viernes, 28 de diciembre de 2007

Ultrech

Supuso que aquel pequeño no había podido verlo. Ello era imposible.
Ni siquiera era admisible el sólo hecho de pensar que un ser humano pudiese "ver" un espíritu. Pues eso era él en ese momento: puro espíritu o vacuidad de materia para decirlo en forma más poética.
Había heredado el talento--o quizás milagro--de su padre, de poder desprender su espíritu--o lo que él prefería llamar conciencia—de la materia que constituía su cuerpo.
En los momentos en que sucedía esto, su cuerpo parecía dormitar respirando plácida y muy profundamente- -ni mil caballos en tropel lo habrían despertado-
Su espíritu en tanto, se movía invisible entre las personas como uno más, pero sin ser notado siquiera; tan sólo--y según tenía entendido por amigos- apenas se percibía una suave brisa gélida que pasaba muy rápidamente.
Trabajaba en el centro de investigaciones psicológicas de Berlín, cuando sintió un honor el ser elegido personalmente por el führer para servir a la Gran y Naciente Nación Alemana.
Si bien ya había utilizado a voluntad muy pocas veces su talento—y de adulto, ya que de pequeño los desprendimientos eran tomados como "producto de sueños" siendo de índole totalmente involuntaria- - sintió todo un reto el ponerlo al servicio de su nación ya que admiraba a ese gran dictador que los llevaba a la gloria alemana por sobre todas las demás naciones.
Hoy en día, pensaba que de no haber sido por el alerta de su tía--ante su innato talento heredado--nunca hubiese tenido la ocasión de ingresar en el centro de investigaciones ni tan siquiera de haber podido estrechar la mano de su ídolo máximo, el führer.
Recordaba el placer que le había producido el que el mismo Hitler le asignara--por medio de sus asesores--la noble tarea de trabajar para ellos, cazando nada menos que a la inmundicia que malograba la salud de la nación y a la que el mismo führer había llamado "escoria de los tiempos"
Desde aquel glorioso día pasó a llamarse "ultrech", el "espíritu espía alemán"; el se encargaría de estar infiltrado en el ghëtto y de localizar --en estado de espíritu--a los judíos rebeldes a los cuales colocaría una U grande en la nuca, hecha con tiza del suelo para que los nazis pudiesen identificarlos a la madrugada ni bien saliese el sol—y obviamente torturarlos a fin de sacarles información para luego matarlos.
Se había convertido en toda una leyenda terrorífica dentro de las comunidades judías, gitanas y de otra índole; se decía que un servil demonio deambulaba por las noches—y a veces los días--buscando víctimas para el asesino dictador alemán que era el diablo supremo; no sabían cómo pero todo aquel que organizara algo de resistencia era descubierto en forma casi inmediata, a pesar de tomar todo tipo de recaudos y medidas de seguridad.
Pero Ultrech sabía la verdad; estaba orgulloso de su labor: había descubierto más de 300 judíos, polacos, gitanos y alemanes renegados que ayudaban a esa escoria que pululaba en la otrora gran Alemania.
Muy pocos sabían su secreto: ya que éste constituía una de las "armas letales" del Tercer Reich; estaban enterados obviamente el propio Hitler y unos pocos del alto mando--entre ellos el jefe supremo del ghëtto donde él estaba encomendado en ese momento--
Ultrech se sentía feliz de su labor; sólo debía fijarse donde alojar su cuerpo mientras estaba en trance; ya que de otra forma un incendio o una balacera podría destruirlo y su espíritu no podría habitar en esa materia, quedando "errante" entre la vida y la muerte por toda la eternidad.
Cuando entraba en trance debía relajarse por completo--de lo contrario no podía salir de su cuerpo—por eso intentaba buscar lugares alejados de curiosos y asumir un bajo perfil de judío cobarde rodeado de niños y mujeres--más que para protegerlos, para protegerse a sí mismo-
El talento que poseía lo convencía una vez más sobre la superioridad de la raza aria. Los judíos ni en sueños podían llegar a tener tamaño don.
Por eso aquella madrugada cuando volvía a su cuerpo notó la mirada de aquel niño fija en su "invisible cuerpo etéreo" y se sintió tentado a acercársele hasta ponerse frente a su cara—hecho que en el pequeño provocó un leve escalofrío-
--"¿es que acaso puedes verme pequeña escoria?¿puedes ver algo que tu raza jamás poseerá? pues no lo creo"
Había musitado en los oídos de aquel niño antes de haberse introducido al cuerpo; al despertar había notado nuevamente en él, la indiferente, penetrante pero tranquila y fija mirada otra vez.
--¿qué te sucede a ti conmigo pequeño? --lo increpó aquella madrugada-
--por favor señor--intercedió la que parecía ser su madre--mi niño tiene problemas para comunicarse y hablar con otros, no lo estaba mirando por nada en especial, discúlpelo, el pobrecito es enfermo.
Ultrech asintió sonriendo comprensivo, aunque en el fondo pensó que era lógico que fuese un enfermo ya que era inferior a él. Ahora entendía la situación: ese niño jamás podría haberse percatado de nada, era sólo un pequeño judío loco que miraba fijo cualquier cosa.
Aquella noche Ultrech prosiguió con su acostumbrado trabajo para el führer. Ya era todo un récord su cacería al servicio de la gran Alemania.
Se acomodó en su viejo camastro del ghëtto y comenzó con su técnica de relajación, antes le dedicó una gélida y despectiva mirada a ese niño rubio que siempre lo observaba fijo.
A los minutos Ultrech—o al menos su conciencia o espíritu--no se hallaba en el cuerpo que yacía acostado de lado en el viejo camastro. Miró en dirección a los otros habitantes de la habitación; sintió asco por compartir el lugar con aquellos "inferiores" que lo ofendían con su sola existencia; consideró la convivencia como un verdadero sacrificio, lógicamente por Alemania, pero sacrificio al fin.
Comenzó a deambular por el ghëtto en forma de fría brisa, sin ser oído, visto, ni siquiera olfateado al menos como sucede con el viento que trae lluvia.
Escuchó las conversaciones de los principales rebeldes al régimen Nazi, los identificó y ordenó por jerarquía.
¡Qué ilusos eran! No sabían que no podían escapar al poder del estado, al poder del Führer.
Esperó que se aprontaran a acostarse unos minutos antes de las razias de madrugada cotidianas.
Se colocó junto a ellos--uno por uno--y sopló en su nuca la tiza del suelo, con la cual dibujó una U muy nítida—hecho que simplemente provocó un rápido escalofrío en la persona-
Luego y, así como había llegado se deslizó hacia el interior de su cuerpo, esperando una nueva cacería matinal. Su última mirada "etérea" fue hacia el pequeño judío, quién dormía plácidamente frente a él.
Lo despertaron los ruidos de los nazis entrando al ghëtto; Ultrech sonrió interiormente.
Un soldado entró en el cuartel general del jerarca nazi encargado de la vigilancia y seguridad del ghëtto. Saludó a su superior.
--¿alguna novedad soldado?
--a decir verdad señor, ha sucedido algo peculiar
--explíquese inmediatamente- -ordenó.
--sólo se ha podido detener a una persona con la marca de reconocimiento señor.
--¡qué raro! no puedo creer que esos infelices estén dejando de pelear tan pronto contra el supremo poder; no los considero tan inteligentes como para entender su inferioridad y someterse al fin.
--además señor...
--Sí ¿qué más? prosiga..
El soldado parecía confundido
--el atrapado comenzó a decir incoherencias sin sentido, gritaba que él era Ultrech, que él era el espíritu asesino alemán pero..inmediatament e lo mandamos ejecutar según sus órdenes señor.
El general cayó desplomado y pálido en su asiento.
Mientras en el ghëtto un pequeño judío sonreía jugando con la tiza del suelo y pensando que lo que su madre siempre le decía era verdad: él no era extraño por decirle que podía hablar con los espíritus y también verlos; él era igual a muchos otros, y ni los nazis, ni los judíos eran superiores. Todos eran iguales: sólo los diferenciaban los sentimientos.


Liliana Varela 2005

miércoles, 19 de diciembre de 2007

HISTORIAS DEL BAJO: NOEL


Dormía en cualquier lado. No había hotel, pensión, altillo, cualquier nicho en los arcanos de la recova de Alem, que no conociera, al que alguien le prohibiera el paso. También, desde que tenía cuatro años, no más, recorría negocios, bares, amoblados, con una curiosidad incansable. Siempre, de noche; antes de aclarar, desaparecía. ¿No será un hijo de Drácula?, socarroneaban.

Cada noche se veía a su madre, desalada, corriendo, preguntando por él, por su Vicente. Después no tan seguido, ni corriendo. En algún momento dejó de aparecer, y Vicente se hizo guacho. Nada cambió, para nosotros. Tal vez mangueaba más comida, ropa; siempre de noche.

Era bicho, sabía cuidarse. Además todos lo protegíamos, de los vagos mayores, que habían muchos, de los chorros, hasta de la policía; del hogar de menores sale criminal, asegurábamos. Además es nuestro, nació aquí, sobre esta vereda, no hubo tiempo de llevarlo, es hijo de la calle, literalmente.



*



Eran las fiestas de fin de año. Vicente saltaba de maravilla en maravilla. No era para menos. La recova –especialmente las últimas cuadras del bajo- era una mágica feria internacional, propia de una metrópolis marítima como Buenos Aires. A los negociantes armenios, turcos, hasta chinos, se agregaban marinos y contrabandistas griegos, noruegos, finlandeses. Y, como siempre españoles e italianos curiosos. Cada tanto algunos porteños hacían bulla como si fueran decenas. Comidas típicas, preparadas en puestos en la vereda, souvenirs de cualquier parte del mundo, sin olvidar mates, bombillas, cueros locales. Cajas chinas, globos, luces, iluminaban la recova y los rostros. Vicente corría, volaba.


Los comercios y los locales de comida y baile competían por el paseante, en una noche de verano que invitaba al placer, al desenfreno, Había sorpresas y regalos para todos.

Y Vicente resultaba beneficiado, lo colmaron de chucherías, con las que llenaba una bolsa de arpillera, que le regaló el tano de la cigarrería. Eran regalos de papá Noel para él, le decían. Preguntó por papá Noel a todos los conocidos de la recova. No sabía, hubo que explicarle, hasta se lo mostraron, desde la vidriera del bailable. Medio flaco, pero vistoso, tocando la campanilla y tirando serpentinas; el turco Barbeta cada tanto se sentaba, los pies lo mataban.
Cerrada la noche, Vicente aún asalta a los artistas que se retiran en silencio. Su curiosidad, su asombro, aún no están saciados.

En la puerta del bar el turco Barbeta, sentado en un escalón, todavía tiene puesto el disfraz. Fuma un cigarrillo, atento a la salida de los últimos festejantes, suelen dejar buenas propinas. Cuando ve a Vicente se acomoda la barba.

—¿Ya entregaste todos los regalos? Mirá que diste muchos, eh.

—Sí. En todas las casas dejé regalos, para los chicos y los grandes buenos —al turco no le molestaba alimentar la fantasía del chico, al contrario, algo así podrá entonces pasar en su pueblo, con sus hijos. No, imposible.

—A mí me dejaste regalos en todos los negocios. Tengo una bolsa llena, ni los abrí todavía. ¿Adonde vas ahora?

—A mi casa, en las nieves, a preparar los regalos del año que viene —ojalá, pensaba, pudiera dormir unas horas, antes de entrar al laburo.

—Pero... ¿y tus regalos?

El turco no pudo contener la risa.

—Hijo mío, algunos están para recibir y otros sólo estamos para dar. Chau, nos vemos el año que viene —mejor irse, el humor se le estaba poniendo ácido, el chico no lo merecía.

*

Vicente estaba madurando. Se pegaba más a la gente, se acercaba a las charlas. Preguntaba mucho, quería saber. También sus hábitos cambiaron, visitaba menos lugares, los íntimos, estaba más tiempo en su lugar secreto. Le interesaban las artesanías, aprendía, nos hacía regalitos. Le interesaban los temas humanos, sociales, la justicia.



El turco Barbeta lo veía, cuando se cruzaban, y se sonreía: no lo reconocía.

Preguntaba mucho cuánto faltaba para navidad.

*

Las cuadras estaban frenéticas, se acercaban las fiestas. El país atravesaba otra crisis, una nueva inestabilidad política. La recova concentraba en unas noches sus ilusiones, su deseos de evasión, su esperanza de una alegría justificada e interminable.

El Turco estaba contento, moderadamente contento. Se había asegurado la changa de papá Noel por otro año. Había engordado, la ropa le quedaba mejor para el personaje. Con la plata podría mandar algo a su casa. Ahora que, traer a su familia...

Se acercaba la medianoche y Vicente no aparecía. Qué raro. Hasta fueron a buscarlo, pero dónde. La diversión aumentaba, la preocupación de los vecinos también.

De pronto, una muchedumbre se acercó desde la esquina. Exclamaciones, gritos y risas. Vicente empujaba una carretilla colmada. Paraba, repartía cosas y continuaba acercándose.

Paró justo delante de un papá Noel atónito. Vicente bajó de la carretilla, trabajosamente, una bolsa más grande que él. La bolsa decía "PAPA NOEL". Empujando, arrastrando, la paró enfrente de un turco Barbeta pasmado

—Esto es tuyo —le dijo—, se les había olvidado. A vos también te corresponden regalos —y descargó cajas para cigarros, peines de hueso, muñecos de madera y porcelana, cosas que a más de uno le sonó parecido a algo que había desechado y ahora resplandecía.

*

—Fue una linda noche. Hubo otras, ya no tan lindas. Con el tiempo desaparecieron, el progreso, le dicen. Es una linda historia. La recuperamos entre varios asistentes de entonces, que nos reunimos cada tanto, para recordar, para no olvidar, por que el tiempo borra todo, lo lindo, lo feo.



—Pero hay una escena que no voy a olvidar: ¡la cara de papá Noel cuando aparecí con la bolsa! Mucho tiempo después me avivaron que era el turco.


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Carlos Adalberto Fernández

martes, 18 de diciembre de 2007

EL BALDE

--¿Y, cuándo salimos, Ramón?-reclamó don Barzuela, el dueño de la estancia, apurando el viaje, para el que me había contratado.
-- Ya mismito, Patrón. Las mulas están listas. Las provisiones, el agua para la ida...
-- Bueno, apurate. Nosotros ya vamos.
Ramón salíó al trote, oscilando con su andar patiestevado y su mirar sumiso de peón de nacimiento.
-- Quién diría que este subhumano puede llegar a hacerme rico, con su ayuda, ingeniero. Si en esa mina hay oro, como me dijo el bestia y como Ud. deberá comprobar, sólo nosotros tres tendremos el secreto de esta fortuna -decía don Barzuela, mientras extraía de la caja fuerte unos papeles-. Con los datos que me dió hice este mapa, si se confirma voy a dejar de depender del Ramón. Quedaríamos nosotros dos; le aseguro que sabré recompensar su capacidad y discreción.
Esa frase, "quedaríamos nosotros dos" aumentó mi aprensión, nacida ya al llegar a esa estancia terrosa y decrépita insertada en las primeras estribaciones de la cordillera. Sólo la sed de poder podia retener a Barzuela en uno de tantos feudos moribundos, mimetizados a ese paisaje despojado. Todo polvo, cubriendo todo, tapando, llenando, borrando todo.

Salimos Barzuela y yo montados en sendas mulas. Adelante Ramón, al trote, una alforja al hombro. La distancia nos permitía conversar sin que el peón pudiera oírnos, asi que aproveché.
-- ¿y cómo fue que Ramón, luego de años a su servicio, decidió contarle de la mina?
-- ¡Si será bestia, el bestia! Un día, hace dos meses, se me presentó y después de insoportables vueltas, y Ud. perdone, y patrón, y disculpe amito y no se me enoje, me confesó que quería casarse con la Ñati -esa, la pata sucia que nos ceba el mate-. Y como prueba de sumisión venía a pedir mi permiso. Y le ruego que me acepte esta ofrenda por su gracia, me decía el bestia al tiempo que sacaba de un pañuelo oscuro y grasoso ¡una pepita asi de grande!
Habíamos salido pasado el mediodía, para enfrentar los primeros calores bien descansados y hacer campamento en la falda de las sierras de las Quijadas. No precisaba tirar de la lengua del estanciero. Estaba cerca de concretar un sueño, o una revancha. No paraba de hablar.
--No me costó tanto sonsacarle lo de la mina -retomó Barzuela-. Me mostré desconfiado, lo acusé de mentiroso, amenacé castigarlo. Lloraba el infeliz, me ofreció mostrarme la mina. Son esclavos, no es difícil ejercitar el poder sobre estos espíritus falderos. Si hay oro, y no lo sabe nadie, le dije, te doy a la Ñati. Pero antes de entregártela la controlo: que sea virgen, que esté sana, que sepa satisfacerte en la cama y en la mesa. Y lo voy a hacer, Ingeniero, como siempre. Un buen baño, algo de colonia y a mostrarle a esa indígena de 17 años cómo la hace gozar un blanco. Si Ud. hace bien su trabajo se la presto, son como animalitos.

Dormi mal. Me estaba arrepintiendo de aceptar este trabajo. Como geólogo desocupado tenía que agarrarme de lo que hubiera -y Barzuela parece haberme elegido por eso- pero una como violencia primitiva rondaba las cosas y la gente. O me parecía, que en estos lugares una vida no valía nada y un muerte a nadie importaba.
En esta jornada el camino se hizo más abrupto, el sendero más estrecho. Ramón guiaba, un poco más adelantado. De vez en cuando desaparecía, volviendo al rato señalando el camino a seguir.
-- Aquel cerro es el Tomolasta, donde estaban las minas de la Carolina. No es descabellado aceptar que Ramon encontró restos de una mina clandestina, explotando alguna veta lateral ----Barzuela estaba obsesionado- . Tampoco es locura imaginar -si esto se divulga- una nueva fiebre del oro; módica, pero violenta como cuando la Carolina ¿Y me pregunto, sabrá Ramón guardar el secreto? Piénselo, ingeniero, Ud. sería "el que sabe del oro", no le envidio el futuro. No sé si le da el coraje, o al menos la ambición; Ud. es de ciudad, no está para ésto. Lo que es por mi, le aseguro: haré cualquier cosa por aprovechar la oportunidad de abandonar este lugar de mierda.
El resto del día transcurrió en silencio, bajo un sol como hierro candente. Sólo tierra, espinillo y piedras, y un polvo imparable que hería los ojos y resecaba la garganta.
--Aguante, ingeniero -me habló, de golpe, Barzuela-. Mañana llegamos y se define todo. Y le digo ésto -a pesar de no estar Ramón a la vista, se me acercó-: no creo que volvamos todos.
El resto del día y casi toda la noche, una idea se instaló, maciza, en mi cerebro: éste nos mata. El nuevo día no ayudó. Al montar, Barzuela dejó ver un respetable revólver asomando en su cintura. Me guiñó el ojo, señalando a Ramón. Se reía.
Desde lo alto de una loma, Ramón nos señalaba abajo, del otro lado. Era cerca del mediodía. Don Barzuela exigió furibundo a su animal, que largó el aliento en un último galope. Una montaña socavada y rota, restos de un lavadero sobre huellas de un remoto curso de agua hoy arenal, unas chozas y un horcón sosteniendo un alero que cubria mínimamente un pozo de agua. Barzuela me arrastró hasta la ladera desventrada, a las piedras esparcidas, al cauce sediento.
--¿Y?¿Y, hay, verdad? Yo puedo olerlo -casi me zamarreaba.
-- Es una mina muy vieja, primitiva, explotada a pico. Yo diría que con dinamita se recupera la veta. Sólo que hay que extraer agua, traer excavadoras. ..
-- ¡Pero hay oro! Somos...¿Qué hacés acá, bestia? -Hacía rato que Ramón estaba pegado a nosotros, siguiéndonos por todos lados, o parado como una estaca, como esperando que lo atendiéramos. Barzuela estaba como por sacar el revólver.
--No hay agua, patrón.
-- Y... la puta, ¿cómo que no hay agua? -Tiró el balde al pozo y lo retiró lleno de arena-. ¿Cuánta nos queda?
-- Para tres personas y dos mulos, mañana ya no tenemos. Pero yo puedo subir, patrón, hasta un hilito que viene de las cumbres, que nunca se seca. Aunque sea de noche puedo guiarme, a más tardar al amanecer estoy de vuelta.
Don Barzuela titubeaba, presa de la indecisión. Finalmente autorizó a Ramón, que inmediatamente desapareció sendero arriba.
Comimos en silencio. --¿Oye a los mineros? -me dijo de golpe-. Ruidos lejanos, durante el día, se magnificaban por la noche. El viento golpeaba los fierros,movía las maderas, hacia rechinar las chapas, quién sabe de dónde llegaban los ruidos.
Nos acostamos sin siquiera desearnos buenas noches. Hasta que finalmente me venció el sueño, lo sentía al borde del fuego que cada tanto atizaba. Cuando desperté -ya había salido el sol- Barzuela estaba sentado al lado mío, mirándome fíjamente. Sin esperar más, me dijo, como si continuara una charla:
--Va a ser así, escuchemé, ésto es lo que pasó: Nos quiso matar. Un ruido me despertó cuando lo atacaba a Ud. Lo bajé de dos tiros. Uno menos para el agua, si el bestia no trae. Y menos para repartir el oro. ¿Entendió? Lo que me contaba no había pasado, aún, pero lo daba por hecho. Y no dudaba de mí, yo ya era otro de sus peones.
-- De acuerdo -le dije; no tenía que contradecirle, estaba ya determinado a concretar su plan, era cuestión de tiempo, esperar el momento oportuno. Pero no pude aguantar el deseo de saber mi parte en su libreto.
-- Y a mí, el bestia, ¿llegó a atacarme?¿me hizo algo?
Sin mirarme, se levantó y fue a atender a los animales.



Ya era pleno día. Barzuela parecía una fiera enjaulada. -Si no viene en un rato, o cayó a un precipicio, o lo comió un puma. Escapar, adónde-. Por enésima vez revisó el revólver. Yo, aún con la certeza de que Barzuela -dueño de hacienda y personas en éste culo del mundo-, nos iba a matar, no lograba decidir otra cosa que quedarme quieto. En ese momento vimos a Ramón bajando el sendero.
--Si será estúpido, el bestia. Cruzando los cerros ¡con un balde de agua!
Ramón se acercó a Barzuela y le ofreció el balde.
-- Perdone, ingeniero, esta falta de educación, pero ¡que diablos!, para qué, si Ud. ya está muerto. Tengo que economizar para mi viaje de vuelta –Barzuela bebía golosamente, el agua desbordando por las comisuras. Ya no necesitaba actuar. Se le acercaba el momento de la revancha. Súbitamente un espasmo lo agitó violentamente, lo dobló, lo tiró al piso, los ojos desorbitados, la boca tratando de capturar un aire que no llegaba. Intenté acercarme.
--No se moleste, Don. No tiene salvación -lentamente Ramón recogió el balde y lo estrelló contra la montaña. Se acercó. Por primera vez le vi los ojos, oscuros, penetrantes bajo unas cejas espesas-. Después lo enterramos. Haga lo que quiera con la mina, a mi no me importa. Pero a mi Ñati no me la iba a tocar.

Unos espasmos más y ya Barzuela era un cadáver agarrotado en el suelo, cubriéndose lentamente de polvo.

Mi manía por los detalles me dominó. —Una pregunta, don Ramón, sin ofender. En vez de un balde ¿no convenía traer el agua en una cantimplora? Digo, porque me llama la atención, me doy cuenta que es inteligente, que pensó más que lo que yo pude pensar.

—¿Arruinar una cantimplora con veneno? –una risa abierta le iluminó la cara-. Pa' qué, Don, si la bomba está aquí nomás, a la vuelta del camino. ¡Si a veces creí que me oían!




Carlos Adalberto Fernández


--
Carlos Adalberto Fernández
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Conversión.

Ayer fui sal, después arena, hoy soy roca, mañana tal ves hielo.
Desde mi fría estructura contemplo el volar de las aves, como
suavemente besan el mar
y se alejan sin dejar huella.
Una gaviota se poso el otro día sobre mi y sentí por vez primera,
algo así como un latir,
como un estremecimiento.
Creo tal ves, que es una sensación, en mi calidad de roca, bastante
inusual.
Cuando la gaviota emprendió el vuelo, nuevamente, le suplique que
volviera.
Me contemplo con asombro.
Yo , una roca, una fría y dura roca, le estaba implorando que se
quedara junto a mi.
No respondió, volteo y comenzó a volar...

Aquella noche, por primera vez sentí la soledad absoluta, la
oscuridad infinita, el frío intenso.

Desee con desesperación que llegara la luz del día...

El amanecer fue lento, cuando el Sol ilumino con sus primeros rayos,
sentí un alivio
inmenso. Pensé por un momento que el día me traería nuevamente a
aquella indiferente gaviota.
Pasaron los días, tantos días que juntos formaban semanas. Y pasaron
tantas semanas, que juntas
formaban meses.

Muchas gaviotas se posaban en mi, permanecían largo tiempo junto a
mi.
Pero yo seguí esperando a esa gaviota indiferente, que fue sorda a
mis suplicas.

Cuando el mar golpeaba en mi sus olas, sentía el dolor mas grande en
toda mi estructura.
No podía comprender como yo estaba sintiendo todo esto. Para mi
estaba vedado sentir, pero sin embargo
sentía...

Cuando ya casi había perdido toda esperanza de volver a la
gaviota; en uno de esos fríos días de
Agosto, por entre las nubes, en un cielo totalmente gris, carente de
Sol, apareció aquella gaviota.
Aquella indiferente, por la cual había esperado durante tanto
tiempo.

Voló directamente hacia mi, y se poso suavemente en mi superficie.

Se acurruco y allí se quedo, estática, mirando indefinidamente, al
horizonte incierto.

En mi interior, sentía como un desmoronamiento, un desprendimiento
de mi materia.

Era algo extraño, una rara sensación , pero yo como roca, poco se de
esas cosas...

De pronto me di cuenta de que mi querida gaviota, estaba herida,
pues sentí su sangre
caliente correr por mi todo. Y la pena profunda y la alegría
completa, me invadieron.
Pena por la gaviotita, alegría por mi. Porque en cierto modo
comenzaba a existir un lazo, algo que nos unía profundamente.

En aquel momento desee con todas mis ansias, convertirme en un
placido lecho de pétalos de rosas.
Suaves pétalos, para anidar a la gaviotita y hacer mas confortable
su estadía en mi.

La tosquedad de mi estructura, no me permitía brindarle la comodidad
que deseaba darle.

Cuando llego la fría noche, senti, que el tembloroso cuerpito
emplumado se acurrucaba, con el fin de atenuar
el frío.
Concentre toda mi energía y trate en lo posible de que la gaviotita
sintiera mi calor.

Transcurrieron aproximadamente dos días, la pobrecita gaviota se
moría inevitablemente.

Al amanecer del tercer día, la gaviota ya no existía. El cuerpecito
caliente, comenzaba a enfriarse, mientras
el Sol mas se encendía.

Y el mar estaba furioso, sus olas chocaban muy fuerte en mi.

Y de pronto una ola gigantesca, me golpeo tan fuerte, que mi
estructura se deshizo en mil pedazos.
Fragmentos de roca molida, confundidos entre la arena y mi propio
dolor.

Yo los veía desde el cielo, cerca de Sol, sobre el mar. Veía los
miles de fragmentos de mi antigua forma de roca...

.....Los veía desde el cielo, con ojos de gaviota...

(Moni)María Isabel

jueves, 13 de diciembre de 2007

NO ME QUEDA OTRA

Es horrible, pero me gusta.
Perversiones que tiene uno..


NO ME QUEDA OTRA
Pasá, si es tu casa. A mí me abrió tu hombre, el que te alzó de tu hogar, de tu honra. El que ahora está ahí, tirado, irreparablemente fiambre, en medio del charco de sangre. Manchó un poco el sofá; se defendió, perdoname. No tenía nada en su contra, jugó mal. al elegirte a vos se me puso en el camino. Bueno. Ya fue.
Vine por vos, a cerrar las cuentas. No confundamos, no es una cuestión de honor. El honor, cuando se perdió, se perdió. Si es que en algún momento existió, porque el honor primero se gana, no se hereda ni se logra en la lotería. Pero en esta época...
Lo nuestro es un problema –no te rías- de amor. De lo que queda, después de tu traición. De lo que a mí me queda, porque a vos, supongo, no te sobró nada cuando hiciste tu valijita; lo que sí te resta ahora es este julepe que te tiene trémula esperando el desenlace,
Pero antes quiero que tengas en claro el por qué. Que importa mucho, no vayas a creer, aunque pareciera que el cagazo no te permite apreciar el valor que doy a este acto de esclarecimiento.
La cosa es que mi amor quedó justo en el medio, entonces la solución no es fácil.
¿En el medio de qué? Te preguntarás.
Si te amara menos, el orgullo o el rencor equilibrarían. Un cachetazo, una puteada, alcanzarían. La nostalgia con unas borracheras, unas noches de quilombo, seguro se pasa. Tiempo al tiempo.
Si te amara más no podría soportar perderte. Te perdonaría todo, con tal de que me alivies el dolor de no tenerte
Pero no, justo en el medio. Tenerte, ya no, ya algo ha muerto. Echarte, no salda la cuenta de un amor tirado a los perros. Te tengo como un grano en el culo.
No llorés así. Me ponés nervioso y me va a temblar el pulso.
Sabrás comprender. ¿Creías que sólo era cosa de disfrutar aquí y allá, sin mirar el surco que dejabas?¿O que para tomar la decisión que hoy me trajo aquí, no pasé horas solitarias retorciendo mis tripas?.
Tu camino ya termina; yo tendré que seguir, evocando por siempre este momento innoble e inevitable. No me queda otra.
El cuchillo está afilado. Cerrá los ojos, casi no te va a doler.


Carlos Adalberto Fernández

miércoles, 12 de diciembre de 2007

“Yo no maté a mi hermano”

No quisieron creerme. Estaban enceguecidos con la idea de creer que yo lo había asesinado. ¡Justamente yo: con lo que lo amaba!

Habíamos crecido juntos, compartido dichas y reveses de la vida, disfrutado lo bueno y renegado de lo malo, incluso confiado nuestros secretos más íntimos. ¡Cómo podían siquiera pensar que fuese capaz de dañarlo!

Sin embargo ahora me acusaban sin tapujos, así como si nada; como quién emite un simple saludo de Buenos Días.

“Vos lo mataste” repetían mientras yo intentaba balbucear una disculpa que me liberara de la prueba incriminatoria.

Pero todo era en vano: estaban decididos a “cargarme con el muerto” aunque sonara irónico.

Él ya no estaba entre nosotros y esa realidad le pesaba a todos con una fuerza inusitada.

“Yo no lo hice” era la frase repetida al infinito que asomaba en mi voz cada vez que sus miradas me auscultaban pero jamás encontraba eco en sus personas y mucho menos comprensión.



Lo extrañaba, sí, lo necesitaba; a fin de cuentas era mi hermano, sangre de mi sangre. La cruel vida había bifurcado nuestros caminos, nos había apartado, separado, alejado podríamos decir; nos había enfrentado.

Era uno u otro; él o yo, la paz o la guerra, el caos o el orden...

Yo había elegido, sí, lo había hecho. ¿Acaso el ser humano no busca su propio equilibrio, su reino de calma , su felicidad dentro de esta amarga senda mortal?

Eso no significaba que le hubiese dado muerte, al menos no en forma consciente.

Diez terribles años separaban nuestros planos de existencia, él: en un mundo inalcanzable para mí, yo: encarcelado con aquellos que me culpaban de su partida.



Pudiera ser que lo hubiese matado, que lo hubiese exiliado de mi vida...

pero no se puede castigar a alguien así por el solo hecho de romper todas las fotografías de aquel con el que no me hablo desde hace diez años.



Liliana Varela

sábado, 8 de diciembre de 2007

EL SEGUNDO

Los gritos, resonando en el cubículo, anunciaban el momento de salida. Las contracciones, los empujones ya eran insoportables. "¡ya voy, no jodan, che!", grité, pero claro, qué me van a entender. Afuera había gran expectativa por el primogénito, el poseedor del apellido (Pérez Rodriguez), el heredero de los bienes familiares (una aldaba de hierro, un felpudo "bienvenido" , una tortuga renga, un tirabuzón Martini). Ya sé. Me tocó una familia pobre, pero con prosapia (que no sé qué quiere decir –comprendan, soy muy chico y acá adentro esta oscuro y minga de diccionario- pero sonaba importante). La aldaba, de 3,5 kgs., la compró mi padre cuando compró la prefabricada un ambiente. La colocó y el primer domingo bautizó la propiedad El primer aldabonazo rajó la puerta, la aldaba voló y hundió la mesa del living comedor dormitorio.

Me dejé estar. Grave error. Me olvidé del otro, porque adentro, me olvidaba decir, estábamos dos. ¿qué le quedaba, a él? Un Pérez sólo, un cenicero Cinzano, unos posavasos de cartulina. No estaba dispuesto a ser segundo. Tendría que haber estado prevenido. Hacía ya un mes que los de afuera enumeraban los bienes, asignaban, distribuían. Claro, el primogénito –o sea yo- se llevaba todo.

Cuando se gritó la largada me mordió pero todavía no tenía dientes, me rasguñó pero las uñas daban cosquillas. Me agarró del pito –bah, pitito- y ahí me asusté. La herencia no valía un pito. Lo dejé pasar. Salió. Gritos de alegría, Luego un silencio expectante y luego un "¡que lo parió, una chancleta!".

Yo salí sólo. Ni me animé a llorar, el ambiente no daba para segundo hijo.

Carlos Adalberto Fernández

jueves, 6 de diciembre de 2007

Pacto con el Diablo

Manuel Ramos Martínez

¡Jamás he visto alegre a don Gabriel!. ¡Jamás!. Si no le conozco sus dientes, parece que no sabe lo que es reír. Siempre lento al caminar y con esos ojos que parecieran guardar secretos de otras dimensiones. ¡Yo, en verdad, no se qué pensar!.-Tal vez sean los sueños, Elena, ¿O acaso tienes pensado quedarte aquí , enterrada en este confín del mundo, toda la vida?. Escúchame: yo ya tengo cincuenta años y nunca he conocido el mar, ni he tocado un árbol frutal. En verdad que yo nunca he acariciado una flor ¡núnca!-Es cierto lo que dices, Miriam, pero a mi me parece que es verdad lo que dice Florian, que este hombre tiene pacto con el diablo. ¡Mire que rehuir a los vecinos!. ¿O alguien le ha hecho un mal?-¡Qué mal u otra cosa! Como me llamo Florian Garcías Cortés y que existe un sólo Dios, muy seguro estoy que este hombre tiene pacto con el Diablo, y seguro que guarda diablillos en un cajón.- Mida lo que está hablando, Florian, el hecho que el no ría y sea lerdo su caminar, no da motivo alguno para que usted diga estas cosas. Usted no conoce a este hombre y ninguno del mineral.-Escúcheme, señora Miriam, escúcheme por favor. Sé que usted es una mujer muy noble, muy amorosa, pero yo no me canso ni nunca me cansaré de repetir. ¡ Como hay un solo Dios que me alumbra!, que éste hombre, que es como una sombra, tiene su historia negra . Pregúntele a Marujita, que sincera como ella,y sin ofender a nadie, no conozco a ninguna.-Bueno , bueno, Florian si usted está tan seguro de lo que dice y además pone a Dios por testigo es porque así será.De improviso un silencio confidente mostró la figura silenciosa de Don Gabriel que observando vagamente al grupo de personas que hablaban entusiasmadas , los evadió cambiando lentamente su ruta acostumbrada, lo que de inmediato permitió que continuaran con más ahinco su conversación- ¡Lo vé, Miriam! ¡véalo con sus propios ojos! ¿es acaso una mentira lo ya dicho?, ¿acaso cree usted que este hombre nos aprecia? - replicaron Elena y Florian, -mientras, como pedido del momento llegaba saludando rebosante de alegría, Marujita.-¡Hola, hola! ¿cómo están, de que se habla?-Del eterno silencio de don Gabriel, Marujita, que no conocemos sus dientes, pues no sabe lo que es reír ¡ah ! y de su pacto con el diablo… ¡válgame Dios!- ¡Ah, sí! yo le tengo miedo y pena a la vez, pero ¿sáben qué ? ayer lo vi reir con panchito , sí ayer lo vi lucir sus dos dientes de oro , depues lo vi pasear por las callejas solitarias como pidiendole perdón al tiempo por su existir, en verdad que su silencio misterioso me es extraño y atrayente y su rostro está perfectamente esculpido, ¿pero qué pasa, por que sonrien y me miran con picardía?; si yo al que prefiero es al viento que es amplio , fuerte, suave y hasta melodioso.- No vengas con tu romántica edad a hacer poesía de lo siniestro Marujita, el tiempo que es el mejor testigo, ya al hombre nos ha desnudado y seguro que tiene pacto con el diablo¡Mire que tener dientes de oro! ¿A quién quiere parecerle bien?, si no tiene mujer, y pienso que jamás ha tenido alguna ¿ y de dónde saca tánto dinero?. El viaja a la capital todos los años , el conoce el mar señora Miriam, el si ha acariciado las flores!- ¿Pero hasta cuando tengo que soportarles, que hablen mal de mi amigo Gabriel? , ¡cobardes, chismosos, ustedes hablan mal de un hombre que está ausente ,que no puede defenderse ! ¡el no tiene pacto con el Diablo! Gritó entre lágrimas de impotencia , y escapó corriendo velozmente por las callejas del campamento-Era Panchito, el niño que había escuchado absolutamente todo lo que se había hablado de don Gabriel, y que un desasosiego indefinido lo embargaba, pues el era su amigo , su orientador, con el compartía muchas veces su pan y su alegría escondida.Tenía ganas de contarle todo a don Gabriel , pero prefirió contárselo a la nada y herirse en sus pensamientos: ¿será verdad lo que dice Florian? ¿Será verdad que mi querido amigo tiene pacto con el diablo y guarda diablillos en un cajón?Así acosado de inmensas confusiones, perturbado por desconocidas fantasías, fue alejándose de la gente y de sus tristes comentarios y también de la hermosa amistad de don Gabriel. Se hizo amigo de la soledad y como la soledad no tiene edad, no supo nunca por cuanto tiempo no vió a su amigo Gabriel. Pero un día determinó descubrir y resolver por sus propio medio la verdad:¡Sí ya está, si ya está ! -se dijo insistiéndose- volveré a visitarlo y revisaré en cualquier instante que se ausente, algun cajón, claro está que deberé tener un cuchillo en mis manos, por si los diablillos, se atreven atacarme. Terminaba de pensar ésto, cuando sonaron unos pasos suaves. Era don Gabriel, que acercándosele y mirándole con ojos de extraña comprensión le dijo con su voz fraterna: Oh mi pequeño querido amigo, te he buscado por callejas y rincones y por fin te vuelvo a ver, pero dime ¿A qué obedece tu triste y prolongada ausencia?... pero ven, vamos a tomar juntos el té que acostumbramos- agregó acariciando tiernamente la cabeza de Panchito encaminándole a su casa.Y pronto mientras entraban al pequeño comedor y le decía dirigíendose a la cocina, toma asiento, pónte cómodo, espérame que haré el té.Panchito tomó rápidamente un cuchillo que estaba sobre la mesa y abrió un cajón pensando hallar los diablillos cuando don Gabriel le sorprendió en pleno hecho y le dijo: ¿ que haces con el cuhillo, niño?-¡Es que yo quiero matar los diablillos que guarda en el cajón!-¿cómo que dices, niño , qué te han metido en tu cabeza esos vecinos , dime qué te han contado?- Que usted tiene pacto con el diablo y que guarda diablillos en un cajónDespues de un silencio amistoso, don Gabriel le dijo siempre con su voz fraterna:-Escucha, querido niño, no hace muchos años yo estuve viviendo junto a una mujer que amé inmensamente y pienso que aún la amo con la misma intensidad , ella tenía unos ojos risueños y habladores , una piel suave como el agua y su voz era toda una bella melodía. Pero un triste día me abandonó. Desesperado, angustiado de dolor, la busqué por mucho tiempo por pueblos y ciudades increíbles, hasta que por fin un día la encontré bailando completamente desnuda en un cabaret de un puerto muy lejano y le saqué ésta foto:… Créeme, querido Panchito -continuó diciendo- este es el único diablillo que guardo en el cajón ¡y cómo la amo! agregó depositando un beso en el retrato que guardó nuevamente en el cajón.

Manuel Ramos Martínez

martes, 4 de diciembre de 2007

Gardelín

cuentos

Desde chico aprendió el oficio. Que barré el patio, que sacá la basura, que el jardín está lleno de hojas. Vicente vivía con escoba y bolsa para las cosas a recoger.

—¡Puta, quién habrá inventado el piso!

—¡Y no rezongués, que te mando a barrer el baldío!

Tal vez por eso se volvió cantor. Con la Spica colgada del cuello, meta radio, música, noticias, lo que sea. Cuando por ahí salía un tango se ponía derecho, daba vuelta la escoba y frente al peludo micrófono de pie, frente a su respetable público, cantaba.

En carne propia
sentirás la angustia sorda
de saber que aquél que amaste más,
es quien te hiere...

Esta letra estaba medio censurada por la vieja. Ni qué decir de

Mientras los guapos, con entereza
Juegan la vida con ansias fieras

Allá en el baile, la muy taimada

Sólo se acuerda de que es mujer




No las entendía bien, pero eso no le impedía imitar las interpretaciones recias y pasionales, piernas abiertas, manos acogotando al micrófono, como las que veía en el Social y Deportivo del barrio. La primera vez que vio a Gardel ( Luces de Buenos Aires, El tango de Broadway, Tango bar,...) cayó en un trance, del que emergió con el que sería su estilo definitivo; gomina por kilos, sonrisa lateral, pronunciar "targo".

Mery, Pegy, Bety, Yuli,
rubias de Neuyor,
cabecitas adoradas
que vierten amor.

Y lentamente –ya estaba en la pubertad- entró en una onda romántica, melosa.

El día que me quieras

La rosa que engalana

Se vestirá de fiesta
Con su mejor color

La voz no ayudaba, pero la emoción que ponía, esa cara de condenado a muerte, le ganaron algunos corazones y otros órganos femeninos.

No estaba dotado para el estudio, pero la suerte –o tal vez las habilidades mostradas- le proporcionaron un puesto en la municipalidad acorde con sus antecedentes; barrendero. Le asignaron una zona con plaza y le permitieron hasta cuatro "espectáculos" por turno. Ya lo llamaban Gardelín. Cantando era tan parecido a Gardel como un canario a una bisagra oxidada, pero ya se sabe, la gente cuando no es cruel es afectuosa.

El frío, la lluvia, el trabajo a la intemperie lo retiraron tempranamente del servicio activo, con una pensión por invalidez y una ronquera que agregaba un matiz reo y curda a sus interpretaciones.

Gardelín estaba hecho. Le hubiera gustado un mayor reconocimiento a su dedicación y sentimiento, pero se conformaba con los aplausos, los bravos burlones o compasivos, las palmadas al pasar entre la gente.



Pero una noche un suntuoso micro de turismo se detiene en la puerta de nuestro Social y Deportivo. De él bajan una docena de turistas extranjeros, chillando en inglés, vistiendo colorinche, fotografiando a diestra y siniestra. La estrella del grupo era Miss Celine, escapando vía world tour de los incendios que amenazaban su mansión en Los Ángeles, en la seguridad de encontrar, a su vuelta, todo reparado y seguramente remozado.

Querían ver un patio de tango bien de barrio, nos pagaban lo que fuera. Hicimos lo que pudimos. Las parejas se sacaron chispas, el viejo Troiiito hizo gemir a su fueye. Pero Miss Celine pidió a Gardel, de quien alguien le había comentado: no sabía nada de él, sólo de su fama. A la rastra sacamos a Vicente del baño que estaba limpiando, le pusimos el uniforme de Gardel, lo engominamos y lo pusimos a hacer rostro por la pista.

—Ese es Gardel, Gardelín para nosotros —le dijimos a la Miss. O la soltería ya a los 50 le pesaba, o el espíritu del Zorzal descendió al club, la cosa fue que la platinada quedó encandilada. "¡un tanguerou machou!", gemía. Corrió a la pista, se prendió de las manos de Vicente. Le pidió un tango.

Ahí se pudrió todo, dijimos. Inventamos mil excusas, pero no hubo caso La Miss se hizo traer la mesa a la pista. Vicente, suicida, en la gloria ante una verdadera admiradora, cantó.

Arrabal amargo
metido en mi vida
como una condena
de una maldición.
Tus sombras torturan
mis horas de sueño,
tu noche se encierra
en mi corazón.

...

Y es un collar de estrellas


que tibio desgranan
tus ojos hermosos


llorándome así.


La yoni estaba arrebolada, nosotros desesperados. Era insoportable, Chirriaba, crepitaba. Alguno de nosotros estuvo a punto de interrumpir violentamente el suplicio, pero por otro lado, si se sabe que el amor es ciego —y también, evidentemente, sordo— ¿cómo matarlo?

Lo demás fue vertiginoso: Miss Celine lo invitó a su suite en el hotel 5 estrellas, después lo invitó a su mansión de Los Ángeles, luego le pidió quedarse con ella. Vicente se quedó ¿Qué otra cosa iba a hacer?¿En qué otro lado iba a encontrar admiración, afecto, libertad para ejercitar sus habilidades? La mansión tenía 12 habitaciones, 3 salones, 4 patios, un jardín imponente.



Es de noche. Celine lo llama, desde la cama.

—Garldelin, machitou reo ¡come here!

—Esperá que barro esta pieza y voy¡ !Preparate!

Si soy así, que voy a hacer

Nací buen mozo y embalao para el querer...



Carlos Adalberto Fernández