Don Antonio siempre fue un hombre volcado en los asuntos públicos de Villabermeja. Don Antonio, hombre de carácter noble y sencillo, se adornaba, además, de cuantas cualidades hacen de un empresario honesto la víctima ideal de un ayuntamiento.
No menos de diez obras de gran envergadura había realizado para la Corporación Municipal durante la última legislatura. Esto suponía un montante de dos millones de euros, céntimo arriba, céntimo abajo.
Y como una corporación que se precie no puede ni debe carecer de sus correspondientes deudas millonarias, he aquí a nuestro protagonista convertido en uno de los principales acreedores de las arcas municipales, cosa que, al decir del señor Alcalde de la localidad, era un honor para don Antonio.
-Considere, amigo, que todos y cada uno de los vecinos están en deuda con usted, y eso, bien considerado, es motivo más que suficiente para que se sienta orgulloso de su comunidad.
Después de múltiples intentos por recuperar el capital invertido en obras municipales, nuestro respetado don Antonio acabó por considerar aquellos dos millones de euros más perdidos que su bisabuelo, que en gloria esté.
Y no fue esto lo malo, sino que, por impago del Impuesto Municipal de Circulación de su motocicleta, fueron embargados por la Hacienda Local los pocos ahorros que le quedaban. Así pues, ingresó con todos los honores en la prestigiosa lista negra de la banca nacional.
A partir de ese momento el grifo de los préstamos se cerró sobre su antigua cuenta corriente como se cerraba una pirámide imperial egipcia después de acoger en su seno el cuerpo de un faraón.
Esto acabó por convertir a don Antonio en un hombre ensimismado, huraño y, lo que es peor, pobre como una rata. Avergonzado de su situación, un día, tomó las pocas pertenencias que le quedaban y abandonó el lugar dejando a su hijo como toda herencia un cepillo y una vieja caja de limpiabotas.
Algunos vecinos del lugar afirman que don Antonio había sido visto deambulando entre mendigos por las plazas de algunos pueblos vecinos. Incluso hubo quien afirmaba que, gracias a su tesón, había recuperado parte de su maltrecha economía, y se había convertido en un hombre de negocios respetado entre sus nuevos conciudadanos en una villa no muy lejana.
Sin embargo, la realidad, mucho más cruel que la fantasía, devolvió las cosas a su sitio. Don Antonio malvivía en una aldea próxima dedicado a la realización de pequeñas chapuzas de albañilería, fontanería y similares. Que eso fue lo único que le quedó de su antigua profesión: unos conocimientos básicos de las tareas relacionadas con el mundo de la construcción.
Como quiera que nuestro amigo, a pesar de los vapuleos que le había proporcionado la clase política, aún se consideraba un ciudadano responsable, he aquí que el gobierno de la nación convocó elecciones generales. Don Antonio -"Antoñito el chapucero" para sus nuevos paisanos-, considerándose obligado a ejercer su derecho inalienable a votar, tuvo a bien depositar su voto por correo.
-Votaré a quien defienda mejor mis derechos –comentó a un limpiabotas- . O sea, que votaré al partido que prometa mantenerse lo más alejado posible de la ciudadanía en general y de mi persona en particular.
Todo transcurría durante aquella campaña electoral con absoluta normalidad: insultos entre candidatos, promesas falsas, coloquios en los que no se permitían preguntas a los votantes, carteles ensuciando todas las paredes del pueblo... En fin, nada destacable.
Y llegó el día de las elecciones. Quiso la fortuna que el señor Alcalde actuase de interventor en la mesa electoral a la que pertenecía don Antonio. Emocionado al comprobar el ejemplo de ciudadanía y responsabilidad de don Antonio, el señor Acalde sintió cómo un extraño cosquilleo recorría su espina dorsal hasta despertar sus células grises, cosa sumamente extraña en un ciudadano dedicado, como él, a la vida pública.
¿Consecuencias de aquel cosquilleo que algunos llaman conciencia? El señor Alcalde, tomando nota de la dirección actual de don Antonio, decidió dirigirle un escrito que supondría una ayuda moral para tan respetable ciudadano.
Pasaban los días en su lento devenir recorriendo los oscuros horizontes de aquella comarca sin más noticias destacables que la victoria electoral del partido de costumbre. Gracias a la tacañería de las arcas municipales, la corporación se permitía el lujo de contar en aquellos momentos con algo de liquidez. Una mañana, hojeando el periódico mientras desayunaba en el bar de la esquina, el señor Alcalde detuvo su mirada sobre una fotografía que ocupaba el último rincón de la página de sucesos.
Las palabras brotaron de su boca en un leve susurro mientras leía la noticia:
Un mendigo, conocido como "Antoñito el chapucero", ha aparecido muerto esta mañana en un banco de la Plaza Mayor de Villavieja de los Burros. El hombre falleció de un ataque al corazón mientras leía una carta. La referida misiva, que tenía el remite de una localidad vecina, era del siguiente tenor:
Querido amigo:
El Alcalde Presidente de esta Corporación Municipal tiene el honor de dirigirse a usted para comunicarle que deberá pasar con la mayor antelación posible por las oficinas de Intervención de Fondos del Ilustre Ayuntamiento de Villabermeja con el fin de liquidar las deudas que dicha Corporación tiene pendientes con su empresa desde...
Muy compungido ante el grave suceso, el señor Alcalde hizo en aquel momento un voto que jamás rompería:
-Nunca más pagaré una deuda municipal. Pobrecito, qué mal rato se llevaría al verse solo y con dos millones de euros. Para que viniese un ladrón...
Manuel Cubero Urbano
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