AUTOR: Malcom Peñaranda
Les contaré en exclusiva para la lista, otra de mis historias de viajes anecdóticos, y esta vez, no fue ni una pesadilla ni un sueño hermoso, sino que más bien, fue algo de ambos. Por eso el título. Y es que literalmente, estuve entre el cielo y el suelo. Y aunque hubo un romance virtual como eje de la historia, y dado que ocurrió en la ciudad de Seattle, la habría podido titular “Sleepless in Seattle” parodiando la famosa pelicula que protagonizó Tom Hanks, aunque en mi caso fue más bien “Hopeless in Seattle”, pero por respeto a mis co-listeros, preferí darle un título en español.
Este viaje empezó en la última semana de marzo de 1998, cuando fui escogido para dar un par de conferencias en el mayor congreso internacional de profesores de inglés. Por primera vez después de haber terminado la maestría, me escogían como plenarista y eso era un honor que costaba. Más aún, sabiendo que allí estarían mis ex-profesores, compañeros, colegas, amigos y hasta críticos. Daba susto por tanta responsabilidad, pero al mismo tiempo, me llenaba de orgullo porque lo había conseguido por mis méritos y era la primera vez que pagaba el viaje de mi bolsillo, sin tener que depender de los limitados viáticos de la universidad.
El vuelo Medellín-Miami fue suave y placentero. En ese tiempo existía una aerolínea que por precio de cabina nos daba servicio de primera clase, porque veía a los pasajeros como personas y no como clientes. Al ver el tiquete aéreo, me asombré un poco de mi ruta: Medellín-Miami-Charlotte- Seattle-Pittsburgh-Washington DC–Miami- Medellín. Debería atravesar las tres Américas para llegar a mi destino y regresar a casa. Doce horas de vuelo hasta Seattle! Era como ir a Europa, aunque no tan directo. Me alegré entonces de haber decidido parar un día en Miami, donde estaba invitado por mis amigos floridianos a una fiesta salvaje. Pensé entonces en lo duro que había tenido que trabajar los meses anteriores, enseñando un curso de metodología y currículo a unos profesores de una ciudad en medio de la selva y cercana al Océano Atlántico. Miis pensamientos fueros interrumpidos por la llegada de mi compañera de vuelo. El avión tenía configurada toda la cabina con solo dos asientos a cada lado por fila, como si fuera todo de primera clase. A mi lado se sentó una típica mujer TTT: tonta, tetona y trepadora. Tenía más tetas que cerebro y a leguas se notaba que era la típica amante del vivo del pueblo, el consabido “comerciante” que emigraba a Miami para convertirse en el playboy de las películas, sus películas, fantasías mentales en las que Tom Cruise se le quedaba en palotes. La charla de la susodicha era tan fatua que me sentí como reportero de una revista del corazón: “mi papi me compró esto el año pasado”; “lo primero que voy a hacer en Miami es comprarme mucha ropa interior en Victoria’s Secret”; “ojalá que me encuentre con los Stefan!”. Por la ventanilla del avión veía que apenas pasábamos por Jamaica y todavía me faltaba una hora más de cháchara con esa cabezahueca…
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