacó el jamón y medio tomate que le quedaba.
Buscó el pan árabe y un cuchillo. Cortó prolijas rodajas de tomate sobre una pequeña tablita de madera para tal fin. Ninguna mayor a 5 mm de grosor. Sonrió.
Abrió el pan, colocó tres rodajas de tomate, y tres gruesas fetas de jamón del verdadero plegadas en dos. Tapó con la otra rodaja del pan y observó satisfecho. Usando la tablita como plato llevó el emparedado hacia el televisor. Obviamente había quitado los restos del tomate de la tablilla. No deseaba mojar el piso con el jugo del tomate maduro.
Bloqueó un pensamiento.
Bloqueó un segundo pensamiento.
Miró el reloj.
Se sentó a disfrutar del emparedado favorito. Lo fue bajando con mate. Mientras miraba Cinecanal. No sabía que darían a continuación.
Volvió a mirar al celular. Nuevamente bloqueó un pensamiento.
Armaggedon.
Una noche con Bruce Willis. Pensó.
El libro de las revelaciones. Pensó.
Dios Vs. Satán. Pensó.
Sonó el celular. No era una llamada. Era un mensaje de texto. La espera había terminado.
Lo abrió, pulsó las teclas correspondientes. Estaba ansioso y nervioso, era el mensaje esperado, deseado.
Cerró el celular. Lo depositó suavemente sobre la mesita. Y caminó hasta su dormitorio.
Se vistió lentamente. Bien prolijo. Se peinó y puso unas gotas del caro perfume en su rostro.
Buscó en el cajón el resto de elementos que necesitaba.
Se colocó su reloj, imitación Omega Seamaster. Exelente reloj si bien no original. No podía costear el auténtico.
Se puso su cadena de plata, con su crucifijo en forma de maderos.
Se miró al espejo de la puerta del placard.
Estaba perfecto.
Casi olvidaba el último elemento.
Se volvió a mirar en el espejo. Pensó que Armageddon era una película muy tonta. Pero entretenida. Pensó nuevamente en el mensaje del celular. Ella le había mandado el mensaje. Pero bueno. No podría verla. Cambio de planes.
Seguiré con mi vida. Pensó.
El disparo resonó en la habitación.
El arma cayó de su mano.
El cayó hacia atrás. La sangre había manchado incluso el techo.
Meticuloso como siempre había sido, había puesto el caño del Magnum en su boca. No quería sufrir.
El celular volvió a sonar.
Un segundo mensaje de texto rezaba...
"el anterior equivocado. no era para vos. yo tambien te amo. salgo para aya"
El primer mensaje decía:
"harta de vos. no me invadas. no me sofoques. matate"
El la amaba... y solo supo seguir con su vida, obedeciendo a la que él ama.

Por mas que ella le perteneciera a otro. Hasta donde él sabía.
--
Julio H. Nemesio
S.S.S.

MEMORIA Y BALANCE DE SUEÑOS

cuentos

Carlos Adalberto Fernández

Hay silencio en la ciudad, sólo se oyen pasos, corridas, alguna exclamación. No se oyen risas, ni llantos, ni murmullos. Ni discursos, ni música. Es día (noche) de pago; mañana cierra el ejercicio, hay memoria y balance final de sueños. La luna sólo proyecta sombras sobre la sombra del suelo. El viento suelta gemidos de angustia, fatalismo.

La calle está llena de gente silenciosa, cada uno buscando a, o huyendo de, alguien. Los Unos, figuras fantasmales encorvadas bajo el peso de su ataúd cargado de sueños robados, con engaño o violencia –qué importa cómo-, a otros. Esos, los Otros, arrastrándose con dificultad por las carencias de su alma inválida, despojada, desmembrada de sueños, robados o pisoteados por alguien que, ahora mismo, en algún lugar de la ciudad, busca devolver (para mejorar su saldo) la esperanza arrancada en un acto de egoísmo, venganza, placer malsano, quién sabe. Cada sueño perdido es un muro que cierra el camino. Cada sueño robado es una piedra que ata al suelo.

Un portador de ataúd se cruza con un inválido.

—¿Te debo algo?

—Me quitaste la confianza. "¿Justo vos, te anotás? Se necesita gente competente, con iniciativa; vas a hacer el ridículo ¿Para qué servís?". Ni me anoté, el miedo me paralizó. Vi pasar a los otros, excitados, habiendo vivido ¿Ni para perdedor sirvo? Y ahí me quedé, en el rincón de la vida.

—Lo lamento —el depredador encuentra, en un rincón del ataúd, el pedazo marchito de alma—. Necesité compensar con tu sangre algún dolor que, no sé de donde ni por qué, estaba sufriendo. Tomá, perdoname si podés.

—No —El moribundo agarra esa parte de su todo que el otro le entrega, y se aleja, algo más rápidamente.



—¡Vos!¡Eh, vos! ¡Me robaste la ilusión!

—Esa ilusión, la compartíamos; pero no quise perder la oportunidad de ser alguien. Vos, entonces, estorbabas. Tomá, no se por qué, siempre cuidé tu alma, en un rincón del ataúd, cada tanto la limpiaba. Yo también perdí algo, podemos retomar.

—Ya es un sueño muerto. Ahora sos alguien, pero hueco.



La noche es larga. Hay mucho que reclamar, que devolver. No hay quien no deba algo. No hay quien no haya sido despojado de algo.

Sueños, alimento de corazones, combustible de la ambición. Y –sociedad moderna- mercancía que mejora saldos, aumenta beneficios, cotiza en alza.

Termina la noche, hay que hacer el balance. Deudas que ya no se van a poder pagar, salvo con la propia alma. Partes de alma irrecuperables por desaparecidas, inválidas o muertas.



Del balance final quedan retazos demasiados pequeños para alojar al menos un atisbo de esperanza. Almas muertas, extintas, despojos inservibles de una vida que no fue, y ya no será. Ánimas desanimadas, soñando con soñar sueños que caen al instante, desflecados. Espíritus que mañana ingresarán al rubro Pérdidas, que se encolumnarán en la fila de cadáveres a desaparecer en las profundidades de la fosa de las almas muertas. En las esquinas se amontonan, como en un basural, ilusiones yertas, esperanzas invadidas de moscas, utopías en descomposició n.



Cada tanto se ve a alguien corriendo, exultante, listo para edificar nuevamente torres de ilusiones, compartirlas desde mañana, otra vez, siempre igual, con algún depredador esperando por ilusos en un rincón de la vida.

Comienza un nuevo ejercicio contable de sueños.

Carlos Adalberto Fernández

Caminando como si nada

Liliana Varela

Iba caminando como si nada
como si el cielo fuese suyo
como si el día no tuviese final
como si la vida fuera una ruta
infinita, sinuosa, donde no se permite
detenerse a descansar
donde las horas tienen autonomía
y no obedecen a ningún amo
que desee controlarlas
al igual que el liberto huye
de sus cadenas pasadas y no desea
retornar a ellas por ningún motivo
ni tan sólo por el asombro de ver
los grilletes abiertos ahora
sin feudo material
y siguió caminando como si nada
como autómata evadida de todo
lo mundano y lo rutinario
sin pensar en el cansancio
que aumentaba el peso de sus piernas
hasta dejarla sin aliento
y sin deseos de proseguir
y sin ansias de lograr la meta
anhelada pero debió seguir
un poco más, un paso más
hasta que el aire de sus pulmones
enrareciese su esencia
impidiéndole respirar
y siguió caminando hasta lograr su meta
final: llegar a horario al trabajo.

La Sonrisa de Laura Blanco

Manuel Ramos Martínez

Laura Blanco tenía una dentadura bellísima, -sonrisa cautivadora- , y
sus grandes y blancos dientes relucientes de salud, despertaban
envidia incluso a las mujeres más bellas de la ciudad, y ella lo
sabía y hacía galas de esto sonriéndole ampliamente a todo ser que
se detuviese frente a sus bellos ojos.

Y le sonreía a todos con la misma amabilidad y dulzura: a un
político de gobierno, que a un limosnero , a una gerente de banco,
que a un asaltante, a una actriz de teatro , que a un espectador
sentado en la última fila, a una madre que a un niño huérfano, a
un anciano, que a un pobre poeta o a un no vidente… . ¡Ah!, pero
eso si a los hombres y en especial a los más jóvenes, les brindaba
la sonrisa más coqueta, más sensual , mas provocativa posible , y
ellos quedaban encendidos de placer al mirar esa sonrisa tan
fogosa.

En verdad que su sonrisa tenía un magnetismo, cautivaba al más
indiferente y digo esto porque a mi también me cautivaron sus
dientes, sus labios, su inolvidable sonrisa.

Las paredes de las salas de espera, de las clínicas dentales más
visitadas y reconocidas, estaban decoradas con sus retratos, que
mostraban esos dientes saludables haciéndole propaganda a las
cremas dentales más recientes, como al igual en las cubiertas de
las revistas más de moda, en los gigantescos carteles que colgaban
en las calles pricipales de la gran ciudad haciéndole propaganda a
la mejor crema dental del mundo.

Y su vanidad crecía y crecía, al compás de las diarias propagandas,
y el boom publicitario de las más importantes casas comerciales ,
del diario, la radio, la televisión y correo electrónico en fin de
todo ese descomunal aparato ideológico de la oferta y la demanda.

Se podía leer y escuchar por ejemplo: use usted la crema dental
sensitiva "Bella sonrisa" y será tan cautivadora como Laura Blanco,
si usted desea tener la sonrisa acariciante de Laura Blanco use
usted la pasta dental "sonrisal". Última noticia cientifico
estadoudinense ha decubierto que para tener buenas relaciones con
sus semejantes y cautivar a su enamorado o enamorada debe usar la
nueva pasta dental que utiliza la despanpanante Laura
Blanco "Pasta dental apasionada".

-Mientras que en casa, su madre le decia con ojos preocupados y
dolida voz:
- Como sufro ver crecer tu vanidad hija, si te pasas horas y tras
horas mirándote en tu vanidoso espejo, teatralizando poses y
diferentes sonrisas, lipiándote a cada instante tus dientes. Cómo
quisiera saber: ¿cuál es tu verdadera sonrisa?, ¿cuántas mascaras te
han creado en este mundo mercantil?, pero sabes he notado que un
diente no tiene el mismo brillo reluciente que los otros.

-¿Desde cuándo has notado esto madre? sabes que me intranquilizas;
mira que desde que murió mi padre todo lo que poseemos es gracias a
mis dientes y mi sonrisa.

-Desde ayer hija y no quise decírtelo antes, por no
intranquilizarte , pero también debo decirte que no somos
inmortales, que todo se envejece, que todo tiene su desenlace, su
nacimiento y su muerte , algunas cosas mueren antes de tiempo como
los árboles, que son destrozados por las bombas y no alcanzan a
comvertirse en semillas , y lo más profundamente triste son aquellos
niños que no alcanzan a comvertirse en padres. Y quiero decirte que
me duele mucho el no saber cual es tu verdadera sonrisa, tu
verdadera personalidad tu real identidad ¿dónde está Laura
Blanco? ¿Quién es en realidad Laura Blanco?
-Mira madrecita ¡como te amo!, pero no me atormentes: yo me he
mentido y te he mentido yo he decubierto por su puesto antes la
infección en este diente . Fui a la clínica dental y con lo primero
que me encontré fue con mi propio retrato mostrando los dientes
saludables de Laura Blanco.
Manuel Ramos Martínez

La feria de las ilusiones

Cristina Longinotti

Ya que hay una feria de las vanidades, bien podemos suponer la existencia de una feria de las ilusiones. ¿Por qué no? ¿Alguien se ha puesto a pensar adónde van a parar las ilusiones? Me refiero, lógicamente, a las que se desechan, que, en realidad, son casi todas, porque las ilusiones o se cumplen y dejan de serlo o no se cumplen y algunas de ellas terminan abandonadas por ahí. Unas pocas se conservan toda la vida, ya sea enmarcadas como la foto de los abuelos, ya sea en un frasco de formol como la víbora yarará que mi hermano recogió de la carretera cuando era chico y que, pese a estar un poco destripada –evidentemente murió víctima de un accidente de tránsito- o quizá por eso mismo, infundió terror a las visitas desprevenidas durante varios años, hasta que mi madre se cansó y la tiró a la basura.

Pero no hablamos de las ilusiones conservadas sino de las desechadas. Estoy convencida, porque me lo han comentado de buena fuente, que van a parar a un gran depósito donde los empleados las ubican en el sector correspondiente. Si son ilusiones muy grandes, probablemente se valdrán de la ayuda de un montacargas; sino, simplemente las arrojarán hacia arriba, donde otro empleado las recibirá, como reciben los albañiles los ladrillos; lo cual, si bien es un trabajo rutinario, no deja de requerir cierta habilidad.

Más calificación y cabeza requiere el oficio del clasificador de ilusiones, que es el encargado de decidir en qué sector colocarlas. Hay ilusiones de muchos tipos; no nos tomaremos el trabajo de enumerarlos porque sería una historia de nunca acabar. Pero sí podemos destacar que, dentro de las clasificaciones, existen subtipos: ilusiones nuevas, ilusiones usadas, ilusiones en buen o mal estado, ilusiones robadas –para las que la ley no contempla denuncia ante la justicia-, ilusiones prestadas y nunca devueltas y las muy numerosas ilusiones perdidas.

Una vez decidido su destino, el clasificador las deriva a estiba con las recomendaciones correspondientes. Debe tenerse en cuenta que hay ilusiones más frágiles que otras y en esos casos debe aclararse qué cantidad máxima puede estibarse. Por ejemplo: las ilusiones de amor suelen ser las más frágiles de todas y el manual recomienda no apilar más de tres, porque correría serio riesgo de rotura la inferior; especialmente si se tiene en cuenta que es el tipo de ilusión que se usa durante más tiempo y por lo tanto el desgaste las vuelve más delicadas aún.

Es por eso que las ilusiones de amor nuevas o casi nuevas son las que gozan de mayor demanda por parte de los visitantes de la feria. Porque lógicamente las ilusiones se guardan en el depósito con vistas a su posterior venta, aunque las que se pagan con dinero contante y sonante son las menos: la mayoría se adquiere por permuta. Va una persona con una ilusión que ya no le sirve o incluso con alguna que encontró ordenando el sótano o el desván, y la cambia por una que le venga mejor. El procedimiento es el siguiente: entrega su ilusión en la mesa de entradas y, con la especificació n del tipo de ilusión que desea adquirir a cambio, es acompañado por un empleado al sector correspondiente. Allí mira y remira, a veces revuelve un poco si las carácterísticas de la ilusión lo permiten, se prueba varias hasta que encuentra la que le cae bien, y se la lleva. Y así se va, contento con su ilusión a estrenar –aunque haya sido usada por otro antes- mientras los empleados se echan una mirada cómplice porque saben perfectamente que, dentro de un tiempo, volverá la misma persona a cambiar otra vez la ilusión. Hay algunos que incluso hacen apuestas, aunque está estrictamente prohibido, sobre el tiempo que tardará el cliente en volver.

Es cierto que a veces no vuelve, porque directamente pierde la ilusión por ahí. Por eso hay otro tipo de funcionarios, que son los encargados de ir recogiendo las ilusiones que encuentran por la calle, siempre que no sean ilusiones muertas; en ese caso, la sección de fúnebres es la que se encarga de levantarlas y enterrarlas. A veces el que pierde una ilusión desea recuperarla; es por eso que la sección de ilusiones perdidas ha estipulado un plazo, que comienza a transcurrir desde el hallazgo de la ilusión, después del cual nadie tiene derecho a reclamo alguno y la ilusión pasa a la sección de venta/permuta.

Con respecto a los compradores de ilusiones, que ya dijimos que son los menos, no son muy bien mirados porque su modus operandi no contribuye a incrementar el acopio de ilusiones; si todos pretendieran comprarlas en vez de permutarlas, la feria se vería muy pronto vaciada de su contenido. A este respecto hay tambièn disposiciones muy firmes contra los acopiadores de ilusiones, que pretenden después revenderlas a precios exorbitantes.

En algunas fechas significativas, la feria de las ilusiones es un hormiguero humano. Especialmente para las Navidades y Fin de Año, todos quieren renovar sus ilusiones y se forman largas colas y hasta se producen peleas entre los clientes, que se disputan algunas ilusiones a los tironeos, por lo que se hace imperativa la custodia policial. Hubo una vez un conato de saqueo, en ocasión de la asunción al poder del último mandatario, tal era el entusiasmo de la gente; pero también se recuerda la gran afluencia de ilusiones producida durante la última dictadura militar, cuando el depósito casi no dio abasto, porque la gente no encontraba una ilusión a medida para reemplazar la que iba a desechar y, molesta después de estar una hora probándose ilusiones, se iba sin reclamar nada a cambio. Los recolectores de ilusiones perdidas, además –y los de fúnebres también, seamos sinceros- tenían muchísimo trabajo y, si no se daban prisa en recoger las ilusiones de la calle, se corría el riesgo de que se taparan los desagües y se produjera una inundación en caso de lluvia. Fue una época de oro para los especuladores, que vendían ilusiones viejas remozadas y con certificados de garantía falsos. Los compradores eran unos incautos, porque es de público conocimiento que las ilusiones no tienen garantía.

En fin, creo que averiguaré la direcciòn de la famosa feria e iré a ver qué encuentro. ¿Alguien quiere acompañarme?



Cris

Hoy lo haré

Liliana Varela

Hoy lo haré...
estoy decidida.
Tomo el cuchillo y lo afilo bien. Nadie notará que lo he hecho yo,
nadie sabrá que yo he penetrado ese blando cuerpo con el filo tajante
de este instrumento.
Nadie me descubrirá.
Allí está, ni se ha percatado de mi presencia. No lloraré: lo juro; demasiado
Me ha hecho sufrir ya. Años y años de sufrimiento acabaran en unos segundos.
Me he instruido en el arte del asesinato sin pruebas, en las técnicas orientales
De la disociación mente- cuerpo.
Estoy con el control absoluto de mis dominios corporales y mentales.
Aquí va… sin salpicar una gota de su esencia vital, continuo inmaculada….
Jajajaja!!!! Es mi gloria …. ¡¡Lo he logrado!!... Dos, tres tajadas, bravo!!! Es mi
Cenit!!!!...
¡¡Maldita cebolla… está vez he podido contigo!!

Liliana

Gumersindo

Malcolm Peñaranda


Gumersindo estaba desempleado hacía varios meses.

Con la persistencia que sólo los colombianos tienen, Gumersindo se enfrentaba aquella tarde a una entrevista más para intentar conseguir un empleo.

Llegando a la oficina que le indicaron, frente al entrevistador, esto fue lo que sucedió:
- ¿Cuál fue su último salario?
- Salario mínimo - responde Gumersindo
- Pues me alegra informarle que si usted es contratado por nosotros, su salario será de USD$10.000 por mes.
- ¿Jura...?
- Por supuesto!. Y dígame, ¿qué carro tiene usted?
- La verdad es que yo tengo un carrito para vender raspao' en la calle, y una carretilla para transportar escombros...
- Entonces, sepa que si usted viene a trabajar con nosotros, inmediatamente le daremos un BMW convertible último modelo, y un Audi A6 para uso de su esposa, ambos cero kilómetros
- ¿Jura...?
- Sí señor!. ¿Usted viaja con frecuencia al exterior?
- Verá usted, siñó... lo más lejos que yo viajé, fue a Montería, a visitar unos parientes.
- Pues si usted trabaja aquí, viajará por lo menos 10 veces por año, con agendas entre Paris, Londres, Roma, Mónaco, New York, Moscú... entre otros países.
- ¿Jura...?
- Es como le digo, señor Gumersindo.. . y le digo más: el empleo es casi suyo!. No puedo confirmarle 100% ahora, porque tengo que cumplir un requisito de informarle antes a mi Gerente, pero está casi garantizado! . Si hasta mañana viernes, a las 12:00 de la noche, usted no ha recibido un telegrama de nuestra empresa cancelando todo el proceso, significa que puede venir a trabajar el lunes a las 8:00 de la mañana...!

Gumersindo salió radiante de la oficina!. Ahora era sólo esperar hasta la medianoche del viernes, y rezar para que no apareciera ningún maldito telegrama.

Al día siguiente todo era optimismo... no podía haber existido un viernes más feliz que aquel. Gumersindo reunió a toda la familia y es contó las buenas nuevas.

Después convocó al barrio entero, y les informó que estaba comenzando un asado gigante, con música al vivo y bebidas para todos los gustos, al cual estaban todos invitados.

Cuando fueron las 5:00 de la tarde, ya se habían consumido varios barriles de cerveza y muchos kilos de carne asada al carbón.

Conforme avanzaba el día, más personas llegaban y la alegría desbordaba. A las 9:00 de la noche el barrio estaba extasiado y la fiesta hervía!. La banda de música tocaba sin parar en tarimas improvisadas, el pueblo bailaba y comía, mientras la bebida rodaba sin cesar.

A las 10:00 de la noche la mujer de Gumersindo empezó a preocuparse, pues le parecía que aquello ya era demasiada exageración.. . pero todo continuaba. La vecina buenota, la apetecida del barrio, ya comenzaba a bailar descarado y a apretarse contra Gumersindo, haciéndole descarados coqueteos.

La banda seguía tocando, el volumen aumentaba, la cerveza corría por litros, el pueblo bailaba desaforado, la carne humeaba en las parrillas y era consumida en cantidades.. .
A las 11:00 de la noche Gumersindo ya era el rey del barrio!.

Las cuentas de gastos, para divertir y para llenar la barriga del pueblo, a esas alturas ya sumaban cifras gigantes... pero todo sería por cuenta del primer salario!. La mujer de Gumersindo seguía medio afligida, medio preocupada, medio celosa, medio resignada, medio alegre, medio boba y medio asustada.

Once horas y cincuenta minutos... y doblando la esquina, al final de la calle, aparece un motociclista vuelto loco, entrando en la calle de la fiesta a toda velocidad y tocando insistentemente el pito de la moto.
Era el cartero...!! !
La fiesta paró en 1 segundo...
la banda se silenció al unísono...
el primo de Gumersindo se atragantó con una papa...
un borracho eructó...
una viejita soltó un peo...
un perro comenzó a aullar...
Dios mio... !!!.... ¿Y ahora quien va a pagar la cuenta de esta fiesta?
'Pobrecito Gumersindo.. .!!', era la frase que la multitud murmuraba, y se repetían unos a otros.
Tiraron unos baldes de agua encima de las parrillas de la carne, y hasta los carbones humeantes parecían llorar. Desconectaron los refrigeradores que contenían los barriles de cerveza. Los músicos se bajaron de la tarima.
La mujer de Gumersindo se desmayó cuando la moto del correo paró frente a su casa, y preguntó:
- ¿Señor Gumersindo Anastasio Martínez De la hoz?
- Si, sí... si se... si señor... soy... soy yo...
La multitud no resistió más. Un 'Oooohhhh' apesadumbrado se escuchó en todos los alrededores. Algunos comenzaron a recoger sus cosas para retirarse a sus casas.
Mujeres lloraban abrazadas.
Los hombres se daban palmaditas de consuelo en los hombros, los unos a los otros. El mejor amigo de Gumersindo estrellaba repetidamente su cabeza contra la pared. La vecina buenota se componía la falda y se arreglaba el cabello.
- Telegrama para usted...!
Gumersindo no lo podía creer. Agarró el telegrama con sus manos temblorosas y con los ojos llenos de lágrimas. Irguió la cabeza y miró con valentía y tristeza a toda la multitud que aguardaba expectante.
Un silencio total se apoderó del barrio...
Respiró profundo y comenzó a abrir el telegrama. Sus manos temblaban y una lagrima se deslizó, cayendo sobre el pavimento.
Miró de nuevo a todos los que hacía minutos lo idolatraban; todo era consternación general. Logró sacar el telegrama del sobre, lo abrió y comenzó a leer. El pueblo aguardaba en silencio y se preguntaba: '¿Y ahora quien va a pagar toda esta cuenta?'
Gumersindo comenzó a leer el telegrama. A medida que lo hacía, su rostro cambiaba de expresión y fue quedando muy, muy serio.
Terminó su lectura y se quedó abstraído, mirando hacia la nada.
Levantó de nuevo el papel y volvió a leerlo. Al final dejó caer los brazos, levantó lentamente la cabeza, sacó pecho y miró al pueblo que lo esperaba.
Entonces... una sonrisa comenzó a dibujarse lentamente en el rostro de Gumersindo!. En ese momento comenzó a saltar, a aullar de felicidad, brincando como un niño, abrazándose con los que estaban a su lado en la mayor demostración de felicidad ya vista, mientras gritaba eufórico:
- Se murió mi mamá.....!!!! ! HIJUEPUTA ,.....Se murió.

CUENTO UNO

julio hector nemesio


El punto de vista hacía rememorar una versión liliputiense del Río Paraná. Un culebroso hilo de agua que nacía caprichosamente, quién sabe donde detrás del lavamanos, bajaba por sobre las cerámicas inglesas verdiazules, hasta llegar a la desembocadura mosaico francés, donde luego de un viraje de noventa grados se transformaba en un diminuto delta que terminaba abruptamente en una gloriosa aunque milimétrica cascada, en la rejilla del baño de Sr. Pérez Cornejo.



Así como el Sr. Pérez Cornejo poseía un lujoso baño, además era dueño de un resto de casa acorde al primero.

Es notable como en algunas personas el diazepam es menos efectivo que una colección de objetos pagados con camiones de efectivo, o en su defecto una espaciosa casa con el suficiente, nunca suficiente en realidad, espacio donde acomodar esos "efectivos" objetos de lujo o bien de alta tecnología. Como muestra basta un botón, decían antaño, el glamoroso sofá de tres cuerpos de diseño exclusivo y forrado enteramente en fino paño italiano, tratado con exóticos químicos de última generación que aseguran su limpieza y mantiene los colores más vivos y brillantes, hacen que la irrisoria suma de diecisietemil dólares americanos hayan sido claramente una bicoca. Y no olvidar su diseño exclusivo fue un mandato, del vendedor jamaiquino, que la Señora Pérez Cornejo cumplió a pie juntillas. Las caras de asombro de las visitas cuando la Sra. Pérez Cornejo hablaba de las bondades del sofá, de lo exclusivo que era y de lo irrisorio de los diecisiete grandes que habían abonado por él, eran un placer que sentía aunque no reconocía como tal. Si ella se hubiera siquiera sospechado en una actitud de esa clase, lo primero que hubiera hecho era confesarse con el Cardenal Angelotti. También cabe aclarar que el Cardenal era el confesor exclusivo de ella y guía espiritual de la familia Pérez Cornejo.

Bueno, en realidad lo relevante fue que el Sr. Pérez Cornejo se hallaba en el baño de referencia, en posición fetal, sudando, temblando y mirando con ojos vidriosos la pequeña versión privada (exclusiva.. . ¿quizás?, je je) del Paraná hogareño. El hallarse en esa posición, un tanto fuera de lugar para un hombre de su clase, entre el bidet y el inodoro no parecía incomodarlo mientras recordaba la llamada. El motivo de la aparente incomodidad fue su jefe, o mejor dicho su ex – jefe de facto, ya que en cierto modo sentía que le habían despedido de su trabajo. Su jefe o ex – jefe lo había llamado y con esa llamada supo que lo sabía todo. Y supo que sabía por el natural desdén en sus palabras cuando le contestó las cifras del saldo en la cuenta caimanesa.

Al llegar a su hogar, bruto country en pilar, llamó a su respaldo y este le contestó que en menos de dos horas estaría ahí, y como pudo le informó que en menos de dos hora ya habrían llegados sus ex – empleadores. Colgó. Y se produjo en ese instante de colgar una simultaneidad que le golpeó como un relámpago en su sistema nervioso. El teléfono volvió a sonar, y la voz tranquilizadora de su respaldo ya no se le antojaba tranquilizadora, es mas le pareció vaga, lejana y, si se quiere, irónica. La voz del jefe (ex – jefe) siseó en el tubo. Se había esguinzado su abogado y no podía jugar el partido habitual de dobles con él, y esto era realmente grave, y que la caja de Jhonny Walker etiqueta Azul estaba en juego, su honor también, bla, bla, bla. Y que, diciéndolo como al descuido, su asistente personal llegaría a la brevedad a buscarlo.

Lo que él escuchó fue una voz clara y jovial que le respondía a su jefe (¿ex – jefe?) dándole por segura su participación y que solo le pedía tiempo para una rápida ducha y cambiarse de ropa. También vio una mano firme y graciosa que colgaba el tubo telefónico.

Dado que el Sr. Pérez Cornejo nunca había sido un hombre de acción, y dado que lo más emocionante que hacía era engañar a su esposa con la mujer del amante de ella (que por supuesto todos fingían ignorar, por lo que se invitaban, muy educados todos, frecuentemente a sus casas), necesitó algunas dosis (repetidas y copiosas) del aceptable doce años que él bebía y que procedió a sudar, cómodo, apoltronado sobre su exclusivo sofá.

El ruido que percibió le explotó en su alcoholizado cerebro, pero no supo si lo había efectivamente percibido o tan solo imaginado, pero real o no logró tres cosas: tensarse aún más que antes, comenzar a sudar nuevamente y orinar el fino paño italiano (cumpliendo sin saberlo la anhelada fantasía de una amiga de bridge de su mujer). Reptando, trastabillando, arrastrándose o como fuera se desplazó lo más rápido que pudo apagando todas las luces interiores y exteriores de la casa en su incoordinado paso. Entró al baño principal del primer piso, dejó la luz del botiquín prendida, vomitó en la bañadera y cayó en posición fetal entre el bidet y el inodoro.

La inasible y pastosa nebulosa mental que precede a la vigilia pos – alcohólica varía de manera proporcional a la cantidad del líquido ingerido e inversamente proporcional a la calidad del mismo, le habían dicho innumerables veces. Falso. Falso lo de inversamente proporcional. Bandadas de locomotoras desenfrenadas y al galope surcaban su macerado cerebro. Pero en relación con lo bebido y a la circunstancia podría decirse, muy audazmente, que el despertar del Sr. Pérez Cornejo fue suave, sin tomar en consideración el brutal dolor de cabeza, y la desorientació n espaciotemporal.

Se levantó extrañado de tan patético lugar donde se había encontrado a sí mismo, se miró al espejo, y recordó. Si bien todavía no se ha estudiado suficientemente a fondo los mecanismos de la memoria, está ampliamente registrado que estos pueden ser tan vívidos como lo real. Y el Sr. Pérez Cornejo lo experimentó en ese momento. Una gota de sudor se descolgó de una ceja y se estrelló en la brillante bacha esmaltada. Cuando volvió su mirada al espejo había un rostro ahí que no conocía. Aunque supo cual era el nombre. Él había visto antes ese rostro en muchas personas que habían defraudado a su ex – jefe. Personas que sabían que iban a morir.



Trató desesperadamente de reconectarse con su inteligencia, y recordó que sus tres hijos varones estaban con su abuelo materno en la estancia. Sabía que su mujer se hallaba en el spa reponiéndose de su último desliz con los batidos de ananá, hielo, Jack Daniels y anfetaminas. Pudo sonreír a fuerza de imaginar al Cardenal Angelotti degustando la especialidad de la muy jodida turra (cabe también aclarar que ella fuera una puta jamás le molestó, dado que era así de fácil desde antes de conocerla). Sin haber terminado el pensamiento mordaz, otro llegaba potente, claro y en Cinemascope. Natalia. Su little queen estaba con el ama de llaves en la casa de sus abuelos paternos del tigre. Deseó poder estrujar a su hijita de 4 años, y se fue a la habitación de ella. Al ver la muñeca de piernas largas colgada en la puerta de la niña, supo que no la tendría nuevamente entre sus brazos, tomó a la patilarga y la acunó como cuando su Quennie era una recién nacida. Le ordenó el dorado pelo lanudo y la puso donde la luz de sus ojos deseaba que estuviese. Miró el reloj. Había pasado mas de una hora desde que recibió la amistosa y cordial invitación del hijodecontraremilre putas de su ex – jefe. Por enésima vez su estómago se volcó y galopó hacia la arcada. Bajó corriendo las escaleras para buscar en el living las llaves de su Porsche 911 Turbo Carrera 4 rojo. Sabía que debía huir, y debía huir ya. Mientras buscaba sabía (parece que, a veces, saber mucho no sirve de nada) de lo fútil de tal actitud. Él sabía (¡otra vez!) a cabalidad, la paciencia, meticulosidad y sigilo del asistente personal que lo vendría a buscar. El conocía de sus habilidades ya que él le había hecho algunos trabajos con la venia de su ex – jefe. Aterrizó otra vez, pero en el costado seco, en el sofá de la trola de su mujer y el silencio y la oscuridad lo envolvieron. Ominoso y tangible lo rodeaba y lo aprisionaba inmisericorde, las lágrimas comenzaron a rodar, y por primera vez en muchas décadas se preguntó si todo había valido la pena. El sentir que lo valió le dio una cucharada de ánimo, y por encanto el silencio le pareció menos denso.

El murmullo apenas perceptible, menor aún inclusive de la sombra que los seguía. Necesitaba creer que era una mala jugada de sus sentidos. Él dudaba seguramente que lo que no escuchaba eran las pisadas del asistente personal, y se le antojaban claras, nítidas, cercanas, peligrosas. Solo en ese momento recordó el regalo el regalo del socio/amigo/ mentor colombiano de su ex – jefe. Era un regalo a todas luces notable a pesar de su color negro mate. Caminó como sobre ángeles hasta su escritorio de planta baja, buscó en el segundo cajón de la derecha comenzando de abajo detrás de la caja de Partagás. Sintió donde debía la ficticia rugosidad de la caja de resina ultraliviana, la tomó y la depositó con suavidad sobre el cristal del escritorio. Apenas utilizando las yemas la abrió y la negrura pareció hundirla en la caja. Antes de tocarla, el aroma del arma aceitada llegó, mortal, a su consciencia. La tomó, la sopesó, la cargó, le quitó el seguro y la amartilló.

La Glock que en ese momento portaba es un arma magnífica por su poder de tiro, por sus mecanismos sencillos pero ultraefectivos, por su facilidad de uso y mantenimiento, por su precisión, y por ser virtualmente indetectable en una máquina de rayos X. La misma se halla realizada casi en su totalidad por materiales exóticos ó cerámicos y solo un mínimo de materiales ferrosos. Perfecta para viajar en avión, le dijo entre sonoras carcajadas el colombiano, como si hubiera dicho algo extremadamente gracioso.

Ahora que portaba el arma pronta para la acción, un falso bienestar llegó, logrando tranquilizar, solo apenas, a su pulso y respiración.



El ruido de la rama al romperse transformó lo que no oía en lo que sí para solo conducir su cobardía natural a donde debía estar. Dirty Harry (Clint Eastwood en Harry el sucio…) había desaparecido.

La rama había sonado cerca de la puerta del frente y su corazón redobló sus latidos. Debía resistir hasta la llegada del respaldo, que el cual también traería a la policía para salvarlo. Ese puto fiscal debería apurarse si deseaba un testigo vivo en un futuro juicio.

Desde la puerta del escritorio vio la silueta que se dibujaba contra los cortinados del living. Decidió esconderse. Oyó la voz preguntar por él, haciendo esto que se moviera hacia la escalera. A mitad de la escalera escuchó que el hombre abría la puerta del frente. No había cerrado la puerta. No había verificado las puertas ni las ventanas. Se sintió un boludo muerto que le había dado vía libre al asesino. Necesitaba ganar tiempo, hacer algo y pensar así que siguió subiendo la escalera para esconderse en las sombras del pasillo de la primera planta. La voz se le antojó pastosa y grave cuando le preguntaba con aire preocupado si le ocurría algún problema. Tenía noticias del extraño sentido de la ironía del asistente personal. Eso se lo confirmaba.

La mandíbula de dolía de la tensión al morder y el pecho le quemaba progresivamente, el arma se tornaba cada vez mas pesada, y sabía por eso que el pánico estaba tomando control sobre sí. Las pisadas en la escalera eran mas pesadas y oscuras y sus pies también, como si tratase de moverlos envueltos en plomo. Debía mover sus pies, tenía que hacerlo para poder retroceder, y necesitó toda la fuerza de su voluntad, poca fuerza a estas alturas, para poder hacerlo. Al bajar la vista vio sus pies y sinceramente le eran desconocidos. Al moverse tan solo un poco mas hacia atrás, se dio cuenta que alguien había puesto su vida en cámara lenta, y que no tenía ningún control. No tenía dominio de sus acciones, tan solo era un espectador de primera fila, de esas mismas que siempre se ufanaba en conseguir. La silueta estaba llegando al pasillo y luchó por tomar el control, pero su cuerpo decidió arrinconarse lo más posible a la puerta que había detrás de él. Sentía que el dolor crecía, que el peso aumentaba y que su conciencia empezaba a apagarse, y luchaba por ella, el fuego en su pecho lo taladraba y su brazo derecho subía descontextualizado, sin control. Era todo o nada, cuando sintiese su espalda apoyada en la puerta, le ordenaría a su mano que disparase. Un plan sencillo, efectivo, a primera vista.



Las últimas ideas/sensaciones que su pasaron por su mente fueron tres, aunque en realidad fueron un solo suceso, sin ningún tipo de dudas (¿o sí?). La primera fue que le tocaban el hombro, cosa que no le resultó extraña dado que había dejado todos los accesos de la casa abiertos, y que el asistente personal de manera habitual trabajaba con el chofer de su ex – jefe. Lo segundo que pensó fue en la facilidad con que estos lo habían emboscado. La tercera cosa fue el destello de luz y sonido que lo encegueció y aturdió en sincronía con la estocada final del plomo hirviente llegando a su corazón. Esas tres ideas formaron un último pensamiento del exitoso Sr. Pérez Cornejo mientras moría en el coqueto pasillo del primer piso de su exclusivo country club.



El puto fiscal veía como su oportunidad de llegar a juez de la nación tirado en el piso con un arma en la mano. No podía creer o entender el tamaño de su mala suerte, mientras leía la declaración del testigo.



"Las luces estaban apagadas y eso fue extraño. Pregunté si había alguien en la casa y no me respondieron, por eso decidí entrar en la casa a oscuras. Me pareció escuchar un ruido que venía del primer piso y pregunté si necesitaban ayuda. No me respondieron pero como me pareció escuchar algo en el primer piso empecé a subir. Al llegar al pasillo pude ver al Sr. Cornejo con un arma en la mano apuntándome y me tiré al piso lo más rápido que pude, y justo en ese momento disparó su arma. Pensé que estaría borracho y que me mataría pero vi como empezó a caer al piso. Tenía los ojos abiertos, como dos huevos fritos, y boqueaba como un pescado fuera del agua. Tenía miedo que me pegue un tiro así que no me moví por un rato. Dejó de boquear. Le hablé y no me respondió. Me levanté y vine corriendo a la garita para llamar a la policía. El hijo de puta casi me mata. También era un tacaño, pero su mujer no, era muy considerada y cortés. Ella sabe como devolver favores a la gente. Ehhh, no me malinterprete, eh?".



El testigo firmó la declaración al ayudante y el jefe de seguridad del country le dio el resto de su turno libre. El señor guardia de seguridad del country club pensó que a pesar de todo era muy afortunado. El inconsciente del Sr. Cornejo no lo había matado por milagro y podría volver antes a su casa para preparar más tranquilo y descansado el asadito del viernes por la noche, para él, su señora, hijos y nietos. Nunca pudo comprar su casa, pero nunca se sintió tan feliz.



03/04/2002 - 21/11/2002 (fecha de inicio del engendro mutante y su finalización)



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julio hector nemesio

ENTRE CEBADA Y CEBADA, RONDA LA HISTORIA

Long-Ohni

lomejordemuestrario


Tupá, el Dios del Bien, bajó a la tierra para enseñarles a los tupí guaraníes a usar la yerba, a secarla y a triturarla y puso a los yerbatales bajo la protección de un anciano y su nieta: Caá Yará y Caá Yarí. Y los naturales se las ingeniaron con una calabacita para beber la infusión. Este recipiente originario tiene su nombre propio en guaraní: “caaiguá”. Y su significado es bien preciso: “caá” significa “yerba”, “i” quiere decir “agua” y “guá” indica “vasija”. Pero no termina aquí la riqueza de la lengua guaraní puesto que también para la bombilla contaban con un vocablo, “tacuapí”, dentro del cual “tacuá” significa “caña hueca” y “apí”, de condición “lisa”.

Y entonces, ¿cómo es que a la infusión que se prepara con Ilex paraguariensis es conocida hoy con el simple nombre de “mate”? Es que a los conquistadores les resultaba tan difícil la fonética del guaraní que eligieron el vocablo “máti”, nombre con el que lo quechuas denominaban a esta calabacita recipiente, para referirse a esta bebida extraña y desde allí, por deformación, que terminó en “mate” cerca de 1570, unos años después de que Domingo Martínez de Irala recorriera la zona del Guairá, donde le llamó la atención la buena salud de los nativos y la costumbre de beber esa exótica infusión de sabor amargo en una calabacita.

Cierto es que los naturales la consumían como bebida refrescante, pero también como bebida ritual que expulsaba los males del cuerpo. Parece que desde el principio los españoles vieron con muy malos ojos esta práctica y en particular los evangelizadores estigmatizaron el ritual de este cáliz pagano por considerarlo un vicio satánico capaz de destruir al género humano. Y así el inocente mate pasó a ser “bebida del diablo” perseguida por autoridades civiles y religiosas, a tal punto que su uso estuvo prohibido bajo pena de excomunión.

Sin embargo, muchos de los mismos misioneros jesuitas, curiosos por saber qué gusto había en sorber esa bebida, terminaron probándola y adoptándola durante el siglo XVII. Y todavía más: perfeccionaron la bombilla natural de caña tacuara agregándole en un extremo una malla fina de fibras vegetales que permitiera filtrar la infusión.

Pero la batalla del mate aún no estaba ganada pues seguía teniendo férreos detractores. Un funcionario de la época afirma en una carta:”Es una vergüenza que mientras los indios la toman una sola vez al día, los españoles lo hacen todo el día”. Otro más, envió una carta al rey en la cual informaba acerca de “este vicio abominable y sucio que es tomar yerba con gran cantidad de agua caliente” y sentencia que “hace a los hombres holgazanes y que es total ruina de la Tierra”.

Según lo observado por el Adelantado Hernando Arias de Saavedra (Hernandarias) en 1592 y relatado por Ruíz Díaz de Guzmán en “Breve historia de etapas de conquista” (1612), los indios llevaban junto a las armas unas pequeñas bolsas de cuero o “guayacas” en las que guardaban las hojas de yerba mate triturada y tostada cosa de tenerla a mano en sus largas marchas o tareas diarias. Es de estimar que la primera mala impresión que Hermandarias tuvo sobre el mate, no cejó, puesto que el 20 de mayo de 1616, siendo Gobernador de Buenos Aires, dicta un decreto de prohibición estableciendo que comprar y vender yerba eran dos actos delictivos que debían ser castigados gravemente. Mandó entonces secuestrar toda la yerba de la ciudad y una parte fue quemada en la Plaza Mayor y otra arrojada al río.

Sin embargo, el mate sobrevivió y fue aceptado como bebida estimulante, al igual que el té, cuando los personajes más importantes de Asunción la incorporaron a su dieta. Y así fue que, a pesar de todas las prevenciones, el “vicio” fue en aumento y no sólo por razones de costumbre, puesto que los españoles descubrieron que la explotación del ilex era también un excelente negocio y los propios jesuitas establecieron plantaciones en lugares más accesibles que “el infierno verde” en el interior del Paraguay, cultivo sistemático que regentearon hasta que fueron expulsados de esta parte de América en 1756.

Así las cosas, el mate escaló posiciones según lo revelan las transformaciones del recipiente original. De las primitivas calabazas simples y humildes como la “galleta” (calabaza aplastada con la boca al costado), el “poro” (con forma de pera) y el “galleta con manija” (con un asa en forma de pico) se pasó a los mates de calabacita ornamentados y enriquecidos con trabajos de plata e incluso de oro. Al llegar a Bolivia (en especial q Potosí, la ciudad de los reyes) y al Perú, puntos clave del desarrollo virreinal, el mate y sus accesorios pasaron a ser verdaderas obras de arte ejecutadas por los más delicados orfebres de la época, tanto de estas tierras como maestros europeos, en especial, italianos.

El mate, en manos de las clases altas de la sociedad colonial, terminó siendo un símbolo de status y marcaba tendencias y durante siglos los estilos denunciaron las modas que venían de Europa, se tratara de las primitivas calabazas recubiertas de plata, con diseños lisos durante la colonia y más repujados a medida que avanzaba el siglo XIX o de recipientes totalmente forjados en oro como los de Potosí hacia 1780, de clara inspiración rococó.

A pesar de todas las vicisitudes y los malos presagios de épocas remotas, el mate hizo su historia y sigue vivo. Quedan, como testimonios de su voluntad de permanencia y de conquista, piezas que atestiguan su devenir, desde los sencillos mates pampas y araucanos a otros ilustres, como el austero mate de campaña del General San Martín y su contracara, el mate “atado” de calabaza, con adorno y bombilla de oro, el “Mate Federal” que perteneció a Encarnación Escurra de Rosas; los mates de Marcelo Torcuato de Alvear y el de Hipólito Irigoyen; mates de indudable filiación con la estética del Art nouveau y del Japanisme; sofisticados mates de porcelana hechos en Inglaterra y Alemania que supieron tener gran difusión entre las familias adineradas rioplatenses del 1900 y hasta el mate que perteneció a Eva Perón, hecho en Francia en 1950, de plata y porcelana y con sus iniciales grabadas.

La costumbre de esta infusión no sólo traspasó el tiempo sino las clases sociales y se convirtió en un elemento distintivo que acompañó el paso de la historia, desde la colonización a nuestros días. Omnipresente en la vida argentina y más allá de nuestras fronteras, el mate criollo pervive en los ranchos más humildes, en las casas más distinguidas y hasta en las oficinas como símbolo de hospitalidad, compañero de charlas y silencios, ceremonia que linda con lo sagrado y en la que la ritualidad sigue vigente, se trate del arte de la cebadura, se trate del “mapa matero”, pues cada pago tiene sus tradiciones, se trate, en fin, de lo que el mate “dice” por sí mismo.

En el arte de la cebadura, las reglas, según las zonas, suelen ser implacables, pero se pueden reconocer, al menos, dos estilos definidos: el “resero o tropero”, en el que cada uno ceba y toma pasando pava y mate al siguiente y la cebadura “estrella”, en la que el que ceba se sienta en el centro y reparte aunque también toma.

En cuanto al “mapa matero”, en la Mesopotamia y Formosa hay mate de verano, “tereré” o mate helado y mate de invierno cebado en “porongo”. En Chaco, el azúcar y la leche en lugar del agua son gestos de buen gusto, los salteños se inclinan por el mate amargo y sencillo mientras que en Santiago del Estero es costumbre tomarlo con miel, en La Rioja, Catamarca, San Luis y Córdoba será bien caliente, con azúcar y los aromas de la peperina, el poleo o la tala así como la menta y la cáscara de naranja, en tanto que en la llanura pampeana y Chubut se vuelve otra vez amargo. Y así como gustos hay variedad de tipos de mate, se trate de la originaria calabaza, el de palo santo (en Chaco y Formosa), el de caña (particularmente del noroeste) y el de calabaza forrada con piel de testículo de toro, frecuente en Chubut y en el Uruguay.

Más allá, el ritual del mate cuenta con un vocabulario propio que forma parte de nuestras tradiciones, porque el mate “habla” y el asunto es comprender su mensaje. El mate amargo será “cimarrón” e indicará indiferencia, cuando quema se dice que “está pelando un chancho” y suele significar que el que ofrece arde de amor, pero si está frío se dirá que es “mate de hospital” y podrá entenderse como desprecio. Al que viene muy dulce se le dice “guarapo” o “mate misqui”, para los santiagueños, pero indicará amistad. El mate con cáscaras de naranja se interpretará como “venga a buscarme” y, por el contrario, el mate tapado deberá entenderse como “búsquese otra” así como el mate lavado, “váyase a tomar a otro lugar”. Mientras el mate con leche se entenderá como estima, el mate con café nos dirá que la ofensa está perdonada. Un diálogo singular que no deja de tener sus misterios.

Pero hasta en lo más general, el mate tiene sus dichos: al primer mate cebado se lo llama “el del zonzo” y al último “el del estribo” y si la bombilla se tapa será “mate trancao” mientras que si lo ceba uno tras otro una misma persona se dirá que “se le enciman los mates como mosquetes de loco”. Y aunque resulte curioso, si alguien promete algo y no lo cumple, le dirán que es como “el mate de las Morales” según el dicho popular, porque parece que estas mujeres se iban siempre en promesas.

El mate, en fin, ha llegado incluso hoy a imbuirse de religiosidad. No hace demasiado, el Día de los Santos Mártires de Caaró se entronizó en la Catedral de Buenos Aires el Santo del Mate, imagen de San Roque González de Santa Cruz, hijo del conquistador Bartolomé González, llegado con Pedro de Mendoza, quien nació en Asunción y ya adulto ingresó en la Compañía de Jesús. Muerto en un levantamiento de hechiceros en 1628 fue canonizado por el papa Juan Pablo II. El ceramista José María Lanús, autor de la imagen, se basó en un retrato perdido y redescubierto por el padre Furlong en Córdoba a comienzos del siglo XX, pero a diferencia de la tela que lo muestra con el corazón en la mano, el artista lo presenta con un matecito de plata aludiendo a la difusión que los jesuitas hicieron del “caá” en beneficio de los naturales.

Y no queda en esta singular imagen el asunto. Noticias se tienen sobre una advocación a la Virgen como Nuestra Señora Gaucha del Mate, humilde e ingenua paisanita que porta como atributos la pava y el mate y que revela la expansión de la religiosidad en lo que hace a nuestras costumbres criollas.

El mate, a no dudarlo, no conoce derrota. Luego de conquistar la América Latina, se extendió a Medio Oriente, a Siria y El Líbano de manos de los inmigrantes que retornaron a sus tierras y a los Estados Unidos, en particular, a la Florida y California. Madonna lo toma. Mel Gibson lo toma. Y hasta los chinos lo toman. Así que ni siquiera podrá resultar curioso que en la lejana Siberia, hoy día, se fabriquen mates confeccionados en madera de tilo siberiano que, al igual que las conocidas “matrioshkas”, se presentan decorados con diseños que provienen del arte iconográfico religioso.

Entre cebada y cebada, el mate trazó su historia, que es la nuestra.

Susana y Gustavo

Patricia Ortiz
lomejordemuestrario


Revolvía el café distraída, mientras intentaba concentrarse en la lectura de un artículo del diario; pero su mente se perdía una y otra vez en la búsqueda de una obsesión: morir. Susana había caído hacía ya un par de meses en un pozo depresivo del cual no tenía intenciones de salir. Había sido una bella mujer, pero el abandono de este último tiempo la mostraba envejecida, vencida. Bebió un sorbo de café y una mueca de disgusto se dibujó en su rostro. Estaba frío y dulcísimo. Empujó la taza hacia el centro de la mesa, hasta que el platito chocó contra otro; la mesa era un caos de tazas y platos, vasos, papeles, ceniceros atestados de colillas. Cerró el diario, lo dobló y lo puso sobre la multitud de tazas. Allí, frente a ella, fulgurante, un calibre 32 le ofrecía terminar con la pesadilla. Lo miró, lo acarició y sintió bronca de sí misma por esa falta de coraje que le impedía apuntar a su cabeza y apretar el gatillo. La distrajo un ruido en el pasillo; miró la hora: las 8; -puntual como siempre- pensó. El tintineo de las llaves, la llave girando en la cerradura, los ocho pasos que lo separaban del ascensor; el ruido del ascensor que arrancaba, su carraspeo de fumador, el ascensor que se detenía se abría y cerraba y volvía a arrancar, llevando en él a su vecino Gustavo. Se levantó, fue hasta la puerta que daba al pasillo, la abrió, y rutinariamente como cada mañana, aspiró profundo el perfume que Gustavo había dejado en su paso por allí. Prendió un pucho, fue hasta la cocina, se sirvió un poco de café recalentado, volvió a sentarse en comedor y estaba abriendo nuevamente el diario para retomar la lectura cuando de pronto, escuchó que el ascensor se detenía en su piso. Sólo habitaban allí Gustavo y ella; Gustavo se había ido como todos los días, ella no esperaba a nadie ¡a nadie! Sintió que se acercaban a su puerta, y la esquinita de un sobre empezó a asomarse por debajo; alguien empujaba infructuosamente intentando deslizarlo. Con la cadena puesta abrió la puerta, y se sorprendió enormemente cuando vio que era Gustavo el que se incorporaba frente a ella, con el sobre en la mano.



- Pensé que no estabas, dijo Gustavo. Acabo de cruzarme con el cartero, que se cansó de tocarte timbre.

- Ah, es que no funciona, contestó Susana, porque le avergonzaba decir que lo había desconectado.

- Bueno, no hay problema. En realidad quise subírtelo porque era correspondencia con acuse de recibo, y acá siempre hay cosas que se pierden… el portero no está nunca.

- Te lo agradezco mucho, - contestó tomando el sobre-



Sus manos se rozaron apenas, ella sintió que una corriente eléctrica la recorría… ¡sus manos, qué tibias! Cuántas veces había soñado con ellas, con su caricia. Pensar que era la primera vez en dos años -desde que Gustavo se había mudado allí- que cruzaban algo más que no fueran miradas o saludos formales. A ella le llamó la atención su atuendo, un día de semana ¿en jeans y zapatillas? Mientras pensaba eso se dio cuenta de que ella estaba descalza, despeinada, ¡con ese camisón horrible! A él le llamó la atención la tristeza que nacía de los ojos de ella, sus pies blancos faltos de caricias, la rebeldía de su pelo.



- No vas a trabajar hoy?

- No, me tomé unos días de vacaciones. Bajé a comprar el diario… ¿ya desayunaste?

- Estaba tomando café…

- ¿Me invitás?

- Mirá, no es que me esté excusando, pero el café está horrible –balbuceó nerviosa- además el depto está hecho un caos.

- Bueno, si no es excusa, entre dos lo solucionamos más rápido: te ayudo a ordenar y podemos preparar más café. ¿Qué me decís? – preguntó Gustavo con los ojos sonrientes. Ella se aflojó y también sonrió…

- Bueno, pasá, pero no te asustes… por el lío que hay -le dijo mientras presurosa caminaba hasta la mesa, apagaba el pucho y hacía un bollo con el diario envolviendo el revólver- y le decía… ¿vos preparás el café mientras yo junto todo esto?

- Dale. El camino a la cocina ya lo conozco, si no encuentro algo te pregunto.



El corazón de Susana latía presuroso; cuando Gustavo desapareció en la cocina, metió en el fondo de uno de los cajones del modular el revólver, y el diario en el revistero. Se alisó el pelo, respiró hondo, juntó tazas, platos, vasos y ceniceros sobre una bandeja y fue hasta la cocina. Gustavo estaba lavando la jarra de la cafetera. Se miraron, sonrieron en silencio. Ella dejó todo sobre la mesada y volvió al comedor con el paño rejilla húmedo y limpió la mesa de vidrio.



- Me voy a cambiar, vengo en seguida -le dijo a Gustavo- entrando en a la cocina.

- La esperaré con la mesa lista, señora.



Susana se perdió tras la puerta del dormitorio. Se cruzó con su imagen en el espejo y se horrorizó. Se vio pálida y ojerosa… se metió en el baño; una ducha la reconfortaría. Se duchó y vistió deprisa, cubrió las ojeras con el lápiz corrector y aplicó unas pinceladas de rubor a sus mejillas. Cepilló su pelo… y ya se iba cuando se acordó del perfume. A él le gusta el perfume –se dijo- se decidió por el "light blue", se puso un poquito en el cuello y en el pelo. Se miró de reojo en el espejo; éste le devolvió una imagen más aceptable. Ya no era una pendeja, pero bueno ¡él tampoco! Al abrir la puerta del dormitorio el olor a café recién hecho y a pan tostado le despertaron el apetito. Gustavo había estado incursionando por la heladera encontrando miel, manteca, naranjas, un paquete de pan lactal, y allí sobre la mesa lucían unas apetitosas tostadas ya untadas y dos grandes vasos de jugo junto a las tazas de café. El la miró intensamente.



- Qué lindos ojos tenés –le dijo. Susana no supo qué contestar, ¡cuánto hacía que no recibía un piropo!

- Voy por las servilletas…

- ¿Para qué? Si con el rollo de papel nos arreglamos, no te preocupes.

- Bueno, como quieras…

- ¿Cuánta azúcar le ponés?

- Una cucharadita nomás, gracias.



Le pasó la taza, bebieron, comieron, comentaron sobre el tiempo, qué cambiante, que no había hecho demasiado frío en lo que iba del invierno, pero la humedad, qué molesta la humedad, pero hoy sí que hacía frío, pero acá está tan agradable, quién iba a decir que el nuevo gobierno iba a empezar con el pie derecho, qué bueno lo de Zaffaroni, pero hay opiniones encontradas.

Gustavo mordió la última tostada y ofreciéndosela le dijo:



- ¿Querés un pedacito?

- No, no… comela vos.

- Dale, mordé … no seas tímida- le dijo - acercándosela a la boca. ¿Sabés que ese camisón te quedaba precioso? Podía verte a través de él tal como te soñaba…



Susana abrió la boca (ruborizada) y mordió la tostada. Una gota de miel quedó prendida en sus labios. Gustavo se acercó y la besó suavecito…







Abrió los ojos, estaba oscuro; el reloj marcaba las 21 hs. en brillantes números verdes; se desconcertó… -estuve soñando-, pensó. Se abrazó a la almohada y sintió el perfume inconfundible de Gustavo, ese que ella aspiraba cada mañana cuando él se iba a trabajar. Se sentó, encendió el velador y encontró una nota sobre la mesa de luz. "Gracias por este cachito de felicidad. Si querés que vayamos juntos a cenar, golpeá tres veces la pared de tu cuarto que comunica con el mío; estaré esperando tu llamado." Algunas lágrimas resbalaron por su rostro, le asustaba sentirse feliz.



Besos!!

Patricia