miércoles, 22 de octubre de 2008

Pericote y Pejereyna

Mientras continúa la vida Pericote - el payaso - sueña con el espectáculo que presentaba por diferentes países en el circo Perlas del Oro. Conoció ahí a la que sería su esposa Pejereyna, primero eran trapecistas y también contorsionistas, volaban por los aires. Con ellos estaban Picapote, Chicharrito y Butapecha, payasos que ridiculizaban sus acrobacias. En ese entonces los dos eran conocidos como Doncel y Princesa. El espectáculo era de primera - ambos - se lucían con esos ejercicios, figuras que en ocasiones eran mortales; menos mal abajo del trapecio había una red de protección aparente por si cayeran. En su profesión se hicieron conocidos y respetados.

Cuando se presentaban de contorsionistas - igualmente - trabajaban con audacia, alegría y riesgo. Hombre y mujer goma. Picapote, Chicharrito y Butapecha eran su comparsa, con mímicas y gestos.

Sucedió un día que Princesa (Pejerreyna) cayó en un descuido del trapecio, la red de protección le sirvió de poco, fracturándose la pierna izquierda en varios pedazos, la operaron, luego le pusieron yeso. Doncel (Picapote) se deprimió, no quiso subir al trapecio más y cuidaba de su Princesa, durante meses en una tiendita en la que vivían, dentro del circo. Jonás, el dueño del circo tuvo que poner a otros trapecistas y andaba mortificado porque el espectáculo de Princesa y Doncel, era inigualable. - Ya mejorarán con su arte estos trapecistas, todo es cuestión de exigencia y disciplina, dijo Jonás y agregó: - Deseo que pronto regresen Princesa y Doncel.

Apenas recobró energía y fuerza Princesa, los dos volvieron a la pista, con disfraces: él con una peluca vieja y un abrigo pasado de moda puesto al revés; ella eran tan bonita que para disimular su hermosura, se puso un vestido largo y amplio, sin corte al talle y se echó harto rimel en las pestañas. Le darían una sorpresa a Jonás, quién no sabía nada de la mejoría de la artista.

- Jonás no nos reconocerá, ya verás Princesa.

Hacia media función el dueño del circo les dio una palmada en la espalda y abruptamente - ambos - resbalaron en la pista. - Mira al público mujer, nos aplauden, se han parado, es una ovación, así se expresa con la voz agitada por la repentina caída nuestro bufón.

Este acto se repitió una y otra vez en el circo Perlas de Oro. En adelante los asistentes al circo estaban estupefactos y sorprendidos por sus proezas. Y ellos para siempre se convirtieron en Pericote y Pejerreyna, los payasos mayores.

Pericote era un payaso desaliñado, descachalandrado, conservó la misma vestimenta y su rostro lo maquilló de blanco y cejas pobladas mientras Pejereyna vestía con vestido corto, pegado a su linda figura, medias nylon blancas y eso sí: zapatos enormes y una redonda nariz roja, con guantes blancos.

Otro número, era aparecer con un chanchito que se llamaba Gordon, lo adiestraron y él se lanzaba de un paracaídas con un globo amarrado a su lomo. La concurrencia vibraba. Picapote, Chicharrito y Butapecha - que no siempre los acompañaban- tocaban el clarinete y el saxofón, complementando esta farsa, con gracia.

En una ocasión Pejereyna que era también domadora de delfines, invitó a niños del público a jugar con el delfín Tamborhuasca, entre ellos estaba el hijo del dueño de Jonás: Juan Ramón quién cabalgó en el dorso del delfín sin temor. La payasa los guiaba en la piscina, dándoles seguridad.

El olor del despertar venía para ellos. Eran felices en su ser de payasos, encontraron recompensas, arrancaron sonrisas y diálogos de humor con diferentes públicos, en diversos ciudades del mundo. Esto no hubiera sido así si se hubieran quedado de trapecistas y contorsionistas, paradojas de la vida.

Pasaron los años y un día -ya cansados - se retiraron del circo Perlas de Oro.

- Hicimos casi toda nuestra vida en el circo, estamos plenos de anécdotas para contar a nuestros amigos. Dios no nos premio con hijos mujer, ahora tenemos nuestra casita de campo, con nuestros animales.

Pejereyna aparenta no escucharlo. - Tu-tutuú les dice al gallo, a las gallinas y a los pollitos mientras les da de comer sus granos y les cambia su agua en el patio de su hogar. Luego los mete en su amplia jaula.

- Voy a cocinar amor, para nosotros.

Pericote tiene ya 75 años, es un hombre fuerte y Pejereyna es un tanto menor. Viejos bufones que robaron carcajadas. Los aplausos de las personas muchas veces de pie y el escenario lleno resuenan en mis oídos y viven en mis pupilas, recuerda en voz alta Pericote.

Julia del Prado (Perú)

20 octubre del 2008.

sábado, 18 de octubre de 2008

3.- LA REAPARICIÓN DEL SUMIDERO

Había que darse prisa en organizar el acto de entrega de la Bellota de Oro. El tiempo volaba camino de la fecha electoral y no era cuestión de que los cuatro chavos que había costado la dichosa bellota se fueran al garete.

El mismísimo hijo del señor Alcalde se encontraba desarmado ante el entusiasmo que su progenitor mostraba en defensa de la naturaleza. ¿Habrían tomado conciencia los poderes públicos bermejinos de lo que significaban para el pueblo aquellos parajes, pulmón de media provincia y fuente de alimentación de la colonia porcina más valiosa de los contornos? Sólo don Guido, el contratista de obras, osaba mostrar su profunda y "desinteresada" disconformidad con aquel capricho municipal. ¿Serán capaces esos desgraciados munícipes de olvidar viejos favores y poner freno a mi novísimo proyecto de urbanizar parte del parque natural que rodea el pueblo? Pensó, ¿acaso no hay decenas de miles de árboles por los alrededores? ¿Qué más da borrar del bosque cuarenta o cincuenta hectáreas? Estos y otros interrogantes similares tamborilearon su cabeza durante aquellas fechas.

En mi deseo de que nada quede oculto, diré que, por motivos completamente distintos, también los cerdos de Frasquito mostraban cierto temor ante aquel espíritu festivo que se respiraba en el pueblo. Los inocentes animales sentían un pavor escénico difícil de disimular. ¿Acaso se acercaba una festividad ignorada por ellos? El invierno, y con él el tiempo de la matanza, estaba aún algo lejano, pero esta gente de pueblo es, muchas veces, imprevisible, pensaba el semental de la piara. Y aunque él tenía una cierta garantía de supervivencia, nunca se sabe, cuando cambian las circunstancias, qué caprichos podían merodear por la mente de aquellos aldeanos. El buen marrano ya había visto coqueteando con más de una cochina a un jovenzuelo retozón y mucho se temía que, cuando menos lo esperase, podían pintar bastos para él…

En las fechas previas a la entrega del preciado galardón don Pascual se hizo presente en Villabermeja. Tres días llevaba en el pueblo. Y lo que resultó más alarmante para los cochinos fue su interés por acompañar a Frasquito cada mañana. Largas horas se tiraban los dos, al pie de una encina, departiendo e intercambiando ideas y experiencias.

Aunque el lenguaje humano resulta demasiado enrevesado, y bien sabían aquellos animales de la falsía de muchas de sus palabras, algo pareció indicar a los cerdos más observadores que, en aquel caso, no eran ellos el tema central de las conversaciones. Don Pascual tomaba entre sus manos una y otra vez algunas de las bellotas caídas en el suelo, y después de manosearlas y darles veinte vueltas, clavaba su mirada en el rostro de Frasquito. Éste, como si le hubiesen dado cuerda, correspondía con una larga perorata que dejaba embobado al ínclito profesor.

El último de aquellos días cambió por completo la rutina diaria, Frasquito, ayudado por don Pascual, llenó de bellotas un saco de considerables dimensiones. Luego, más temprano que de costumbre, emprendieron el camino de vuelta a casa. Afortunadamente, al llegar a su pocilga, el amo debió adivinar que los cerdos aún tenían bastante hambre, pues antes de cerrar la puerta vació en un rincón la mayor parte del contenido de aquel saco y, acariciando el lomo de un par de cochinos, salió acompañado de su visitante.

Una hora más tarde, Frasquito, después de ducharse, vestido con el traje de novio, recién afeitado y limpio como el alma de un niño de pecho, se encaminó, acompañado de su esposa, al Salón de Actos del Círculo de Labradores. Allí recibiría la primera Bellota de Oro en reconocimiento a su inmensa labor en pro del medio natural bermejino. Cuando llegó, un latigazo de orgullo le subió desde el estómago tiñendo su rostro de un rojo sólo comparable al que experimentó el día que salió de la escuela por última vez; el día del "sumidero", concretamente.

Allí estaba el señor alcalde, don Pascual, el Presidente del Círculo de Labradores, un cámara de la televisión local, y dos periodistas venidos de la capital para dar testimonio de tan singular acto. El Presidente del Círculo se adelantó a la puerta del salón de actos. Tras el saludo protocolario, acompañados de un sonoro aplauso, ambos subieron al estrado donde esperaban el resto de las personalidades.

Frasquito nunca se había visto en nada igual, sentado en la presidencia de la mesa, rodeado de los prohombres más señeros del pueblo, se sentía como gallina en corral ajeno. Tras la presentación del acto por parte del Secretario del Círculo de Labradores, éste cedió la palabra al señor Presidente de la Comisión Cultural del Medio Ambiente:

-Don Pascual López de la Encina y Pérez del Olivo, Catedrático de Medio Ambiente, ilustre bermejino que, desde este momento, comienza a perfilarse como el próximo adjudicatario de la segunda Bellota de Oro, tiene la palabra -dijo.

-Dignísimas autoridades, queridos paisanos y amigos. Hace muchos años que, por obvios motivos, me vi obligado a abandonar nuestros hermosos e inigualables paisajes bermejinos…

Durante media hora don Pascual estuvo desgranando las bondades y maravillas de Villabermeja y su entorno. Yo, bermejino como el que más, he de confesar que comparto sus palabras una por una; pero le hago gracia, amigo lector, de repetirlas aquí. Visite usted nuestro pueblo cuando tenga a bien y comprobará por sí mismo los múltiples valores que guarda mi patria chica.

Por fin, después de un panegírico dirigido más a la prensa y a la televisión que al público presente, don Pascual entró en el meollo de la cuestión:

-… Y así, podemos afirmar que, gracias a su labor durante años en los montes de nuestra villa, don Francisco Labrador de Isidro, Frasquito para los paisanos y amigos, se ha constituido en paladín y ejemplo de lo que un hombre, un solo hombre, es capaz de hacer en pro del medio natural que nos rodea. Cientos de horas investigué sobre la contaminación hasta concluir la imponderable aportación de los sumideros naturales a la conservación de la madre naturaleza. Mientras, aquí, en Villabermeja, él, él solo, y sin más medios que cuatro herramientas, ha sido capaz de demostrar el acierto de mis investigaciones al implantar en nuestra tierra amada los innumerables sumideros naturales de CO2 que hoy crecen por doquier en los montes que nos rodean.

Aquello fue como un golpe en su bajo vientre. Cuando Frasquito se veía en la cumbre de la fama y, por consiguiente, invitado a mil y una rondas en Casa Blas, de nuevo la palabra maldita hacía acto de presencia. Él, que posiblemente había dado vida a miles de árboles a lo largo de su existencia, él, que pensó ser merecedor de la Bellota de Oro precisamente por su valiosísima defensa del entorno forestal se encontró con un premio concedido por "implantar innumerables sumideros naturales". ¿Aquellas hermosas encinas, envidia de los miles de marranos que cada año pastaban por allí iba a resultar ahora que eran meros "sumideros naturales"?

Aún más, recordando sus tiempos de servicio militar, le vinieron al recuerdo los aromas de las calles de Sevilla en primavera, cuando el azahar se adueña de sus tibias madrugadas penetrando hasta el último rincón de la ciudad. Pues ahora resultaba que aquellos naranjos, esencias de Sevilla desde tiempo inmemorial no eran sino vulgares "sumideros naturales".

Hasta aquí podíamos llegar, pensó. Solemnemente se levantó, tomó en sus manos la dichosa medallita y, acallando el aplauso que en ese momento le dedicaba el respetable púbico asistente, la devolvió dignamente al señor alcalde. Luego abandonó el estrado mientras, con un vozarrón propio de aquellos pulmones que sólo habían respirado en su vida el aire purísimo fabricado por sus mimados "sumideros naturales", se despedía de esta manera:

-Señor don Pascual, por mucho que te empeñes, toda tu vida serás el tonto de Pascualín. A ver si te enteras de una vez de lo que se dice por el pueblo: "cuando el dinero habla, todos callan". Y el dinero de tu padre habló como una cotorra. Lástima que no llegase para "implantarte" un cerebro nuevo, que si no… hasta pensarías. Ah y nada de "implantar sumideros". Este servidor que te habla no es aficionado a meterse en camisa de once varas, como otros que yo me sé, y sólo hace lo que sabe: plantar árboles. ¡¡¡PLANTAR ÁRBOLES!!!


EPÍLOGO

Raudales de palabras altisonantes y una ostentación pública de filantropía son las señas de identidad de una época exhibicionista que se finge magnánima.

(Albert Boadella)


Manuel Cubero
Manolo

miércoles, 15 de octubre de 2008

Libre del Purgatorio.

Había pagado por su crimen; se consideraba ya totalmente libre de culpa y cargo.

¿Qué podían achacarle ahora aquellos que antes lo señalaban con el índice en alto?

Aquellos mismos que se llenaban la boca hablando de los pecados de los demás sin detenerse a pensar en todos los artilugios que debían realizar para ocultar sus propios malos pasos.

¡No importaba ya!

Dijeran lo que dijeran, él se consideraba indiferente a los chismes.

De algo estaba seguro: ya no iría al Purgatorio.

El mismo cura se lo había confirmado aquella mañana al darle la comunión; el mismo sacerdote que lo había encontrado días atrás, totalmente ebrio y orinando el misal.



Liliana Varela 2008

jueves, 9 de octubre de 2008

Crónica de la violencia V

Espero que el perro no raspe más la puerta, no voy a dejarlo entrar. Parece que supiera lo que tengo adentro mío.

Estoy tranquila, lo saqué a pasear con su correa y lo llevé por todos lados; él intuyó que era algo así como la despedida.

¡ya tendrá un dueño mejor que yo!



Gritos otra vez ¡qué raro! mis viejos peleando con mi hermano como siempre, tratando que dejé de drogarse y de vender merca por todos lados.

¡Giles totales! ¡como si fuese a pasar!

Menos mal que tengo esta pieza para mí sola sino creo que reventaría.

Gracias a la loquera me dejan en paz y no me joden mucho; la última vez les dijo que si me presionaban iba a mandarme alguna locura; al menos la mina para eso sirvió porque lo que es para hacerme sentir mejor: nada de nada.

Ellos piensan que el problema es que soy adoptada; que me enteré de grande; que estoy en la “búsqueda de mi identidad real” ¡cómo si fuese ese el problema!

¿Qué carajo saben lo que me pasa por dentro?.

Y si supieran ¿les importaría algo? No creo, Jamás se preocuparon de nada de lo mío.

Acaso ¿saben que me corto con cuchillos o trinchetas cuando me siento mal, cuando pienso que soy una mierda? ¿se enteraron que me corté el pelo en un ataque de locura total porque no aguanto mirarme al espejo ó que mis dibujos son todos sobre la tumba en que quiero “vivir”?

¡No saben nada…ni les importa!

Total, la edad es justificativo para todo. ¡Dejá a la pendeja de mierda que no venga a comer si no quiere! “Está loca..¿no oíste lo que te dijo la psiquiatra?”

Esas son sus frases favoritas; por eso ahora ni vinieron a decirme que está la comida, ellos saben que sino fui es porque no quiero comer. ¡Mejor así, la despedida será más fácil todavía!

¡Tantas veces escribí mi obituario en los cuadernos que tengo! ¡Tantas veces soñé mirando desde esta ventana convertirme en pájaro y volar! ¡Sacarme de encima esta sensación de porquería de estar como encerrada en mi misma, odiándome y dándome asco!

¡Hasta la pared marqué con mi deseo!

¡Si pudiese ser libre de una vez por todas, sentirme bien conmigo misma! Desplegar las alas y elevarme; abandonar este lugar de mierda y soñar.

¡Sentirme en paz!

Dieciséis pisos y la libertad.

-¿no vino a comer Eugenia?¿Estará bien?

-Dejála, dijo que iba a dormir temprano para ver si se podía sentir mejor mañana ¡cómo si fuera posible!. Mejor vamos a ver tele.


Dieciséis pisos más abajo, Eugenia yacía ojos al cielo…dormida y en paz.


Liliana Varela2008

sábado, 4 de octubre de 2008

Escombros

Buscaba afanosamente entre los escombros del cuerpo derruido, de la sangre derramada. Levantaba cada trozo de hueso, cada músculo hecho trizas, magullado. En la piel hecha jirones trataba de encontrar los versos escritos, el poema que se quedó trunco o quizás aquel que llenó espacios de ilusiones. Nada parecía haber quedado grabado, tatuado.

De repente sintió en las manos curtidas de tiempo que algo palpitaba, que un pedazo de algo seguía vivo. Un mendrugo de corazón colgaba de dos palabras. Lo tomó con cuidado, limpió las aristas de dolor, de penas, lo acunó y al besarlo en el momento que una lágrima humedecía al pobre corazón sediento, leyó claramente las dos palabras que lo mantuvieron con vida hasta ese instante en que fue encontrado: te amo.

Desde entonces y en recompensa del tiempo vivido en penumbras, no hubo más pesar ni tristeza agobiando al ser que tuvo el hallazgo, de encontrar la verdad que tanto ansiaba.





Migdalia B. Mansilla R.

Fecha: siempre al conseguir una razón para seguir creyendo.

Diciembre 15 de 2006



Migdalia B. Mansilla R.