Hay silencio en la ciudad, sólo se oyen
pasos, corridas, alguna exclamación. No se oyen risas, ni llantos, ni murmullos.
Ni discursos, ni música. Es día (noche) de pago; mañana cierra el ejercicio, hay
memoria y balance final de sueños. La luna sólo proyecta sombras sobre la sombra
del suelo. El viento suelta gemidos de angustia, fatalismo.
La calle está llena de gente silenciosa,
cada uno buscando a, o huyendo de, alguien. Los Unos, figuras fantasmales
encorvadas bajo el peso de su ataúd cargado de sueños robados, con engaño o
violencia –qué importa cómo-, a otros. Esos, los Otros, arrastrándose con
dificultad por las carencias de su alma inválida, despojada, desmembrada de
sueños, robados o pisoteados por alguien que, ahora mismo, en algún lugar de la
ciudad, busca devolver (para mejorar su saldo) la esperanza arrancada en un acto
de egoísmo, venganza, placer malsano, quién sabe. Cada sueño perdido es un muro
que cierra el camino. Cada sueño robado es una piedra que ata al
suelo.
Un portador de ataúd se cruza con un
inválido.
—¿Te debo algo?
—Me quitaste la confianza.
"¿Justo vos, te anotás? Se necesita gente competente, con iniciativa; vas a
hacer el ridículo ¿Para qué servís?". Ni me anoté, el miedo me paralizó. Vi
pasar a los otros, excitados, habiendo vivido ¿Ni para perdedor sirvo? Y ahí me
quedé, en el rincón de la vida.
—Lo lamento —el depredador
encuentra, en un rincón del ataúd, el pedazo marchito de alma—. Necesité
compensar con tu sangre algún dolor que, no sé de donde ni por qué, estaba
sufriendo. Tomá, perdoname si podés.
—No —El moribundo agarra esa
parte de su todo que el otro le entrega, y se aleja, algo más
rápidamente.
—¡Vos!¡Eh, vos! ¡Me robaste la
ilusión!
—Esa ilusión, la compartíamos;
pero no quise perder la oportunidad de ser alguien. Vos, entonces, estorbabas.
Tomá, no se por qué, siempre cuidé tu alma, en un rincón del ataúd, cada tanto
la limpiaba. Yo también perdí algo, podemos retomar.
—Ya es un sueño muerto. Ahora
sos alguien, pero hueco.
La noche es larga. Hay mucho que reclamar,
que devolver. No hay quien no deba algo. No hay quien no haya sido despojado de
algo.
Sueños, alimento de corazones, combustible
de la ambición. Y –sociedad moderna- mercancía que mejora saldos, aumenta
beneficios, cotiza en alza.
Termina la noche, hay que hacer el balance.
Deudas que ya no se van a poder pagar, salvo con la propia alma. Partes de alma
irrecuperables por desaparecidas, inválidas o muertas.
Del balance final quedan retazos demasiados
pequeños para alojar al menos un atisbo de esperanza. Almas muertas, extintas,
despojos inservibles de una vida que no fue, y ya no será. Ánimas desanimadas,
soñando con soñar sueños que caen al instante, desflecados. Espíritus que mañana
ingresarán al rubro Pérdidas, que se encolumnarán en la fila de cadáveres a
desaparecer en las profundidades de la fosa de las almas muertas. En las
esquinas se amontonan, como en un basural, ilusiones yertas, esperanzas
invadidas de moscas, utopías en descomposición.
Cada tanto se ve a alguien corriendo,
exultante, listo para edificar nuevamente torres de ilusiones, compartirlas
desde mañana, otra vez, siempre igual, con algún depredador esperando por ilusos
en un rincón de la vida.
Comienza un nuevo ejercicio contable de
sueños.
Carlos Adalberto Fernández
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