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jueves, 20 de septiembre de 2007
PLUTO, EL TRAVIESO
Manolo Cubero
El pobre Pluto llevaba el sello de la desgracia grabado en la piel. Pluto era el más pequeño de una familia numerosa. Sus hermanos nunca lo habían mirado con demasiado cariño, esa es la verdad. Desde su nacimiento, Pluto había decidido compensar su pequeñez con una actitud personal absolutamente original, cosa que enfadaba a sus hermanos mayores, quienes no comprendían su rebelde actitud.
Mientras ellos seguían un camino determinado cuando acompañaban a papá en sus largos paseos diarios, Pluto, prefería desviarse, impulsado por su insaciable curiosidad. Y no sólo seguía un camino más largo que sus hermanos sino que, además, curioseaba por las márgenes del sendero -unas veces a la izquierda otras a la derecha-, buscando nuevas amistades, según decía.
En una de aquellas salidas se vino a encontrar con un niño algo más pequeño que él y que, abandonado por sus padres, deambulaba sin hogar por los infinitos campos del universo. Caro, que así se llamaba el pequeño, se acercó a Pluto. Cuando llegó hasta él, le cogió la mano, le dirigió una hermosa sonrisa de felicidad y se puso a caminar junto a él. Pluto miró sorprendido a su nueva amiguita y preguntó:
-¿Cómo te llamas?
-Caro ¿y tú?
-Pluto.
Y, sin más preguntas, emprendieron su marcha hasta reintegrarse al grupo de los hermanos mayores. Como eran bastante independientes e indisciplinados, solían alejarse bastante de los mayores y rara vez coincidían con ellos, lo que, al final, desembocó en un amor desenfrenado.
-Unos siameses es lo que parecen estos dos enanitos –dijo un día Neptu.
Tanto Pluto como Caro hicieron caso omiso a las bromas de éste. Y eso que, al cruzarse en su camino, estuvieron a punto de provocar un choque de trágicas consecuencias para ellos.
Don Sol, que así se llamaba el padre de Pluto, era ya un señor algo mayorcito cuando nació nuestro protagonista, por lo que, cansado de tanto caminar por la vida, soportaba estoicamente los caprichos del pequeño y apenas reprendía sus salidas de la ruta que tan firmemente había fijado a los demás hermanos.
-Don Sol, o pone usted orden en su familia o tendremos que avisar a las autoridades, estos pequeños son tan rebeldes que un día van a causar un problema grave –advirtió uno de los vecinos.
Y don Sol tuvo que llamar al orden a Pluto y Caro. Pero como ambos persistiesen en su testaruda actitud de salirse del camino marcado una y otra vez, papá, después de confesar que Pluto era un hijo adoptivo venido de una familia extraña, aceptó que ambos fuesen expulsados del domicilio familiar por las autoridades pertinentes.
Desde entonces, Los otros hermanos –Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno- siguen girando en orden y concordia alrededor de don Sol mientras Plutón y Caronte vagan por senderos próximos pero sin formar parte de su familia de planetas.
Y colorín colorado, esta aventura del Sistema Solar ha terminado.
Manolo Cubero
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