jueves, 26 de junio de 2008

La despedida

Era viernes. Llevabas un pantalón de mezclilla vieja, la camisa de algodón a cuadros que te regalé y los cabellos sucios y revueltos. Habías llorado y yo no sabía porqué. Fumabas dejando una estela gris como constancia de tu desesperación. La música quedó atrás. Quise descansar mi cabeza en tu hombro pero separaste tu mundo del mío. Recuerdo la violencia de tus palabras, las manos encrespadas, la sequedad de tus labios cuando quise darte un beso. Te miré a los ojos y respondiste con el silencio más absoluto. Esa noche el árbol se despobló de sus hojas, los astros apagaron su luz en el leve rocío que nos envolvía. Oscureció para los dos. Te sentaste a la orilla de la ausencia y te despediste de mí. Llegó el final. Comprendí que todo terminaba: la vida en común, los amigos, la casa, los hijos. Esa sombra que se interpuso entre nosotros arrebató mi felicidad. Rompiste el pacto al amarlo. Sacaste del bolsillo el dictamen médico. Cuatro letras devastadoras. En la sentencia llevabas el pecado. Las hojas secaron tu cuerpo, eras naturaleza muerta.



Lady López, 2008.

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domingo, 22 de junio de 2008

QUE DÍA FUE HOY


Tengo un problema con las fechas. Es, seguro, una enfermedad, o más bien una deficiencia neuronal, de las varias que me constituyen como ser humano, levemente mogoloide, insoportablemente vanidoso de las neuronas que, para mi bien o mal, definen mi inconducta particular que, mirándome de perfil, cualquier frenólogo o, con suerte, el mismo Lombroso, puede predecir y condenar.



Pero también hay un matiz filosófico (obviamente originado en la neurona filósófa) que, quién sabe por qué, se opone a que "hoy" tenga que ser datado, fichado ignominiosamente como a un recluso destinado al entierro en la celda del pasado, con un número, una fecha, bah, que lo diluye en el anonimato numerado.

El hoy vive plenamente, hoy es y punto, no "hoy es el día...". Me niego a macular la dignidad del día que vivo, que hoy llena el universo que es la vida que hoy la conocí, en el Banco al que ingresa a trabajar. Me impresiona, desde varios puntos de vista, no sé que tiene que me produce, un como si. Uno de estos días la encaro.

Alguien preguntará ¿cómo manejo el pasado? Que los historiadores operen con sus fichas fechadas, que los políticos manipulen las fechas que puedan invocarse como la pesada herencia que recibimos, que los poetas evoquen el día que. Para mi, el pasado pasó, no me interesa en qué fecha fue que lo enterré, en qué tumba está, cuantos días duró. No le pongo flores, no ocupo ni un minuto de mi hoy para disecarlo, abrirle las vísceras para determinar la causa de su muerte.

El pasado que aún vive está compuesto de mortales eternidades humanas. Dolores que se hunden y cortan y duelen y no mueren. Ilusiones que esperan eternamente un futuro que se haga realidad cotidiana. Rencores que mascullan sin pausas venganzas y reivindicaciones. Bellezas que inundan el alma y perviven eternamente, ahogan e iluminan. Amores, mágica alquimia de dolores, ilusiones y rencores, bellos y horribles, como una estrella titilando, a punto de nunca morir.

El pasado que aún no murió es hoy, unos días después, me le acerco y, con una voz cavernosa originada en las profundidades de mis bajos instintos, le alabo la espalda. Lombroso lo hubiera predicho, hice el ridículo de rigor, de entre la variada gama de frases ganadoras o al menos para asegurar el primer tanto, elijo mencionar la espalda. Pero es que me tiene loco; orgullosa, erecta, esa espalda va para estatua viva de diosa, el frente expande la majestad de la espalda, la mirada disuelve. De lo único que puedo envanecerme es que en la frase me muestro, además de estúpido, honesto. Cuando empiezo a retirarme, reptando ignominiosamente marcha atrás, me detiene un oh, gracias, que muestra que la diosa trastabilla, no tuvo tiempo para la usual respuesta preventiva, se queda esperando, su espalda y toda ella, sus ojos, ahora que la tengo de frente. Su feminidad me produce mareos. Digo una frase ingeniosa, ganadora, Su respuesta me reubica pigmeo. Ya está, ya caí. Ella se da cuenta, todas las mujeres se dan cuenta cuando pueden agregar una marca a su lista de víctimas.



Hoy la tiene loca el perrito que, en un rapto de inconciencia, ingresamos a la familia (estúpido, esposa, dos hijas, somos cuatro). A un perro, aunque tenga dos meses, hay que mostrarle firmeza y autoridad; un NO firme, mirada de juez de Suprema Corte. El noooohhh prolongado, angustioso de ella, esa huida precipitada, no ayuda, pero me encanta. El monstruo minúsculo, emergido del Averno canino sediento de víctimas y juegos, persigue esos piés, los que sostienen esa espalda de mármol eterno.



¿Cuándo pasó eso? Pasa. Hoy.





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Carlos Adalberto Fernández

miércoles, 18 de junio de 2008

La despedida




Era viernes. Llevabas un pantalón de mezclilla vieja, la camisa de algodón a cuadros que te regalé y los cabellos sucios y revueltos. Habías llorado y yo no sabía porqué. Fumabas dejando una estela gris como constancia de tu desesperación. La música quedó atrás. Quise descansar mi cabeza en tu hombro pero separaste tu mundo del mío. Recuerdo la violencia de tus palabras, las manos encrespadas, la sequedad de tus labios cuando quise darte un beso. Te miré a los ojos y respondiste con el silencio más absoluto. Esa noche el árbol se despobló de sus hojas, los astros apagaron su luz en el leve rocío que nos envolvía. Oscureció para los dos. Te sentaste a la orilla de la ausencia y te despediste de mí. Llegó el final. Comprendí que todo terminaba: la vida en común, los amigos, la casa, los hijos. Esa sombra que se interpuso entre nosotros arrebató mi felicidad. Rompiste el pacto al amarlo. Sacaste del bolsillo el dictamen médico. Cuatro letras devastadoras. En la sentencia llevabas el pecado. Las hojas secaron tu cuerpo, eras naturaleza muerta.



Lady López, 2008.

martes, 17 de junio de 2008

ANUNCIADO

ANUNCIADO

Esa noche llegó a su casa con olor a victoria, ni bien puso la llave en la cerradura sonó el teléfono. Había apagado el celular. Con un tarareo apuró la maniobra y atendió la llamada. Dejó la sonrisa tras el hola.
No podría conducir,las manos temblaban, el corazón parecía una máquina infernal que aceleraba el ritmo. Llamó un remise. Nunca supo como bajó del automóvil. Sus ojos estaban rojos y ardidos de tanto refregarlos para ocultar las gotas saladas que escapaban desobedientes. Tampoco recordó como llegó hasta la sala de terapia intensiva, sólo recordó a la mensajera de blanco que no le permitió la entrada y que con voz uniforme le dio la noticia. Al rato, piadosamente, un médico trasladó su cuerpo vencido hasta la cama.
Allí estaba ella, envuelta en el sopor anunciante. Se acercó, la saludó con ese saludo de despedida que tenían pactado de años, de siempre:
-Portate bien mamá.
En un murmullo casi indescifrable ella le contestó:
-Vos también
Luego el silencio, ella se durmió como se duermen los niños, con una sonrisa tranquila.
Y quedó la nada.
En blanca ceremonia recorrió la niñez, la juventud, su adultez... su madre siempre adivinaba, nunca había podido mentirle ni en el último momento.
Ya la extrañaba.

Elisabet Cincotta
derechos de autor reservados

viernes, 13 de junio de 2008

El fin del mundo

Era el Apocalipsis.Las señales eran evidentes, terremotos, vulcanismos, tornados y toda clase de fenómenos violentos estaban destrozando el equilibrio del planeta.¿Hacia dónde ir? ¿Qué sentido tenía todo ahora?El caos dominaba las calles, todos huían sin saber bien hacia qué lugar; unos rezaban arrodillados en el pavimento en tanto otros maldecían a diestra y siniestra su suerte.Marejadas humanas crecían y se extendían por doquier invadiéndolo todo.Una persona se tiraba desde lo alto de un edificio arrebatando al destino el derecho de decidir el momento justo de su muerte; otros en cambio se escondían bajo las ruinas dejadas por alguna iglesia durante un sismo.Las prostitutas se confundían con las religiosas, los marginales con las gentes de abolengo; en aquel momento todos eran seres con un único objetivo: la salvación.Algunos grupos lograron divisar lo que ellos creían pudieran ser salidas –aunque sin saber hacia dónde.Uno, dos, tres últimas e infernales convulsiones de la tierra ahogaron en flemáticos ríoslos restos de civilización. El bramido del cosmos contrayéndolo todo, luego, el silencio total.De los oídos del escritor, presa del infarto, los personajes liliputienses asomaban prestos a un nuevo mundo.

Liliana Varela 2008