viernes, 28 de diciembre de 2007

Ultrech

Supuso que aquel pequeño no había podido verlo. Ello era imposible.
Ni siquiera era admisible el sólo hecho de pensar que un ser humano pudiese "ver" un espíritu. Pues eso era él en ese momento: puro espíritu o vacuidad de materia para decirlo en forma más poética.
Había heredado el talento--o quizás milagro--de su padre, de poder desprender su espíritu--o lo que él prefería llamar conciencia—de la materia que constituía su cuerpo.
En los momentos en que sucedía esto, su cuerpo parecía dormitar respirando plácida y muy profundamente- -ni mil caballos en tropel lo habrían despertado-
Su espíritu en tanto, se movía invisible entre las personas como uno más, pero sin ser notado siquiera; tan sólo--y según tenía entendido por amigos- apenas se percibía una suave brisa gélida que pasaba muy rápidamente.
Trabajaba en el centro de investigaciones psicológicas de Berlín, cuando sintió un honor el ser elegido personalmente por el führer para servir a la Gran y Naciente Nación Alemana.
Si bien ya había utilizado a voluntad muy pocas veces su talento—y de adulto, ya que de pequeño los desprendimientos eran tomados como "producto de sueños" siendo de índole totalmente involuntaria- - sintió todo un reto el ponerlo al servicio de su nación ya que admiraba a ese gran dictador que los llevaba a la gloria alemana por sobre todas las demás naciones.
Hoy en día, pensaba que de no haber sido por el alerta de su tía--ante su innato talento heredado--nunca hubiese tenido la ocasión de ingresar en el centro de investigaciones ni tan siquiera de haber podido estrechar la mano de su ídolo máximo, el führer.
Recordaba el placer que le había producido el que el mismo Hitler le asignara--por medio de sus asesores--la noble tarea de trabajar para ellos, cazando nada menos que a la inmundicia que malograba la salud de la nación y a la que el mismo führer había llamado "escoria de los tiempos"
Desde aquel glorioso día pasó a llamarse "ultrech", el "espíritu espía alemán"; el se encargaría de estar infiltrado en el ghëtto y de localizar --en estado de espíritu--a los judíos rebeldes a los cuales colocaría una U grande en la nuca, hecha con tiza del suelo para que los nazis pudiesen identificarlos a la madrugada ni bien saliese el sol—y obviamente torturarlos a fin de sacarles información para luego matarlos.
Se había convertido en toda una leyenda terrorífica dentro de las comunidades judías, gitanas y de otra índole; se decía que un servil demonio deambulaba por las noches—y a veces los días--buscando víctimas para el asesino dictador alemán que era el diablo supremo; no sabían cómo pero todo aquel que organizara algo de resistencia era descubierto en forma casi inmediata, a pesar de tomar todo tipo de recaudos y medidas de seguridad.
Pero Ultrech sabía la verdad; estaba orgulloso de su labor: había descubierto más de 300 judíos, polacos, gitanos y alemanes renegados que ayudaban a esa escoria que pululaba en la otrora gran Alemania.
Muy pocos sabían su secreto: ya que éste constituía una de las "armas letales" del Tercer Reich; estaban enterados obviamente el propio Hitler y unos pocos del alto mando--entre ellos el jefe supremo del ghëtto donde él estaba encomendado en ese momento--
Ultrech se sentía feliz de su labor; sólo debía fijarse donde alojar su cuerpo mientras estaba en trance; ya que de otra forma un incendio o una balacera podría destruirlo y su espíritu no podría habitar en esa materia, quedando "errante" entre la vida y la muerte por toda la eternidad.
Cuando entraba en trance debía relajarse por completo--de lo contrario no podía salir de su cuerpo—por eso intentaba buscar lugares alejados de curiosos y asumir un bajo perfil de judío cobarde rodeado de niños y mujeres--más que para protegerlos, para protegerse a sí mismo-
El talento que poseía lo convencía una vez más sobre la superioridad de la raza aria. Los judíos ni en sueños podían llegar a tener tamaño don.
Por eso aquella madrugada cuando volvía a su cuerpo notó la mirada de aquel niño fija en su "invisible cuerpo etéreo" y se sintió tentado a acercársele hasta ponerse frente a su cara—hecho que en el pequeño provocó un leve escalofrío-
--"¿es que acaso puedes verme pequeña escoria?¿puedes ver algo que tu raza jamás poseerá? pues no lo creo"
Había musitado en los oídos de aquel niño antes de haberse introducido al cuerpo; al despertar había notado nuevamente en él, la indiferente, penetrante pero tranquila y fija mirada otra vez.
--¿qué te sucede a ti conmigo pequeño? --lo increpó aquella madrugada-
--por favor señor--intercedió la que parecía ser su madre--mi niño tiene problemas para comunicarse y hablar con otros, no lo estaba mirando por nada en especial, discúlpelo, el pobrecito es enfermo.
Ultrech asintió sonriendo comprensivo, aunque en el fondo pensó que era lógico que fuese un enfermo ya que era inferior a él. Ahora entendía la situación: ese niño jamás podría haberse percatado de nada, era sólo un pequeño judío loco que miraba fijo cualquier cosa.
Aquella noche Ultrech prosiguió con su acostumbrado trabajo para el führer. Ya era todo un récord su cacería al servicio de la gran Alemania.
Se acomodó en su viejo camastro del ghëtto y comenzó con su técnica de relajación, antes le dedicó una gélida y despectiva mirada a ese niño rubio que siempre lo observaba fijo.
A los minutos Ultrech—o al menos su conciencia o espíritu--no se hallaba en el cuerpo que yacía acostado de lado en el viejo camastro. Miró en dirección a los otros habitantes de la habitación; sintió asco por compartir el lugar con aquellos "inferiores" que lo ofendían con su sola existencia; consideró la convivencia como un verdadero sacrificio, lógicamente por Alemania, pero sacrificio al fin.
Comenzó a deambular por el ghëtto en forma de fría brisa, sin ser oído, visto, ni siquiera olfateado al menos como sucede con el viento que trae lluvia.
Escuchó las conversaciones de los principales rebeldes al régimen Nazi, los identificó y ordenó por jerarquía.
¡Qué ilusos eran! No sabían que no podían escapar al poder del estado, al poder del Führer.
Esperó que se aprontaran a acostarse unos minutos antes de las razias de madrugada cotidianas.
Se colocó junto a ellos--uno por uno--y sopló en su nuca la tiza del suelo, con la cual dibujó una U muy nítida—hecho que simplemente provocó un rápido escalofrío en la persona-
Luego y, así como había llegado se deslizó hacia el interior de su cuerpo, esperando una nueva cacería matinal. Su última mirada "etérea" fue hacia el pequeño judío, quién dormía plácidamente frente a él.
Lo despertaron los ruidos de los nazis entrando al ghëtto; Ultrech sonrió interiormente.
Un soldado entró en el cuartel general del jerarca nazi encargado de la vigilancia y seguridad del ghëtto. Saludó a su superior.
--¿alguna novedad soldado?
--a decir verdad señor, ha sucedido algo peculiar
--explíquese inmediatamente- -ordenó.
--sólo se ha podido detener a una persona con la marca de reconocimiento señor.
--¡qué raro! no puedo creer que esos infelices estén dejando de pelear tan pronto contra el supremo poder; no los considero tan inteligentes como para entender su inferioridad y someterse al fin.
--además señor...
--Sí ¿qué más? prosiga..
El soldado parecía confundido
--el atrapado comenzó a decir incoherencias sin sentido, gritaba que él era Ultrech, que él era el espíritu asesino alemán pero..inmediatament e lo mandamos ejecutar según sus órdenes señor.
El general cayó desplomado y pálido en su asiento.
Mientras en el ghëtto un pequeño judío sonreía jugando con la tiza del suelo y pensando que lo que su madre siempre le decía era verdad: él no era extraño por decirle que podía hablar con los espíritus y también verlos; él era igual a muchos otros, y ni los nazis, ni los judíos eran superiores. Todos eran iguales: sólo los diferenciaban los sentimientos.


Liliana Varela 2005

miércoles, 19 de diciembre de 2007

HISTORIAS DEL BAJO: NOEL


Dormía en cualquier lado. No había hotel, pensión, altillo, cualquier nicho en los arcanos de la recova de Alem, que no conociera, al que alguien le prohibiera el paso. También, desde que tenía cuatro años, no más, recorría negocios, bares, amoblados, con una curiosidad incansable. Siempre, de noche; antes de aclarar, desaparecía. ¿No será un hijo de Drácula?, socarroneaban.

Cada noche se veía a su madre, desalada, corriendo, preguntando por él, por su Vicente. Después no tan seguido, ni corriendo. En algún momento dejó de aparecer, y Vicente se hizo guacho. Nada cambió, para nosotros. Tal vez mangueaba más comida, ropa; siempre de noche.

Era bicho, sabía cuidarse. Además todos lo protegíamos, de los vagos mayores, que habían muchos, de los chorros, hasta de la policía; del hogar de menores sale criminal, asegurábamos. Además es nuestro, nació aquí, sobre esta vereda, no hubo tiempo de llevarlo, es hijo de la calle, literalmente.



*



Eran las fiestas de fin de año. Vicente saltaba de maravilla en maravilla. No era para menos. La recova –especialmente las últimas cuadras del bajo- era una mágica feria internacional, propia de una metrópolis marítima como Buenos Aires. A los negociantes armenios, turcos, hasta chinos, se agregaban marinos y contrabandistas griegos, noruegos, finlandeses. Y, como siempre españoles e italianos curiosos. Cada tanto algunos porteños hacían bulla como si fueran decenas. Comidas típicas, preparadas en puestos en la vereda, souvenirs de cualquier parte del mundo, sin olvidar mates, bombillas, cueros locales. Cajas chinas, globos, luces, iluminaban la recova y los rostros. Vicente corría, volaba.


Los comercios y los locales de comida y baile competían por el paseante, en una noche de verano que invitaba al placer, al desenfreno, Había sorpresas y regalos para todos.

Y Vicente resultaba beneficiado, lo colmaron de chucherías, con las que llenaba una bolsa de arpillera, que le regaló el tano de la cigarrería. Eran regalos de papá Noel para él, le decían. Preguntó por papá Noel a todos los conocidos de la recova. No sabía, hubo que explicarle, hasta se lo mostraron, desde la vidriera del bailable. Medio flaco, pero vistoso, tocando la campanilla y tirando serpentinas; el turco Barbeta cada tanto se sentaba, los pies lo mataban.
Cerrada la noche, Vicente aún asalta a los artistas que se retiran en silencio. Su curiosidad, su asombro, aún no están saciados.

En la puerta del bar el turco Barbeta, sentado en un escalón, todavía tiene puesto el disfraz. Fuma un cigarrillo, atento a la salida de los últimos festejantes, suelen dejar buenas propinas. Cuando ve a Vicente se acomoda la barba.

—¿Ya entregaste todos los regalos? Mirá que diste muchos, eh.

—Sí. En todas las casas dejé regalos, para los chicos y los grandes buenos —al turco no le molestaba alimentar la fantasía del chico, al contrario, algo así podrá entonces pasar en su pueblo, con sus hijos. No, imposible.

—A mí me dejaste regalos en todos los negocios. Tengo una bolsa llena, ni los abrí todavía. ¿Adonde vas ahora?

—A mi casa, en las nieves, a preparar los regalos del año que viene —ojalá, pensaba, pudiera dormir unas horas, antes de entrar al laburo.

—Pero... ¿y tus regalos?

El turco no pudo contener la risa.

—Hijo mío, algunos están para recibir y otros sólo estamos para dar. Chau, nos vemos el año que viene —mejor irse, el humor se le estaba poniendo ácido, el chico no lo merecía.

*

Vicente estaba madurando. Se pegaba más a la gente, se acercaba a las charlas. Preguntaba mucho, quería saber. También sus hábitos cambiaron, visitaba menos lugares, los íntimos, estaba más tiempo en su lugar secreto. Le interesaban las artesanías, aprendía, nos hacía regalitos. Le interesaban los temas humanos, sociales, la justicia.



El turco Barbeta lo veía, cuando se cruzaban, y se sonreía: no lo reconocía.

Preguntaba mucho cuánto faltaba para navidad.

*

Las cuadras estaban frenéticas, se acercaban las fiestas. El país atravesaba otra crisis, una nueva inestabilidad política. La recova concentraba en unas noches sus ilusiones, su deseos de evasión, su esperanza de una alegría justificada e interminable.

El Turco estaba contento, moderadamente contento. Se había asegurado la changa de papá Noel por otro año. Había engordado, la ropa le quedaba mejor para el personaje. Con la plata podría mandar algo a su casa. Ahora que, traer a su familia...

Se acercaba la medianoche y Vicente no aparecía. Qué raro. Hasta fueron a buscarlo, pero dónde. La diversión aumentaba, la preocupación de los vecinos también.

De pronto, una muchedumbre se acercó desde la esquina. Exclamaciones, gritos y risas. Vicente empujaba una carretilla colmada. Paraba, repartía cosas y continuaba acercándose.

Paró justo delante de un papá Noel atónito. Vicente bajó de la carretilla, trabajosamente, una bolsa más grande que él. La bolsa decía "PAPA NOEL". Empujando, arrastrando, la paró enfrente de un turco Barbeta pasmado

—Esto es tuyo —le dijo—, se les había olvidado. A vos también te corresponden regalos —y descargó cajas para cigarros, peines de hueso, muñecos de madera y porcelana, cosas que a más de uno le sonó parecido a algo que había desechado y ahora resplandecía.

*

—Fue una linda noche. Hubo otras, ya no tan lindas. Con el tiempo desaparecieron, el progreso, le dicen. Es una linda historia. La recuperamos entre varios asistentes de entonces, que nos reunimos cada tanto, para recordar, para no olvidar, por que el tiempo borra todo, lo lindo, lo feo.



—Pero hay una escena que no voy a olvidar: ¡la cara de papá Noel cuando aparecí con la bolsa! Mucho tiempo después me avivaron que era el turco.


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Carlos Adalberto Fernández

martes, 18 de diciembre de 2007

EL BALDE

--¿Y, cuándo salimos, Ramón?-reclamó don Barzuela, el dueño de la estancia, apurando el viaje, para el que me había contratado.
-- Ya mismito, Patrón. Las mulas están listas. Las provisiones, el agua para la ida...
-- Bueno, apurate. Nosotros ya vamos.
Ramón salíó al trote, oscilando con su andar patiestevado y su mirar sumiso de peón de nacimiento.
-- Quién diría que este subhumano puede llegar a hacerme rico, con su ayuda, ingeniero. Si en esa mina hay oro, como me dijo el bestia y como Ud. deberá comprobar, sólo nosotros tres tendremos el secreto de esta fortuna -decía don Barzuela, mientras extraía de la caja fuerte unos papeles-. Con los datos que me dió hice este mapa, si se confirma voy a dejar de depender del Ramón. Quedaríamos nosotros dos; le aseguro que sabré recompensar su capacidad y discreción.
Esa frase, "quedaríamos nosotros dos" aumentó mi aprensión, nacida ya al llegar a esa estancia terrosa y decrépita insertada en las primeras estribaciones de la cordillera. Sólo la sed de poder podia retener a Barzuela en uno de tantos feudos moribundos, mimetizados a ese paisaje despojado. Todo polvo, cubriendo todo, tapando, llenando, borrando todo.

Salimos Barzuela y yo montados en sendas mulas. Adelante Ramón, al trote, una alforja al hombro. La distancia nos permitía conversar sin que el peón pudiera oírnos, asi que aproveché.
-- ¿y cómo fue que Ramón, luego de años a su servicio, decidió contarle de la mina?
-- ¡Si será bestia, el bestia! Un día, hace dos meses, se me presentó y después de insoportables vueltas, y Ud. perdone, y patrón, y disculpe amito y no se me enoje, me confesó que quería casarse con la Ñati -esa, la pata sucia que nos ceba el mate-. Y como prueba de sumisión venía a pedir mi permiso. Y le ruego que me acepte esta ofrenda por su gracia, me decía el bestia al tiempo que sacaba de un pañuelo oscuro y grasoso ¡una pepita asi de grande!
Habíamos salido pasado el mediodía, para enfrentar los primeros calores bien descansados y hacer campamento en la falda de las sierras de las Quijadas. No precisaba tirar de la lengua del estanciero. Estaba cerca de concretar un sueño, o una revancha. No paraba de hablar.
--No me costó tanto sonsacarle lo de la mina -retomó Barzuela-. Me mostré desconfiado, lo acusé de mentiroso, amenacé castigarlo. Lloraba el infeliz, me ofreció mostrarme la mina. Son esclavos, no es difícil ejercitar el poder sobre estos espíritus falderos. Si hay oro, y no lo sabe nadie, le dije, te doy a la Ñati. Pero antes de entregártela la controlo: que sea virgen, que esté sana, que sepa satisfacerte en la cama y en la mesa. Y lo voy a hacer, Ingeniero, como siempre. Un buen baño, algo de colonia y a mostrarle a esa indígena de 17 años cómo la hace gozar un blanco. Si Ud. hace bien su trabajo se la presto, son como animalitos.

Dormi mal. Me estaba arrepintiendo de aceptar este trabajo. Como geólogo desocupado tenía que agarrarme de lo que hubiera -y Barzuela parece haberme elegido por eso- pero una como violencia primitiva rondaba las cosas y la gente. O me parecía, que en estos lugares una vida no valía nada y un muerte a nadie importaba.
En esta jornada el camino se hizo más abrupto, el sendero más estrecho. Ramón guiaba, un poco más adelantado. De vez en cuando desaparecía, volviendo al rato señalando el camino a seguir.
-- Aquel cerro es el Tomolasta, donde estaban las minas de la Carolina. No es descabellado aceptar que Ramon encontró restos de una mina clandestina, explotando alguna veta lateral ----Barzuela estaba obsesionado- . Tampoco es locura imaginar -si esto se divulga- una nueva fiebre del oro; módica, pero violenta como cuando la Carolina ¿Y me pregunto, sabrá Ramón guardar el secreto? Piénselo, ingeniero, Ud. sería "el que sabe del oro", no le envidio el futuro. No sé si le da el coraje, o al menos la ambición; Ud. es de ciudad, no está para ésto. Lo que es por mi, le aseguro: haré cualquier cosa por aprovechar la oportunidad de abandonar este lugar de mierda.
El resto del día transcurrió en silencio, bajo un sol como hierro candente. Sólo tierra, espinillo y piedras, y un polvo imparable que hería los ojos y resecaba la garganta.
--Aguante, ingeniero -me habló, de golpe, Barzuela-. Mañana llegamos y se define todo. Y le digo ésto -a pesar de no estar Ramón a la vista, se me acercó-: no creo que volvamos todos.
El resto del día y casi toda la noche, una idea se instaló, maciza, en mi cerebro: éste nos mata. El nuevo día no ayudó. Al montar, Barzuela dejó ver un respetable revólver asomando en su cintura. Me guiñó el ojo, señalando a Ramón. Se reía.
Desde lo alto de una loma, Ramón nos señalaba abajo, del otro lado. Era cerca del mediodía. Don Barzuela exigió furibundo a su animal, que largó el aliento en un último galope. Una montaña socavada y rota, restos de un lavadero sobre huellas de un remoto curso de agua hoy arenal, unas chozas y un horcón sosteniendo un alero que cubria mínimamente un pozo de agua. Barzuela me arrastró hasta la ladera desventrada, a las piedras esparcidas, al cauce sediento.
--¿Y?¿Y, hay, verdad? Yo puedo olerlo -casi me zamarreaba.
-- Es una mina muy vieja, primitiva, explotada a pico. Yo diría que con dinamita se recupera la veta. Sólo que hay que extraer agua, traer excavadoras. ..
-- ¡Pero hay oro! Somos...¿Qué hacés acá, bestia? -Hacía rato que Ramón estaba pegado a nosotros, siguiéndonos por todos lados, o parado como una estaca, como esperando que lo atendiéramos. Barzuela estaba como por sacar el revólver.
--No hay agua, patrón.
-- Y... la puta, ¿cómo que no hay agua? -Tiró el balde al pozo y lo retiró lleno de arena-. ¿Cuánta nos queda?
-- Para tres personas y dos mulos, mañana ya no tenemos. Pero yo puedo subir, patrón, hasta un hilito que viene de las cumbres, que nunca se seca. Aunque sea de noche puedo guiarme, a más tardar al amanecer estoy de vuelta.
Don Barzuela titubeaba, presa de la indecisión. Finalmente autorizó a Ramón, que inmediatamente desapareció sendero arriba.
Comimos en silencio. --¿Oye a los mineros? -me dijo de golpe-. Ruidos lejanos, durante el día, se magnificaban por la noche. El viento golpeaba los fierros,movía las maderas, hacia rechinar las chapas, quién sabe de dónde llegaban los ruidos.
Nos acostamos sin siquiera desearnos buenas noches. Hasta que finalmente me venció el sueño, lo sentía al borde del fuego que cada tanto atizaba. Cuando desperté -ya había salido el sol- Barzuela estaba sentado al lado mío, mirándome fíjamente. Sin esperar más, me dijo, como si continuara una charla:
--Va a ser así, escuchemé, ésto es lo que pasó: Nos quiso matar. Un ruido me despertó cuando lo atacaba a Ud. Lo bajé de dos tiros. Uno menos para el agua, si el bestia no trae. Y menos para repartir el oro. ¿Entendió? Lo que me contaba no había pasado, aún, pero lo daba por hecho. Y no dudaba de mí, yo ya era otro de sus peones.
-- De acuerdo -le dije; no tenía que contradecirle, estaba ya determinado a concretar su plan, era cuestión de tiempo, esperar el momento oportuno. Pero no pude aguantar el deseo de saber mi parte en su libreto.
-- Y a mí, el bestia, ¿llegó a atacarme?¿me hizo algo?
Sin mirarme, se levantó y fue a atender a los animales.



Ya era pleno día. Barzuela parecía una fiera enjaulada. -Si no viene en un rato, o cayó a un precipicio, o lo comió un puma. Escapar, adónde-. Por enésima vez revisó el revólver. Yo, aún con la certeza de que Barzuela -dueño de hacienda y personas en éste culo del mundo-, nos iba a matar, no lograba decidir otra cosa que quedarme quieto. En ese momento vimos a Ramón bajando el sendero.
--Si será estúpido, el bestia. Cruzando los cerros ¡con un balde de agua!
Ramón se acercó a Barzuela y le ofreció el balde.
-- Perdone, ingeniero, esta falta de educación, pero ¡que diablos!, para qué, si Ud. ya está muerto. Tengo que economizar para mi viaje de vuelta –Barzuela bebía golosamente, el agua desbordando por las comisuras. Ya no necesitaba actuar. Se le acercaba el momento de la revancha. Súbitamente un espasmo lo agitó violentamente, lo dobló, lo tiró al piso, los ojos desorbitados, la boca tratando de capturar un aire que no llegaba. Intenté acercarme.
--No se moleste, Don. No tiene salvación -lentamente Ramón recogió el balde y lo estrelló contra la montaña. Se acercó. Por primera vez le vi los ojos, oscuros, penetrantes bajo unas cejas espesas-. Después lo enterramos. Haga lo que quiera con la mina, a mi no me importa. Pero a mi Ñati no me la iba a tocar.

Unos espasmos más y ya Barzuela era un cadáver agarrotado en el suelo, cubriéndose lentamente de polvo.

Mi manía por los detalles me dominó. —Una pregunta, don Ramón, sin ofender. En vez de un balde ¿no convenía traer el agua en una cantimplora? Digo, porque me llama la atención, me doy cuenta que es inteligente, que pensó más que lo que yo pude pensar.

—¿Arruinar una cantimplora con veneno? –una risa abierta le iluminó la cara-. Pa' qué, Don, si la bomba está aquí nomás, a la vuelta del camino. ¡Si a veces creí que me oían!




Carlos Adalberto Fernández


--
Carlos Adalberto Fernández
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Conversión.

Ayer fui sal, después arena, hoy soy roca, mañana tal ves hielo.
Desde mi fría estructura contemplo el volar de las aves, como
suavemente besan el mar
y se alejan sin dejar huella.
Una gaviota se poso el otro día sobre mi y sentí por vez primera,
algo así como un latir,
como un estremecimiento.
Creo tal ves, que es una sensación, en mi calidad de roca, bastante
inusual.
Cuando la gaviota emprendió el vuelo, nuevamente, le suplique que
volviera.
Me contemplo con asombro.
Yo , una roca, una fría y dura roca, le estaba implorando que se
quedara junto a mi.
No respondió, volteo y comenzó a volar...

Aquella noche, por primera vez sentí la soledad absoluta, la
oscuridad infinita, el frío intenso.

Desee con desesperación que llegara la luz del día...

El amanecer fue lento, cuando el Sol ilumino con sus primeros rayos,
sentí un alivio
inmenso. Pensé por un momento que el día me traería nuevamente a
aquella indiferente gaviota.
Pasaron los días, tantos días que juntos formaban semanas. Y pasaron
tantas semanas, que juntas
formaban meses.

Muchas gaviotas se posaban en mi, permanecían largo tiempo junto a
mi.
Pero yo seguí esperando a esa gaviota indiferente, que fue sorda a
mis suplicas.

Cuando el mar golpeaba en mi sus olas, sentía el dolor mas grande en
toda mi estructura.
No podía comprender como yo estaba sintiendo todo esto. Para mi
estaba vedado sentir, pero sin embargo
sentía...

Cuando ya casi había perdido toda esperanza de volver a la
gaviota; en uno de esos fríos días de
Agosto, por entre las nubes, en un cielo totalmente gris, carente de
Sol, apareció aquella gaviota.
Aquella indiferente, por la cual había esperado durante tanto
tiempo.

Voló directamente hacia mi, y se poso suavemente en mi superficie.

Se acurruco y allí se quedo, estática, mirando indefinidamente, al
horizonte incierto.

En mi interior, sentía como un desmoronamiento, un desprendimiento
de mi materia.

Era algo extraño, una rara sensación , pero yo como roca, poco se de
esas cosas...

De pronto me di cuenta de que mi querida gaviota, estaba herida,
pues sentí su sangre
caliente correr por mi todo. Y la pena profunda y la alegría
completa, me invadieron.
Pena por la gaviotita, alegría por mi. Porque en cierto modo
comenzaba a existir un lazo, algo que nos unía profundamente.

En aquel momento desee con todas mis ansias, convertirme en un
placido lecho de pétalos de rosas.
Suaves pétalos, para anidar a la gaviotita y hacer mas confortable
su estadía en mi.

La tosquedad de mi estructura, no me permitía brindarle la comodidad
que deseaba darle.

Cuando llego la fría noche, senti, que el tembloroso cuerpito
emplumado se acurrucaba, con el fin de atenuar
el frío.
Concentre toda mi energía y trate en lo posible de que la gaviotita
sintiera mi calor.

Transcurrieron aproximadamente dos días, la pobrecita gaviota se
moría inevitablemente.

Al amanecer del tercer día, la gaviota ya no existía. El cuerpecito
caliente, comenzaba a enfriarse, mientras
el Sol mas se encendía.

Y el mar estaba furioso, sus olas chocaban muy fuerte en mi.

Y de pronto una ola gigantesca, me golpeo tan fuerte, que mi
estructura se deshizo en mil pedazos.
Fragmentos de roca molida, confundidos entre la arena y mi propio
dolor.

Yo los veía desde el cielo, cerca de Sol, sobre el mar. Veía los
miles de fragmentos de mi antigua forma de roca...

.....Los veía desde el cielo, con ojos de gaviota...

(Moni)María Isabel

jueves, 13 de diciembre de 2007

NO ME QUEDA OTRA

Es horrible, pero me gusta.
Perversiones que tiene uno..


NO ME QUEDA OTRA
Pasá, si es tu casa. A mí me abrió tu hombre, el que te alzó de tu hogar, de tu honra. El que ahora está ahí, tirado, irreparablemente fiambre, en medio del charco de sangre. Manchó un poco el sofá; se defendió, perdoname. No tenía nada en su contra, jugó mal. al elegirte a vos se me puso en el camino. Bueno. Ya fue.
Vine por vos, a cerrar las cuentas. No confundamos, no es una cuestión de honor. El honor, cuando se perdió, se perdió. Si es que en algún momento existió, porque el honor primero se gana, no se hereda ni se logra en la lotería. Pero en esta época...
Lo nuestro es un problema –no te rías- de amor. De lo que queda, después de tu traición. De lo que a mí me queda, porque a vos, supongo, no te sobró nada cuando hiciste tu valijita; lo que sí te resta ahora es este julepe que te tiene trémula esperando el desenlace,
Pero antes quiero que tengas en claro el por qué. Que importa mucho, no vayas a creer, aunque pareciera que el cagazo no te permite apreciar el valor que doy a este acto de esclarecimiento.
La cosa es que mi amor quedó justo en el medio, entonces la solución no es fácil.
¿En el medio de qué? Te preguntarás.
Si te amara menos, el orgullo o el rencor equilibrarían. Un cachetazo, una puteada, alcanzarían. La nostalgia con unas borracheras, unas noches de quilombo, seguro se pasa. Tiempo al tiempo.
Si te amara más no podría soportar perderte. Te perdonaría todo, con tal de que me alivies el dolor de no tenerte
Pero no, justo en el medio. Tenerte, ya no, ya algo ha muerto. Echarte, no salda la cuenta de un amor tirado a los perros. Te tengo como un grano en el culo.
No llorés así. Me ponés nervioso y me va a temblar el pulso.
Sabrás comprender. ¿Creías que sólo era cosa de disfrutar aquí y allá, sin mirar el surco que dejabas?¿O que para tomar la decisión que hoy me trajo aquí, no pasé horas solitarias retorciendo mis tripas?.
Tu camino ya termina; yo tendré que seguir, evocando por siempre este momento innoble e inevitable. No me queda otra.
El cuchillo está afilado. Cerrá los ojos, casi no te va a doler.


Carlos Adalberto Fernández

miércoles, 12 de diciembre de 2007

“Yo no maté a mi hermano”

No quisieron creerme. Estaban enceguecidos con la idea de creer que yo lo había asesinado. ¡Justamente yo: con lo que lo amaba!

Habíamos crecido juntos, compartido dichas y reveses de la vida, disfrutado lo bueno y renegado de lo malo, incluso confiado nuestros secretos más íntimos. ¡Cómo podían siquiera pensar que fuese capaz de dañarlo!

Sin embargo ahora me acusaban sin tapujos, así como si nada; como quién emite un simple saludo de Buenos Días.

“Vos lo mataste” repetían mientras yo intentaba balbucear una disculpa que me liberara de la prueba incriminatoria.

Pero todo era en vano: estaban decididos a “cargarme con el muerto” aunque sonara irónico.

Él ya no estaba entre nosotros y esa realidad le pesaba a todos con una fuerza inusitada.

“Yo no lo hice” era la frase repetida al infinito que asomaba en mi voz cada vez que sus miradas me auscultaban pero jamás encontraba eco en sus personas y mucho menos comprensión.



Lo extrañaba, sí, lo necesitaba; a fin de cuentas era mi hermano, sangre de mi sangre. La cruel vida había bifurcado nuestros caminos, nos había apartado, separado, alejado podríamos decir; nos había enfrentado.

Era uno u otro; él o yo, la paz o la guerra, el caos o el orden...

Yo había elegido, sí, lo había hecho. ¿Acaso el ser humano no busca su propio equilibrio, su reino de calma , su felicidad dentro de esta amarga senda mortal?

Eso no significaba que le hubiese dado muerte, al menos no en forma consciente.

Diez terribles años separaban nuestros planos de existencia, él: en un mundo inalcanzable para mí, yo: encarcelado con aquellos que me culpaban de su partida.



Pudiera ser que lo hubiese matado, que lo hubiese exiliado de mi vida...

pero no se puede castigar a alguien así por el solo hecho de romper todas las fotografías de aquel con el que no me hablo desde hace diez años.



Liliana Varela

sábado, 8 de diciembre de 2007

EL SEGUNDO

Los gritos, resonando en el cubículo, anunciaban el momento de salida. Las contracciones, los empujones ya eran insoportables. "¡ya voy, no jodan, che!", grité, pero claro, qué me van a entender. Afuera había gran expectativa por el primogénito, el poseedor del apellido (Pérez Rodriguez), el heredero de los bienes familiares (una aldaba de hierro, un felpudo "bienvenido" , una tortuga renga, un tirabuzón Martini). Ya sé. Me tocó una familia pobre, pero con prosapia (que no sé qué quiere decir –comprendan, soy muy chico y acá adentro esta oscuro y minga de diccionario- pero sonaba importante). La aldaba, de 3,5 kgs., la compró mi padre cuando compró la prefabricada un ambiente. La colocó y el primer domingo bautizó la propiedad El primer aldabonazo rajó la puerta, la aldaba voló y hundió la mesa del living comedor dormitorio.

Me dejé estar. Grave error. Me olvidé del otro, porque adentro, me olvidaba decir, estábamos dos. ¿qué le quedaba, a él? Un Pérez sólo, un cenicero Cinzano, unos posavasos de cartulina. No estaba dispuesto a ser segundo. Tendría que haber estado prevenido. Hacía ya un mes que los de afuera enumeraban los bienes, asignaban, distribuían. Claro, el primogénito –o sea yo- se llevaba todo.

Cuando se gritó la largada me mordió pero todavía no tenía dientes, me rasguñó pero las uñas daban cosquillas. Me agarró del pito –bah, pitito- y ahí me asusté. La herencia no valía un pito. Lo dejé pasar. Salió. Gritos de alegría, Luego un silencio expectante y luego un "¡que lo parió, una chancleta!".

Yo salí sólo. Ni me animé a llorar, el ambiente no daba para segundo hijo.

Carlos Adalberto Fernández

jueves, 6 de diciembre de 2007

Pacto con el Diablo

Manuel Ramos Martínez

¡Jamás he visto alegre a don Gabriel!. ¡Jamás!. Si no le conozco sus dientes, parece que no sabe lo que es reír. Siempre lento al caminar y con esos ojos que parecieran guardar secretos de otras dimensiones. ¡Yo, en verdad, no se qué pensar!.-Tal vez sean los sueños, Elena, ¿O acaso tienes pensado quedarte aquí , enterrada en este confín del mundo, toda la vida?. Escúchame: yo ya tengo cincuenta años y nunca he conocido el mar, ni he tocado un árbol frutal. En verdad que yo nunca he acariciado una flor ¡núnca!-Es cierto lo que dices, Miriam, pero a mi me parece que es verdad lo que dice Florian, que este hombre tiene pacto con el diablo. ¡Mire que rehuir a los vecinos!. ¿O alguien le ha hecho un mal?-¡Qué mal u otra cosa! Como me llamo Florian Garcías Cortés y que existe un sólo Dios, muy seguro estoy que este hombre tiene pacto con el Diablo, y seguro que guarda diablillos en un cajón.- Mida lo que está hablando, Florian, el hecho que el no ría y sea lerdo su caminar, no da motivo alguno para que usted diga estas cosas. Usted no conoce a este hombre y ninguno del mineral.-Escúcheme, señora Miriam, escúcheme por favor. Sé que usted es una mujer muy noble, muy amorosa, pero yo no me canso ni nunca me cansaré de repetir. ¡ Como hay un solo Dios que me alumbra!, que éste hombre, que es como una sombra, tiene su historia negra . Pregúntele a Marujita, que sincera como ella,y sin ofender a nadie, no conozco a ninguna.-Bueno , bueno, Florian si usted está tan seguro de lo que dice y además pone a Dios por testigo es porque así será.De improviso un silencio confidente mostró la figura silenciosa de Don Gabriel que observando vagamente al grupo de personas que hablaban entusiasmadas , los evadió cambiando lentamente su ruta acostumbrada, lo que de inmediato permitió que continuaran con más ahinco su conversación- ¡Lo vé, Miriam! ¡véalo con sus propios ojos! ¿es acaso una mentira lo ya dicho?, ¿acaso cree usted que este hombre nos aprecia? - replicaron Elena y Florian, -mientras, como pedido del momento llegaba saludando rebosante de alegría, Marujita.-¡Hola, hola! ¿cómo están, de que se habla?-Del eterno silencio de don Gabriel, Marujita, que no conocemos sus dientes, pues no sabe lo que es reír ¡ah ! y de su pacto con el diablo… ¡válgame Dios!- ¡Ah, sí! yo le tengo miedo y pena a la vez, pero ¿sáben qué ? ayer lo vi reir con panchito , sí ayer lo vi lucir sus dos dientes de oro , depues lo vi pasear por las callejas solitarias como pidiendole perdón al tiempo por su existir, en verdad que su silencio misterioso me es extraño y atrayente y su rostro está perfectamente esculpido, ¿pero qué pasa, por que sonrien y me miran con picardía?; si yo al que prefiero es al viento que es amplio , fuerte, suave y hasta melodioso.- No vengas con tu romántica edad a hacer poesía de lo siniestro Marujita, el tiempo que es el mejor testigo, ya al hombre nos ha desnudado y seguro que tiene pacto con el diablo¡Mire que tener dientes de oro! ¿A quién quiere parecerle bien?, si no tiene mujer, y pienso que jamás ha tenido alguna ¿ y de dónde saca tánto dinero?. El viaja a la capital todos los años , el conoce el mar señora Miriam, el si ha acariciado las flores!- ¿Pero hasta cuando tengo que soportarles, que hablen mal de mi amigo Gabriel? , ¡cobardes, chismosos, ustedes hablan mal de un hombre que está ausente ,que no puede defenderse ! ¡el no tiene pacto con el Diablo! Gritó entre lágrimas de impotencia , y escapó corriendo velozmente por las callejas del campamento-Era Panchito, el niño que había escuchado absolutamente todo lo que se había hablado de don Gabriel, y que un desasosiego indefinido lo embargaba, pues el era su amigo , su orientador, con el compartía muchas veces su pan y su alegría escondida.Tenía ganas de contarle todo a don Gabriel , pero prefirió contárselo a la nada y herirse en sus pensamientos: ¿será verdad lo que dice Florian? ¿Será verdad que mi querido amigo tiene pacto con el diablo y guarda diablillos en un cajón?Así acosado de inmensas confusiones, perturbado por desconocidas fantasías, fue alejándose de la gente y de sus tristes comentarios y también de la hermosa amistad de don Gabriel. Se hizo amigo de la soledad y como la soledad no tiene edad, no supo nunca por cuanto tiempo no vió a su amigo Gabriel. Pero un día determinó descubrir y resolver por sus propio medio la verdad:¡Sí ya está, si ya está ! -se dijo insistiéndose- volveré a visitarlo y revisaré en cualquier instante que se ausente, algun cajón, claro está que deberé tener un cuchillo en mis manos, por si los diablillos, se atreven atacarme. Terminaba de pensar ésto, cuando sonaron unos pasos suaves. Era don Gabriel, que acercándosele y mirándole con ojos de extraña comprensión le dijo con su voz fraterna: Oh mi pequeño querido amigo, te he buscado por callejas y rincones y por fin te vuelvo a ver, pero dime ¿A qué obedece tu triste y prolongada ausencia?... pero ven, vamos a tomar juntos el té que acostumbramos- agregó acariciando tiernamente la cabeza de Panchito encaminándole a su casa.Y pronto mientras entraban al pequeño comedor y le decía dirigíendose a la cocina, toma asiento, pónte cómodo, espérame que haré el té.Panchito tomó rápidamente un cuchillo que estaba sobre la mesa y abrió un cajón pensando hallar los diablillos cuando don Gabriel le sorprendió en pleno hecho y le dijo: ¿ que haces con el cuhillo, niño?-¡Es que yo quiero matar los diablillos que guarda en el cajón!-¿cómo que dices, niño , qué te han metido en tu cabeza esos vecinos , dime qué te han contado?- Que usted tiene pacto con el diablo y que guarda diablillos en un cajónDespues de un silencio amistoso, don Gabriel le dijo siempre con su voz fraterna:-Escucha, querido niño, no hace muchos años yo estuve viviendo junto a una mujer que amé inmensamente y pienso que aún la amo con la misma intensidad , ella tenía unos ojos risueños y habladores , una piel suave como el agua y su voz era toda una bella melodía. Pero un triste día me abandonó. Desesperado, angustiado de dolor, la busqué por mucho tiempo por pueblos y ciudades increíbles, hasta que por fin un día la encontré bailando completamente desnuda en un cabaret de un puerto muy lejano y le saqué ésta foto:… Créeme, querido Panchito -continuó diciendo- este es el único diablillo que guardo en el cajón ¡y cómo la amo! agregó depositando un beso en el retrato que guardó nuevamente en el cajón.

Manuel Ramos Martínez

martes, 4 de diciembre de 2007

Gardelín

cuentos

Desde chico aprendió el oficio. Que barré el patio, que sacá la basura, que el jardín está lleno de hojas. Vicente vivía con escoba y bolsa para las cosas a recoger.

—¡Puta, quién habrá inventado el piso!

—¡Y no rezongués, que te mando a barrer el baldío!

Tal vez por eso se volvió cantor. Con la Spica colgada del cuello, meta radio, música, noticias, lo que sea. Cuando por ahí salía un tango se ponía derecho, daba vuelta la escoba y frente al peludo micrófono de pie, frente a su respetable público, cantaba.

En carne propia
sentirás la angustia sorda
de saber que aquél que amaste más,
es quien te hiere...

Esta letra estaba medio censurada por la vieja. Ni qué decir de

Mientras los guapos, con entereza
Juegan la vida con ansias fieras

Allá en el baile, la muy taimada

Sólo se acuerda de que es mujer




No las entendía bien, pero eso no le impedía imitar las interpretaciones recias y pasionales, piernas abiertas, manos acogotando al micrófono, como las que veía en el Social y Deportivo del barrio. La primera vez que vio a Gardel ( Luces de Buenos Aires, El tango de Broadway, Tango bar,...) cayó en un trance, del que emergió con el que sería su estilo definitivo; gomina por kilos, sonrisa lateral, pronunciar "targo".

Mery, Pegy, Bety, Yuli,
rubias de Neuyor,
cabecitas adoradas
que vierten amor.

Y lentamente –ya estaba en la pubertad- entró en una onda romántica, melosa.

El día que me quieras

La rosa que engalana

Se vestirá de fiesta
Con su mejor color

La voz no ayudaba, pero la emoción que ponía, esa cara de condenado a muerte, le ganaron algunos corazones y otros órganos femeninos.

No estaba dotado para el estudio, pero la suerte –o tal vez las habilidades mostradas- le proporcionaron un puesto en la municipalidad acorde con sus antecedentes; barrendero. Le asignaron una zona con plaza y le permitieron hasta cuatro "espectáculos" por turno. Ya lo llamaban Gardelín. Cantando era tan parecido a Gardel como un canario a una bisagra oxidada, pero ya se sabe, la gente cuando no es cruel es afectuosa.

El frío, la lluvia, el trabajo a la intemperie lo retiraron tempranamente del servicio activo, con una pensión por invalidez y una ronquera que agregaba un matiz reo y curda a sus interpretaciones.

Gardelín estaba hecho. Le hubiera gustado un mayor reconocimiento a su dedicación y sentimiento, pero se conformaba con los aplausos, los bravos burlones o compasivos, las palmadas al pasar entre la gente.



Pero una noche un suntuoso micro de turismo se detiene en la puerta de nuestro Social y Deportivo. De él bajan una docena de turistas extranjeros, chillando en inglés, vistiendo colorinche, fotografiando a diestra y siniestra. La estrella del grupo era Miss Celine, escapando vía world tour de los incendios que amenazaban su mansión en Los Ángeles, en la seguridad de encontrar, a su vuelta, todo reparado y seguramente remozado.

Querían ver un patio de tango bien de barrio, nos pagaban lo que fuera. Hicimos lo que pudimos. Las parejas se sacaron chispas, el viejo Troiiito hizo gemir a su fueye. Pero Miss Celine pidió a Gardel, de quien alguien le había comentado: no sabía nada de él, sólo de su fama. A la rastra sacamos a Vicente del baño que estaba limpiando, le pusimos el uniforme de Gardel, lo engominamos y lo pusimos a hacer rostro por la pista.

—Ese es Gardel, Gardelín para nosotros —le dijimos a la Miss. O la soltería ya a los 50 le pesaba, o el espíritu del Zorzal descendió al club, la cosa fue que la platinada quedó encandilada. "¡un tanguerou machou!", gemía. Corrió a la pista, se prendió de las manos de Vicente. Le pidió un tango.

Ahí se pudrió todo, dijimos. Inventamos mil excusas, pero no hubo caso La Miss se hizo traer la mesa a la pista. Vicente, suicida, en la gloria ante una verdadera admiradora, cantó.

Arrabal amargo
metido en mi vida
como una condena
de una maldición.
Tus sombras torturan
mis horas de sueño,
tu noche se encierra
en mi corazón.

...

Y es un collar de estrellas


que tibio desgranan
tus ojos hermosos


llorándome así.


La yoni estaba arrebolada, nosotros desesperados. Era insoportable, Chirriaba, crepitaba. Alguno de nosotros estuvo a punto de interrumpir violentamente el suplicio, pero por otro lado, si se sabe que el amor es ciego —y también, evidentemente, sordo— ¿cómo matarlo?

Lo demás fue vertiginoso: Miss Celine lo invitó a su suite en el hotel 5 estrellas, después lo invitó a su mansión de Los Ángeles, luego le pidió quedarse con ella. Vicente se quedó ¿Qué otra cosa iba a hacer?¿En qué otro lado iba a encontrar admiración, afecto, libertad para ejercitar sus habilidades? La mansión tenía 12 habitaciones, 3 salones, 4 patios, un jardín imponente.



Es de noche. Celine lo llama, desde la cama.

—Garldelin, machitou reo ¡come here!

—Esperá que barro esta pieza y voy¡ !Preparate!

Si soy así, que voy a hacer

Nací buen mozo y embalao para el querer...



Carlos Adalberto Fernández

martes, 20 de noviembre de 2007

Amor de rata

cuentos


Lo miraba embobada; podríamos decir "enamorada" ¡claro! eso si cabe el adjetivo para aplicarlo a una rata. Pero esta historia tiene ese matiz, el de una rata vulgar y silvestre que se enamora de una gallardo ratón de laboratorio.
Lo veía todos los días desde el agujero en el que vivía –al pie de la mesada del laboratorio para más datos- Vivía suspirando por ese roedor blanco con ojos rojos que apenas si le dedicaba una o dos miradas cada tanto.
Lógicamente sus mundos eran diferentes: ella, una hembra gris sin demasiados atractivos, mal alimentada, algo sucia y luchando día a día por su supervivencia; él, de aspecto impecable, bien alimentado y cuidado por los individuos que trabajaban allí y que le mantenían la jaula en perfectas condiciones de aseo.
Le parecía imposible poder llegar a conocer a su príncipe de capa blanca y cola rosada.
¡Ay! Suspiraba nuestra amiga…si al menos alguna vez pudiese tocarlo, acercarse a él… incluso, soñando mucho.. tener hijos tan bellos como ese espécimen.
Pero todo era tan improbable que lo mejor sería dejar de fantasear e intentar nuevas estrategias para escapar de ese gato de la otra cuadra que la perseguía y la zamarreaba cada vez que podía.
¡Cómo envidiaba y amaba a ese galán de su especie! Deseaba su vida, su confort, su alimentación incluso, pero más que nada lo deseaba a él.
Encima de todo sentía que su período de celo se acercaba y la naturaleza llamaba a procrear ¿cómo podría sacar de su cabeza la imagen tan preciosa y deseada de su amado? A fin de cuentas debería aceptar a ese ratón callejero de la otra esquina que últimamente le guiñaba el ojo al verla pasar.
¡No había otra solución!...
Entonces…¡sucedió!.
Ese día uno de los hombres dejó mal cerrada la jaula de su amado; seguramente él se daría cuenta y podría escapar : al fin serían felices. Pero no, su príncipe estaba tan acostumbrado al encierro que no hacía nada por salir; ella no podía permitir eso, debía actuar.
Cuando todo quedó a oscuras y el último hombre se hubo marchado, ella subió con dificultad por el mueble del laboratorio sobre el que se hallaba la jaula. Sus jadeos iban en aumento, apenas podía respirar pero valía la pena: su sueño estaba cercano ¡al fin ella y él estarían juntos!
Se paró frente a la puerta entreabierta de la jaula y con su último esfuerzo empujó los barrotes hasta que la entrada quedó libre al encuentro de los amantes.
Lo miró fijamente; los ojos rojos de su amado estaban algo apagados. Corrió a su encuentro apresurada pero a centímetros de llegar a él se detuvo en seco. Lo miró fijamente, olisqueó el aire y volvió a olisquear.
Luego dio media vuelta y corrió asustada en dirección opuesta, hacia su cueva.
Al otro día se hallaría dando el sí al ratón gris de la esquina e intentando entender por qué el ratón blanco le había parecido más hermoso de lo que era a la distancia.
En tanto en el laboratorio un hombre comentaba a otro la sorpresa de haber encontrado la jaula del ratón de experimentos abierta de par en par sin que éste hubiese escapado, a lo que el otro explicaba que debía haber sido por las pocas fuerzas que poseía ese animal a causa de los tumores inducidos científicamente.


Liliana 2007

lunes, 19 de noviembre de 2007

Los pasos

cuentos

Regresa ella de su paseo por la campiña al barrio pleno de historias y
afectos, ese barrio que permaneció dormido en la memoria cuando paso a
paso caminaba en Ampatacocha. Era adolescente, jugueteaba entonces
del brazo de su padre.

Lo vuelve a ver con sus calles de piedras más los balconcitos
cubiertos por hiedras y geranios. De la mano lleva a Dulce, su
pequeña quien juega, hace piruetas mientras come su manzana cubierta
de caramelo. Estas calles despiden olores diversos. La primera huele
a sándalo, la segunda a pimienta y comino; la tercera, a hierba luisa.
La cuarta y quinta a romero e hinojo.

En la sexta y sétima percibe el olor a arroz con leche, recuerda
ahora que en toda la esquina está la vieja casona de sillar rosado de
sus abuelos. Se acerca a ella e ingresa para recorrerla, con su niña.
Escucha el rechinar de las puertas de cedro, se entreabren, ojos la
miran. Con retraso en su pupila se le aparecen rostros, rostros de
sus padres, de los abuelos, de los tìos; y otros, se le vienen más
allá de ella.

La casona tiene tres patios, el tercero y último permanece adornado
con buganvillas en sus esquinas. Al fondo de éste hay todavía un pilón
de fierro oxidado. Lo abre, le da agua a Dulce que sigue con sus
juegos. Ella también la saborea.

Madre e hija regresan al zaguán donde hay una pileta, se mojan un poco
más con el agua que les roza. Dulce de pronto le pregunta: - Madre
quiénes vivieron en esta casa. Irene conmovida le dice:- Sólo
fantasmas, fantasmas, recuerdos, recuerdos.

Julia del Prado (Perú)
Derechos reservados

EL ÁGUILA Y EL ESCARABAJO

cuentos


Más de uno se preguntará por esta puñetera manía que he cogido de contar las cosas de mi pueblo. Pero es que sucede cada cosa… la última acaeció no hace mucho. Y aunque parezca mentira, la protagonizaron dos paisanos míos: el águila y el escarabajo.
Claro, que no eran dos vecinos cualesquiera, nada de apodos y similares. Eran eso: un águila y un escarabajo, de los de verdad. Que, puestos a contabilizar vecinos, como el número de habitantes estaba cayendo en picado por culpa de la emigración, apenas quedaban en el pueblo unos cientos de personas mayores que, por puras razones fisiológicas, tenían pocas posibilidades de hacer aumentar la población. En vista de ello, el señor alcalde, amparándose en la necesidad de prestar un servicio de calidad al vecindario, decidió conceder el derecho de ciudadanía a todo bicho viviente que sentase sus reales en Villabermeja.
-Como, además, les permitimos votar, y respetamos todos sus derechos legales como si de seres humanos se tratase… –justificaba el señor Alcalde.
Porque, para conocimiento de los lectores, les diremos que, ejerciendo sus derechos legales, hasta votaban como buenos ciudadanos. Y estaban tan agradecidos, que su voto -siempre por correo- se inclina unánimemente por el partido del señor Alcalde.
Siguiendo con el tema, ustedes comprenderán fácilmente que nuestra primera autoridad pusiese todo su afán en defender la vida de sus convecinos. Y conste que no fue tarea fácil poner paz entre algunos de estos flamantes ciudadanos. Por ejemplo, ¿cómo se mantendría la legalidad vigente entre aquellos componentes extremos de la cadena alimenticia que se habían integrado en la ciudadanía en igualdad de derechos?
A pesar de que los humanos se quedaron con la parte del león, el asunto funcionó bastante bien salvo contadas excepciones. Y ésta que les voy a contar fue una de ellas. Resulta que el águila andaba una de aquellas mañanas en busca de su pitanza diaria cuando vio entre la maleza del ejido un hermoso roedor.
El roedor, un conejo adulto y tan bien alimentado que más de un podenco se las había tenido tiesas con él en un intento de delinquir, levantó su hocico tembloroso hacia las alturas, y al ver el peligro que, nunca mejor dicho, se le venía encima, gritó aterrorizado:
-¡A mí la justicia!
El águila, cuando oyó que el roedor invocaba a la justicia, soltó una carcajada cuyo eco rebotó de piedra en piedra hasta llegar al humilde escondrijo en que dormitaba el escarabajo de guardia.
Ah, se me había pasado decirles que los escarabajos eran de los pocos “seres inferiores” que habían sido admitidos en el Pacto de Ciudadanía y, cosas de la economía, inmediatamente fueron incorporados a la Policía Municipal.
-En sus nuevos cargos, y dada su vestimenta tradicional, funcionarán sin necesidad de gastar un duro en uniformes –había sugerido el Concejal Delegado de Seguridad Ciudadana.
-¡Alto, águila del demonio! ¿Cómo se te ocurre atacar al conejo? –ordenó el coleóptero de guardia- ¡Ni el más sagaz de los galgos ha osado tal aventura!
-¿Conejo dices? –preguntó el águila estregándose los ojos con un par de plumas remeras-. O estoy miope o es una rata y de las más hermosas...
El escarabajo, molesto por la actitud desdeñosa del volátil ante su advertencia, y sospechando que la atenuante de miopía alegada era pura invención, decidió darle un escarmiento definitivo.
-Este animal aprende a obedecer a la autoridad civil o se va a comer… lo que yo fabrico.
Con exquisita corrección, lo primero que hizo el agente de la autoridad, cuando volvió a encontrarse con el águila, fue recordarle sus obligaciones con respecto a la prohibición de devorar a ciudadanos acogidos al Pacto de Ciudadanía, así como la necesidad de que, a partir de ese momento, procediese a identificar adecuadamente la procedencia de sus alimentos o se hiciese acompañar de algún compañero de vista más aguda con el fin de evitar errores fatales.
A pesar de esta actitud dialogante, el águila seguía aferrado a sus vicios alimenticios, haciendo caso omiso a las admoniciones de la autoridad competente. El escarabajo, recordando sus habilidades peloteriles, localizó su nido dispuesto a darle un escarmiento en vista de que el ave insistía en su tozuda actitud.
Veamos si es tan cegata como dice o si se trata de una simple excusa, se dijo. Y sustituyó varios de los huevos por réplicas de plástico de fabricación propia que, como sospechaba el agente de la ley, fueron detectadas inmediatamente por el “supuesto miope”. Ante el hipotético abuso de autoridad del escarabajo, el águila presentó la correspondiente queja solicitando el amparo de la primera autoridad municipal. El Alcalde, en aras de quedar bien con todo el mundo, y ante el evidente poderío del águila, ofreció su propio balcón al feroz volátil a fin de que sus huevos continuasen su ciclo vital con las debidas garantías legales.
Pero el águila, abusando de su íntima amistad con el Alcalde, se dedicó a cazar sin piedad cuanto conejo, liebre, ratoncillo o similar tenía la desgracia de caer bajo su ángulo de visión. El escarabajo, harto de tanta insania, decidió acudir a una medida drástica: sustituir todos los huevos del nido del águila por las más perfectas y apestosas pelotas que jamás habían sido fabricadas por coleóptero alguno.
Convocados todos los escarabajos del lugar, lograron reunir los materiales más hediondos del entorno con los que fabricaron tantas pelotas como huevos había en el nido del águila. Una vez que hubieron fermentado potenciando de esa manera sus cualidades sensoriales, aprovecharon una sesión matinal de cacería de la rapaz, y las depositaron en el nido, sustituyendo a los originales.
No tuvieron que esperar mucho. Apenas las calentó un poco el sol, una suave brisa comenzó a soplar desde la mar y, penetrando en el dormitorio del señor Alcalde, le regaló los aromas que emanaban del nido del águila. La primera autoridad se asomó al balcón indignado ante aquel insulto a su persona. Al ver el origen de aquella invasión, indignado por la desvergüenza del águila, inmediatamente arrojó el nido a la calle, la desposeyó de la categoría de ciudadana y, una vez más, se cumplió lo que dijo aquel sabio de la antigüedad:
“Nunca desprecies lo que parece insignificante,
pues no hay ser tan débil que no pueda alcanzarte”.

Manuel Cubero Urbano

domingo, 18 de noviembre de 2007

El tren que no llegaba

cuentos

Estaba sentado en un banco de la estación de trenes; en ese momento, su mirada estaba perdida en un punto inexistente del horizonte.

Era un hombre joven, pero su semblante denotaba la dura vida que le había tocado en suerte.

Era el único ocupante del andén. Un empleado de la boletería era la segunda forma humana que se encontraba allí – pero se hallaba dentro de su cabina, aislado de aquel joven.

El hombre se miró las manos, estaban ajadas, deterioradas como las manos de cualquier trabajador manual; se acomodó el botón de la camisa (que aunque se notaba vieja, estaba muy limpia) y carraspeó como para aclarar la voz.

Cualquiera que lo viese pensaría que era un ser insignificante, que no llamaba la atención; quizás fuese así…pero sólo él sabía el por qué de su importancia en ese lugar.

Nada podía sacarlo de sus pensamientos; inclusive la mujer que llegó con esa niñita gritona que lo miraba desafiante. Apenas levantó la mirada para verlas discutir entre ellas y luego volvió a sumergirse en sus propias ideas.

El estaba en su propio mundo…esperando ese tren que no llegaba…

Aunque tuviese que esperar años por esos vagones lo haría; la espera no importaba; sólo deseaba verla por última vez; era su único deseo.

Quizás ella no lo reconociese ¡Tanto tiempo había pasado!. Además nunca lo había visto de traje, pero estaba seguro que aunque el traje fuese pobre (y usado) , ella sentiría orgullo al verlo vestido así.

¡Tantas cosas tenía para decirle que las memorizaba en voz alta por miedo a olvidarlas!

Estaba muy nervioso; sentía sus manos transpiradas, llevaba más de tres horas de espera y el tren no aparecía en el horizonte.

Pensó que ella no podía defraudarlo. Era verdad que se había molestado cuando él decidió dejarla para ir en busca de un futuro mejor para los dos, pero finalmente había logrado reunir una pequeña fortuna con la cual había adquirido su propia casa…¡Ella debería estar feliz por ello!.

Su impaciencia iba en aumento; la mosca que se apoyó en su rostro fue la víctima de sus nervios al estallar su cuerpo en un manotazo brusco y veloz.

Sintió un ruido extraño pero esperado…parecí a ser el tren que se acercaba; ese tren que parecía no llegar jamás, finalmente aparecía ente sus ojos.

Se paró de su asiento como si tuviese un resorte dentro y con pasos bruscos y largos se acercó a la orilla del andén.

Cuando vio al guarda que se asomaba de uno de los vagones de pasajeros, corrió a su encuentro. Jadeando llegó a él.



--¿Señor Pérez? –preguntó el guarda.

--Sí, sí, soy yo, soy Pérez…--respondió apurado-- ¿vino ella? ¿llegó?...

--Sí señor, ya llegó. Está en el último vagón de carga.



El joven corrió con toda la velocidad que sus piernas pudieron darle; llegó en el momento en que dos empleados descorrían la compuerta del vagón. Ella quedó al descubierto; finalmente pudo verla.

Allí estaba: el cajón que contenía los restos de su madre finalmente llegaba a reunirse con él.





Liliana Varela 2006

lunes, 12 de noviembre de 2007

LA DEUDA PÚBLICA

Don Antonio siempre fue un hombre volcado en los asuntos públicos de Villabermeja. Don Antonio, hombre de carácter noble y sencillo, se adornaba, además, de cuantas cualidades hacen de un empresario honesto la víctima ideal de un ayuntamiento.

No menos de diez obras de gran envergadura había realizado para la Corporación Municipal durante la última legislatura. Esto suponía un montante de dos millones de euros, céntimo arriba, céntimo abajo.

Y como una corporación que se precie no puede ni debe carecer de sus correspondientes deudas millonarias, he aquí a nuestro protagonista convertido en uno de los principales acreedores de las arcas municipales, cosa que, al decir del señor Alcalde de la localidad, era un honor para don Antonio.

-Considere, amigo, que todos y cada uno de los vecinos están en deuda con usted, y eso, bien considerado, es motivo más que suficiente para que se sienta orgulloso de su comunidad.

Después de múltiples intentos por recuperar el capital invertido en obras municipales, nuestro respetado don Antonio acabó por considerar aquellos dos millones de euros más perdidos que su bisabuelo, que en gloria esté.

Y no fue esto lo malo, sino que, por impago del Impuesto Municipal de Circulación de su motocicleta, fueron embargados por la Hacienda Local los pocos ahorros que le quedaban. Así pues, ingresó con todos los honores en la prestigiosa lista negra de la banca nacional.

A partir de ese momento el grifo de los préstamos se cerró sobre su antigua cuenta corriente como se cerraba una pirámide imperial egipcia después de acoger en su seno el cuerpo de un faraón.

Esto acabó por convertir a don Antonio en un hombre ensimismado, huraño y, lo que es peor, pobre como una rata. Avergonzado de su situación, un día, tomó las pocas pertenencias que le quedaban y abandonó el lugar dejando a su hijo como toda herencia un cepillo y una vieja caja de limpiabotas.

Algunos vecinos del lugar afirman que don Antonio había sido visto deambulando entre mendigos por las plazas de algunos pueblos vecinos. Incluso hubo quien afirmaba que, gracias a su tesón, había recuperado parte de su maltrecha economía, y se había convertido en un hombre de negocios respetado entre sus nuevos conciudadanos en una villa no muy lejana.

Sin embargo, la realidad, mucho más cruel que la fantasía, devolvió las cosas a su sitio. Don Antonio malvivía en una aldea próxima dedicado a la realización de pequeñas chapuzas de albañilería, fontanería y similares. Que eso fue lo único que le quedó de su antigua profesión: unos conocimientos básicos de las tareas relacionadas con el mundo de la construcción.

Como quiera que nuestro amigo, a pesar de los vapuleos que le había proporcionado la clase política, aún se consideraba un ciudadano responsable, he aquí que el gobierno de la nación convocó elecciones generales. Don Antonio -"Antoñito el chapucero" para sus nuevos paisanos-, considerándose obligado a ejercer su derecho inalienable a votar, tuvo a bien depositar su voto por correo.

-Votaré a quien defienda mejor mis derechos –comentó a un limpiabotas- . O sea, que votaré al partido que prometa mantenerse lo más alejado posible de la ciudadanía en general y de mi persona en particular.

Todo transcurría durante aquella campaña electoral con absoluta normalidad: insultos entre candidatos, promesas falsas, coloquios en los que no se permitían preguntas a los votantes, carteles ensuciando todas las paredes del pueblo... En fin, nada destacable.

Y llegó el día de las elecciones. Quiso la fortuna que el señor Alcalde actuase de interventor en la mesa electoral a la que pertenecía don Antonio. Emocionado al comprobar el ejemplo de ciudadanía y responsabilidad de don Antonio, el señor Acalde sintió cómo un extraño cosquilleo recorría su espina dorsal hasta despertar sus células grises, cosa sumamente extraña en un ciudadano dedicado, como él, a la vida pública.

¿Consecuencias de aquel cosquilleo que algunos llaman conciencia? El señor Alcalde, tomando nota de la dirección actual de don Antonio, decidió dirigirle un escrito que supondría una ayuda moral para tan respetable ciudadano.

Pasaban los días en su lento devenir recorriendo los oscuros horizontes de aquella comarca sin más noticias destacables que la victoria electoral del partido de costumbre. Gracias a la tacañería de las arcas municipales, la corporación se permitía el lujo de contar en aquellos momentos con algo de liquidez. Una mañana, hojeando el periódico mientras desayunaba en el bar de la esquina, el señor Alcalde detuvo su mirada sobre una fotografía que ocupaba el último rincón de la página de sucesos.

Las palabras brotaron de su boca en un leve susurro mientras leía la noticia:

Un mendigo, conocido como "Antoñito el chapucero", ha aparecido muerto esta mañana en un banco de la Plaza Mayor de Villavieja de los Burros. El hombre falleció de un ataque al corazón mientras leía una carta. La referida misiva, que tenía el remite de una localidad vecina, era del siguiente tenor:

Querido amigo:

El Alcalde Presidente de esta Corporación Municipal tiene el honor de dirigirse a usted para comunicarle que deberá pasar con la mayor antelación posible por las oficinas de Intervención de Fondos del Ilustre Ayuntamiento de Villabermeja con el fin de liquidar las deudas que dicha Corporación tiene pendientes con su empresa desde...

Muy compungido ante el grave suceso, el señor Alcalde hizo en aquel momento un voto que jamás rompería:

-Nunca más pagaré una deuda municipal. Pobrecito, qué mal rato se llevaría al verse solo y con dos millones de euros. Para que viniese un ladrón...





Manuel Cubero Urbano

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Don Manuel y doña Pepa

cuentos
(Carolina González Velásquez)

Todos los días a la misma hora, doña pepa se dirige al mercadito que esta a dos calles de su casa, a hacer las compras para preparar el almuerzo.
"Ella es una señora como las de antes", dice don Manuel, el verdulero, que todos los días surte a doña pepa de lo necesario para prepara sus guisos que han de nutrir a la familia, a la pequeña María que siempre la acompaña a las compras, a su esposo (que no le sabe el nombre por que siempre lo llama "mi marido") que trabaja arduamente en el hospital hasta tarde, pero tampoco sabe en qué, no le ha preguntado, por que qué tiene el que preguntar nada y a "su niño", su orgullo, "niño tan empeñoso, que estudia durante el día y trabaja los fines de semana por las noches para ayudar a sus padres a pagar su carrera en la universidad, por que el estudia pedagogía en a mejor universidad de la ciudad, por que era el mejor alumno en su enseñanza media y tiene media beca"
Todos los días entablan una pequeña charla, desde temas triviales como el clima, pasando por la historia de alguna vecina o sus propias vidas, por que en esos paseos por el mercadito, los clientes y los "caseros", siempre tiene algo que decir y la habitualidad de las visitas hace que se cree una pequeña intimidad.
Cuando hablan de los hijos, el tema se alarga, quejas y orgullos, depende de que sea que están hablando, cuando el orgullo, ambos padres dictan cátedra de las bondades de sus vástagos, don Manuel, habla de su niña, la mayor, la que le llena el alma, ella tan linda, tan bien educada por su esposa, es artista, quería estudiar arte, pero la vida no está para vivir por simple amor al arte y le habían convencido de estudiar traducción interprete, por que el inglés doña Pepa, se usa en todo el mundo y trabajo no le va a faltar, tiene buenas notas, por que es estudiosa, así que cuando tiene tiempo se encierra a hacer esas cosas que a ella le gusta.
Su niño, es un ángel de hijo, no sabe como se las arregla para ser de los mejores de su clase, entre los estudios y el trabajo en el pub.
Ya lo quisiera como yerno, dice don Manuel a doña Pepa, un joven bien educado, trabajador y estudioso, no como el pololito de mi hija, ese chascón con aro en la oreja, siempre con ojeras y que trae tan tarde a mi hija a la casa los fines de semana, nunca se viste decente, para mi que es un vago, mi hija dice que estudia, pero con esa pinta ¡¡¡que va a estudiar!!!, yo no digo mucho, por que mi hija espera viajar a Estados Unidos cuando termine la carrera y yo espero que encuentre un buen marido por esos lados, usted sabe doña Pepa que los pololeos de los jóvenes no duran mucho tiempo y menos de lejos…
Tenemos el mismo problema Don Manuel, la polola de mi hijo es una loca, siempre de jeans y polera, y llama a mi hijo a la casa cuando está estudiando, las pocas veces que va a la casa, siempre tiene restos de pintura entre las uñas, por que la chica es pintora y como dice usted, ¿Quién puede vivir del arte en estos días?, se pasa el fin de semana en fiestas, por que va al mismo pub donde trabaja mi hijo y la muy fresca lo espera para que él la lleve a su casa y él sale de madrugada, una niña decente se retira temprano a su casa, ya quisiera yo una niña tranquila como su hija de nuera. Al igual que usted, espero que, cuando mi hijo empiece a dar clases, encuentre una buena chica, como su hija tal vez, para que me de nietos, tengo la esperanza que el dichoso pololeo dure lo que duran las relaciones de los jóvenes de ahora, pero mi niño es distinto y a veces me asusta que la chica se embarace para amarrar a mi hijo, que es lo que hacen las chicas locas, usted ve, como es él, es un buen partido, cualquier loca lo quisiera, si las niñas buenas no abundan don Manuel.
Y se despiden hasta le siguiente día.
Un día de éstos deberíamos presentarnos a nuestros hijos, quien sabe, tal vez se gusten y terminemos de consuegros, dice doña Pepa a don Manuel, no es mala idea doña Pepa, pero creo que es algo tarde, mi hija quiere reunir a la familia de su pololo y la nuestra para hablar de la relación de ambos, yo me opongo, pero vamos a ver que sale de todo esto, yo pensaba que ese muchachote no tenía familia, pero ya ve, uno se equivoca.
Curioso don Manuel, mi hijo me ha dicho lo mismo, nos vamos a juntar con la familia de la polola a hablar de la relación de ambos, creo que el se quiere casar, no ha dicho nada, pero esperemos a ver que pasa, de todos modos me opondré a cualquier cosa.
El sábado don Manuel Y doña Pepa, se encontraron en un restaurante de la ciudad, sentada a su lado, la pequeña María, ¿Qué anda haciendo por estos lados doña Pepa?, aquí, en reunión familiar don Manuel ¿y Usted?, misma cosa doña Pepa y ambos se rieron y mientras se presentaban a sus respectivos cónyuges.
Un minuto más tarde, la hija de don Manuel, entra de la mano del hijo de doña Pepa, tres minutos después, don Manuel y doña Pepa, estaban atónitos tras la noticia, que serían abuelos y que ellos vivirían juntos por que no tenían intención de casarse.

sábado, 3 de noviembre de 2007

EL JUGADOR

Hoy ha sido demasiado para mí. Luisita, sabes muy bien que, desde que nos casamos, pocas son las veces que hemos tenido problemas realmente graves.
Ya ves, mi gran preocupación cuando nos enamoramos era que iba a tener que olvidarme del fútbol los domingos. Pues llegó el primer domingo que salimos por la tarde y no se te ocurre otra cosa que decirme que te encantaría ir a ver el partido del Betis. ¡Del Betis, nada menos, Dios mío!
El alborozo me hizo dar tal cantidad de saltos que las personas que caminaban a nuestro lado llegaron a confundirme con un canguro.
Pero no quedó ahí la cosa. ¿Recuerdas el invierno aquel en que llovió más que cuando se ahogó “Bigotes”? Entonces fui yo quien se planteó la idea de proponerte, con el miedo metido hasta los tuétanos, que una partidita de tute subastado sería una buena posibilidad para entretener aquellas tardes frías y grises...
Llegamos al estanco a comprar un paquete de tabaco, distraídamente, como quien no quiere la cosa, cogí una baraja de cartas, la acaricié sintiendo, en ellas, la calidez de una piel femenina... Tú, mirándolas de forma arrobada, me las arrebataste de entre las manos para continuar las caricias que casi a hurtadillas yo les había regalado.
Con la más inocente de las intenciones me preguntaste si sabía jugar al tute subastado. Sin poder contener la emoción, me limité a proponerte echar una partidita y contarte alguno de los trucos de aquel juego...
En la primera partida, cantaste las cuarenta, las veinte en espadas, las diez de últimas y, para más INRI, me comiste los cuatro treses... Desde entonces, nunca nos han faltado nuestras partidillas de sobremesa, nuestras inocentes apuestas de un par de euros para darle algo más de emoción al juego...
A partir de ahí, todo fue una serie de coincidencias que hacían de nuestra vida un continuo encuentro de placeres comunes. Si el Rock era una de mis preferencias musicales, a ti te encantaba Elvis. Si tú disfrutabas visitando el Museo del Prado, Velázquez era para mí un artista inconmensurable.
El año que yo quería pasar las vacaciones en los Pirineos, antes de que yo te dijese la más mínima palabra, tú te presentaste el día de mi santo con todo un equipo de montaña...
Y hoy... Hoy precisamente, cuando se cumplen nuestras Bodas de Plata, has venido a poner sobre la mesa, con toda la crudeza de que eras capaz, una desconfianza hacia mi persona que nunca pude imaginar. Sí, tú, mi amada Luisita, mostrando tu desconfianza, preguntándome qué he hecho de los últimos veinte euros que me diste. Tú, mi amada Luisita, culpándome de derrochón, cuando sabes que miro por el último céntimo como si fuese mi alma...
Sí. Luisita, sí. Hoy me has herido en lo más profundo de mi ser. Tu desconfianza me ha parecido totalmente injustificada, y te lo voy a explicar de la forma más clara posible:
¿No has observado que hoy tienes en tu monedero veinte euros más? ¿Acaso no recuerdas que ayer, en la última partida de tute, me dejaste más pelado que a un quinto?


Manuel Cubero

martes, 30 de octubre de 2007

OTRA VUELTA

cuentos
Versión libérrima del tango

Volvió una noche
Letra Alfredo Le Pera


Costanera Sur, entrada por Belgrano. Me acuerdo, como olvidar. Cómo olvidarla.

Pobre y errante adolescente, estudiante incierto del Krause, en los mediodías exploraba, con algunos compañeros, los recovecos de la costanera. Algunas estudiantes de un liceo cercano, caminatas, apretujones, risas, nada.

O las hamacas del parque, en el boulevard cerca de la vía, la respiración agitada, la adolescencia reclamando por las obreritas de la fábrica, aleteando risas nerviosas, volando en las hamacas, ofrecidas, pidiendo, temiendo.

¿Te empujo? ¡No muy fuerte que me asusto! ¡No tengas miedo, yo te sostengo!

Las manos ardiendo en las caderas ofrecidas, apoyando el empuje desde las nalgas, gritos, risas, pieles erizadas de placer y deseo. Aumentando el envión hasta provocar el grito. ¡Más despacio! Y mis manos sujetándola de los pechos, deteniendo la hamaca y antes del reto, deslizándolas por la cintura, las caderas, los muslos, sosteniéndola hasta la inmovilidad, respirando en su nuca. ¡No tengas miedo, yo te agarro! ¿Otra vuelta? Y reiniciando sin esperar respuesta hasta que el llamado de la fábrica las llevaba volando y riendo.

Lucía (es todo lo que supe de ella), después de los primeros escarceos grupales, terminaba siendo mi pareja. La secundaba en su vuelo como en un Pas de deux litúrgico, quemante, que cortaba el aliento en cada roce de las carnes. Nunca charlamos, ni caminamos juntos, ni nos invitamos a nada. Sólo la danza erótica donde aprendimos, ella y yo, de la tortura y el placer de la sensualidad minuciosa, agónica, de la ronda de dos cuerpos. Entre mediodías sufría de ausencias, llenaba mis noches de insomnios ansiosos.

Hasta que un día me besó en la boca, saltó de la hamaca y se fue. Los días siguientes no vino. A mis preguntas sus amigas contestaban entre risas que no sabían. ¿Me hamacás?, preguntaban, evaluaban. Las hamacaba, manos firmes en los hombros o sosteniendo los brazos, después sentado silencioso en el tobogán. Se burlaban, ellas y ellos. Cuánto la necesitaba.

Un día volvió, silenciosa entre sus compañeras mudas, como un séquito secreto. Me esperó a la distancia. Cuando me acerqué me tomó de la mano y me guió entre los árboles. Fue mía en un ensueño como una sinfonía de ángeles y faunos, como una explosión de pétalos y alas, como un arco iris escondido en su vientre.

Y me dijo adiós.

Cómo olvidarla, Lucía.

Eso fue hace diez años. No sé qué me trajo, esta noche, al boulevard, las hamacas, mi adolescencia. Desde la hamaca la distinguí entre las mujeres que paseaban insinuantes y hastiadas por la vereda y entre los coches. Lucía. Desde la vereda me distinguió, se acercó lentamente. Se sentó en la hamaca de al lado.

Nos hamacamos silenciosamente un largo rato.

Como vez, no pude irme, Carlos, no pude esquivar a mi destino. Tal vez, con vos, hubiera sido distinto. Pero eras un estudiante, todo futuro, y yo, en la fábrica desde chica, no me ilusioné con vos. Tampoco aguanté la fábrica y ahora... aquí me ves.

No le dije nada. ¿Qué podía, reprocharle, reprocharme?
¿Me olvidaste, Carlos?

Nunca dejé de recordarte, Lucía, nunca dejé de necesitarte. Siempre me reproché mi cobardía de niño bien. ¿Por qué no te detuve, si ya estabas en mi piel?¿Por qué no te seguí, no te busqué? ¿Por qué sólo después aprendí que, por la felicidad, hay que pelear con uñas y dientes?

Éramos dos niños hamacándose en la vida, temiendo sufrir, no animándose a amar. No sé... tal vez aún no sea tarde, dijo y comenzó a hamacarse suavemente. ¿Te animás a otra vuelta?

Callé mi amargura y tuve piedad.
Sus ojos azules, muy grandes se abrieron,
mi pena inaudita pronto comprendieron
y con una mueca de mujer vencida
me dijo: "Es la vida". Y no la vi más.


Carlos Adalberto Fernández


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Carlos Adalberto Fernández
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domingo, 28 de octubre de 2007

LA DEUDA

cuentos

Falta para la aurora, para mi encuentro con Bedoya. La noche está húmeda, pringosa. Noche agorera de muertes desangradas en grietas resecas que se hunden en el infierno. O de espectros insomnes, deambulando en busca. De qué, digo, qué carajo hago aquí, yo, Toribio Antunez, otrora guapo, ya casi pretérito. Los cuervos de la noche esperan, negro sobre negro, mi cuota de muertos, o mi propia muerte, que ya es hora.
¡Cucarachas! En esta cueva hedionda, acompañan mi inevitable descenso al ocaso.
Lejos quedó el tiempo del joven de cuchillo inhóspito, sacerdote ceremonial del requiem porque sí, porque éste o yo, entonces yo, mi fama ondeando en esquinas, bailongos, piringundines. Ya entonces Manuel Bedoya era mi referencia, le contaba las muertes, le evaluaba los gestos, lo esperaba -el momento de la búsqueda pausada de la carne del otro, de la sangre escondida, del último suspiro y la mirada incrédula y final-. No se dió. No había apuro. Alguna vez no íbamos a encontrar.

Después crecí. Hice de mi destreza -o mi suerte- un oficio.No fue lo mismo matar por encargo del político de turno, del aristócrata, del poderoso haciéndose camino sobre muertes encargadas. Matar sin odio te seca el alma, es ser verdugo, no juez, ni hay requiem. Pero era mi oficio, había que parar la olla.
Recorrer los senderos, buscar los escondites del enemigo solapado. O en la guarida, entre cucarachas y hedores, atento al afelpado paso del peligro. O el andar firme y seguro de Bedoya, buscándome. Quince noches encontrándolo. Quince madrugadas buscando luego el refugio del sueño y el olvido.
Ya ni oficio me queda. Solo una fama incierta, folklórica. Tal vez compasión, de donde conseguir para grapas y changas. Y esperar a Bedoya, quién diría, a nuestra edad, encontrarnos en este tugurio infame.

Con el primer rayo de sol se asoman los pasos de Bedoya.
-- ¿Llego tarde?-, pregunta, por decir algo.
-- No. Es la hora.
Bedoya, con lentitud ceremonial, desenvaina su cuchillo, le evalúa el brillo y lo coloca sobre ls mesa, al lado del mío.
-- Sin novedad -le digo, mientras levanto mi cuchillo-. Quince días, Bedoya; es la deuda.
-- Sí, quince días. Aproveche ahora, que ya le tomo el turno. Vaya y arregle lo suyo, Antunez. Y cuando me entere de otra changa de sereno, le informo.


-- Le agradezco, Bedoya. Que tenga buen día. Ya nos vamos a encontrar.

Carlos Adalberto Fernández

lunes, 15 de octubre de 2007

Directo al cerebro.

cuentos


por Luciano S. Doti
Cuando mi amigo estadounidense me contó esta historia mi primera
reacción fue un escepticismo mayúsculo. Es cierto que la ciencia
avanza a pasos agigantados, y mucho mas en el país que constituye la
mayor potencia mundial. Pero esa no era razón suficiente como para
considerar que fuese posible dominar la mente de las personas
mediante un virus creado en un laboratorio. "Que sabes de armas
biológicas?", me pregunto sin darme tiempo a digerir lo que acababa
de oír. Le comente todo lo que sabia, lo poco que sabia. Que son
armas elaboradas para infectar a la población con virus como el
ebola o la viruela, y que de caer en manos de organizaciones
terroristas pondrían en riesgo la salud de la gente y, obviamente,
el orden mundial imperante en la actualidad. Esa era toda la
información que manejaba hasta el instante en que el me contó acerca
del virus de dominación cerebral inducida. La existencia de este
ultimo es lo que mi natural tendencia al raciocinio me impedía
asimilar. Por que una cosa era aceptar que gente mala, terroristas,
pudieran querer sembrar el caos utilizando la cepa viral de
enfermedades ya extinguidas en la mayor parte del mundo, y otra
cosa, muy diferente, era creer que un laboratorio hubiese
desarrollado un virus hasta ese momento inexistente en el mundo y,
aun peor, detrás de este proyecto no había terroristas sino grandes
corporaciones que utilizarían el posible éxito de ese emprendimiento
para dominar a la población, induciéndola a votar y a consumir todo
lo que determinados programas televisivos le ordenara. Para ello
tenían un equipo de publicistas sin escrúpulos, los cuales se
especializaban en mensajes subliminales. Los mismos consisten en una
serie de conceptos que ingresan visual o auditivamente a la parte
inconsciente del cerebro del televidente y luego pasan a la parte
consciente, creando en la mente de este la sensación artificial de
que ese concepto nació de su propio pensamiento y no de un estimulo
externo. El resto es muy simple, los cerebros poblados por esos
virus de dominación cerebral inducida (VDCI)no tardarían en ceder
ante dicha sugerencia. Ahora bien, de que manera se colonizarían
esos cerebros? Aquí viene lo disparatado del asunto. Durante los
últimos años los implantes mamarios se han ido incrementando
notablemente; se calcula que en EEUU 3 millones de mujeres ya los
tienen. También sabemos que los mismos muchas veces son factibles de
filtraciones; una pequeña rotura en la bolsa contenedora libera el
fluido dejándolo en contacto con la sangre. Luego la sangre circula
por todo el cuerpo, irrigando la totalidad de los órganos, incluido
el cerebro. Conocedores de esta situación, estas corporaciones a las
cuales les interesa dominar a la población, habrían invertido en
empresas fabricantes de estos implantes, introduciendo en el
interior de los mismos el omnipotente VDCI. De manera que en pocos
años millones de mujeres estadounidenses serian "inducibles" para
estas corporaciones. Mas teniendo en cuenta que en ese país
aproximadamente mil mujeres se colocan implantes diariamente, eso
sin contar los que se realizan en el exterior. Por ultimo no debemos
ignorar que la mayoría de estas damas son blancas, de clase media
hacia arriba y residentes en las principales ciudades del país, es
decir pertenecen a la clase dirigente estadounidense. Son
profesionales, empresarias, madres, esposas...no seria prudente
subestimar la influencia que tienen sobre la sociedad.
Tras oír ese pormenorizado informe había quedado atónito mirando a
Paul, mi amigo estadounidense, a la espera de que este me dijera
algo mas, algo que doblegara mi escepticismo. Sin embargo, Paul no
agrego nada mas. Simplemente se limito a permanecer sentado frente a
mi, y bebió otro sorbo de su cerveza. A mi se me cruzaban mil
hipótesis por la cabeza; si esta gente conseguía su cometido en
EEUU, no pasaría mucho tiempo hasta que extendieran esa influencia
al resto del mundo; incluido mi país, la Argentina. Pese a lo
absurdo que me había resultado oír esa teoría al principio,
comenzaba a tomarla en serio. Quedaríamos a merced de un grupo de
inescrupulosos empresarios. Ahora que lo sabíamos debíamos actuar
rápido, para impedir que este perverso plan siguiera su curso."Hay
que advertir a las mujeres sobre esto",le propuse a Paul. El
continuo inmutable frente a mi, bebió un sorbo mas de cerveza y
luego me respondió. "Algunas ya lo saben, pero no pueden aparecer
diciendo esto públicamente porque las tomarían por locas. Nadie les
creería "."Entonces no hacen nada",acote resignado."Usan la excusa
del cáncer de mama, pero no esta funcionando; cada vez hay mas
estudios que echan por tierra la relación entre el cáncer y los
implantes"." Y entonces?"." Y entonces nada. No se puede evitar lo
inevitable, así que, para que luchar. La vida puede estar llena de
paz cuando dejas de nadar contra la corriente. Después de todo, no
están tan mal, las rubias y pelirrojas con el busto grande...",dijo
Paul y miro en dirección a una mesa cercana a la nuestra. En efecto,
había dos mujeres, una rubia, pelirroja la otra, con sendos
implantes mamarios. Notaron que las mirábamos y sonrieron, fue allí,
en ese momento, que lo entendí. Para que luchar, para que nadar
contra la corriente, si la suerte del mundo ya esta echada y,
después de todo, lo que nos depara el futuro, no es tan malo.

www.letrasdehorror. blogspot. com

viernes, 5 de octubre de 2007

La fiesta

cuento

¿Quién dijo que la plata no hace la felicidad?

Allí están ellos dos, juntos, muy a mi pesar pero no importa; ya lograré sobrevivir a este suceso.

Aún lo amo, es verdad y él es de ella, ya lo sé.

Los dos se rieron de mí y aún lo continúan haciendo, no a mis espaldas sino frente a mí, en mi cara.

No voy a dejar que el dolor enturbie mi visión, seré fuerte.

Todo el mundo se ha congregado en esta fastuosa fiesta, incluso hasta el gobernador. ¡Sí que han llegado a las altas esferas esos dos!

Se casaron hace muy poco y ya festejan otra fiesta más.

A la primera no asistí; estaba enferma pero enferma de ira y coraje.

¡Los hubiese matado con mis propias manos! A ella principalmente, mi “supuesta” mejor amiga, la que robó el amor del único hombre que amé en toda mi vida.

Ya sé que él era mi amigo y nada más; sé que me había confesado que me veía sólo como una hermana y no como mujer…pero a ella…a esa maldita perra, en cuanto la conoció se prendó de ella; y ella, sabiendo lo que yo sentía por él, le correspondió con la tonta excusa de ignorar mis sentimientos.

¡Maldita arpía! Lo quiso y lo tuvo….y yo, tuve que fingir que toleraba la situación para no perder la amistad de él.

Estallé cuando se casaron, por ello enfermé, pero logré rehabilitarme, salir y gritarle a ambos el odio que sentía por ellos.

Me pidieron disculpas, me rogaron perdón pero…era tarde ¡Qué importa ya!



La cosa es que los observo ahora…Están juntos; todos visten formalmente y los saludan. ¡Claro, son el centro de atención!

Aunque ellos no me ven, yo sí los veo; juntos, asidos, como amantes…

Creo que debo irme, algunos se han percatado de mi presencia y ya empiezan a chismosear entre ellos. Seguramente querrán echarme de esta fiesta.

Ya me iré…aunque deseo disfrutar con fina morbosidad la situación.

Allí vienen por mí…

Está bien, me iré con ellos.

--Bien, voy con Ustedes. Mis saludos a los anfitriones…- -digo, mientras los dos hombres me toman por los brazos—





--¡¡ Dios mío!! Menos mal que avisé a la policía, la andaban buscando desde ayer –exclamó la mujer del salón—Esa maldita demente asesinó a mi sobrina y su marido y tuvo el tupé de venir a su funeral. Está realmente loca.





Liliana Varela 2007

viernes, 28 de septiembre de 2007

La blasfema (cuento)

cuentos

Don Irineo, el viejo sacerdote, subía renqueante la cuestecilla de la
calle del Calvario todas las mañanas poco antes de las ocho. Libre de
oficiar en su parroquia, dada su avanzada edad, asistía diariamente a
la misa de la catedral.

- Qué asco de viejo.

La Patro se asomaba al balcón despeinada y en bata. Aunque su último
cliente se hubiera ido dos horas antes, siempre le esperaba para
maldecirle.

- Corre, cuervo, corre - murmuraba entre dientes -anda a lamerle el
culo a ése, y le dices que por aquí no asome que no nos hace ninguna
falta.

Don Irineo, medio ciego y medio sordo, parecía no apercibirse de esa
presencia hostil que cada día, y durante años, le elegía como
portavoz de sus blasfemias.

Sólo después de maldecir al cura podía dormirse la Patro, como si
hubiera tomado justa venganza sobre su vida y su propia historia.
Mediante este acto ritual sustentaba la supervivencia de su dureza
interior, de su rebeldía, y se dormía con el sueño entrecortado de
los soldados en la guerra.

Una mañana ya habían tocado las ocho y don Irineo no pasaba. La Patro
se impacientó porque había tenido mucho trabajo y, pensando que no
podría dormir sin insultar a Dios y a su mensajero, se echó un chal
por encima y salió a buscarle calle abajo.

- Maldito viejo, ¿dónde andará?- farfullaba iracunda al bajar la
escalera. No tuvo que andar mucho para encontrar un bulto negro caído
en la acera.

- Oiga, oiga, ¿qué le pasa, está malo?.

Le sacudió un hombro, pero don Irineo no se movía y ella se
inquietó. Al alzarle y recostarle contra la pared vio que estaba muy
pálido, las pupilas dilatadas, la boca temblona, y le caía un hilillo
de baba que la Patro le limpió con su propia mano.

- Este se muere.

Como era una mujerona fornida, resuelta en el manejo de los cuerpos,
se cargó en brazos al vejete, lo subió a su casa y lo tendió en la
cama. Al poco pensó que era raro el que un sacerdote estuviese en la
cama de una puta, pero no tenía otra habitación y ¿qué iba a hacer?

- ¿Qué ha pasado, dónde estoy? - Don Irineo se incorporó un poco y
pareció querer fijar la mirada.

- No se preocupe, voy a buscar al médico. Usted ahí, que vengo en
seguida.

- ¿Quién eres, hija, cómo te llamas?

Ella dudó algo y al fin respondió con sequedad

- Soy la Patro. ¿Qué más da?

- Dame agua, hija- Apenas pudo mojar un poco los labios. Con el
sorbito pareció recuperar un hilillo de fuerza.

- Sí, sí, la Patro. Ya me acuerdo. Si yo te conozco.

- Ah... ¿sí?

- Yo, yo... hija... tanto tiempo pasando por tu puerta para ir a
rezar por ti y por tu niño.

- ¡¿A rezar por mi hijo?!- A Patro esta declaración le causó tal
sorpresa que por un instante olvidó que estaba ante un moribundo. -
¡No, no: yo no creo en Dios! ¡Yo odio a Dios, yo le maldigo! ¡Le
odio, le odio! ¡Y a usted también, maldito cura, cabrón, mentiroso,
cerdo, cerdo!

La Patro gritaba y apretaba los puños. De repente vino en sí, se
serenó y, cogiendo la mano del sacerdote, que pendía de la cama, se
la colocó sobre el pecho.

- Perdone, ¿eh?- musitó apenas.

Don Irineo alzó la mano y trazó una temblona señal de la cruz

- Ego te absolvo...

Patro se retiró con suavidad, conmovida por el gesto del pobrecillo.
"Absorberla" a ella, ya se ve que deliraba. Con cierta ternura le
colocó a don Irineo los mechoncillos de cabello blanquísimo y fino.

- Haz tú igual- Pidió él con muy poquita voz.

¿Ella? Patro sintió un pánico supersticioso- Voy a buscar a un cura,
espere, espere...

- Por favor, tú, tú...

- Pero si yo... yo he insultado a Dios.

- A él no. A mí, sólo a mí. Por favor...

Con el dedo índice y un gran reparo ella dibujó una cruz chiquitita
en el entrecejo de don Irineo. Qué costaba darle ese gusto... El la
miró con agradecimiento.

- Voy a por el médico y a por un cura, espere, espere.

Le vinieron a don Irineo como una lucidez y un vigor repentinos y,
esta vez con firme trazo, bendijo a la mujer.

- Mater invioláta...

- Aguante, aguante.

- Mater amábilis...

La Patro salió corriendo. Cuando regresó, con un sacerdote de la
catedral, don Irineo ya había muerto.

- Hay que sacarle de esta casa inmediatamente y sin escándalo. No
puede saberse que ha muerto aquí...

La Patro cerró los ojillos de don Irineo, le envolvió en una colcha
blanca y le llevó en brazos hasta la catedral a la que el pobre
hombre no había podido llegar aquella mañana por sí mismo. La misma
colcha en la que, años atrás, había envuelto a su propio niño, muerto
de tuberculosis, para ir a pedir el cambio de su vida por la de él.
Cuánto tiempo sin hacer ese camino. Y qué corto se le hizo, y qué
poquito le pesaba el cuerpo, casi tan poco como en su anterior viaje.
Cuando la Patro entró de nuevo en la casa de su Enemigo, enfiló
derecha al altar y, como la otra vez, lo depositó a los pies del
Cristo. Un par de beatas interrumpieron su automático murmullo.

A todo esto el sol estaba ya queriendo apoderarse de las sombras. Las
golondrinas que anidaban en los aleros de la catedral alzaron un
vuelo nervioso y abigarrado ensayando su inminente partida al Sur.

Blanca Barojiana

TEORIA DE CUERDAS

cuentos


La sábana envuelve como sudario su cuerpo ahogado por las esporas que
el espacio, el tiempo, su mujer, adhieren a sus capilares. Y esa carne
globular, oleadas de grasa basculante, limita su terror en la cama de
mamá.

Otra noche sin dormir, perseguido por odios y rencores que en
infinitos filamentos
le transmiten los descerebrados protozoarios de la humanidad. "ESTE
COLOR TIENE QUE SER OCRE!!!! PELOTUDO!!!! !!!!!!!!!", ¡no te dejés
ganar por inferiores!, descerraja Helena, o mamá. Cómo defenderse.
Humillado desde el gen recibido del principio de la vida. Qué vida.

Mejor una ducha, se dice mientras se encamina por pasillos y
catacumbas flanqueadas por esqueletos sonrientes. Las manos todavía
húmedas de su padre se marcan en las paredes de Altamira, pasando el
living, entre bisontes y sonetos, camino del olvido momentáneo,
escapando al horror del nombre de la Humildad.

El agua extiende seudópodos ávidos, en busca de su entrepierna. Helena
lo persigue en la noche, por las galaxias de la humillación. Ser
humilde enaltece, ellos no dan la altura, dice, decía. Son inferiores,
no tienen huevos, vos no tenés huevos. Te dejás ganar. Todavía
sostiene el despertador puesto en hora para no dejarlo evadir el
mundo cotidiano, lleno de zombis trajinantes. La lluvia lo asfixia,
se pegotea, roja y viscosa, enrollándose, mostrando el tobillo,
marcando las nalgas prohibidas de su mujer.

Cómo defenderse. ¡El sueño, por favor! Ella respira como un Moloch
ahito de rencor y orgullo. O no respira. ¿Quién respira? ¿Mamá? La
noche extiende sus tentáculos coagulados en busca de su sexo. O es una
mano (de él, de ella, de ella?). O dormir, o morir. O matar. Papá,
todavía mojado, se revuelca en la cama con la muchacha, riendo como un
chico. Él no. El placer no llega, el miedo no se va. La angustia
unifica el universo en un destello de autodesprecio, otro fracaso, ni
para pajearse. No hay futuro, ni pasado, sólo un presente inmemorial
de ignominia y vergüenza, comenzando por el parto públicamente no
deseado. Ni humilde. Toda la humanidad desde el alba del Hombre, en
una sola mirada de Górgona, de Helena, incinerando insignificantes
significados.

Es, otra vez, la muerte, el descenso al infierno de todas las noches.
El cuerpo vecino, el predador, despliega su ectoplasma, lo devora. Es
el fin. Declarado culpable, vulnerable a las críticas, incapaz de
triunfar, débil, desterrado. Por fin grita, transgrede el tabú. Odia.
Ataca. Sacude los brazos como un molino desbocado, como una hélice
enloquecida, como un espantapájaros espantado. Los golpes resuenan
como yunques del infierno. Los aullidos del monstruo disuelven su
cerebro en un magma oleaginoso, nauseabundo. Se limpia los ojos
salpicados. Cierra la ducha.

Silencio. El Minotauro es ya un fangal pastoso, oscuro como brea. El
se va hundiendo lentamente en la placenta primordial, cierra los ojos.

Esposado, flanqueado por policías, médicos y curiosos, mirando las
paredes garabateadas con sangre y residuos, el cuerpo desarticulado de
Helena, su cráneo destrozado, su rostro dilatado en el último grito,
se dio cuenta que, por fin, había comenzado a dormir.
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Carlos Adalberto Fernández