martes, 17 de junio de 2008

ANUNCIADO

ANUNCIADO

Esa noche llegó a su casa con olor a victoria, ni bien puso la llave en la cerradura sonó el teléfono. Había apagado el celular. Con un tarareo apuró la maniobra y atendió la llamada. Dejó la sonrisa tras el hola.
No podría conducir,las manos temblaban, el corazón parecía una máquina infernal que aceleraba el ritmo. Llamó un remise. Nunca supo como bajó del automóvil. Sus ojos estaban rojos y ardidos de tanto refregarlos para ocultar las gotas saladas que escapaban desobedientes. Tampoco recordó como llegó hasta la sala de terapia intensiva, sólo recordó a la mensajera de blanco que no le permitió la entrada y que con voz uniforme le dio la noticia. Al rato, piadosamente, un médico trasladó su cuerpo vencido hasta la cama.
Allí estaba ella, envuelta en el sopor anunciante. Se acercó, la saludó con ese saludo de despedida que tenían pactado de años, de siempre:
-Portate bien mamá.
En un murmullo casi indescifrable ella le contestó:
-Vos también
Luego el silencio, ella se durmió como se duermen los niños, con una sonrisa tranquila.
Y quedó la nada.
En blanca ceremonia recorrió la niñez, la juventud, su adultez... su madre siempre adivinaba, nunca había podido mentirle ni en el último momento.
Ya la extrañaba.

Elisabet Cincotta
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