miércoles, 29 de agosto de 2012

YA DECÚBITO DORSAL

 


Como siempre, Enrique

Fuí un gil.


La agarré en caída libre, a punto de hacerse tortilla en el cemento de las perdidas. Casi todas las noches un meteorito de esos ocupaba por un momento el cielo, caía, caía, y deflagraba, a veces, en el patio del Bar Billares Salón de Baile. Un instante, sin ningún suspenso, y se levantaba, se alisaba las ropas, lanzaba una risita histérica, y se incorporaba al baile, la nueva reventada.



Ésta no. En medio de la parábola me miró. No sé por qué, tal vez un reflejo, o le tapaba la visión. Tal vez temió que la notara desarreglada. Eso la angustió, justo en ese momento, despeinada.



Y yo la ví así: cara de indefensión, vulnerabilidad y martirio. ¿Y cuál era mi misión, ante una mujer inerme?¿Qué me enseño mi madre?¿Para qué soy hombre?¿Soy, ante una mujer débil y necesitada, un caballero, o un fauno sediento de progesterona al natural, como todos?



—Permítame —le dije, extendiendo una mano—. ¿Puedo ayudarla?

Rápida como una centella, postergó su deseo de reintegrarse a la vorágine.

Me vio genuinamente inquieto, deseoso de brindar socorro. Hacía mucho que no la miraban así.

—No me siento bien. Las desgracias, los peligros... No puedo más.

—Venga, siéntese —cuidadosamente la acompañé hasta una mesa, en el bar al que acababa de ingresar, en mi recorrida como vendedor de diccionarios a crédito. De noche hacía bares, confiterías, bailes, boliches, algo vendía, aflojan más que los oficinistas.

—Bueno, tal vez me levante un poco el ánimo —respondió a mi sugerencia de un trago de algo fuerte. A la tercera grapa ya no podía parar el verso. Juana de Arco, la Madre María, la hubieran venerado—. El desalmado la envolvió con un mundo de promesas, la mostró diosa, vestal del templo de amor que él le ofrecía (me encogía ante la humedad pringosa del relato, pero no estaba vendiendo en la Academia Argentina de Letras). Y por él abandonó a sus padres, a su barrio. El desalmado (el mismo) la despojó de su pureza, depredó su juventud (le serví otra grapa, tal vez se calle).

—Y no satisfecho, el desalmado me arrastró a la perdición, las humillaciones, las vergüenzas, no se imagina lo que viví. Y ahora quiere... sí: alquilar mi belleza (no aguanto más, me tomo una grapa). Me escapé, con lo puesto. Él me persigue, amenazó matarme.

¿Qué clase de caballero soy?¿Para que la ayude tiene que declamarme Eurípides?

—¿Dónde está ese... el desalmado?

—Acaba de entrar —grandote, morrudo, negro e hirsuto como bosque de espinos en noche tormentosa, no me pareció el galán sedoso y aventurero que ella me describiera. Pero yo no iba a seguir con las exigencias.



Decidido, me encamino hacia él. El Caballero ingresa a la arena. No lleva lanza, tiene abrazado el maletín con los diccionarios de muestra, no encuentra dónde dejarlos.

Ya desde lejos me enfocó. Trajeado y con maletín negro, parecía importado de Chicago.

—Así que vos sos el nuevo macho de la Elvira —me increpó—. ¿Te agarró mamado o caíste de boludo?. De golpe tenía en la mano un revólver más negro que él.

—Adónde tiró a los chicos, es lo único que me interesa. Son mis hijos, aunque por desgracia también sean de ella, pero ya no. Me decís donde están o te agujereo.

Yo, a todo esto, no había emitido ni una sílaba. Petrificado, miraba el abismo de ridículo en el que estaba cayendo, para colmo seguramente agujereado. El desalmado ya me estaba estrujando con una mano las solapas del traje, mientras con la otra me acariciaba la cara con el caño del revólver.

Perdón me equivoqué. Yo recién llego. Se confundió de macho, Elvira quién es. Vos quién sos. La lista de frases era interminable, pero no encontraba ninguna con la cual recuperar mi dignidad, mi respeto y de ser posible, mi futuro. Había una, qué boludo, pero le correspondía a él.

Por suerte a Elvira se le ocurrió, esas cosas de la vida, portarse como una dama, ahí, en ese momento, y apropiarse del libreto del marido, ex desalmado.

—Dejalo —dijo, acercándose serena, despierta a pesar de las grapas—, es un boludo pero bueno, me quiso ayudar.

Yo no estaba ni para discutir mi cociente intelectual. Me aferraba al maletín.

—Los chicos están jugando, en la pieza de arriba. Tenés razón, qué puedo hacer con ellos, qué puedo hacer por ellos. Llevátelos. Pero de mí olvidate, éste es mi mundo y en él voy a vivir lo que me queda.

El meteorito deflagró. Una reventada más.



El grandote, sorprendentemente pacífico, me llevó, su mano sobre mi hombro, hasta la puerta del café.

—Andate, boludo. Yo agarro a mis hijos y también me voy. —me dijo con simpatía, como con algo de complicidad, él tampoco salía muy bien parado del conflicto, pero se resignó, tenía lo que le importaba—.Ni vos ni yo somos de aquí



Sentado a la mesa de un bar, tomando un café, sin hablar con nadie, hundido en el fangal de la autocompasión, pienso. Mi madre me hizo caballero de cartulina. Todos sus personajes, especialmente las damas, están pintados de apuro, para decorar un acto de teatro amateur. ¿Para qué más, si yo, crédulo, me embelezaba ante cualquier maravilla de crayón?

A mis treinta y pico, concluyo deprimido, nunca llegué a ser el amor de ninguna mujer. Que refloté barcos hundidos, un montón; reparaciones necesarias, calafateado y listo, a puertos exóticos, fuiste todo un caballero, chau. Cientos de minas tienen mi teléfono 24 horas emergencias. Me piden plata, apoyo anímico, recargo batería, inflo neumáticos, arranque y a la pista, yo a el taller a esperar.



Fui un gil, otra vez.

Pero ya no. Cierro el service. No vuelvo a alzar tomates. Ni flores, por las dudas.

Carlos Adalberto Fernández

martes, 28 de agosto de 2012

MEMORIA Y BALANCE DE SUEÑOS



Hay silencio en la ciudad, sólo se oyen pasos, corridas, alguna exclamación. No se oyen risas, ni llantos, ni murmullos. Ni discursos, ni música. Es día (noche) de pago; mañana cierra el ejercicio, hay memoria y balance final de sueños. La luna sólo proyecta sombras sobre la sombra del suelo. El viento suelta gemidos de angustia, fatalismo.

La calle está llena de gente silenciosa, cada uno buscando a, o huyendo de, alguien. Los Unos, figuras fantasmales encorvadas bajo el peso de su ataúd cargado de sueños robados, con engaño o violencia –qué importa cómo-, a otros. Esos, los Otros, arrastrándose con dificultad por las carencias de su alma inválida, despojada, desmembrada de sueños, robados o pisoteados por alguien que, ahora mismo, en algún lugar de la ciudad, busca devolver (para mejorar su saldo) la esperanza arrancada en un acto de egoísmo, venganza, placer malsano, quién sabe. Cada sueño perdido es un muro que cierra el camino. Cada sueño robado es una piedra que ata al suelo.

Un portador de ataúd se cruza con un inválido.

—¿Te debo algo?

—Me quitaste la confianza. "¿Justo vos, te anotás? Se necesita gente competente, con iniciativa; vas a hacer el ridículo ¿Para qué servís?". Ni me anoté, el miedo me paralizó. Vi pasar a los otros, excitados, habiendo vivido ¿Ni para perdedor sirvo? Y ahí me quedé, en el rincón de la vida.

—Lo lamento —el depredador encuentra, en un rincón del ataúd, el pedazo marchito de alma—. Necesité compensar con tu sangre algún dolor que, no sé de donde ni por qué, estaba sufriendo. Tomá, perdoname si podés.

—No —El moribundo agarra esa parte de su todo que el otro le entrega, y se aleja, algo más rápidamente.


—¡Vos!¡Eh, vos! ¡Me robaste la ilusión!

—Esa ilusión, la compartíamos; pero no quise perder la oportunidad de ser alguien. Vos, entonces, estorbabas. Tomá, no se por qué, siempre cuidé tu alma, en un rincón del ataúd, cada tanto la limpiaba. Yo también perdí algo, podemos retomar.

—Ya es un sueño muerto. Ahora sos alguien, pero hueco.


La noche es larga. Hay mucho que reclamar, que devolver. No hay quien no deba algo. No hay quien no haya sido despojado de algo.

Sueños, alimento de corazones, combustible de la ambición. Y –sociedad moderna- mercancía que mejora saldos, aumenta beneficios, cotiza en alza.

Termina la noche, hay que hacer el balance. Deudas que ya no se van a poder pagar, salvo con la propia alma. Partes de alma irrecuperables por desaparecidas, inválidas o muertas.


Del balance final quedan retazos demasiados pequeños para alojar al menos un atisbo de esperanza. Almas muertas, extintas, despojos inservibles de una vida que no fue, y ya no será. Ánimas desanimadas, soñando con soñar sueños que caen al instante, desflecados. Espíritus que mañana ingresarán al rubro Pérdidas, que se encolumnarán en la fila de cadáveres a desaparecer en las profundidades de la fosa de las almas muertas. En las esquinas se amontonan, como en un basural, ilusiones yertas, esperanzas invadidas de moscas, utopías en descomposición.


Cada tanto se ve a alguien corriendo, exultante, listo para edificar nuevamente torres de ilusiones, compartirlas desde mañana, otra vez, siempre igual, con algún depredador esperando por ilusos en un rincón de la vida.

Comienza un nuevo ejercicio contable de sueños.

Carlos Adalberto Fernández

CASTILLITOS



Fede no había venido la semana pasada al bar. Y hoy, ya medianoche, todavía
sin aparecer. Yo no estaba inquieto, pero me llamaba la atención. Todos los
sábados, al cerrar la aventura del viernes, no importa por dónde lo
llevaran sus incursiones, nos encontrábamos en el bar del Negro, para
cerrar la jornada. Si no, cualquiera de los navegantes de Corrientes me
pasaba un mensaje.
—Che, Sobaco Culto, el Fede no viene, después te cuenta. Pero me encargó
que tome el café que le debías.
Ya me iba a contar. Seguramente algún balurdo, denso, que le justificara
flagelarme un rato por mi “neurooptimismo” **, mi confianza en el amor, en
un mundo en paz, siempre inminente.

Ahí entra. Peor que otras veces, parece. No devuelve los saludos. Se
despatarra en su silla y sin mirarme, se queda en guardia. Yo ni mus, no
pienso darle pié. Al rato cambia de táctica.
—¡Vos y tu paz! “¡Paz y amor! Unamos las manos”, por este lado, “pan, paz y
trabajo”, por el otro. ¡Infelices! ¿Y la cirugía? Hay que amputar, viejo,
sin misericordia. Son todos ilusos, o falsos, una manifestación por mes,
tomados de las manitos, todos satisfechos, y la pústula creciendo.
Estaba cargado. O algo había desminuido, si fuera posible, su homeopática
confianza en el género humano; o había rebotado con una mina.

En la paz, y en el amor, no es que no creyera.
—La gente cree en la paz, en el amor y esas meritorias boludeces —me dijo,
comenzando la catarsis—. Pero también cree en la gente, y ahí cagó la
gente, no sé si me entendés. Para mejorar, para curarte, para la paz y el
amor, no tenés que estar muy infectado. Si la gangrena está avanzada,
cagaste, viejo, cagaste.
El lenguaje escatológico era síntoma de una crisis grave, o por lo menos
insoportable para los amigos presentes, o sea yo.
—¿Te enojó que tu mamá te haya venido a buscar? —fustigué, para eso están
los amigos. Se comentaba un encuentro –en este bar, creo—, con una veterana
con más veredas que Rivadavia. Después se fueron juntos. Yo lo creo, porque
el Fede era un calentón, de esos que, pasando la medianoche, “si es mujer
mejor, si no, lo que venga”.
—La puta que te parió —reaccionó educadamente, mostrando gran estabilidad
emocional—. Pero tienen razón, tus alcahuetes, esa mina me abrió el
precipicio. ¿Trajiste la palita y el balde? Para que hagas tus castillitos,
con la mierda que eche.
Pedí otro vino, me acomodé, preparándome para el aluvión.
*
La mina, esa jovata, me miraba desde la vereda. Se veía cansada, dudando
entre levantarme o tirarse en mi mesa, que no la joda. Al fin entró,
esquivando al mozo, y se metió en el baño. Cuando salió le dije al petiso
que la interceptaba “esa señora está conmigo, mozo, sírvale lo que pida”.
Una grapa. El petiso se alejó, yo veía cómo temblaba de la risa En diez
minutos, no más, todo Corrientes y el Bajo ya estaba enterado. El Fede
enganchó una pende.
Del baño, además, salió revocada. Estaba patética.
—Apuro el licor y vamos, ¿eh, cariño? —licor, decía.
—Me encantaría, pero no hoy.
—¿Entonces? —no le gustó la idea de estacionarse otra vez en la vereda.
—Charlemos. Soy escritor, ¿sabés? —mentí. Soy curioso, que es sólo el
principio—.¿Cómo anda, tu vida?
—¿Qué vida? —Para colmo ni un cliente, y este morboso. Pero con tal de
seguir sentada. Además tenía ganas de hablar, de reclamarle a la vida—. Mi
cafiolo me está echando.
—Consiguió una pupila tosca, inepta, pero carne joven —apreté. Mientras no
se le diera por gritar en el bar... Ya iba por la segunda grapa—. ¿Vos
creés que yo quería ser puta?¿qué soñaba ser baboseada, manoseada,
ensuciada por unos mangos? A mí me tiró la necesidad, la miseria, y algún
inescrupuloso con labia —no mentía, no le quedaban ganas.
Yo, como siempre en estos casos, me sentía culpable, representante de una
mitad de la humanidad, inmoral por naturaleza, por genes. Estaba perdida,
le quedaba poco. Y en descenso, limpiando baños, se masoqueaba.
¿Y familiares? No. ¿amigos? No. Me boicoteaba todo, o no le quedaba nada.
*
El Fede estaba cada vez más posesionado por su relato, como arrastrado al
naufragio previsto, inevitable.
*
—Veni, quiero mostrarte algo. Un salvavidas. No tengas miedo, ya no como
jovencitos. Vení, nene.
Al final la seguí. Al salir del bar imaginé el volante repartido en todos
los puestos de Corrientes: “El Fede pinchó. Joven princesa oriental
confiesa: Me hizo mujer”.
Pero, caminando por las calles oscuras, vacías, la realidad me entró en
razón. ¿Qué le esperaba, a la vieja?¿Qué solución podía sacar, de qué
galera? Estoy acompañando a un condenado a muerte. Ni curiosidad me
quedaba. Pero ya no podía abrirme.
Si hubiera una salida se salvaría, pensaba. Podría recuperar la confianza
en el género humano, amar. Tiene razón Sobaco. El amor cura. Yo soy el
incurable. Pero ahora necesitaba creer en algo.
La escalera, el pasillo de la pensión, agonizaban bajo la luz mortecina,
parecía una catacumba. Abrió la puerta, una de tantas.
—Entrá. Ponete cómodo. Ya vengo —Se perdió detrás de una cortina. Al rato
volvió, acompañada. Una... nena, trece, catorce años. Repintada, un vestido
minúsculo, transparente, mostraba un cuerpecito aún incierto, desolado.
Imitaba la sonrisa cansada de las putas trasnochadas.
—¿Tu hija? —pregunté, por decir algo, el abismo a la vista.
—MI nieta, una de ellas. Son muchos hijos, me traje ésta. A mi me salva y
ella aprende —Le dio como vergüenza, por ella, no por la nena— Está como
nueva. Por ser vos, hoy, paga la casa.
Me escapé. Encima mío el cielo temblaba, anunciando el fin del mundo. ¡La
gangrena! ¿Qué podía hacer?¿Matarla, pobre víctima incurable del virus de
la vida?¿Y con la nieta, sacarla de ahí, y venderle un futuro de arco iris?
Yo le vi la carita, ya cruzó la barrera.

Eso fue la semana pasada. Ayer no aguanté más. No hay salida, pero tampoco
podía quedarme quieto. No me soportaba. La encontré, a la vieja. Un
esperpento. Despeinada, los pelos blancos de punta, la piel, por primera
vez en años, sin pintura, cadavérica, la mirada vidriosa.
No se asombró. Como si me esperara. Se tiró en la silla.
—Ya no está —me dijo—¿Qué va a ser de mí? No pudieron salvarla.
—¿Qué pasó? —pregunta imbécil, inevitable.
—Algún degenerado, un pervertido, dicen. Yo le decía, la calle es
peligrosa, ella tan chica...
—...
—Ya murió.
*
—¿Muerta, la nena?¿Tan joven? Trece, catorce años, en el comienzo, con todo
el futuro por delant... —La mirada acerada de Fede, su rictus terrible, me
congelaron. Otra frase estúpida y me mataba. Y tenía razón.
Seguimos así, en silencio, quietos, sin mirarnos, no sé cuanto.

*© Carlos Adalberto Fernández*

viernes, 3 de febrero de 2012

S/T


















Se llamaba Olga y tenía una sombra siempre triste en su mirada. Ansiaba la mar en la que hundir la umbría de sus ojos. Se perdía en la percepción de la raya de la Albacora, nadie la comprendía cuandodecía esto, pero era palmera y allá, en su infancia, se le llamaba así al horizonte. Visualizándolo conseguía trasponer la noche de su apariencia. Hundía sus pequeños pies en la espuma y así se sentía purificada por ese océano que era su eterna compañía. Sus diminutos pechos apenas sobresalían de su ropa y al pasar escuchaba
- Ahí va Olga,pobrecita niña Siempre eran los viejillos y las viejillas que se sentaban en su sillita a las puertas de sus casas. Pero hacía oídos sordos a esos comentarios que no la atañían, le daba lo mismo lo que pensaran los demás de ella. Ella iba hacia a la playa, deseosa de llegar a ella, para cumplir su ritual de cada día. Se paseaba en sus olas de espuma y permanecía todo el día allí. Contemplaba la puesta de sol y le rogaba que apartara el eclipse de su vista. Juntaba los dedos índice y pulgar, a través de su triángulo le pedía, un día y otro, quecumpliera sus deseos: anhelaba tener amistades y que no se apartaran de ellacon temor a que las observara con esa apreciación apesadumbrada de sus retinas. Olga,Olga, Olga… hermoso nombre para una joven que consideraban pesarosa y no lo era, ella disfrutaba con muchas cosas, la música, los alimentos que sepreparaba con esmero, los hilos de palabras que leía, los que trataba de componer, la poesía con la que se complacía… Se llamaba Olga y tenía siempre una sombra triste en su mirada.

©Ana I. Hernández Guimerá

viernes, 27 de enero de 2012

EL EFECTO MARIPOSA - ¡PELIGRO!


Una vez más, como había sucedido alguna vez siglos atrás, los desheredados de la fortuna, los de la genética en este caso, protagonizaron una revolución que prometía romper moldes.Convencidos de que aquellos extraños líquidos no eran excesivamente peligrosos consumidos en pequeñas cantidades, dieron buena cuenta de ellos.
-Debemos evitar que estos venenos caigan en manos de jóvenes irresponsables -dijo Robustiano a manera de justificación mientras una sonrisa adornaba picarescamente su rostro.
 En pocos meses la semilla de una nueva era presidida por la libertad y la recuperación de viejas costumbres se extendió por el mundo entero. El conflicto laboral, lo que siglos pasados llamaban huelga general, se extendió como las malas simientes por toda la Tierra. Los gobernantes, sorprendidos y careciendo de la maquinaria represiva adecuada, comenzaron a investigar en los archivos históricos sobre los métodos utilizados tiempo atrás para reprimir las veleidades de las castas trabajadoras.
Así fue como la noticia llegó al Infierno. Desde allí se enviaron embajadores especiales con el fin de informar a los poderosos sobre los medios más adecuados para combatir a los desheredados de la genética. Varios meses trabajaron sin descanso intentando convencer a los gobernantes de las indudables ventajas que les acarrearía la posesión de aquellos diabólicos aparatos capaces de sembrar muerte y destrucción a placer de sus dueños. A pesar de todo la propuesta de Azazel de devolver a la humanidad los planos de las armas no encontró el eco apetecido en algunos humanos, la consideraban peligrosa.
-Podrían caer en manos de las clases trabajadoras –expuso un gobernante algo aprensivo.
Sin embargo, otros, apoyados por empresas multinacionales, propusieron aceptar la oferta diabólica y proceder a la fabricación y venta de armamentos desaparecidos muchas décadas atrás.
-Imaginad el negocio. Contrataremos a los trabajadores más problemáticos, los armaremos hasta los dientes y gracias a su rebeldía destruiremos medio mundo – respondió, relamiéndose, uno de ellos pensando en los múltiples beneficios que apello le acarrearía.
-No le veo la punta a ese negocio -protestó un pequeño empresario no muy dotado intelectualmente.
-Piensa, amigo, piensa. Trabajadores molestos exterminándose unos a otros, fábricas y edificios en general destruidos por esos vándalos...
-Pues vaya panorama.
-Ahora viene lo bueno: reconstruiremos todo de nuevo y con dinero público. El nuestro, por lo que pueda pasar, ya lo habremos puesto a buen recaudo antes de comenzar el baile...
Afortunadamente para muchos y desgraciadamente para los responsables mundiales de la cosa pública, Robustiano, convertido en líder mundial de la clase trabajadora, carecía de genes bélicos. Y, como él, todos sus compañeros. Acostumbrados a las herramientas de trabajo y al respeto a sus congéneres, aquellas mentes ingenuas no concebían manejar un trasto capaz de romperle el alma a otro hombre.
En vista de ello, el Presidente de la Organización Mundial de Empresarios Gorrones (OMEG) decidió atacar el problema desde la raíz conquistando los tiernos corazones de la infancia mundial. El primer paso fue encomendar a la OMEP (Organización Mundial de Educación y Progreso) la adquisición y distribución gratuita  de un material que, sin lugar a dudas, encarrilaría el espíritu inocente de aquellas criaturas por la senda deseada. Aquel año, los Reyes Magos y Papá Noel, se vieron obligados a repartir por todas las casa del mundo juguetes bélicos de las más diversas formas y modelos. ¿Tendrían aquellos juguetes fuerza para romper el espíritu pacífico y servicial de aquellas criaturas diseñadas para algo muy distinto? Este era el gran interrogante que se planteaban los líderes de la OMEG al ver la enorme inversión realizada en juguetes bélicos. Los primeros resultados del experimento aportaron ciertas esperanzas de éxito. Para comenzar consiguieron despertar en los niños considerables inquietudes deportivas. Carreras, saltos, disparos al aire de inofensivas ráfagas de luz y color llenaron calles y patios de recreo de todo el planeta. Como quiera que aquello significara un evidente cambio en las aficiones de los chavales, una chispa de esperanza comenzó a brillar en las ambiciosas pupilas de los  capitostes mundiales, tanto financieros como gobernantes. Incluso Lucifer y sus tropas comenzaron a pensar en la necesidad de aumentar sus pedidos de carburantes ante la posible llegada masiva de nuevos clientes.
-Magnífico -proclamó satisfecho el Presidente de la OMEP-. Estos críos serán unos auténticos señores de la guerra a poco que alimentemos su egoísmo.
-Buen camino ha iniciado esos zoquetes de la Tierra -comunicó sonriente Azazel al Jefe Supremo del Averno-. Empresarios y gobernantes serán los primeros en volver a nuestros dominios, como siempre sucedió.
-Han caído en su propia trampa -respondió gozoso Lucifer-. Y con las guerras que se avecinan, mucho me temo que se invertirá la situación y tendremos que adquirir terrenos celestiales para proceder a su reordenación urbana... 


Manuel Cubero Urbano
__._,_.___

lunes, 23 de enero de 2012

El asado incomible


En una modesta vivienda del barrio de San Telmo, vivía un
cincuentón de sobrenombre Tito, parrillero tercera generación, con
su señora. Llevaban una vida austeramente feliz. Él atendía su
propia parrilla; ella era ama de casa. Pero un día, no sé si la
gente empezó a hacerse vegetariana o que mierda pasó, la economía
familiar comenzó a deteriorarse, tuvo que vender el restaurante para
cancelar deudas e irse a trabajar de asistente de parrillero.
Imagínense la frustración de Tito: después de tener su
propia parrilla, terminar de asistente limitándose a prender el
fuego y a acercar los instrumentos asadísticos. Lamentablemente, ahí
no termina la cosa. Una noche que el parrillero se enojó porque Tito
le alcanzó la cuchilla en lugar del tenedor, este último lo cagó a
puteadas, lo que ocasionó que el parrillero propinara un violento
punta pie en el culo de Tito y después lo despídiera. No sabemos si
fue bien echado o no, porque tenemos sólo la versión de Tito, pero
la cuestión es que se quedó en la calle y con boludeces que hacía su
mujer cuando estaba al pedo, o sea durante todo el día, se puso un
puestito de artesanías en San Telmo. Se vio en la necesidad de
hipotecar la casa. Y como con las artesanías apenas sacaba para
comer, no pudo pagar ni la primera cuota y pasados los términos
legales correspondientes, la casa fue rematada.
El día que debían abandonar la vivienda, decidieron comer
un último asado. Pero era tanta la angustia que sentían que ninguno
de los dos pudo probar bocado.
Dos meses más tarde, cuando el nuevo propietario hizo
posesión de la casa, sintió un olorcito espectacular viniendo desde
el patio.
¡Qué rico!, pensó. ¡Quién será el guacho que se va a
lastrar un asado!
Sí, para que se los voy a negar, era medio ordinario el
cristiano. Pero no sean criticones.
Al salir al jardín, no fue poca la sorpresa al darse
cuenta de que el aroma venía de su parrilla y por si esto fuera
poco, la carne ya estaba a punto. Nunca había visto una parrillada
tan completa: chorizo, morcilla, molleja, chinchulines, entraña,
riñón, asado, pollo, matambre y hasta morroncitos asados. Era el
sueño de cualquier hombre: entrar a la casa y encontrarse con un
asado listo para comer y sin siquiera haberse ensuciado las manos.
Su esposa, una señora muy amable y bastante entrada en
quilos, por no decir gorda que queda feo, al percatarse de dicho
manjar, se apresuró a poner la mesa. Destaparon una botella de totín
y se dispusieron a disfrutar de tan delicioso asado de bienvenida. O
al menos, eso intentaron, porque si les había llamado la atención
encontrarlo, más se sorprendieron cuando quisieron entrarle a un
chorizo quemadito y el guacho ni se mosqueó.
-Trae la cuchilla, vieja -gritó el hombre.
La señora rellenita, por no repetir entrada en quilos, con el hambre
que tenía, se metió rajando a la cocina y a los diez segundos se la
trajo a su marido. Ya con el instrumento bien afilado en la mano, el
hombre empezó a hacerle palanca para todos lados y el chorizo ni mu.
-No puede ser. ¡Qué lo re parió! -dijo y se secó la
transpiración de la frente-. Bueno, el chori te lo debo, ¿te paso un
chinchulín?
-Y bueno, dale.
Buscó el más crocantito e intentó pincharlo, pero tuvo la
misma suerte que con el chorizo. Parecía embalsamado el hijo de
puta. No había manera de despegarlo de la parrilla.
-Traeme la pico loro -dijo empezando a perder la
compostura.
La dagor empezaba a impacientarse.
-Toma, viejo. ¿Falta mucho? -dijo sin poder sacarle los
ojos de encima a un riñoncito que parecía estar para chuparse los
dedos.
El hombre agarró la herramienta con las dos manos y le
entró a un pedazo de tripa gorda con alma y vida. Por poco no le
sale una hernia de tanta fuerza que hizo y la tripa gorda se cagaba
de risa.
-¡La re puta madre que lo parió! –gritó con los ojos
rojos, un poco por el humo y otro poco por la bronca que tenía-.
¡Qué mierda pasa!
Ya hinchado las pelotas, le dijo a su mujer: Que se vaya a
la mierda, apago el fuego y nos vamos a comer una parrillada por
ahí.
Cargó un balde con agua y se lo tiró de lleno al carbón.
Después de chirriar y largar una enorme nube de humo, quedaron tan
prendidos como antes e incluso más. Luego de varios fallidos
intentos, que incluyeron arena, manta y sifones, decidió llamar a
los bomberos. El bombero que lo atendió, al principio, se cagó de
risa, pero como estaba al pedo, le dijo que salía para allá.
Ya en el domicilio de la, a esta altura, hambrienta
pareja, el bombero tiró agua a presión con la manguera como para
apagar el mismísimo infierno. Con decirles que se inundó la casa.
Pero el asado quedó sequito y crocante como antes y las brasas
parecían haberse olvidado de que se apagan con agua.
Día tras día, la pareja se encontraba con el asado a
punto, las brasas al rojo vivo y sin poder comerlo.
Meses más tarde, cansados del olor a asado, (porque
convengamos que lo lindo de ese tan sabroso aroma es saber que más
tarde o más temprano, la carne va a entrar en nuestras fauces. Pero
sentir el olor y tener el pleno convencimiento que no lo vas a comer
ni que te cagues, es como ver a una mujer desnuda provocándonos
desde una jaula con candado. Y si encima el olor sale de nuestra
propia parrilla, ya la situación se torna insostenible) decidieron
vender la casa ya que creían, no sin razón, que estaba embrujada.
Dado que estaba en un punto estratégico, la vendieron aún
más cara de lo que la habían comprado.
De más esta decir que el nuevo dueño tuvo la misma
desgracia y también la vendió.
Así fueron pasando distintos propietarios y el asado
estaba siempre en el mismo lugar, a punto y sin dejarse comer.
Incluso en una oportunidad, compró la casa un militar que
al ver lo que pasaba dijo: A mi no me vas a ganar asado y la puta
que te parió.
Llamó a una empresa demoledora para que le hicieran mierda
la parrilla. No hubo caso. Aunque le dieron como para derribar la
muralla china, ni siquiera un centímetro de pintura pudieron
sacarle.
Después de unos cuantos años, la casa se hizo famosa como
la del asado maldito y ya nadie quería comprarla.
Un buen día, el viejo parrillero Tito, pasó con nostalgia
por la casa y la encontró tal cual la había dejado quince años
atrás. Había colgado un cartel que decía: OPORTUNIDAD ÚNICA.
CONSULTE SU VALOR. NO LO VA A PODER CREER.
Efectivamente, el cartel tenía razón, recuperó su casa a
un precio increíblemente bajo.
Cuando emocionado volvió a entrar a la casa que había sido
de sus padres, lo primero que sintió fue ese olorcito tan particular
del asado a punto. Ya en el patio, casi se cae de culo al darse
cuenta de que el asado era el que él había preparado quince años
atrás. Lo supo por su manera tan particular de poner los chorizos en
ronda, rodeando el resto de la carne. Incluso lo tuvo que dar
vuelta, porque para su gusto, todavía le faltaba un poco de arriba.
Con lágrimas en los ojos, entró a la cocina y le dijo a su
mujer: Vieja, andá abriendo los panes que ya sale el chorizo.

Emiliano Almerares

viernes, 20 de enero de 2012

CONFLICTO COLECTIVO




Gozaba de un breve descanso en unión de sus compañeros cuando quiso la mala fortuna que laespléndida figura de una joven pasase bajo el andamio en el que daban cuenta de un suculento bocadillo.Uno de sus compañeros no pudo evitar un violento gesto de admiración subyugado ante tanta belleza.
-Adiós, preciosa -gritó al tiempo que un desvanecimiento estuvo a punto de dar con sus huesos en elsuelo.
Robustiano, ágil y fuerte como pocos, logró agarrarlo por el fondillo de sus pantalones. Gracias a ello,evitó una tragedia que, por unas décimas de segundo, revoloteó sobre aquel andamio.
-No hay derecho -protestó-. Un compañero ha estado apunto de morir por culpa de un simple mareo.
-Parece como si este obrero padeciese de vértigo. Habrá que ponerlo en conocimiento de lasuperioridad, se podría tratar de un fallo en el diseño genético... -apuntó el asistente sanitario de la obra.
-Con lo sencillo que era haber encargado este trabajo a los indios mohawk... -refunfuñó uncompañero.
-Mientras se encuentra solución a este problema propongo que abandonemos la obra. Si ha habido un fallo en nuestro diseño es peligroso seguir trabajando a una altura tan descomunal -propuso Robustiano.
Aprobada la proposición, nuestro protagonista fue designado para comunicar el acuerdo a loscapataces. Dos horas duró la entrevista. Concluida ésta, el Jefe de Personal, alarmado ante una situacióncompletamente desconocida y a la que ni en los archivos de la empresa supo encontrar respuesta, solicitóuna reunión con el Arquitecto Jefe de la obra y el Supervisor Laboral. Era la primera vez que, desde tiempoinmemorial, se registraba una protesta de un grupo de trabajadores. Después de un largo debatedecidieron acudir a los archivos históricos para encontrar antecedentes sobre cuestión tan singular.
-Esto es un conflicto colectivo -concluyó uno de archiveros-. Para entendernos mejor, una huelga, según la terminología de los antiguos sindicalistas.
Lógicamente, y vista la gravedad del asunto, llegaron a la conclusión de que era absolutamentenecesario informar a la superioridad empresarial.
-No me digan ustedes que esta gentezuela ha tenido la osadía de resucitar el movimiento sindicalista -comentó indignado el Arquitecto Jefe de la Sociedad Constructora Intermundial al tener noticia del suceso.
-¿Movimiento sindicalista? -inquirió extrañadísimo el Presidente Ejecutivo-. Nunca  hablar de estetipo de organizaciones.
-Se trata de una peligrosa subclase profesional que puso en grave peligro las estructuras socialeshasta bien entrado el S. XXI -respondió el Director General para Europa de Recursos Humanos, que habíahecho en su juventud un estudio sobre las antiquísimas organizaciones laborales y sus consecuencias enel devenir de la sociedad.
-Ya recuerdo haber estudiado ese tema, ya -ratificó el Jefe de Análisis Históricos-. Los muydegenerados hasta expresaban sus ideas cantándolas... Algo así:
Arriba parias de la tierra.
En pie famélica legión...
-Música y reivindicaciones laborales unidas. Nefasta combinación. No se había visto cosa igual desdehace más de un siglo. Hay que advertir al gobierno del gravísimo peligro que se cierne sobre el mundo -decidió el Presidente Ejecutivo.
Manuel Cubero Urbano
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