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domingo, 18 de noviembre de 2007
El tren que no llegaba
Estaba sentado en un banco de la estación de trenes; en ese momento, su mirada estaba perdida en un punto inexistente del horizonte.
Era un hombre joven, pero su semblante denotaba la dura vida que le había tocado en suerte.
Era el único ocupante del andén. Un empleado de la boletería era la segunda forma humana que se encontraba allí – pero se hallaba dentro de su cabina, aislado de aquel joven.
El hombre se miró las manos, estaban ajadas, deterioradas como las manos de cualquier trabajador manual; se acomodó el botón de la camisa (que aunque se notaba vieja, estaba muy limpia) y carraspeó como para aclarar la voz.
Cualquiera que lo viese pensaría que era un ser insignificante, que no llamaba la atención; quizás fuese así…pero sólo él sabía el por qué de su importancia en ese lugar.
Nada podía sacarlo de sus pensamientos; inclusive la mujer que llegó con esa niñita gritona que lo miraba desafiante. Apenas levantó la mirada para verlas discutir entre ellas y luego volvió a sumergirse en sus propias ideas.
El estaba en su propio mundo…esperando ese tren que no llegaba…
Aunque tuviese que esperar años por esos vagones lo haría; la espera no importaba; sólo deseaba verla por última vez; era su único deseo.
Quizás ella no lo reconociese ¡Tanto tiempo había pasado!. Además nunca lo había visto de traje, pero estaba seguro que aunque el traje fuese pobre (y usado) , ella sentiría orgullo al verlo vestido así.
¡Tantas cosas tenía para decirle que las memorizaba en voz alta por miedo a olvidarlas!
Estaba muy nervioso; sentía sus manos transpiradas, llevaba más de tres horas de espera y el tren no aparecía en el horizonte.
Pensó que ella no podía defraudarlo. Era verdad que se había molestado cuando él decidió dejarla para ir en busca de un futuro mejor para los dos, pero finalmente había logrado reunir una pequeña fortuna con la cual había adquirido su propia casa…¡Ella debería estar feliz por ello!.
Su impaciencia iba en aumento; la mosca que se apoyó en su rostro fue la víctima de sus nervios al estallar su cuerpo en un manotazo brusco y veloz.
Sintió un ruido extraño pero esperado…parecí a ser el tren que se acercaba; ese tren que parecía no llegar jamás, finalmente aparecía ente sus ojos.
Se paró de su asiento como si tuviese un resorte dentro y con pasos bruscos y largos se acercó a la orilla del andén.
Cuando vio al guarda que se asomaba de uno de los vagones de pasajeros, corrió a su encuentro. Jadeando llegó a él.
--¿Señor Pérez? –preguntó el guarda.
--Sí, sí, soy yo, soy Pérez…--respondió apurado-- ¿vino ella? ¿llegó?...
--Sí señor, ya llegó. Está en el último vagón de carga.
El joven corrió con toda la velocidad que sus piernas pudieron darle; llegó en el momento en que dos empleados descorrían la compuerta del vagón. Ella quedó al descubierto; finalmente pudo verla.
Allí estaba: el cajón que contenía los restos de su madre finalmente llegaba a reunirse con él.
Liliana Varela 2006
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