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lunes, 19 de noviembre de 2007
Los pasos
Regresa ella de su paseo por la campiña al barrio pleno de historias y
afectos, ese barrio que permaneció dormido en la memoria cuando paso a
paso caminaba en Ampatacocha. Era adolescente, jugueteaba entonces
del brazo de su padre.
Lo vuelve a ver con sus calles de piedras más los balconcitos
cubiertos por hiedras y geranios. De la mano lleva a Dulce, su
pequeña quien juega, hace piruetas mientras come su manzana cubierta
de caramelo. Estas calles despiden olores diversos. La primera huele
a sándalo, la segunda a pimienta y comino; la tercera, a hierba luisa.
La cuarta y quinta a romero e hinojo.
En la sexta y sétima percibe el olor a arroz con leche, recuerda
ahora que en toda la esquina está la vieja casona de sillar rosado de
sus abuelos. Se acerca a ella e ingresa para recorrerla, con su niña.
Escucha el rechinar de las puertas de cedro, se entreabren, ojos la
miran. Con retraso en su pupila se le aparecen rostros, rostros de
sus padres, de los abuelos, de los tìos; y otros, se le vienen más
allá de ella.
La casona tiene tres patios, el tercero y último permanece adornado
con buganvillas en sus esquinas. Al fondo de éste hay todavía un pilón
de fierro oxidado. Lo abre, le da agua a Dulce que sigue con sus
juegos. Ella también la saborea.
Madre e hija regresan al zaguán donde hay una pileta, se mojan un poco
más con el agua que les roza. Dulce de pronto le pregunta: - Madre
quiénes vivieron en esta casa. Irene conmovida le dice:- Sólo
fantasmas, fantasmas, recuerdos, recuerdos.
Julia del Prado (Perú)
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