viernes, 27 de enero de 2012

EL EFECTO MARIPOSA - ¡PELIGRO!


Una vez más, como había sucedido alguna vez siglos atrás, los desheredados de la fortuna, los de la genética en este caso, protagonizaron una revolución que prometía romper moldes.Convencidos de que aquellos extraños líquidos no eran excesivamente peligrosos consumidos en pequeñas cantidades, dieron buena cuenta de ellos.
-Debemos evitar que estos venenos caigan en manos de jóvenes irresponsables -dijo Robustiano a manera de justificación mientras una sonrisa adornaba picarescamente su rostro.
 En pocos meses la semilla de una nueva era presidida por la libertad y la recuperación de viejas costumbres se extendió por el mundo entero. El conflicto laboral, lo que siglos pasados llamaban huelga general, se extendió como las malas simientes por toda la Tierra. Los gobernantes, sorprendidos y careciendo de la maquinaria represiva adecuada, comenzaron a investigar en los archivos históricos sobre los métodos utilizados tiempo atrás para reprimir las veleidades de las castas trabajadoras.
Así fue como la noticia llegó al Infierno. Desde allí se enviaron embajadores especiales con el fin de informar a los poderosos sobre los medios más adecuados para combatir a los desheredados de la genética. Varios meses trabajaron sin descanso intentando convencer a los gobernantes de las indudables ventajas que les acarrearía la posesión de aquellos diabólicos aparatos capaces de sembrar muerte y destrucción a placer de sus dueños. A pesar de todo la propuesta de Azazel de devolver a la humanidad los planos de las armas no encontró el eco apetecido en algunos humanos, la consideraban peligrosa.
-Podrían caer en manos de las clases trabajadoras –expuso un gobernante algo aprensivo.
Sin embargo, otros, apoyados por empresas multinacionales, propusieron aceptar la oferta diabólica y proceder a la fabricación y venta de armamentos desaparecidos muchas décadas atrás.
-Imaginad el negocio. Contrataremos a los trabajadores más problemáticos, los armaremos hasta los dientes y gracias a su rebeldía destruiremos medio mundo – respondió, relamiéndose, uno de ellos pensando en los múltiples beneficios que apello le acarrearía.
-No le veo la punta a ese negocio -protestó un pequeño empresario no muy dotado intelectualmente.
-Piensa, amigo, piensa. Trabajadores molestos exterminándose unos a otros, fábricas y edificios en general destruidos por esos vándalos...
-Pues vaya panorama.
-Ahora viene lo bueno: reconstruiremos todo de nuevo y con dinero público. El nuestro, por lo que pueda pasar, ya lo habremos puesto a buen recaudo antes de comenzar el baile...
Afortunadamente para muchos y desgraciadamente para los responsables mundiales de la cosa pública, Robustiano, convertido en líder mundial de la clase trabajadora, carecía de genes bélicos. Y, como él, todos sus compañeros. Acostumbrados a las herramientas de trabajo y al respeto a sus congéneres, aquellas mentes ingenuas no concebían manejar un trasto capaz de romperle el alma a otro hombre.
En vista de ello, el Presidente de la Organización Mundial de Empresarios Gorrones (OMEG) decidió atacar el problema desde la raíz conquistando los tiernos corazones de la infancia mundial. El primer paso fue encomendar a la OMEP (Organización Mundial de Educación y Progreso) la adquisición y distribución gratuita  de un material que, sin lugar a dudas, encarrilaría el espíritu inocente de aquellas criaturas por la senda deseada. Aquel año, los Reyes Magos y Papá Noel, se vieron obligados a repartir por todas las casa del mundo juguetes bélicos de las más diversas formas y modelos. ¿Tendrían aquellos juguetes fuerza para romper el espíritu pacífico y servicial de aquellas criaturas diseñadas para algo muy distinto? Este era el gran interrogante que se planteaban los líderes de la OMEG al ver la enorme inversión realizada en juguetes bélicos. Los primeros resultados del experimento aportaron ciertas esperanzas de éxito. Para comenzar consiguieron despertar en los niños considerables inquietudes deportivas. Carreras, saltos, disparos al aire de inofensivas ráfagas de luz y color llenaron calles y patios de recreo de todo el planeta. Como quiera que aquello significara un evidente cambio en las aficiones de los chavales, una chispa de esperanza comenzó a brillar en las ambiciosas pupilas de los  capitostes mundiales, tanto financieros como gobernantes. Incluso Lucifer y sus tropas comenzaron a pensar en la necesidad de aumentar sus pedidos de carburantes ante la posible llegada masiva de nuevos clientes.
-Magnífico -proclamó satisfecho el Presidente de la OMEP-. Estos críos serán unos auténticos señores de la guerra a poco que alimentemos su egoísmo.
-Buen camino ha iniciado esos zoquetes de la Tierra -comunicó sonriente Azazel al Jefe Supremo del Averno-. Empresarios y gobernantes serán los primeros en volver a nuestros dominios, como siempre sucedió.
-Han caído en su propia trampa -respondió gozoso Lucifer-. Y con las guerras que se avecinan, mucho me temo que se invertirá la situación y tendremos que adquirir terrenos celestiales para proceder a su reordenación urbana... 


Manuel Cubero Urbano
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lunes, 23 de enero de 2012

El asado incomible


En una modesta vivienda del barrio de San Telmo, vivía un
cincuentón de sobrenombre Tito, parrillero tercera generación, con
su señora. Llevaban una vida austeramente feliz. Él atendía su
propia parrilla; ella era ama de casa. Pero un día, no sé si la
gente empezó a hacerse vegetariana o que mierda pasó, la economía
familiar comenzó a deteriorarse, tuvo que vender el restaurante para
cancelar deudas e irse a trabajar de asistente de parrillero.
Imagínense la frustración de Tito: después de tener su
propia parrilla, terminar de asistente limitándose a prender el
fuego y a acercar los instrumentos asadísticos. Lamentablemente, ahí
no termina la cosa. Una noche que el parrillero se enojó porque Tito
le alcanzó la cuchilla en lugar del tenedor, este último lo cagó a
puteadas, lo que ocasionó que el parrillero propinara un violento
punta pie en el culo de Tito y después lo despídiera. No sabemos si
fue bien echado o no, porque tenemos sólo la versión de Tito, pero
la cuestión es que se quedó en la calle y con boludeces que hacía su
mujer cuando estaba al pedo, o sea durante todo el día, se puso un
puestito de artesanías en San Telmo. Se vio en la necesidad de
hipotecar la casa. Y como con las artesanías apenas sacaba para
comer, no pudo pagar ni la primera cuota y pasados los términos
legales correspondientes, la casa fue rematada.
El día que debían abandonar la vivienda, decidieron comer
un último asado. Pero era tanta la angustia que sentían que ninguno
de los dos pudo probar bocado.
Dos meses más tarde, cuando el nuevo propietario hizo
posesión de la casa, sintió un olorcito espectacular viniendo desde
el patio.
¡Qué rico!, pensó. ¡Quién será el guacho que se va a
lastrar un asado!
Sí, para que se los voy a negar, era medio ordinario el
cristiano. Pero no sean criticones.
Al salir al jardín, no fue poca la sorpresa al darse
cuenta de que el aroma venía de su parrilla y por si esto fuera
poco, la carne ya estaba a punto. Nunca había visto una parrillada
tan completa: chorizo, morcilla, molleja, chinchulines, entraña,
riñón, asado, pollo, matambre y hasta morroncitos asados. Era el
sueño de cualquier hombre: entrar a la casa y encontrarse con un
asado listo para comer y sin siquiera haberse ensuciado las manos.
Su esposa, una señora muy amable y bastante entrada en
quilos, por no decir gorda que queda feo, al percatarse de dicho
manjar, se apresuró a poner la mesa. Destaparon una botella de totín
y se dispusieron a disfrutar de tan delicioso asado de bienvenida. O
al menos, eso intentaron, porque si les había llamado la atención
encontrarlo, más se sorprendieron cuando quisieron entrarle a un
chorizo quemadito y el guacho ni se mosqueó.
-Trae la cuchilla, vieja -gritó el hombre.
La señora rellenita, por no repetir entrada en quilos, con el hambre
que tenía, se metió rajando a la cocina y a los diez segundos se la
trajo a su marido. Ya con el instrumento bien afilado en la mano, el
hombre empezó a hacerle palanca para todos lados y el chorizo ni mu.
-No puede ser. ¡Qué lo re parió! -dijo y se secó la
transpiración de la frente-. Bueno, el chori te lo debo, ¿te paso un
chinchulín?
-Y bueno, dale.
Buscó el más crocantito e intentó pincharlo, pero tuvo la
misma suerte que con el chorizo. Parecía embalsamado el hijo de
puta. No había manera de despegarlo de la parrilla.
-Traeme la pico loro -dijo empezando a perder la
compostura.
La dagor empezaba a impacientarse.
-Toma, viejo. ¿Falta mucho? -dijo sin poder sacarle los
ojos de encima a un riñoncito que parecía estar para chuparse los
dedos.
El hombre agarró la herramienta con las dos manos y le
entró a un pedazo de tripa gorda con alma y vida. Por poco no le
sale una hernia de tanta fuerza que hizo y la tripa gorda se cagaba
de risa.
-¡La re puta madre que lo parió! –gritó con los ojos
rojos, un poco por el humo y otro poco por la bronca que tenía-.
¡Qué mierda pasa!
Ya hinchado las pelotas, le dijo a su mujer: Que se vaya a
la mierda, apago el fuego y nos vamos a comer una parrillada por
ahí.
Cargó un balde con agua y se lo tiró de lleno al carbón.
Después de chirriar y largar una enorme nube de humo, quedaron tan
prendidos como antes e incluso más. Luego de varios fallidos
intentos, que incluyeron arena, manta y sifones, decidió llamar a
los bomberos. El bombero que lo atendió, al principio, se cagó de
risa, pero como estaba al pedo, le dijo que salía para allá.
Ya en el domicilio de la, a esta altura, hambrienta
pareja, el bombero tiró agua a presión con la manguera como para
apagar el mismísimo infierno. Con decirles que se inundó la casa.
Pero el asado quedó sequito y crocante como antes y las brasas
parecían haberse olvidado de que se apagan con agua.
Día tras día, la pareja se encontraba con el asado a
punto, las brasas al rojo vivo y sin poder comerlo.
Meses más tarde, cansados del olor a asado, (porque
convengamos que lo lindo de ese tan sabroso aroma es saber que más
tarde o más temprano, la carne va a entrar en nuestras fauces. Pero
sentir el olor y tener el pleno convencimiento que no lo vas a comer
ni que te cagues, es como ver a una mujer desnuda provocándonos
desde una jaula con candado. Y si encima el olor sale de nuestra
propia parrilla, ya la situación se torna insostenible) decidieron
vender la casa ya que creían, no sin razón, que estaba embrujada.
Dado que estaba en un punto estratégico, la vendieron aún
más cara de lo que la habían comprado.
De más esta decir que el nuevo dueño tuvo la misma
desgracia y también la vendió.
Así fueron pasando distintos propietarios y el asado
estaba siempre en el mismo lugar, a punto y sin dejarse comer.
Incluso en una oportunidad, compró la casa un militar que
al ver lo que pasaba dijo: A mi no me vas a ganar asado y la puta
que te parió.
Llamó a una empresa demoledora para que le hicieran mierda
la parrilla. No hubo caso. Aunque le dieron como para derribar la
muralla china, ni siquiera un centímetro de pintura pudieron
sacarle.
Después de unos cuantos años, la casa se hizo famosa como
la del asado maldito y ya nadie quería comprarla.
Un buen día, el viejo parrillero Tito, pasó con nostalgia
por la casa y la encontró tal cual la había dejado quince años
atrás. Había colgado un cartel que decía: OPORTUNIDAD ÚNICA.
CONSULTE SU VALOR. NO LO VA A PODER CREER.
Efectivamente, el cartel tenía razón, recuperó su casa a
un precio increíblemente bajo.
Cuando emocionado volvió a entrar a la casa que había sido
de sus padres, lo primero que sintió fue ese olorcito tan particular
del asado a punto. Ya en el patio, casi se cae de culo al darse
cuenta de que el asado era el que él había preparado quince años
atrás. Lo supo por su manera tan particular de poner los chorizos en
ronda, rodeando el resto de la carne. Incluso lo tuvo que dar
vuelta, porque para su gusto, todavía le faltaba un poco de arriba.
Con lágrimas en los ojos, entró a la cocina y le dijo a su
mujer: Vieja, andá abriendo los panes que ya sale el chorizo.

Emiliano Almerares

viernes, 20 de enero de 2012

CONFLICTO COLECTIVO




Gozaba de un breve descanso en unión de sus compañeros cuando quiso la mala fortuna que laespléndida figura de una joven pasase bajo el andamio en el que daban cuenta de un suculento bocadillo.Uno de sus compañeros no pudo evitar un violento gesto de admiración subyugado ante tanta belleza.
-Adiós, preciosa -gritó al tiempo que un desvanecimiento estuvo a punto de dar con sus huesos en elsuelo.
Robustiano, ágil y fuerte como pocos, logró agarrarlo por el fondillo de sus pantalones. Gracias a ello,evitó una tragedia que, por unas décimas de segundo, revoloteó sobre aquel andamio.
-No hay derecho -protestó-. Un compañero ha estado apunto de morir por culpa de un simple mareo.
-Parece como si este obrero padeciese de vértigo. Habrá que ponerlo en conocimiento de lasuperioridad, se podría tratar de un fallo en el diseño genético... -apuntó el asistente sanitario de la obra.
-Con lo sencillo que era haber encargado este trabajo a los indios mohawk... -refunfuñó uncompañero.
-Mientras se encuentra solución a este problema propongo que abandonemos la obra. Si ha habido un fallo en nuestro diseño es peligroso seguir trabajando a una altura tan descomunal -propuso Robustiano.
Aprobada la proposición, nuestro protagonista fue designado para comunicar el acuerdo a loscapataces. Dos horas duró la entrevista. Concluida ésta, el Jefe de Personal, alarmado ante una situacióncompletamente desconocida y a la que ni en los archivos de la empresa supo encontrar respuesta, solicitóuna reunión con el Arquitecto Jefe de la obra y el Supervisor Laboral. Era la primera vez que, desde tiempoinmemorial, se registraba una protesta de un grupo de trabajadores. Después de un largo debatedecidieron acudir a los archivos históricos para encontrar antecedentes sobre cuestión tan singular.
-Esto es un conflicto colectivo -concluyó uno de archiveros-. Para entendernos mejor, una huelga, según la terminología de los antiguos sindicalistas.
Lógicamente, y vista la gravedad del asunto, llegaron a la conclusión de que era absolutamentenecesario informar a la superioridad empresarial.
-No me digan ustedes que esta gentezuela ha tenido la osadía de resucitar el movimiento sindicalista -comentó indignado el Arquitecto Jefe de la Sociedad Constructora Intermundial al tener noticia del suceso.
-¿Movimiento sindicalista? -inquirió extrañadísimo el Presidente Ejecutivo-. Nunca  hablar de estetipo de organizaciones.
-Se trata de una peligrosa subclase profesional que puso en grave peligro las estructuras socialeshasta bien entrado el S. XXI -respondió el Director General para Europa de Recursos Humanos, que habíahecho en su juventud un estudio sobre las antiquísimas organizaciones laborales y sus consecuencias enel devenir de la sociedad.
-Ya recuerdo haber estudiado ese tema, ya -ratificó el Jefe de Análisis Históricos-. Los muydegenerados hasta expresaban sus ideas cantándolas... Algo así:
Arriba parias de la tierra.
En pie famélica legión...
-Música y reivindicaciones laborales unidas. Nefasta combinación. No se había visto cosa igual desdehace más de un siglo. Hay que advertir al gobierno del gravísimo peligro que se cierne sobre el mundo -decidió el Presidente Ejecutivo.
Manuel Cubero Urbano
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jueves, 12 de enero de 2012

EL EFECTO MARIPOSA - LA SELECCIÓN GENÉTICA



(II) LA
 SELECCIÓN GENÉTICA
Como algún lector podrá adivinar, la selección genética consiguió lo que no habían conseguido las armas. Cada hombre tenía su camino trazado desde el vientre de sumadre. Los seres humanos fueron convertidos en animales dóciles, pacíficos ytrabajadores infatigables. Con la sola excepción de empresarios, financieros ygobernantes, claro. Para algo era la banca quien gestionaba, en colaboración con el grancapital y el estado, la creación de los distintos individuos que la sociedad requeriría encada momento. Predestinado desde el vientre de su madre, ningún ser humano conocíael paro. Cada ciudadano tenía marcados genéticamente tanto su vocación profesional como las correspondientes capacidades intelectuales. Y, lo que es más importante, sumente estaba diseñada para sentirse feliz cumpliendo las obligaciones laborales para las que estaba diseñado. Teniendo en cuenta que su principal cualidad debía ser laproductividad en el trabajo, se suprimieron todos los vicios que pudiesen influirnegativamente sobre ésta. Así fue como el tabaco, las bebidas alcohólicas, la libertad, lasquinielas e, incluso, el placer derivado de la procreación desaparecieron de la faz de latierra. Conceptos como los de ambición, lujuria, gula y pereza pasaron a ser totalmentedesconocidos y borrados del diccionario.
Llegados es este punto cayeron, también, el ejército, la policía y, en consecuencia,las armas. Eliminada del cerebro humano cualquier tipo de rebeldía ante la predestinacióna que había sido sometido, era innecesaria la existencia de las fuerzas represoras. Asípues, la paz y la indiferencia quedaron hermanadas. La rutina, el aburrimiento y ladocilidad se habían impuesto de tal manera en el mundo que la mismísima clase médicase veía abocada al hastío profesional. Salvo rarísimas enfermedades todo, salud yenfermedad estaba controlado.
Andaba Feliciana por el quinto mes de gestación. El futuro albañil era ya un fetorobusto. Como buen albañil, desde el seno materno sus hormonas esbozaban un conatode excitación cuando detectaban en las cercanías la presencia de alguna mujer de buenver. Todo rodaba según las previsiones del doctor Pérez y su equipo hasta que surgió unminúsculo imponderable de incalculables proporciones. Feliciana había ido a una granjacercana para adquirir huevos de producción ecológica. El campo era pura explosiónprimaveral. Se mostraba llena de luz, color, insectos, y perfumes naturales que invadíanlos alrededores de la finca.
Una florecilla, diminuta y multicolor, ofrecía sus esencias con toda la potencia que dala naturaleza a los seres libres. La joven, al verla, se agachó, y la tomó entre sus manos.Un insecto, que libaba los exquisitos jugos de la flor, abandonó su refugio airado ante lainvasión de su intimidad, luego revoloteó alocadamente hasta quedar prisionero bajo lafalda de la muchacha.
Al día siguiente, una leve roncha junto al ombligo y un resquemor apenas perceptibleanunciaron que el malhadado insecto había dejado su huella a escasos centímetros de lacriatura. Temerosa de que aquello fuese algo más que una simple picadura, y de que loscontroles médicos determinasen la necesidad de provocar un aborto, Feliciana guardóabsoluto silencio a pesar de la estricta legislación vigente sobre estas cuestiones. Sabíamuy bien que hasta la picadura de un mosquito, un dolor de muelas, o incluso un simplearañazo debían ser controlados por los responsables sanitarios.
Pasaron varios días hasta que desapareció todo indicio de la picadura. Nada hacíasospechar que aquel incidente hubiese interferido lo más mínimo en la evolución del feto.Así, cuatro meses más tarde vino al mundo Robustiano. Joven, fuerte, y con el coeficienteintelectual justo para desarrollar su futura labor de obrero de la construcción.

Manuel Cubero Urbano