lunes, 21 de diciembre de 2009

EL GATITO QUE QUERÍA SER PÁJARO

Cati parecía una gatita normal. Como las otras gatitas pequeñas sólo pensaba en jugar, saltar y tumbarse encima de su amiguita Lucy. Doradita y regordeta, tenía unos ojazos redondos y vivarachos, y las puntitas de sus orejas eran como dos terremotitos que nunca acababan de quedarse quietos.

Pero si os fijáis bien, Cati no es una gatita normal, no. Cuando era pequeñita, su amiguita Lucy la llevaba al parque para enseñársela a sus amigos; ella se quedaba muy quietecita en su falda mirando a todas partes hasta que, por fin, localizaba a aquellos pajaritos que, como fuentecillas traviesas, no dejaban de cantar y piar alegrando las tardes de aquel precioso mes de mayo.

Después, cuando se hacía de noche, toda la atención de Cati se volcaba hacia la lámpara junto a la cual se sentaba su amiguita Lucy. A su alrededor veía otros animalitos que no cesaban de volar en pequeños y simpáticos saltitos, eran las mariposas.

Me gustaría tanto volar como ellas, se decía sin dejar de observar sus ágiles maniobras. Y luego, una sensación de tristeza se apoderaba de la pobre Cati, pues su mamá, al ver su admiración por aquellos volanderos amiguitos, le repetía una y otra vez:

-¿Ves que son bonitos? Pues mucho más bonitos estarán entre tus zarpas cuando seas mayor y las puedas cazar de un salto: a pesar de lo pequeñitas que son, están sabrosísimas.

Cati, que era muy curiosa, como todos los pequeños, pasaba muchos ratos en el patio aprendiendo de su mamá. Ésta se dedicaba, dando ágiles saltos y volteretas, a la caza de las pequeñas mariposas que osaban volar bajito. Incluso algún que otro pajarillo había estado a punto de caer en sus garras.

Aquella noche, mientras dormitaba en la falda de Lucy, observó que una mariposa, más descarada que la demás, se aproximaba tanto, tanto, a su manita que, instintivamente dio un saltito para alcanzarla, pero...

La pobre de Cati, todavía se está arrepintiendo de su locura. Con torpeza de principiante, al caer de su atrevido salto, se resbaló e, instintivamente, trató de agarrase a la manita de Lucy con tan mala suerte que, de la punta de sus deditos, salieron unas cosas pequeñitas y muy agudas que se clavaron en la mano de su amiga.

Cuando Cati observó que de un dedito de Lucy salían una gotitas de sangre, se puso a lamerle la heridita para curársela. Lucy, que comenzaba a llorar, se contuvo al ver el cariño con que Cati le curaba su herida y la acarició suavemente.

-Pobre Cati. Ha sido sin querer, ¿verdad?

A partir de ese momento la gatita se prometió no volver a sacar nunca jamás esas cositas que le salieron de los dedos, las uñas, le dijo su mamá.

-Hija, nosotros, los gatos, tenemos necesidad de usarlas para poder cazar los ratones y otros animales que pueden hacer daño a nuestros amos...

-Entonces, los pajaritos no los tenemos que cazar –dijo, esperanzada, Cati.

-Pero es que están tan sabrosos... –le respondió mamá gata.

Cati no se quedó muy convencida, con lo buenas que están las sopitas de leche que le prepara su amiguita Lucy... Vaya, que seguro que las sopitas de leche están muchísimo más sabrosas que los pajaritos y que las mariposas, se dijo en un susurro.

Y además, los pájaros son muy simpáticos, y vuelan tan bien...

Cati se pasaba las horas mirando al cielo, y se extasiaba de tal manera viendo volar a aquellos animalitos tan ágiles que llegó un momento en que su gran deseo fue ser un pajarito más.

-Mamá, yo quiero ser pájaro –dijo Cati a mamá gata un día que la vio contenta y con ganas de concederle sus caprichos de gatita traviesa.

Y yo un tigre, hija –respondió mamá gata-. Tú está loca. Gata has nacido y gata serás.

Pero Cati seguía pensando en su gran sueño. Ya se veía volando por encima de los tejados saludando a mamá y a su amiga Lucy desde allá arriba.

No acertaba a saber cómo se vería el parque desde allí. Se imaginaba que aquella sería la visión más bonita de cuantas se puedan tener. Y lo más divertido: cuando viniese corriendo un perro, esperaría hasta tenerlo muy cerquita, muy cerquita, y entonces... ¡ale! ¡A volar!

-Je, je –se sonreía mientras imaginaba al perro en el suelo y con tres palmos de narices...

Tendré que pensar en aprender a volar, se dijo. Cati estaba convencida de que eso tenía que ser muy sencillo. Ya ves, se decía, si lo hacen los pájaros, con lo pequeños que son...

Cuando se quedó solita en su capacho, muy despacio, como hacía mamá gata cuando se aproximaba algún perro, fue acercándose a la silla de Lucy, que era la más bajita de todas, e intentó subirse a ella, pero no podía alcanzar el asiento a pesar de los muchos saltos que dio.

-Es que como todavía no sé volar... –se conformó a sí misma.

Comenzó a buscar hasta que encontró una caja de cartón en la que su amiguita guardaba los secretos que sólo ellas dos sabían: uno ovillo de color, un capuchón de un bolígrafo de color morado, dos cartoncitos con dibujos de gatos...

La empujó con el hocico y comprobó que podía arrastrarla hasta la silla. Así que pensado y hecho. Acercó la caja hasta la sillita de Lucy, y de un par de saltitos, pum, a lo alto de la silla.

Cati, se acercó algo temerosa al borde, asomó su cabeza, miró hacia abajo y allá, en el fondo, vio el suelo. Le pareció que estaba más alta que nunca. Las manitas le temblaban de la emoción: era su primer vuelo...

Sin pensárselo más Cati se lanzó al vacío... y se dio un coscorrón con la pata de la silla. Pero la verdad es que no le dolió mucho. Al fin y al cabo, fue mi primer vuelo, se consoló.

Después de lamerse una patita, decidió que, por ser el primer día, había superado todas sus dificultades.

-Mañana seguiremos, Cati, se dijo.

Al día siguiente, muy tempranito, Cati ya estaba saltando y festejando cada mirada, viniese de donde viniese. Estaba tan alegre y festiva que la mamá de Lucy, mirando a mamá gata le dijo, no sin cierto orgullo maternal:

-Hoy tenemos a Cati que parece unas castañuelas. Se nota que ya va siendo una gatita independiente. ..

Y tan independiente. .. Si ellas supiesen de su aventura nocturna...

Pero cuando más felices se las prometía nuestra amiguita, comenzaron los problemas.

-Lucy, antes de irte a jugar con tus amigas, sube a la azotea y le pones comida a los canarios, que tu hermano tiene hoy muchas cosas que hacer y no puede –dijo mamá.

-¿Me puedo subir a Cati, mamá?

-Bueno, pero ten cuidado que no se vaya a meter en la canariera...

Lucy cogió a su amiguita, la puso en el suelo y saltando los escalones de dos en dos subió a la azotea seguida de Cati que, toda ilusionada, pretendía, igualmente, "volar" escaleras arriba.

-¿Vamos Cati! Hoy vas a conocer de cerca los pájaros más bonitos que hay.

Cati saltaba de alegría tras su amita y, dos escalones arriba, uno abajo, siguió a Lucy sin dolerse de los coscorrones que, en su alocada carrera, iba dándose en cada escalón.

Nada más abrir la puerta de la azotea Cati se topó de frente con la pajarera más bonita que os podáis imaginar: amplia, limpísima y de unos colores tan alegres...

Lo primero que hizo Cati fue buscar la puerta para entrar a saludar a sus amiguitos quienes, al percibir su alocada presencia, comenzaron a demostrar una intranquilidad tan bulliciosa que Cati creyó que era de alegría...

-La casita de los pájaros no tiene puertas –dijo en un grito de sorpresa y desilusión.

-Oye –preguntó la gatita al canario más valiente que, por veterano y sabio, ni se molestó en alejarse de la gatita- ¿Por dónde se entra en vuestra casita?

El canario miró a Cati entre sorprendido y asustado. ¿Habráse visto gato más desvergonzado? Se preguntó el canario. ¿Pues no quiere que sea yo quien le explique cómo se entra aquí?

-No querrás que te abra yo. O mejor, salgo y me meto en tu linda boquita directamente ¿verdad, gracioso gatito?

Cati no acababa de comprender ese tono desvergonzado del viejo canario.

-Entonces... ¿vosotros no salís a pasear?

-Que te has creído tú eso -dijo el canario-. Mira chavala, aun sabiendo que tú y los tuyos estáis al acecho, si supiésemos que hay una forma de escapar de aquí, ¿te crees que íbamos a estar encerrados nada más que para cantarle a nuestros amos? ¡Vamos hombre!

-Entonces... ¿no podéis salir?

-Ni salir, ni entrar –contestó el canario.

Cati quedó muda por un momento. Observó a su ama y vio cómo ésta movía un pequeño pestillito y, tras agitar las manos enérgicamente para asustar a los pájaros, introdujo unas vasijitas con comida para cerrar de nuevo la canariera.

Muy seria, bajó Cati de su primera expedición al terreno de los pájaros.

En cuanto se encontró con su mamá se acercó muy cariñosa y comenzó a rozarse con ella, metió su cabecita bajo el cuello de mamá y, muy melosa, le dijo:

-Mamá, ya no quiero ser pájaro.

Mamá gata se volvió hacia Cati muy seria. Pensó que algo raro debía de pasarle a esta chiquilla...

-¿Vaya, ya entraste en razón?

-Sí, mamá, es que he visto que todos los pajaritos de nuestra ama están presos en la azotea. Y me dan tanta lástima...

-Y a mí me dan tanta hambre... –estuvo a punto de responder mamá.

Pero se contuvo al ver la carita tan seria de Cati.

-Sí, Cati, no siempre pueden ser las cosas como nos gustaría que fuesen. Todo tiene su lado bueno y su lado malo –sentenció mamá gata.

-Si, mamá, pero como me dan tanta pena... Vaya, que yo prometo no comer nunca jamás ni pájaros ni mariposas, son tan lindos cuando vuelan libres.

Mamá gata calló y dejó a Cati con sus pensamientos. La gatita se dedicó a vigilar las subidas y bajadas de todos los miembros de la familia hasta que un día...

Cati, muy silenciosa, se coló entre los pies de su amita y aprovechó un segundo para esconderse detrás de la chimenea. Cuando se quedó sola, con un gran esfuerzo, logró gatear hasta el pestillito que mantenía presos a sus amigos los canarios. Con su boquita comenzó a empujar hasta que éste cedió y con un leve chasquido, la puerta quedó entreabierta. ..

Cati, sabiendo que su presencia despertaba tanta desconfianza entre aquellos nuevos amigos, se descolgó y, separándose de la entrada, la dejó libre...

-Sed felices, amiguitos –dijo. Y se fue a su capacho.


Manuel Cubero

domingo, 13 de diciembre de 2009

Amigos

Se despertó temprano y entreabrió los ojos; pensó en seguir durmiendo pero recordó qué día era y con resignación decidió levantarse.

Un importante acontecimiento lo esperaba. Había citado a sus más grandes amigos en su casa, hacía tiempo que no disfrutaba con ellos –al menos no con todos juntos- y ese día lo haría nuevamente.

Por esas cosas extrañas de la vida y la conducta humana, todos sus amigos estaban peleados unos contra otros: ideologías, creencias, malentendidos, incluso hasta la posición en que debiera plegar las alas una mariposa al volar, habían sido motivos más que suficientes para crear rencillas.

Él por su parte, ajeno a todo, intentaba conciliar las diferentes posturas, sin éxito alguno; chistes, halagos, obsequios –incluso hasta una curandera- no habían podido lograr la paz anhelada.



Y como era lógico el disfrute de los amigos por separado sólo se limitaba a conversaciones quejosas de unos contra otros –sin descontar los celos, que era lo peor.

Por eso aquel día había sido una verdadera hazaña el juntarlos. Obviamente quién puede resistirse al pedido agónico de quién sabe que le quedan unos pocos meses de vida.



Todos llegaron puntualmente y él los hizo pasar al garaje que estaba ambientado como sala de estar. Nadie hablaba con nadie: las miradas recelosas danzaban hacia los costados con la velocidad de la luz y existía un cuidado excesivo para no “rozar el aire” del otro.

Parecían estatuas en las que sólo los ojos se movían y sólo se oía algún que otro carraspeo.

Recién cuando estuvieron todos juntos él pudo sonreírles.

-¡qué gran alegría es ver a todos juntos! me han dado una imagen que llevaré grabada en la retina hasta el final.

Pidió que lo aguardasen unos minutos y se retiró cerrando la puerta con llave ante la mirada atónita y confundida de todos.





Salió de la casa; se subió al auto y manejó unas tres cuadras. Frenó y estacionó a un costado.





Sacó de su bolsillo un aparato cuadrado, pequeño.

Una terrible explosión conmocionó el lugar haciendo estallar vidrios de casas y automóviles.









-¿eran tres meses o tres años para empezar a quedarme pelado? –pensó-

Le daba lo mismo: ese día era feliz.




Liliana Varela
De "Cuentos para no dormir"2009

domingo, 6 de diciembre de 2009

Se arrodilló frente a la luz divina que la visión de su Dios irradiaba.

Era uno de los pocos elegidos por el creador para comunicar las sagradas leyes al pueblo; era uno de los pocos que podía comunicarse con la "divina esencia" y por ello se sentía honrado y agradecido.

--dime señor, mi Dios que deseas de mi--dijo inclinándose- -

--Amedí—musitó la voz celestial en forma de trueno—Comunica al pueblo que los dioses desean que los becerros nonatos sean sacrificados en el acto.

--mi señor, perdona mi osadía pero has de saber que si todas las crías son sacrificadas nuestro alimento disminuirá y podremos morir de hambre.

--¿DESAFIAS A TU DIOS MISERO MORTAL?--bramó la voz--

Amedí se tiró en el acto de cara al suelo totalmente atemorizado.

--NO MI SEÑOR... perdona, comunicaré tu orden al instante.

--HAZLO Y VETE YA

Amedí corrió asustado hacia su aldea y comunicó la nueva a los pobladores; algunos obedecieron al instante pero otros se resistieron ofuscados.

--no podemos permitir que los dioses nos maten de hambre, si matamos esos becerros ¡nosotros moriremos de hambre!

Vociferaron algunos.

Más atemorizado aún por la negativa de un sector del pueblo, Amedí comunicó a los dioses lo que sucedía en la aldea.

A las pocas horas una nube oscura se cernía sobre el poblado.

--¿Quiénes SON LOS INDIGNOS ANTE LOS OJOS DE LOS DIOSES? --bramó con furia la voz que provenía de la nube y que cubría por completo las casas de los campesinos-

Inmediatamente varios pobladores señalaron a los culpables, ante el temor de la cólera de los dioses.

Un grupo de seis o siete personas fue llevado por el pueblo hacia el centro de la escena.

En el acto múltiples rayos salieron de la nube prendiendo fuego por completo a los rebeldes, quienes se consumieron al instante quedando sólo manchas oscuras en el pasto como mera prueba de su otrora existencia.

Todo el pueblo quedó en silencio.

--HACED LO QUE SE OS HA PEDIDO EN EL ACTO--ordenó la voz.

Los aldeanos quemaron en una gran pira todos los nonatos de los becerros. Luego de una hora aproximadamente los cadáveres animales estaban por completo incinerados; todo ello ante la observancia de la gran nube celestial que no se había movido de allí.

--HABEIS HECHO LO CORRECTO--exclamó la voz--AQUI TENEIS LA RECOMPENSA A VUESTRA OBEDIENCIA.

Y diciendo esto apareció en el suelo de la aldea--en medio de una gran luz que fue apagándose--una gran cantidad de bolsas con cereales, frutos y vid.

El pueblo se arrebató sobre ellas loando a los magnánimos dioses que los habían premiado con esos manjares.



--CONTINUAD CON VUESTRAS ORACIONES Y RESPETAD LAS REGLAS IMPUESTAS POR LOS DIOSES.

Fue lo último que se escuchó de la nube antes de desaparecer rápidamente, tan velozmente como había llegado.

Muchas reglas morales y sociales fueron comunicadas al pueblo por Amedí quién veía cómo crecía su importancia y jerarquía entre los suyos.

Las tácticas de guerra enseñadas por los dioses los ayudaban a ganar batallas contra los enemigos y consecuentemente a imponer su religión en los mismos.

Día a día el pueblo crecía en importancia y poder; pero desgraciadamente junto al aumento demográfico crecía la proliferación de enfermedades y la escasez de alimentos, además del infaltable "quiebre" de toda sociedad organizada: los cuestionadores de la fe--quizás los más peligrosos de todos los factores--

--Hemos sabido que existen agitadores de la fe entre los tuyos Amedí ¿qué dices a ello?--dijeron los dioses al enviado--

--así es omnipotente; hay algunos que descuidan, a pesar de mis advertencias, el respetar vuestra autoridad y toda regla social y moral impuesta por vosotros; tienen relaciones sexuales muy jóvenes y luego descendencia sin bendición de vuestra parte.

--¿y cómo te declaras tú Amedí ante estos hechos?

--culpable señor--se arrodilló entre sollozos—os he fallado y merezco vuestro castigo.

El silencio se apropió del escenario. Nuevamente la voz habló.

--No llores Amedí, la culpa no es totalmente tuya; los vicios y pecados de los demás, que han podido elegir su accionar mediante su libre albedrío, no te serán entíldados. Pero sí deberás comunicar a los tuyos las decisiones, que nosotros los dioses, hemos tomado. Como también deberás transmitir la advertencia sobre el castigo que se cierne sobre pecadores y corruptos.

--oigo y obedezco señor mío.



Amedí transmitió al pueblo los mandamientos de los dioses y cumplió con todos los actos impuestos por los mismos: reclutó a todos los pecadores de la carne que se hubiesen arrepentido y presentó sus nombres ante la divinidad; eligió a diez vírgenes virtuosas de corazón y rebosantes de bondad, y las llevó a la morada de los dioses--que le fue indicada con anterioridad- -acusó ante los creadores a todos los pobladores rebeldes a la fe; y finalmente anunció la venida de un pronto Mesías o salvador del mundo y purificador de los pecados mortales.

Los milagros no se hicieron esperar: los arrepentidos fueron sanados por completo de las huellas "lujuriosas" de la carne; los no arrepentidos murieron en total agonía a causa del mismo pecado carnal; los contrarios a la fe divina fueron incinerados en cuestión de segundos por acción del fuego de los dioses; las vírgenes elegidas fueron "bendecidas" con el fruto de una "semilla" concebida sin pecado y destinada a guiar al pueblo en el justo saber y bondad.











El gran pueblo se hallaba bajo el poder de los dioses y se sentía amparado, protegido y a la vez temeroso de su Dios.

En medio de una gran fiesta consagrada a los dioses agradeciendo los dones conferidos al pueblo, el Dios habló—nuevamente en forma de nube resplandeciente bajo una estrellada noche—

--El elegido Amedí será izado junto a los dioses y ocupará el lugar que merece en la mesa del señor: esta será la señal que anunciará a vosotros la llegada del pronto Mesías y sellará definitivamente el pacto de vuestro pueblo con los Dioses.

Habiendo dicho esto, Amedí fue izado por los aires hacia la nube en medio de una refulgente luz celestial, hasta perderse dentro de ella, en medio de un éxtasis colectivo.

Desde aquel momento histórico el pueblo forjó y aunó aún más el lazo entre los dioses y ellos.





-- ¿Bajas registradas? --preguntó un hombre desde la pantalla de un monitor --

--Suman muy pocas, Señor. Serán cincuenta o sesenta aproximadamente, contando entre los rebeldes al sistema y los conspiradores.

--más datos.

--se ha erradicado la brucelosis del ganado matando todas las crías infectadas, los animales adultos han sido vacunados; los dispuestos a aceptar el sistema han sido inoculados con vacunas y sueros combinados acelerando el proceso de recuperación, en tanto que los rebeldes han sido tratados exponencialmente con el efecto negativo de las enfermedades venéreas muriendo casi en forma instantánea; con respecto a las jóvenes vírgenes han sido inseminadas con gametas, en las cuales se han mejorado y alterado los genes para lograr aptitudes idóneas de mando y progreso tecnológico; el pueblo ha quedado obediente y respetuoso de las normas morales y sociales impuestas.

--¿qué ha pasado con el mortal ascendido?

--su memoria ha sido borrada por completo y será reinsertado en otro lugar del planeta con una base de recuerdos fabricados artificialmente.

--entonces la misión se ha cumplido; ya pueden dirigirse a la colonia 234.

Fin de la transmisión.





Mientras el pueblo de Amedí proseguía su vida según las reglas de moral y ética impuesta por sus dioses, una nave, que simulaba ser una estrella fugaz se perdía en el cielo, vaya a saber orientada hacia qué nuevo destino.



Liliana Varela 2006

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Gente de mi pueblo: Luisa Bottari

Decía Paula Rico Cardona, esposa de Don Eleuterio, que su hija le salió vaga y cachorra. Se refería a Luisa Bottari Rico. Muchas quejas se dieron por causa de rumores. Las verbalizaron las familias García, Oronoz, Rivera Alers, Yparraguire, Echeandía, Rodríguez Rabell y otras, en fin, gente que siendo de la clase propietaria, católica y conservadora, vio que la muchacha crecía con abundancia, pero como liebre salvaje en Piedras Blancas.

Nacida entre los fundos agrícolas de Eleuterio Bottari Brigalio, Luisa parecía la plenitud del espíritu mundano y auto-estima ensanchada con libertad a su paso.

Supieron muy poco y casi ninguno sobre el por qué, en 1899, don Eleuterio emigró a Puerto Rico. Un hermano suyo y él, nativos del Sur de Italia, pisaron la aduana de Ellis Island; pero el más joven, Eleuterio (nacido circa del 1865), cambió de rumbos. Llegó a Pepino. Se enamoró de esta tierra. Supo que habría un edén en los campos. Se obsesionó con la isla borincana que invadieron los americanos en 1898. Quiso trabajar con la tierra, criar caballos, oler a frutas, a cascajo, a montes. Y, para alegria de los Rico-Bottari, lo hizo.

El tenía poco menos que 35 años cuando vio a Paula Rico, bella muchacha, flor de linda cepa y de 18 años. Era hija de Braulio Rico Martín y Moreno, español.

Y siendo la edad suya el doble que la de Paula, se enamoró y se casó con ella a pocos meses. Como un niñajo caprichudo, dijo a don Braulio: «Io sono completamente nell'amore con quella ragazza, se non posso ottenere sposato con Paula, appena possibile, io morirò».

No tardó en preñarla. Se la comió con gusto en los montes de la cama. Fue una concha de rica sensualidad para sus huesos. Fue un premio de alegría para su alma. No obstante, nació así el dolor de cabeza de su casa, Luisa, linda como la madre. «No, aún más linda», dijo Eleuterio.

Y el italiano la consentiría en todo. Un dia, al rico terrateniente, por soñar qué nuevas alegrías daría a doña Paula y su hija, se le ocurrió traerse un Ford, el primer carrazo que pisaría las tierras pepinianas. Haría, como familia, historia, por aquellas calles apestosas a mierda de caballo, repletas de baches y agujeros, carentes de aceras y acueductos.

Como ya el Viejo Eleuterio tenía su auto, la muchachita le solicitó:

«Papá, quiero mejor tu caballo negro y tu caballo blanco. Quiero aprender a montarlos».

«Son briosos, muy grandes, para una piccola ragazza», le dijo, besándola.

Tarde o temprano, lo que anhelara, Luisa Bottari lo obtendría. Es que se transformó en una mujer adorable, espléndida por su silueta, su busto, sus nalgas. Derrite a quien se asoma a su mirada. Tiene carácter y, en ese cuerpecito esbelto, su portento de energías.

Por demandas de costumbres en la época, muy jovencita, le dijeron: 'Cásate'. Le asignaron hasta el varón, según su clase. Y ella dejó la hacienda de Piedras Blancas de Bottari, su padre, y terminó en Juncal, barrio hacia el sur, más profundo que Eneas y Cidral, colindante con las fincas de Echeandía en Magos, donde pronto el plan matrimonial dejó de perfilarse a su gusto. La mujer debe cuidarse. No vestir en pantalones. La mujer fina que no alimente cerdos. Que no tome la cabeza de un gallo ni les bese la cresta ni el plumaje.

«Pórtate bien. Has llegado a la casa de García. Debes visitar con nosotros el Casino e ir a la misa, aunque sea los domingos».

Habría querido verse mucho más libre, como antes, soltera, redescubriendo los huevos de las gallinas ponedoras, vaciando latones de alimentos para un corral de puercos. Le gustaban las flores, el viento aromado que penetraba el campo, tirar peñones, o pedruzcos con atinado pulso al río, dibujar los movimientos de ondinas en las aguas fluyentes de las quebradas y charcos.

Por eso, sólo por eso, rememoró la viuda de Eleuterio que Luisita es vaga, cachorra, una liebre veloz y a quien solamente el cansancio y la fatiga han de llevarla mansamente a los brazos de quienes la aman. Es independiente. Ama los caballos más que al coche que se le trajo de regalo. Luisa se ejercita por instinto. Es una amazona griega. Guerrillera o gladiadora romana metida en los huesos.

Esta jibara de Piedras Blancas, sin duda, es preciosa, tiene una negrita vacilona, duendecilla fabricada con fuego serpentino, en medio del corazón. Es cachonda, a veces imprudente.

De hecho su esposo Enrique se apesadumbra, aún queriéndola. Da su queja.

«Luisa es lúbrica, algo libidinosa».

En realidad, él ha querido decir que es ardiente y que no da la talla. Se cansa. Tiene sus preocupaciones. No está para desvelarse. Ella no es lo más importante. Si lo acosa, él se hastía.

Ella le pide que salgan y viajen juntos. Que es hora de ir a New York, ciudad que llaman la perfección de Babilonia, La Gran Manzana. Es hora de ver a los puertorriqueñ os que se han ido al Bronx y ver unos primos suyos, porque allá aún vive su tío. De hecho, según ha sabido Don Enrique, este tíazo es un capo del crimen organizado. Con él no quiere vínculos.

El ingeniero explica a la cachorra y malhablada potoquita qué sucede en el mundo, en la isla, en los Estados Unidos. Le dijo, por ejemplo: «¿Qué... no sabes? La Depresión aún no acaba. El mundo se está llenando otra vez de resentidos, trotskistas, quadristi fascistoides, la Tercera Internacional pide que se inciten más revoluciones, el Congreso no quiere japoneses ni inmigrantes. Gente que desata quemazones y mata a presidentes».

«Pero, ¿qué me dices a mí, Enrique, si no sé nada de eso?»

«Que no hay dinero. Ni en el Pueblo de Pepino ni en el mundo... Y apenas hemos podido terminar el Acueducto Urbano y la Planta Eléctrica de Riverita no da abasto para alumbrar los campos. Tenemos que comenzar el progreso en este pueblo... Tú sueñas mucho, mijita... Sí, es cierto que hay que salir de los trapiches, pero que sea poco a poco. No todo el mundo puede comprarse un tren, un Ford, alquilar aviones, comprar uno y pasearse. La miseria nos come como pueblo».

Tomó un periódico de un taburete y le dijo: «Léete ésto: acaban de predecir 'A new US Market Crash' y viene fuerte, desatará en el mundo depresiones».

A Luisa no le importa qué suceda. Sí supo que el invento del siglo que conmueve a los aventureros y valientes son los aviones. Ya se sabe que han volado sobre el Polo Norte (italianos como Umberto Nobili), desde Noruega a Alaska y, al reflexionar sobre el vaticinio del USA Market Crash que adviene («¿y qué me importa?»), al lado del titular que lo destaca se menciona que Charles Lindbergh ha volado solo sobre el Oceáno Atlántico. Se siente incomprendida y malinterpretada oído el hecho de que su esposo crea que pedirá como obsequio un avión de Floyd Bennett o Nobili.

Tan desazonada la puso él que soñó en la noche que tenía un caballo que volaba. Y se levantó al otro día, temprano en la mañana y se fue a los establos. Iría al Pueblo. Montó un caballo negro que había sido de su padre. Se puso unos ceñidos pantalones, una camisa azul de Irlanda más grande que su talla, se arremangó y, asiendo de las crines al caballo, jineteó desde Juncal a campo abierto. Al no llevar brassier, sus formados y turgentes senos se agitaban. Sentada a pelo, su nalgatorio fue agasajo. No estaba en cueras, como Lady Godiva, pero, a los 25 años, Luisa Bottero se asemejó a una diosa, con un pequeño moño trenzado, porque su cabellera no fue tan larga como pedía su marido y la madre de éste.

«La mujer fina no debe cortar su cabellera ni dejar que su busto se descote. Ni subir a un caballo a horcajadas y a pelo. Ni andarse sola por caminos rurales», pero ella lo hizo. Y no sería la última vez.

Son los tiempos del Alcalde Antonio Sagardía Torréns. En 1927, fue que admiraron su galope por primera vez. A las diez de la mañana, Chilín Echeandía y Getulio, su hermano, dialogaban en plena esquina, en punto tal en que se juntaban las calles Padre Feliciano y la M. J. Cabrero.

Y, sólo Getulio, se echó al lado cuando vio el galope de la mujer. Chilín se hizo el gracioso; se quedó en medio, como si quisiera atajar la bestia y hacerla que ella la frenara con un jalón de las crines. Antes de que ella lo hiciera, poco faltó para que el caballo lo botara y derribara sobre el rústico pavimento.

Ella oyó lo que él dijo:

«Bestias, par de contrayaos».

Dio vuelta en regreso, retrocediendo el camino galopado, y buscó al emisor del comentario.

«¿A quién carajo llamó los contrayaos?», preguntó ella. Ahora es Getulio, quien sonríe.

«¡Ah, la mujer del ingeniero!»

Chilín ya había sabido, por rumores, que doña Luisa y su marido discutían. «Habrán tener problemas en la cama por causa de esta mula, la italiana», pensó mas sin decirlo.

«Casi me echas el caballo encima», se quejó él.

«¡Pues, quítese del medio y no estorbe el camino!»

«¡Bien se ve que lo que necesita es un macho que la dome!», ripostó; pero la examinó de arriba abajo y decidió, corazón adentro que le daría su escarmiento. La agresiva soberbia de ella lo flechó.

«Sí, yo la domo», meditó aunque haga que la reputación de los García se hunda en fango. Es que había, cerquita de la esquina, sus curiosos. Oyeron lo que dijo la italiana, ¿a quién carajo...? Que sepa el pueblo, desde hoy, al hijo de Cecilio Echeandía, a la cepa de Font, Vélez y Mendoza, nadie le da carajos por respuestas. Se le trata de USTED, ni más ni menos, aunque les arda la boca o le sangren las encías.

Unos días después, Chilín comenzó a espiarla. Le mandó recaditos amorosos. La buscó por sus rumbos. Dijo que le preparó un nidito de amor, en unos rancherones avivados por palomas. En una casita azul, él la esperaba. Y, maravillosamente, Luisa fue, accedió al fin y ambos se amaban como tórtolos, porque los dos rabicalientes parecieron hechos el uno para el otro.

Este amor hizo escándalo. Se juntaron y los García sufrieron y echaron la culpa a los caballos de Bottari, cuyos enormes falos implicaban que las hembras de la hacienda estaban en celo permanente. Y con estas puyas le dijeron a Paula Rico: «Lo que sucede es que esa hija que le dio el italiano es una ramera desvergonzada; ustedes han perdido el orgullo».

Siempre se justificaba a los varones.

«No es culpa de Luisa, señora García; Chilín la persigue».

Y pasaron varios años. Los amantes seguían juntos. Ambos cómplices, como Bonnie y Clyde, creando disparates y escándalos, dándose amor y sexo, riéndose de las miserias / depresiones que vaticinó el Ingeniero García por leer las portadas de los diarios como si fuese la biblia del absolutismo burgués y económico.

Mas no se había equivocado: dIn 1929, the stock market crashed, begining the Great Depression».< /em> Getulio Echeandía atrajo, como imanes de simpatías a sus iguales, politicastros del colonialismo. Y, con grandes picnics en el campo, llegaba la gringada de La Fortaleza, terratenientes ausentistas e inversionistas y millonarios. Incluyendo, por supuesto, al Gobernador americano. Después de los años en la Alcaldía de Sagardía Torréns, el Pepino de la Depresión más aniquiladora organizó un Clan Poderoso, asociado al Gobernador Teddy Roosevelt, a los Morgan y los Vandervilt, ecos de Tugwell y Winship.

Más que el mismo Cecilio, el padre, Getulio es quien más conectado está. Es el Imponderable Cocoroco, un gígolo, seductor / mandamás de corazones / traidor con plata. Administraba ya millones de dólares de su peculio heredado cuando el grueso de la población pepiniana (y de todo Puerto Rico), lamía calderos, empobrecía, perdiendo lo que tiene y boqueando en los matorrales y en la nueva labranza, el monocultivo cañero.

Getulio era personero / representante de capitales extranjeros, uña y mugre de Teddy Roosevelt. El nacionalismo de Albizu Campos no lo asusta.

Ni el socialismo de Santiago Iglesias.

Ni el populismo de Nito.

2.

«Te voy a necesitar, Chilín. Háblate con Fundador Cubero porque ésto es muy secreto», dijo.

«Estoy para lo que me digas, hermano», ripostó Chilín.

«Te entretuviste suficiente con Luisa. ¡Déjala ya! ¡Cóbrate la insolencia que nos dijo!»

«Sí. ¡Recuerdo que nos mandó al carajo y me echó un caballo encima!»

Para proceder, ya que hoy Luisa Bottari estorba su trabajo político, los nuevos desafíos que tiene La Colchoneta y La Mogolla, Chilín la citó a solas. Habría podido citarla en otro lugar que no representara ese nidito de amor que ambos fabricaron. Es ya una casita limpia y bien acondicionada. Y Luisa, tan hacendosa, la adornó con flores, y compró unas suaves cortinas, y todo huele tan primorosamente, como su carne cuando se baña en cueras delante de él que le besa de los tobillos a la rabadilla y sube y baja y lame, y le acaricia los pechos, después de clavarla por donde se le place:

«¡Potoquita, mi única potoquita!», la chulea.

Hoy no habrá dulzura. Es el día de la separación.

«¡Me dieron un nombramiento grande y peligroso!», dijo a Luisa.

«¿Y qué?»

«No quiero involucrarte. Coordinaré la Ganga de los Siete Puñales».

«Yo no tengo miedo a nada, Chilín», aclaró Bottari.

«De todos modos, no quiero que estés».

«¿Te lo ha pedido tu hermano?»

«No. Tomé la decisión. Es más... me aburrí de tí. Dejé de quererte».

«¿Me mientes? Todavía hoy me tomaste, me besaste del tobillo al culo, te vuelves una marota cuando estás conmigo y me dices... 'dejé de amarte'?»

«Sí, porque es la verdad. Tengo otra mujer, otra que me gusta».

«¡Tén más güevos y díme que no es cierto! Sé más hombre, carajo!»

Soplándole un bofetón al rostro, Chilín repuso:

«¡Es la última vez que delante de mí y refiriéndome te oiré la palabra carajo. La próxima vez que me la digas te juro que te mato», la amenazó.

Y, oyéndolo con los ojos encendidos de coraje más que de llanto, Luisa Bottari salió de la casita. Su escondido nido de amor entre matorrales. Fue a un corral de cabros y gallinas, donde tenía un machete. Se hundió entre un montezuelo de bambúas y cortó dos de suficiente largo y grosor para que cupiera en sus puños y se manejara hábilmente su peso. Después volvió rumbo al nido de amor.

«¡Chilín, Chilín! ¿Todavía estás ahí?», gritó Luisa a todo pulmón.

Vio que de un tirón él abrió la ventana, a la que ella puso sus coquetas cortinas de seda. «Te dije que te fueras. Ya no somos nada».

«Venga acá, carajo. Que el bofetón que me díste como despedida me lo voy a cobrar hoy, por si acaso no te vuelvo a ver».

«¿Qué te traes, potoquita? Mira que yo todavía tengo orgullo. Soy flor y nata de este pueblo. Tú, sin mí, ya no eres nadie».

«¡El orgullo del pueblo me lo paso por la tocineta! ... pero ven para acá, a ver si vales algo».

"Contrayá mujer, ¿qué te traes? No me enojes» y, al fin salió mientras ésto iba diciendo, prometiéndo unas nuevas ensartas de gaznatás.

No había terminado de aproximarse a ella, cuando Luisa tiró a sus pies una de las varas de bambúas que había cortado en el monte. Se quedó, con la suya, bien en guardia.

«Dáme una tunda, carajo, porque si no te la voy a dar yo».

Chilín superó el instante de asombro. La campesinita, a la que él lleva al menos dos pies y medio de estatura, lo humillaba por segunda vez. Esto ya merecía su perro odio.

Y, pese a que la quiso golpear, tundir en serio, fue ella quien resonó un fuetaso en sus orejas. Sabía dónde golpear, el punto frágil y doloroso, cómo agotarlo y enlentecerlo. Apena él la rozó. Luisa era una liebre y una avispa brava, impredecible, y con la vara le rompió unas costillas, le hinchó la nuca, las clavículas; lo hizo revolcarse en dolor y contusiones que lo mantuvieron en cama tres semanas.

«Tú no sabes pelear ná. No sé porque Getulio te quiere al frente de la Ganga de los Siete Puñales».

Calentaba el agua, cortaba unos parches con ungüentos. Ahora, piadosamente, atendería a Chilín para curarlo.

«De valiente no tienes un gábilo, necesitas matones y pistolas».

Según lo iba curando, estudió el rostro suyo.

«Eres guapo, malote, me gustaste; pero hasta hoy me fijé que tienes unos ojos traicioneros» .

Luisa vio que Chilín convaleció con sus cuidados. Ella le cocinaba, lo alimentó con una cuchara como si fuera un niño porque le hinchó las muñecas y los dedos cuando lo molió a palos. Un día ella no llegó. El le esperaba. Quería bañarse y que ella lo vistiera. Amanecía cada noche con la pinga en arrecho y, ella ni pensar que accedería a tocarlo, después que le dijo: Me aburrí. Dejé de quererte.

No volvió. Se fue al Bronx. Quería ver los aviones, recibir la lealtad del hampa.

Chilín mismo dijo a su familia de Pepino: «Ella está bien».

Luisa prosperó. Tuvo un bar-restaurant cerca de la Casa Hernandez y otros dos edificios, uno lo ocupó su joyería. Vendía diamantes, rubíes y esmeraldas.

Después de 28 años en Nueva York, rica y millonaria, la jibarita regresó a Pepino e hizo cuanto le gustaba, criar puercos y gallinas, vender su joyería y, sobre todo, trabajar con sus manos.

Enero 2006

[Del libro en preparación «El Pueblo en sombras» [San Sebastián de las Vegas del Pepino, Puerto Rico. Los personajes de los relatos son históricos y las anécdotas reales, tal como las recordaron los aludidos, o sus parientes entrevistados]


Carlos Lopez Dzur

lunes, 16 de noviembre de 2009

El Otro yo

Debía hacerlo de una vez por todas. Su existencia pesaba demasiado para seguir cargando con ella.

Últimamente todo le había salido mal; su matrimonio estaba destruido ya que su marido la había abandonado yéndose con su mejor amiga—o la que ella creía su mejor amiga—además y como si fuera poco la había dejado en bancarrota emitiendo cheques sin fondo a su nombre, lo que la calificaba legalmente como una estafadora. No le quedaban familiares directos y los pocos que tenía se fueron alejando cuando supieron de su problema económico—siendo que en los mejores momentos financieros ella los había ayudado desinteresadamente. No tenía hijos y se hallaba en la crisis de los cuarenta. Su casa iba a ser rematada y no tenia donde vivir—al menos y obviamente— hasta que fuese a la cárcel por las estafas.

En fin ¿qué más podía salirle mal?

El frasco con píldoras para dormir estaba ante ella, sólo debía extender la mano, tomarlo e ingerir las pastillas junto con la botella de whisky que se hallaba junto a ella.

Cuando se disponía a hacerlo el timbre de la calle sonó.

--¿quién puede ser a las dos de la madrugada? –pensó-

No estaba dispuesta a atender; Así fuera la policía, los bomberos o el mismo Dios no abriría esa puerta.

Volvió a lo suyo, pero el timbre sonó repetidas veces en forma insistente y diríase casi demencial.

--maldición —gritó incorporándose y yendo a la puerta--¿quién es?

--Por favor Elaine, ábreme...

La voz le pareció familiar pero no logró reconocerla; al fin de cuentas se hallaba tan aturdida por tantos analgésicos y pensamientos que la torturaban día y noche sin dejarla dormir.

--¿qué quiere? Váyase—gritó—

--Por favor Elaine, no lo hagas, déjame entrar, quiero hablar contigo.

Se sintió tremendamente sorprendida ¿quién era esa persona, cómo sabia su nombre y peor aún cómo sabia que ella iba a hacer algo?

--Mire, no sé quien es Usted, ni como me conoce, pero no quiero ver a nadie, así que váyase—gritó duramente

--Elaine si abres esa puerta me reconocerás.. .

--¿cómo sé que no es una ladrona? –la interrumpió rápidamente, en tanto irónicamente pensaba que ya nada más le podrían robar.

--Tú me conoces Elaine, sé que tu marido te abandonó por tu mejor amiga, sé a qué colegios fuiste de niña, quienes eran...

--bien, bien, bien —la cortó—abriré apenas la puerta para que el vecindario no me tire con botellas por hacer tanto escándalo a esta hora; pero espero que sea importante lo que tienes para decirme, seas quien seas.

Abrió la puerta de par en par como si nada le importase ya. Pero...esa mujer...esa cara..¡Dios! ¡Se estaba contemplando a si misma como en un espejo! Debía ser efecto del stress que padecía...

---hola Elaine—dijo la otra mujer, entrando a la casa —gracias por abrir.

Elaine se desplomó al suelo. Esto había sido demasiado para ella.

Cuando despertó se hallaba tendida en el sofá; junto a ella estaba la botella de whisky sin tocar y el frasco de pastillas , la puerta de calle estaba cerrada.

--¡OH Dios mío! fue un sueño...

--no lo fue Elaine –dijo la mujer que aparecía desde la cocina con una bandeja con café--

Elaine no podía creerlo, esa mujer era su viva imagen, su cabello, sus ojos, su estatura, su contextura física, inclusive su voz...era como mirarse al espejo.

--acaso –apenas balbuceó—¿somos hermanas gemelas y yo no sabia nada de tu existencia y tu sí, o al menos te enteraste hace poco?

La mujer sonrió en forma suspicaz como si hubiese escuchado un chiste o al menos algo divertido.

--no Elaine, no somos hermanas gemelas; aunque parezca increíble--le respondió mientras le daba el café y dejaba la bandeja sobre la mesa ratona de vidrio-- yo soy Tú misma, y tú eres yo.



Elaine dejó caer la taza de café desparramando el líquido por todo el piso. La otra mujer comenzó a secar la alfombra con una servilleta.

--¿Estás loca ó mi mente está jugándome una mala pasada?--gritó Elaine.

--Puedo jurar que es verdad lo que te digo; tu tienes una marca de nacimiento en tu muslo izquierdo en forma de rubí que has querido operarte tres veces pero te ha dado miedo siempre y has abandonado la idea todas las veces, tu marido fue el primer hombre en tu vida, en referencia al sexo claro, y perdiste un feto de 2 meses cuando él te dejó.

---¿Cómo sabes todo eso? ¿Quién eres? Por Dios, dime la verdad –suplicó—o me volveré loca.

La mujer se sentó junto a Elaine y tomó sus manos entre las suyas; la miró fijamente a los ojos.

--Elaine, créeme...soy tú misma, pero habito en otra dimensión, soy tu reflejo, tu antimateria si deseas pensarlo así; he venido porque si tú acabas con tu vida también acabas con la mía; si tú dejas de existir lo mismo me pasará a mi. ¿me entiendes?

Elaine estaba paralizada, no podía comprender lo que sucedía...¿estarí a loca ó lo qué le decía esta mujer era verdad? No sabia qué pensar, pero sí estaba segura de no estar soñando, de estar frente a esa mujer que decía ser su "doble" en otra dimensión.

--Si es verdad lo que dices –exclamó Elaine más serena--no comprendo cómo supiste tanto de mi, ni entiendo cómo llegaste hasta aquí, ni puedo explicarme cuál es la importancia que me atribuyes en tu mundo; porque sí de verdad eres mi reflejo, entonces estás pasando por lo mismo que yo ¿verdad?

--En mi mundo paralelo al tuyo se nos informa cuando la existencia de nuestro mismo ser, corre peligro, y podemos optar o no por arriesgarnos a salvarla, como lo hice yo; o bien correr la suerte que la otra parte corra.

---Eso puede entenderse, aunque parezca sacado de un libro de Alan Poe, pero no has respondido –preguntó inquieta--¿A ti también te pasa lo mismo que a mi, también te dejó tu marido y perdiste un bebé?

La otra mujer sonrió tristemente.

--lamentablemente para ti, no Elaine. Actuamos como mundos opuestos, si tu eres feliz, yo no lo soy y viceversa.

--Entonces tienes hij...

--Tengo un marido que me ama y dos hermosos hijos, la vida vale mucho para mi Elaine.

---¿y por qué debo ser yo la parte negativa?--gritó Elaine encolerizada- -¿por qué debe importarme lo que a ti te pase si yo no existo más?

--Entiendo cómo te sientes pero debía advertirte para que no sufras ni hagas sufrir a otros, como a mi y los míos; puedes recomenzar tu vida...

--¿me garantizas qué a ti te irá mal, para que a mi me vaya bien?

--no puedo saber eso, pero quizás nos equilibremos las dos en una vida de angustias y alegrías.

--ahora que sé de tu existencia –expresó acallando su voz hasta casi ser un murmullo-- nunca podré ser feliz porque sabré que tú ya lo eres...

--Elaine entiende que es por tu bien, comienza otra vez, pelea nuevamente, sé lo que te digo, sufrirás aún más si intentas dañarte, te harás más daño tú del que me harás a mí. Comprende que cada ser tiene una función en el cosmos; estas son las nuestras, ser la cara y contracara de una misma moneda, no puede existir una sin la otra.

--Vete –apenas murmuró Elaine— vuelve a tu mundo feliz y déjame sufrir en el mío, ya que es lo único que tengo.

--muy bien pero piensa en lo que te dije; no sufras más de lo ya lo has hecho.

Y diciendo esto la mujer desapareció.

Elaine quedó absorta en un silencio sepulcral. Si no había sido una alucinación ¿por qué ella debía hacer a otros felices si ella no podía serlo? a qué había venido esa mujer intentándola convencer de seguir con su sufrimiento ó -según ella--a qué luchase contra él? ¿Por qué había hecho tanto hincapié en que desistiese de su suicidio porque sino sufriría mucho más de lo ya sufría ?

--No, jamás desistiré –exclamó en voz alta.



Ingirió todas las pastillas junto con el whisky y se recostó en la oscuridad del cuarto; pensó en todo lo malo de su vida y en lo poco bueno que le había sucedido; cerró los ojos lentamente, el sueño la fue venciendo.

Despertó por la mañana con una terrible jaqueca hasta que tomó conciencia del momento y se incorporó sobresaltada.

---No puede ser, debía estar muerta con todo lo que ingerí ¿o habré soñado que lo hice?

Corrió hacia el living: allí estaba el frasco vacío, la botella tirada en el piso; los signos eran muy evidentes; había tomado todos los tranquilizantes junto con alcohol, lo menos que debería estar sufriendo era un estado comatoso; se desesperó queriendo confirmar si estaba soñando ó si estaba muerta.

Se dirigió a la cocina y tomó la cuchilla más afilada; extendió su mano y apoyó el filo del objeto cortante sobre sus venas; no dudó y de un solo golpe realizó una incisión tajante.

Comenzó a reír en forma demencial hasta que sus carcajadas se convirtieron en llanto amargo; ahora entendía la visita de aquella mujer, y entendía su advertencia sobre su mayor sufrimiento si intentaba matarse; de su muñeca no brotaba nada: ella, Elaine, no podía morir. Ella era el reflejo de aquella mujer felíz , sólo el original podía destruir la copia, y no al revés.





De "Cuentos Varios"

Liliana Varela 2006

sábado, 31 de octubre de 2009

Los caminos de Juana

De la serie "Aventuras, desventuras"
Los caminos de Juana




Las orejas me ardían y el cuello me quemaba. Cuando mamá me lavaba así yo quedaba la cabeza roja como un fósforo. Hoy me había tocado, claro indicio de una ocasión importante, en la que nosotros -mi hermana mayor y yo- debíamos lucir impecables, “Hoy vamos de visita” fue toda la explicación que nos dio mamá. La camisa, minuciosamente zurcida, tan almidonada que parecá de cemento, se encolumnaba bajo la otra consigna: pobres pero limpios. Debía ser tan importante ―la ocasión, digo― que luego la Juani recibió el mismo tratamiento, lo que dado su edad ―me llevaba dos años― era menos frecuente. Mi hermana no reclamó -apenas un rezongo, de dignidad herida al igualarla con “el Beto que se moja los deditos, se los pasa por la cara y ya está”. Se vengó conmigo, haciéndose cargo de mis crines de carpincho, duramente alineadas con unas cepilladas que me araron el cráneo.

Y ahí estábamos, una madrugada, los tres, en el tren a Córdoba. El vagón casi vacío; los asientos, de listones de madera cubiertos con una manta y encima nosotros, nuestros bolsos y nuestras dudas y temores. “Vamos a ver a la madrina” había anunciado mamá. Teníamos muchos padrinos, todos los que no eran parientes de sangre eran padrinos. A estos de ahora no los conocía. Muchos bolsos. Mi madre había pasado <, zurciendo, almidonando, ropa de chicos.

―Nos van a separar ―me secreteó la Juani, en la reunión de emergencia, escondidos bajo unos arbustos que bordeaban la acequia. Era una tarde le lagartijas asustadas y arena quemante, en ese pueblo norteño, al pie de la cordillera―. Mamá ya no puede con todos nosotros. Los hijos mayores quién sabe por dónde andan, los menores son muy chiquitos y los tienen que cuidar las tías mientras mamá trabaja. Tenemos que hacernos cargo, nosotros.

―¿Y no nos pueden entregar a los dos? ―pregunté, repitiendo la palabra oída en cuchicheos.

―Uno tiene que ayudar en casa.

No volvimos a hablar del tema. Demasiadas las incertidumbres, los temores. Pero ahora este tren nos arrastraba a nuestro destino. Se terminaba nuestra niñez.

§

En la estación nadie nos esperaba. Llegamos a la casa poco antes del mediodía, luego de veinte cuadras por caminos de tierra. Pocas cuadras antes de llegar, con el agua de una acequia, nos limpiamos meticulosamente. Peinados y limpios, nos recibió la madrina, en una casa imponente.

Luego de los saludos la evocación de momentos pasados, la madrina nos reunió en el comedor. Habían otros grandes y unos chicos que después de presentarlos los dejaron irse.

―No podemos recibirle a los dos chicos, Rosario. Está bien que Ud. prefiera no separarlos, sería un golpe para ellos, pero tampoco nosotros podemos hacernos cargo de vestir, alimentar educar a los dos. Uno sólo, trabajando bien, podrá mandarle una ayuda mensual y además tendrá educación escolar, un futuro. Pero no el nene, es muy chiquito todavía. La nena nos vendría bien. Será cuestión de acostumbrarse ―se dirigió a mi hermana y la miro fijamente― Vos, Juanita, ya casi sos una señorita, podés entender ¿no? Una vez por mes te pongo en el tren por el fin de semana, vas a tener piecita, guardapolvo. .. ¿qué te parece?

Aferrada nerviosamente a la pollera de mamá, Juani, los ojos dilatados, asentía, como aprobando adultamente los criterios expuestos.



La reunión siguió. A nosotros nos dejaron salir al jardín. La Juani caminaba de acá para allá, ida y vuelta, angustiada. A mi no me gustaba quedarme sin hermana, pero comprendía que su futuro era incomparablemente más horrible. Sola, sin familia. Yo, en su lugar, me moriría. Juani buscaba desesperadamente una salida. Pero sabía ―yo también sabía― que la única posibilidad dependía de un cambio de decisión de mamá. Y eso era imposible. Ella, acostumbrada a los rigores de la vida, nunca peleaba contra el destino; abrazada a su cuerpo árido, correoso, soportaba en silencio. Y esa era la única enseñanza que nos podía dar: la limpieza y el silencio.

Después, la Juani entró en una inmovilidad que me asustaba. Ya había dejado de rebelarse. No se cuánto tiempo pasamos. De golpe, me dijo “Ya van a venir a buscarnos, a despedirse de mí. Dejame un poquito sola”.

Entré y me senté al lado de mamá, que estaba sola en el comedor, esperando a que nos vinieran a buscar para llevarnos, generosamente, a la estación.

“Prepárense que ya les traemos a la nena para la despedida”, nos dijo alguien. Pero el tiempo pasaba y no la traían. Se oían los gritos de la madrina, gente corriendo.De golpe apareció la madrina, congestionada.

―Se escondió. No puede estar lejos. No conoce nada, de la estación a la casa nada más -Dijo, mirando enojada a mamá que se plantó, inmóvil, en medio de la sala― . Ud. Rosario, no puede hacer nada, no se va a quedar aquí, a discutir mi autoridad. Esta es mi casa y mando yo. Esta chica tiene que aprender a ocupar su lugar. Tome su tren, que este problema es mío, cuando la encuentre le voy a explicar algunas cosas. ―Se quedó esperando un gesto de mamá, un reclamo, algo, este acto de la Juani había afectado su orgullo―. Tome su tren, yo le aviso cuando la encontremos.

Nos llevaron a la estación. El vagón estaba vacío. Mamá subió. Colocó las mantas, los baúles. Siguió subiendo y bajando, sola con los bultos, sin aceptar ayuda de nadie. La última vez compró en un puesto unos pasteles, se despidió y subimos.

¿Qué está haciendo? ¿La va a dejar a la Juani? ¿Y si no la encuentrar? El tren está arrancando, yo me tiro...

― Ni se le ocurra una tontería, mocoso. Si se tira ahora del tren se rompe la cabeza ―me dejó parado, sabe todo lo que está pasando. Entonces por qué...

― Vamos. Deme un pastelito, que sufrir con hambre es demasiado. Y alcánceme uno a mí.

La miré con rencor mientras masticaba el pastel. Ella ni lo probó.



― Ya estamos lejos, no hay peligro. Vamos. Coma algo que debe estar desfalleciendo de hambre ―dijo mientras colocaba el pastelito sobre una servilleta, a su lado en el asiento. Un rato des pués, de entre las mantas asomó una manito que agarró el pastel, después un bracito, después la carita llorosa y feliz de la Juani.

―Ud. es mi hija, no un paquete, que se lo pueda encargar a alguien. Yo no hice este mundo de mierda ni me sobra espalda para cargar con sus penas, pero es mi hija, y aunque esté en el infierno, si me necesita voy a estar a su lado.

Se quedó meditanto. Al rato ”Lo que sí.... -dijo- creo que vamos a tener que ajustar más los gastos.

No volvimos a ver a la madrina, ni se volvió a hablar del tema.


§




Un año después una familia se llevó a la Juani a Buenos Aires.


SD







--
Carlos Adalberto Fernández

Crónica de la Violencia II

Ahí viene otra vez de la calle…y borracho como siempre. Se choca con la mesa y tira todo lo que hay arriba; siempre es igual. A mi mamá no le importa, nunca le importó. Ella se emborracha como él y, cuando mi hermanita de 4 años llora de hambre, le pega con más bronca que cuando no está tomada.

Por eso yo siempre corro a proteger a mi hermanita, es como una muñeca para mí, me da lástima; le digo a mi mamá que no se preocupe que yo me la llevo para que la deje dormir; ella siempre se enoja y grita diciendo que esa “pendejita” ya no le sirve ni para pedir plata y que pronto la va a hacer trabajar como lo hace conmigo.

Cuando me llevo a mi hermanita me voy por la villa, a otras casas a ver si alguien tiene un pedazo de pan duro –o leche si alguno llegó a cobrar ese día—para ella ¡Si vieran con que ganas come el pedazo de pan duro!. A veces me preguntan si quiero a mi hermana.. ¡qué sé yo! ; lo único que sé es que escucha todo lo que le digo y que cuando lloro me pasa la manito chiquita por la cara y me da un beso lleno de baba para que no llore.

Ella por lo menos sabe que tiene 4 años, yo no estoy segura; mi mamá una vez me dijo que tenía como unos 11 ó 12 pero que no se acordaba, porque no estaba para estupideces; Sí me acuerdo que hace tiempo –no sé cuánto- mi mamá le dijo a ese viejo asqueroso que hiciera lo que quisiera conmigo porque yo ya era una mujer y que tenía más de 10 años; recién ahí el viejo le dio los $10 pesos.

¡Ese viejo asqueroso, con olor a vino! Recuerdo que seguí el consejo de Doña Elvira, la viejita del fondo de la villa, ella me dijo –cuando yo fui llorando a su casa el día que papá me lastimó de forma rara y muy fea- que cada vez que estuviera con un tipo cerrara los ojos y pensara cosas lindas, que pensara que yo no estaba ahí, sino en otra parte, en un parque con mi hermanita.







¡NO! Otra vez viene mi papá a donde estoy yo acostada; mi mamá no llegó todavía del bar. y mi hermanita está durmiendo. No soporto más como me hace doler y menos aguanto el olor a vino que no me deja respirar; él me dice que tengo que aprender a hacer mejor las cosas porque a los hombres les gusta que una sepa, pero estoy muy cansada…hoy trabajé mucho.

De pronto mi hermanita comienza a llorar ¡qué tonta que soy! mi papá no venía hacia mi cama sino hacia la de la chiquita…y yo ya conozco esa mirada, pero ella es todavía demasiado chica y además es mía, es mi muñeca. ¡Tengo que hacer que papá venga conmigo!

Caigo en el piso entre las botellas rotas de vino; papá me pegó una trompada muy fuerte y me sale sangre de la boca y la nariz…








Dejo la puerta abierta cuando salgo corriendo de la casilla con mi hermanita en brazos, por ahí Doña Elvira puede ayudarme como me ayudó con lo de los tipos.

No miro para atrás…¿para qué? .

Cuando mi mamá vuelva del bar. lo va a encontrar a mi papá tirado en el piso y con la botella rota metida en su estómago…

Mejor me apuro…porque me va a buscar para pegarme.



Liliana Varela 2007

sábado, 10 de octubre de 2009

EVOCACIÓN
























A veces, siempre, me pregunto si ella advertirá que suelo pasar debajo de su balcón con mi mezquino deseo de tenerla solo mía, y eso de observarla me impregna por varios minutos, me adueño de sus ojos sin que ella se de cuenta.
La convertí en la parte superior de mi alma, esa donde yo me deshago para volverme el último y el primero, invitado oculto de sus ojos ajenos, ausente ella en mi alcoba me regala de su savia.
Sucesiva insinuación es su imagen cuando la veo desde abajo, dulce flor con encaje sudado que alimenta mi aislamiento. Esas evocaciones en mi lecho terminan siendo un volcán de semen, el cual no puedo contener hasta acabar el éxtasis resuelto.


SANTOAMOR

sábado, 3 de octubre de 2009

Borrosa huella

Nunca necesitó a nadie para sobrevivir. Menos aún ahora, al final de su existencia.

Si algo le había enseñado la vida era saber defenderse de los ataques del mundo, luchar por sus ideales e imponer su ideología por sobre la enorme masa de ignorantes que pululaban a su alrededor.

Siempre supo cómo actuar: rectitud y fidelidad a la palabra empeñada. ¡Qué importaba que sus hijos no lo quisieran ni ver en su vida! ¿Acaso una hija embarazada (y luego abandonada) de un tipo cualquiera no merecía ser echada de la casa paterna, aunque fuese a parar a la calle?... ¿Acaso un hijo adolescente queriendo decidir sobre su futuro en forma errónea no requería duras medidas como la de enviarlo a vivir con sus tíos a otro país?. Qué podían saber esos mocosos; la razón era suya y estaba dispuesto a imponerla por la fuerza si fuera necesario.

¿Su mujer?...BAH! ! . Lo habían culpado de su suicidio: patrañas, puras mentiras. Los que lo odiaban esparcían esos rumores; que la pobrecita no aguantaba la soledad sin sus hijos y que él era demasiado severo con ella (indicándole cada dos segundos lo que debía hacer y lo qué hacía mal ). Si ella se había querido matar, no era culpa suya ¡él que intenta quitarse la vida es porque lo desea! . Nada habían tenido que ver sus reclamaciones diciéndole lo que estaba mal en su mente y las ideas equivocadas que tenía sobre su forma de pensar. Ella debería haberlo escuchado y entender que él sabía lo que decía y más aún: que él poseía la verdad en sus manos para ofrecérsela.



Ahora la vida…¡No Dios!...ya que para él no existía un creador mágico, un “opio de los pueblos” como dijese Marx, lo había colocado allí; Sólo, confinado por sus carceleros a esa celda solitaria, ya que según ellos él no podía adaptarse a convivir con otros; era un “ser antisocial”…JA!! ¿Antisocial? ¿ó sólo dispuesto a ser honesto aunque la realidad doliese a oídos extraños? ¡Es que esos infelices e ignorantes seres no sabían distinguir la verdad frente a sus ojos cuando la veían! ; él se sentía obligado a “revelárselas”, a enseñarles el camino correcto…¡El sabía qué hacer, cuándo, cómo y dónde!.

Pero no entendían…sus miserables existencias no alcanzaban a intuir la “evidente razón que se les mostraba”. Por ello lo odiaban, lo criticaban, lo enjuiciaban y sólo deseaban perjudicarlo y destruirlo por completo; pero él no lo iba a permitir. Toda su vida había sido un luchador e iba a cambiar ese mundo inepto por el verdadero mundo ideal aunque en eso le fuese la vida, aunque los insignificantes seres se le opusiesen, aunque esos tontos no supieran que era por el bien de ellos mismos.



Debía ponerse de pie por el mismo; no estaba dispuesto a mendigar ayuda ni caridad.

Se sentía fuerte interiormente aunque su cuerpo no acompañara esa fuerza intrínseca.

Un poco más, solo un paso más….

Ya llegaba…eran sólo unos metros…¡Si, si…Casi, casi…!





--¿te enteraste lo que pasó? –exclamó la enfermera volviéndose hacia su compañera—el viejo insoportable, ese que hubo que trasladar a una habitación sola porque nadie aguantaba su pedantería y carácter, murió anoche ; estaba recién operado y quiso levantarse para ir al baño, trastabilló con el cable de suero y cayó rompiéndose la nuca.

--¿Y no llamó por ayuda?

--No, que bah…”él no necesitaba nada”…la verdad: “mejor que murió, molestaba demasiado y nos volvía locos a todos!...Ah! ! por las pertenencias no te preocupes y tiralas, el viejo no tenía a nadie…



Liliana Varela

jueves, 24 de septiembre de 2009

LA QUE LO PRESUME

Todos los días que me miro al espejo, presumo, me presumo y acomodo las manos para sostener la cadera, al entusiasmo en ella; digo: cuándo podré ser linda; quiero agradarte, quiero que me quieras y además gustarte para que suceda…ese hecho maravilloso llamado la Creación nuestra, un tintinirirí en el sonar de la Campana,<< che chabón metéle>>, tenemos que hacer nuestro desfalco, tenemos que robarnos para conseguirnos en lo que es clandestino; tenemos-tememos, tenernos, sostenernos soportarnos hasta que el más cagón diga basta.

Y no me sale…no me sale, no creo que te alcance.

Te gustan las jovencitas, de piel fresca de gesto variamente despreocupado.
Yo solo cuento con la edad madura, el seño de eva trascendental, experta en cometer imprudencias que luego puedan costar lo que cuesten; el diente y el filo al filo del mordisco, la intención mal intencionada de ser en el hacer ruido y orquesta.
Tantos años y muchas hojas que han pasado por mi cuerpo escribiendo de lo que no se puede decir, ámbar de emociones, no sé que pueda aventurarle u ofrecerle a tu otoña edad donde te gusta invernar.
No hablo de primaveras, el rubor origenio lo he perdido a cuenta del canje de este verano infernal con el que te provoco…pero me cuesta entender que mi precario yo pueda hacer sombra sobre tu absoluto.

Desde esta agitación interna no observo que cometas tu política exterior; le tenés miedo a mi faja que faja, le tenés miedo a la negociación con esta terrorista del amor, voy a matarte, te lo prometo bajo amenaza, voy a hacerlo, vas a morir enervado al tajo de esta boca de leona, sostenido por estas dos manos que buscan venganza en tu diámetro preciso, el que me incluye por lamento y espanto aplastada/bendecida en el morbo/placer de la derrota.

Estuve detrás de vos los últimos cuarenta años donde te acostumbraste a limpiar del cuerpo la hojarasca por las que las mujeres áridas te robaron el regocijo; ahora como el himno de la alegría es que me pongo de pie frente al Atíkva; giro, te señalo y pido:
Que crezca tu cabello, te lo ruego en favor del estigma, esa naturaleza monumental tan naturalmente tuya, sansonsoniana; que esta pequeña combatiente quiere golpearte en los oídos del alma-¡que te retumbe!- Que escuches y sientas como te derriba la piedra de mi beso.

Fanny G Jaretón

miércoles, 23 de septiembre de 2009

SEÑOR ALCALDE

Cada vez que oigo alguna crítica sobre la política bermejina me agarro unos enfados de padre y muy señor mío, ¿qué quiere que le diga, mi querido paisano? Me pongo en el papel del señor alcalde y veo cómo usted, sin ir más lejos, molesto por la falta de iluminación en las calles, o por el deficientísimo estado del acerado, por poner dos ejemplos, siempre acaba por descargar sus frustraciones sobre él. Y eso, sin pararse a meditar un segundo sobre la responsabilidad que realmente tiene nuestro esforzado regidor municipal sobre la referida situación.

-Si tuviéramos un alcalde como Dios manda…

-Si ese hijo de la gran p. del alcalde supiera donde tiene la cara…

-Si ese tarugo que tenemos por alcalde…

Y así, una y mil veces desahogan sus frustraciones nuestros paisanos, lanzando todo tipo de injustificados insultos. Reconózcalo. Aunque no se queda la cosa ahí. Sigamos confesando nuestras faltas, sean por comisión u omisión, ¿cuántas veces ha asentido usted cobardemente a tales acusaciones lanzadas por un contertulio cuando se quejaba de los baches de su calle? Y… ¿cuántas salió usted en defensa de la autoridad municipal ante tal lluvia de descalificaciones? Ninguna, así de claro se lo digo. Eso sí, luego, cuando el consistorio local de Villabermeja decida aumentar los impuestos municipales, saltará usted lleno de indignación sumándose, esta vez de forma activa, a los insultos que contra el alcalde del pueblo braman nuestros paisanos.

Bien merecido se lo tiene. ¡Vamos hombre! ¿Acaso pensaba usted que iba a escapar impunemente de sus pecados políticos? Nada de eso, querido paisano. No olvide que donde las dan las toman. Y usted se lo venía buscando desde hace tiempo. Insultos, vejaciones, improperios… Y el pobre y honesto señor alcalde, soportando como un nuevo santo Job todo el veneno que su boquita quiso soltar. No hombre, no. Con los primeros días del otoño, cuando los presupuestos municipales comiencen a tomar forma, el señor alcalde, atinadamente, tomará cumplida venganza de nuestros atropellos. Y la tomará donde más nos duele: en el bolsillo. Y como durante el verano tuvo a bien tomar detallada nota de todo lo que nosotros, sus desagradecidos vecinos, habíamos vomitado, ahora lo pagaremos con creces e intereses.

Así que, amigo y paisano mío, ni se le ocurra esbozar la más mínima crítica contra don Segismundo, nuestro eminentísimo alcalde. Comprenda que el buen hombre está tan atareado que difícilmente puede atender toda la problemática que se le viene encima cada dos por tres.

La semana pasada, sin ir más lejos, tuve ocasión de comprobarlo. El lunes fue una reunión en la capital para asistir a una convocatoria del partido en la que recibió instrucciones sobre las descalificaciones que era necesario verter sobre el partido rival; luego al día siguiente, debió desplazarse de nuevo urgentemente a la sede nacional de su partido con el fin de adoptar posturas comunes sobre un gravísimo problema nacional que debía ser tratado en un próximo pleno extraordinario de la Corporación Local.

El miércoles, cuando volvió de la capital, tuvo que citar urgentemente a sus compañeros de partido para indicarles las directrices emanadas desde arriba y que deberían seguir al pie de la letra ante el partido rival en el próximo pleno municipal. Finalmente, el jueves se celebró el pleno municipal en el que se debía acordar el apoyo incondicional de la corporación ante la decisión del gobierno de reconocer al nuevo estado de Puntolandia, una pequeña nación recién constituida por desmembración de un país del lejano oriente que ni siquiera le sonaba a ninguno de los concejales de su partido.

Lógicamente, la oposición, que no había sido informada con la antelación suficiente por sus respectivos jefes, se vio sorprendida ante decisión tan importantísima, y solicitó un receso hasta recibir instrucciones sobre el voto que debían emitir. Como no pudieron contactar con la superioridad, ni tenían la más mínima idea sobre la identidad del nuevo país, votaron en contra acusando al partido gobernante de oscurantismo y de apoyar a una nación cuya democracia no estaba suficientemente contrastada.

Esta actitud, como usted puede adivinar, desembocó en un durísimo ataque al partido gobernante. El señor alcalde, ofendido, se vio en la obligación moral de convocar una rueda de prensa de los medios de comunicación locales: la Televisión Municipal , la Emisora Municipal y el Boletín Informativo Municipal. Como quiera que todos ellos están dirigidos, lógicamente, por destacados militantes del partido en el gobierno, les puedo asegurar que no faltó ni uno de ellos a la citada convocatoria, que se celebró el día siguiente viernes.

Pues bien, aunque ustedes no se lo quieran creer, el sábado, cuando entré en Casa Blas a tomar mi cafelito mañanero, la barra del bar era ya un manantial de insultos y descalificaciones que manaban abundosamente de aquellas bocas desagradecidas. Y todo porque llevaban tres días sin que sus calles viesen ni la sombra de un basurero y, como quiera que algunas calles llevaban una semana con el alumbrado averiado, más de uno llegó a su casa con los zapatos emborrizados en porquería.

Pero nadie salió en defensa de don Segismundo. Nadie dijo una sola palabra sobre las importantísimas e ingentes tareas que habían ocupado a los señores concejales durante toda la semana. Nadie habló sobre el importantísimo debate que había tenido lugar en el último pleno municipal: la nueva nación recién salida de lejanas tierras y otros sucesos internacionales que, sin lugar a dudas, ocupaban las primeras páginas de toda la prensa nacional habían desplazado, naturalmente, a temillas sin importancia. ¿Quién se iba a preocupar de fruslerías como la recogida de basura, la falta de iluminación en las calles de Villabermeja, los recientes cortes en el suministro de agua o el estado de abandono de parques y jardines?

Decididamente, queridos paisanos, son ustedes unos desagradecidos, chismosos y desconsiderados con nuestras dignísimas autoridades municipales. Sólo espero que a partir de ahora se arrepientan de sus injurias y, en penitencia, acepten disciplinadamente la próxima subida de impuestos gracias a la cual el señor alcalde podrá duplicar sus emolumentos tan diligentemente ganados.

Al menos él escapará de la crisis económica.



Manuel Cubero

jueves, 17 de septiembre de 2009

Buscar lo propio

“Debajo del techo no había nada”
Jorge Luis Estrella


Cabizbajo buscó a tientas la llave de luz; debía asegurarse , ver por sí mismo su entorno.
Trastabilló una o dos veces, lo que demostraba que su dominio existía, que aún conservaba lo que le era propio.
Las yemas de sus dedos oprimieron el botón y todo resplandeció.
La habitación entera mostró ante él, sus pertenencias, sus muebles, su feudo.
La mueca de su sonrisa se transformó en rictus amargo al cabo de unos segundos…¡todo había desaparecido! . Sólo quedaba él bajo ese gran techo que parecía reírse de su suerte.
¡Qué equivocado había estado!... sin ella nada valía, incluso él era la sombra de un cuerpo que ya no estaba –ni jamás volvería a estar.


Liliana Varela 2009
http://lilianavarel a.blogspot. com

martes, 15 de septiembre de 2009

Consejos de madre

Le dí mis mejores años, mis ilusiones, mi vida por completo. Le busqué un atajo a la felicidad ¿sabés? .
Y hoy, hoy...me dice que se terminó, que no hay más, que todo es parte del pasado .
¿Y qué querés que haga? ¿que lo mate? ¿qué le pida explicaciones?
¡No va a servir de nada! ¿entendés? de nada, créeme. Sé lo que digo.
No se puede obligar a alguien a amar. Es imposible.
Por eso estoy de vuelta mamá, porque vos me dijiste que no lo siguiera, que no soñara con imposibles, que "ese" no era para mi. ¿Pero te hice caso? ¡por supuesto que no!
"No repitas mi pasado" -dijiste llorando- "No trabajes para él, no te dejes usar como lo hice yo. Que no te utilice para que mantengas sus vicios, para que le pagues sus estudios" . Lo recuerdo como si fuese hoy mamá. ¡Sabías tanto y no te supe escuchar!
Me usó como quiso; pagué sus estudios laburando casi 18 horas por día para que él se recibiese de abogado.
Supuestamente cuando tuviese el título, yo ya no debería tener dos trabajos y podríamos tener hijos y una casa mejor. Si hasta aborté porque me dijo que no era el momento, que esperásemos. ¡Y cómo me dolió mamá hacer eso! Pequé y Dios me castigó dejándome estéril y al borde de la muerte.
Pero así y todo mamá ¡yo le creía! ¡yo confiaba en él! Lo amaba tanto.
Sé que no estuve cuando me necesitaste. No tenía tiempo ¿entendés? no había un minuto de descanso hasta no lograr el sueño de los dos. ¡un sueño que resultó suyo solamente!
¡Ya está mamá, no reproches más ! tenés razón, siempre la tuviste. Me dejó por otra ¿sabés? más joven e instruida por supuesto; otra abogada como él.
Y yo acá estoy. Soy tu hija arrepentida. ¿Me haces un lugar junto a vos? ¡te necesito tanto mamá! ¡no me despreciés por favor!.
¡¡Gracias mamá!!...gracias. .. dejáme estar a tu lado..¡así, gracias mamá, gracias!!!!


El estruendo de un balazo retumbó en el cementerio.


Liliana Varela
De "Cuentos para no dormir"

sábado, 12 de septiembre de 2009

"Despedida"

Lo sé. Hoy es la despedida. No necesito que me lo digas, lo veo en tus ojos aunque no lo creas. Y te entiendo; esto es demasiado para los dos, demasiado sufrimiento sin sentido. Compartimos tantas cosas bellas, tantos instantes felices; el calor de la cama por las mañanas y los abrazos tiernos al reencontrarnos al final del día. También superamos juntos momentos tristes; tus depresiones y las largas charlas en la que desnudabas tu alma para luego hundirte en mi abrazo.

Por supuesto que me gustaría que durara por toda la eternidad pero no puedo evitar ser el causante de la ruptura.

¡Nuestro último momento juntos.. y el amor se percibe en el aire que nos rodea! No, no llores por favor… no quiero verte triste, no deseo llevarme esa imagen , prefiero recordarte alegre, sonriente como siempre quise que estuvieras a mi lado.

Sé que sientes la culpa por tomar la decisión y sé que has debido recurrir a él para terminar lo nuestro ya que te sentías demasiado débil para hacerlo por tu propia mano.

No guardo rencor a tu actitud… los dos sufrimos demasiado estos últimos tiempos.

Sabíamos que no sería permanente, que el malvado tiempo no era el mismo para los dos y sin embargo hiciste lo imposible para que siguiera a tu lado: yo te defraudé con mi cuerpo y mi alma.

Confieso que tampoco deseo seguir luchando , el cansancio me pesa demasiado al igual que a ti.

Siento en mi piel tu caricia llena de amor: sabes que es el final. Se anestesia el dolor mientras disfruto de tu contacto… y apenas puedo mantener entreabiertos los párpados para conservar tu imagen….debo irme.







---Ya está. Fue lo mejor. Piense que ya no sufrirá más y que pudo disfrutar muchos años con él. Era inhumano seguir manteniéndolo vivo con semejante tumor. No se culpe, se hizo todo lo posible por él.



La mujer siguió acariciando a su perro Fiel mientras sus húmedos ojos observaban la jeringa que el veterinario había desechado dentro del tacho de basura.







Liliana Varela 2007

viernes, 4 de septiembre de 2009

EL CARROÑERO

Compañeros, amigos todos: Como es sabido por muchos de los presentes, el aumento constante de nuestra actividad, exige precisión y determinación de las condiciones de las actividades apropiadas. Los superiores principios ideológicos, condicionan que un relanzamiento específico de todos los sectores implicados suponga un auténtico y eficaz punto de partida de toda una casuística de amplio espectro…
-¿Te das cuenta, Mariano? Este tío lleva hablando un rato sin decir absolutamente nada.
-Peligrosa actuación, no te fíes, Espe. Nunca sabemos por dónde va a salir esta gente.
-Tras esta breve introducción –continuó el conferenciante- entremos de lleno en el
tema que hoy nos trae aquí. Como sabéis estas aves carroñeras, porque debéis saberlo, la gaviota es un ave carroñera que se alimenta y vive a costa de lo peor que pueda caer en sus manos.
Escudándose en su presencia, agradable, elegante, distinguida si queréis, se esconde un animal realmente soez. Los bajos instintos, ocultos bajo la figura de un ave grácil, veloz, resistente y llena de vitalidad, brotarán de su organismo a la primera ocasión que se presente. Ahí radica su peligrosidad. La gaviota subyuga con su presencia, encubre bajo ella su innata tendencia a la agresión y sus deseos de imponerse ante cualquier eventualidad o peligro y de sobrevivir a estos a costa de lo que sea.
-Te lo dije, este hombre entra a saco en el tema que le interesa a las primeras de cambio... –comentó Mariano, casi en un susurro al oído de Espe.
Inquisitiva y acusadora, la mirada del conferenciante se hundió en el rostro de ambos charlatanes, que guardaron silencio anonadados.
-Salid al campo. Salid a cualquier sitio –continuó éste- y allí la encontraréis. Ha extendido sus dominios sobre todos los terrenos: campo y playa, mundo rural y urbano... Ha salido del ámbito propio y reducido a que estaba limitada. Voraz y destructora se ha impuesto a todos los demás y, si pudiese, destruiría sin piedad a cuantos se interpusiesen en su voraz camino.

Por este motivo, nos hemos reunido hoy aquí, para debatir y estudiar las posibles soluciones a la invasión de que estamos siendo objeto por parte de la dichosa gaviota. Ha extendido su dominio por todos los terrenos a su alcance. Y esa es la causa por la que aun reconociendo, de acuerdo con las modernas tendencias ecologistas, que debemos respetar el ámbito de todos y cada uno de los organismos que deambulan por nuestro país, no es menos cierto que se hace necesario poner coto a este indiscriminado ataque de que estamos siendo objeto. En cualquier momento, y lo digo con conocimiento de causa, estos animales insaciables serían capaces de apoderarse de toda la nación en su propio provecho...
-No lo soporto más, Espe, vámonos inmediatamente de aquí, ¡Este hombre está llegando al insulto!
-Tranquilo, Mariano, tranquilo, que este hombre es biólogo y no está hablando de política. Yademás, según me han dicho es yanqui y amigo de Josemari...


...





NOTA para los amigos de fuera de España.- El Partido Popular español tiene como símbolo una gaviota.


Manuel Cubero

jueves, 13 de agosto de 2009

LAS INTRUSAS

En memoria



Los hermanos Sandoval, Ramón y Martiniano, vivían en Balvanera, en los fondos de un galpón que usaban como depósito de repuestos de maquinarias. A la muerte de sus padres se hicieron cargo del negocio, sin descuidos ni desatenciones, y sin quitar tampoco mucho tiempo de sus tareas habituales: la noche, las mujeres, las pendencias.

Parcos, sin ser huraños, distribuían su tiempo entre la actividad obligada –atender el galpón- y sus afecciones de putañeros y pendencieros, ambas ejercitadas sin excesos, sino adecuadas a su condición de animales jóvenes.
No compartían ni se comentaban sus andanzas, pero todos sabían que enfrentarse con uno llevaba a encararse con el otro.

Frecuentaban el prostíbulo de la Colorada, llamada así no por el color de su cabello sino porque, dicen, alguna vez la vieron ruborizarse intensamente, nadie sabe cuando ni por qué.
Una pupila nueva, Deolinda, atraía por demás a Ramón, que pasaba mucho tiempo en el burdel, descuidando algo el depósito. Algunas indirectas de Martiniano originaron en los últimos escarceos duelísticos algunas aproximaciones peligrosas de los cuchillos.

Una mañana Ramón salió temprano. La noche anterior no había salido. Volvió al mediodía, con una mujer y una valija.
—Esta es Deolinda —dijo. —Se queda conmigo —Agregó.
Deolinda no perturbaba, hacía sus tareas en silencio, casi no trataba con Martiniano.
Era joven, activa, carnosa.

Paulatinamente la relación entre los hermanos se estaba poniendo tirante. Las opiniones adversas se expresaban principalmente clavando el cuchillo en la mesa. Era evidente que la presencia de Deolinda perturbaba a Martiniano.

Esa tarde Deolinda se despidió con un “Ahora vuelvo”. La mirada interrogante de Martiniano –no pudo evitarla- motivó de Ramón un “Fue a hacer un trámite”.
Volvió Deolinda, con otra mujer y una valija.
—Se llama Elvira —dijo. —Es mi hermana, viene a hacerme compañía.
Ramón agregó. —Si te interesa...
Elvira durmió unos días en la cocina. Al tercer día Martiniano le dijo:
—Agarrá tus cosas y venite a mi pieza.

La situación se había estabilizado, pero los Sandoval eran jóvenes y codiciosos. Cada uno curioseaba la relación del otro.

Ese día la hermanas secretearon seguido, lejos de los hombres. A la noche Elvira, después de lavar los platos, parada en la puerta de la pieza de Ramón, dijo:
—Con permiso, si no le molesta, —Luego de una pausa, agregó— la Deolinda va para lo de don Martiniano.
Ramón la miró, hizo una pausa larga. —Vení, acostate —decidió. Y masculló, entre inquieto y complacido: —Pucha con las intrusas, ya tomaron la manija.

El cambio de pareja se volvió una práctica frecuente. Las ocasiones eran siempre decisión de las mujeres, sin siquiera comentario de los hombres. Sólo una vez Ramón, incorregible, preguntó si no tenían otra hermana.

La muerte de Deolinda, una infección sorpresiva, fulminante, si bien sentida por todos, fue pausadamente asimilada. Elvira alternaba entre las camas, en ocasiones durante la misma noche. Vivían en familia.


La pendencia con los Linares –familia de guapos de cuidado- venía de lejos. Frecuentemente se encontraban, delegando en el cuchillo la resolución del problema. Había sangre, pero hasta ahora no hubo nadie a quién enterrar.
Un sobrino de los Linares, llegado hacía poco al barrio, quiso levantar su cotización en la familia. Una noche de tormentosas borracheras desafió a Ramón. Inexperto y arriesgado, una ominosa hoja en el pecho le reprobó el examen y lo mandó al cementerio.
Ramón envainó el cuchillo, saludó a los presentes y se encaminó a la casa. La humedad de los pastos, o algún presentimiento, hicieron estremecer a Ramón.
Los Linares lo alcanzaron cruzando el baldío. Entre varios lo desangraron por todo el cuerpo. El grito final, ·”¡A la puta, que me matan!”, avisó a Elvira, que terminó de despertar a Martiniano.
El combate fue infernal y desigual. Los Linares, con zarpazos de jauría, se lanzaban sobre las últimas energías de Martiniano.
Elvira, leona arrebatada, finalizó el duelo con el revólver que había traído en su valija. Como en un cuerpo a cuerpo, clavaba un balazo sobre quien alcanzaba con el caño del arma.
Un silencio de noche asustada corrió el telón. Ya era tarde para Martiniano

Elvira lavó y vistió los cuerpos, los acompañó a la fosa, los despidió, volvió a la casa, guardó las pertenencias de sus hombres, y se acostó a dormir en una cama que llevó a la cocina.
De permanente negro, mirada enclaustrada, siguió ocupándose de los intereses de la familia. No estaba muerta, sólo sin perspectivas ni ambiciones.

Cuando algún comedido le indicó que con su juventud y energía todavía podía tener esperanzas de una nueva familia, exclamó:
—¡Por favor!¿Dónde voy a encontrar dos maridos como ellos?



--
Carlos Adalberto Fernández

cafernandez. ar@gmail.com
Blogs, sitios personales
http://cadal. wordpress. com/

http://carlosafernandez.blogspot.com/ (Museo)

jueves, 6 de agosto de 2009

El tren que no llegaba



















Estaba sentado en un banco de la estación de trenes; en ese momento, su mirada yacía perdida en un punto inexistente del horizonte.

Era un hombre joven, pero su semblante denotaba la dura vida que le había tocado en suerte.

Era el único ocupante del andén. Un empleado de la boletería era la segunda forma humana que se encontraba allí– pero se hallaba dentro de su cabina, aislado de aquel joven.

El hombre se miró las manos, estaban ajadas, deterioradas como las manos de cualquier trabajador manual; se acomodó el botón de la camisa (que aunque se notaba vieja, estaba muy limpia) y carraspeó como para aclarar la voz.

Cualquiera que lo viese pensaría que era un ser insignificante, que no llamaba la atención; quizás fuese así…pero sólo él sabía el por qué de su importancia en ese lugar.

Nada podía sacarlo de sus pensamientos; inclusive la mujer que llegó con esa niñita gritona que lo miraba desafiante. Apenas levantó la mirada para verlas discutir entre ellas y luego volvió a sumergirse en sus propias ideas.

El estaba en su propio mundo…esperando ese tren que no llegaba…

Aunque tuviese que esperar años por esos vagones lo haría; la espera no importaba; sólo deseaba verla por última vez; era su único deseo.

Quizás ella no lo reconociese ¡Tanto tiempo había pasado!. Además nunca lo había visto de traje, pero estaba seguro que aunque el traje fuese pobre (y usado) , ella sentiría orgullo al verlo vestido así.

¡Tantas cosas tenía para decirle que las memorizaba en voz alta por miedo a olvidarlas!

Estaba muy nervioso; sentía sus manos transpiradas, llevaba más de tres horas de espera y el tren no aparecía en el horizonte.

Pensó que ella no podía defraudarlo. Era verdad que se había molestado cuando él decidió dejarla para ir en busca de un futuro mejor para los dos, pero finalmente había logrado reunir una pequeña fortuna con la cual había adquirido su propia casa…¡Ella debería estar feliz por ello!.

Su impaciencia iba en aumento; la mosca que se apoyó en su rostro fue la víctima de sus nervios al estallar su cuerpo en un manotazo brusco y veloz.

Sintió un ruido extraño pero esperado… ¿sería ser el tren que se acercaba?; ese tren que daba la sensación de que jamás llegaría, finalmente aparecía ante sus ojos.

Se paró de su asiento como si tuviese un resorte dentro y con pasos bruscos y largos se acercó a la orilla del andén.

Cuando vio al guarda que se asomaba de uno de los vagones de pasajeros, corrió a su encuentro. Jadeando llegó a él.



--¿Señor Pérez? –preguntó el guarda.

--Sí, sí, soy yo, soy Pérez…--respondió apurado-- ¿vino ella? ¿llegó?...

--Sí señor, ya llegó. Está en el último vagón de carga.



El joven corrió con toda la velocidad que sus piernas pudieron darle; llegó en el momento en que dos empleados descorrían la compuerta del vagón. Ella quedó al descubierto; finalmente pudo verla.




Allí estaba: el cajón que contenía los restos de su madre finalmente llegaba a reunirse con él.


Liliana Varela
De "Cuentos para no dormir" 2009

viernes, 31 de julio de 2009

El Abuelo y la mansión del monte

A Fanny Jaretón

A ninguno de los sobrinos le gusta que se vaya de visita a casa del Abuelo y se les obligue, por una estúpida convención de familia, a festejarlo y conversar con él. Es un viejo descocado. Regañón, bueno para dar extraños consejos, y filosofar sobre las muchas puertas por las que fluye el tiempo, en superposición y conexión con el Hoy / Ahora / físico. Todas las múltiples versiones de futuro de las que habla se relacionan a una singular versión del espacio.

El no ha perdido la costumbre de su hablar vibrante. Para emocionarlo sólo basta que se le plantée el tópico del tiempo. El misterio de los universos futuros que se comunican mediante la emoción con el presente físico. «Cuanto más poderso es un futuro probable, más fuerte la urgencia de elegirlo». Cree que la fuerza de voluntad es la mayor de las virtudes.

En su casa, nunca puso luz eléctrica. No le interesa saber del mundo ni por radio ni televisión. El Abuelo medita, o piensa deliberadamente, en los futuros o realidades, que le cuadran. Pone mucha energía en tales pensamientos y ha advenido con tal poder atractivo que atrae luz de entidades cuya luminosidad es interior y habla de Tejas de Fuego y su tejado es luz. Para el Abuelo, cuyos ojos son todavía centelleantes, «la luz está dentro del cuerpo», no fuera. En la oscuridad, puede ver más eficientemente que un búho.

Además de que vive en otro tiempo, en cierto arcaísmo caprichoso, su casa está muy distante del Pueblo. «En un monte lejano, oscuro y sinuoso», como dice la madre. Sin embargo, por voluntad de su último hijo, recientemente fallecido, un día al año se le dedicaba para ir a verlo y que no muera solo. Es el día de su cumpleaños. Y el abuelo cumplió los noventa inviernos.

Siempre se tuvo la impresión de que el Abuelo, por su aislamiento y las crisis económicas del país, se habría arruinado. Y, peor juzgado, se le tiene por miserable. Hay un cierto fastidio porque no se acaba de morir. Es más, se comenta que él los enterrará a todos. Su salud es envidiable. Sigue estruendoso como si llamara a las gallinas, o animales en sus traspatios, en lo más oscuro de esas noches del monte.

Hace 40 años, su casa fue una mansión, siempre bien cuidada, digna de un hacendado y extrañamente, ya por la viudez, no la vive mas que él. Uno que otro vecino lo visita. El Alcalde le paga para que informe si ha muerto. Hay quienes alegan que él habla con el Diablo desde que murió la Judía / su mujer. «La única que aprendió cómo el aire controla la vista; el éter, el sonido; y la emoción de la voluntad, abre los tiempos».

El terreno de su propiedad es vasto. Desde hace diez años, cuando se descuidó la costumbre de visitarlo, acentuado por el hecho de su viudez, sobre lo que los sobrinos discuten es la riqueza que él pueda dejar y a quiénes. Otros hijos del Abuelo desparecieron; pero el Abuelo no es quien asegura que haya sido así; él lo que dice es que se han ido a dimensiones que él llama «Los Devachanes», mansiones de riqueza y reposo en los futuros probables. Y se ha lanzado a buscarlos, a viajar en el tiempo y, cierto es, están en otros devachanes que no son a la semejanza de éste, su casa construída y bendita por la bondad de este monte.

«Ese un viejo solitario y excéntrico».

«Es debido a la muerte de sus hijos y su esposa que se deschavetó».

Ahora, sí, ahora... los sobrinos se desvelan por lo que tiene él como dinero guardado. Han rastreado si paga los impuestos y averiguaron que tiene los impuestos pagados por anticipados hasta una fecha qye supone que él vivirá varios siglos. Paga con rocas de oro, estupendamente cotizadas por evaluadores. «Una pepa de oro se engarzó a un cuarzo, con ribetes diamantinos y una forma de huevo, que él llama el primer huevo de Seb en sus corrales».

Según esta cáfila de especuladores, ni sus propios padres dejarán para ellos alguna herencia, como la del abuelo. Alguno que otro, en estos años, ha ido como espión y le lleva un regalo, alguna bagatela y conversa con él... «¿Es cierto que el monte guarda una mina? O es mentira del señor Alcalde». Es inútil que se le saque información distinta a la que él gusta para explayarse: por ejemplo, el día que una lluvia de culebras color bronce llenó los campos. «Eso es una leyenda y, supuestamente, data de los tiempos de los indígenas que hoy no existen, los días del exterminio». El anciano dijo que las culebras le hablaron («como nadie me visitaba ni me hablaba ninguno, comencé a hablar con ellas, a veces de año en año regresan y, para mi sorpresa, me respondieron; dan sus secretos» y, entonces, lo pensaron desquiciado o embustero. Lo adjudicaron a la muerte de su esposa. Su esposa se llamaba Nachash, que significa Serpiente en hebreo. Y el dominio del tiempo, sí... sus espiritualidad exótica, ayuda a que se le piensa más loco.

El no da cuenta sobre la verdadera extensión del monte donde vive y si realmente es suyo; él prefiere decir que el Monte es sagrado. Deja que vengan científicos e ingenieros de minas. Nunca hallan ni los fósiles de la serpiente de bronce que ante teólogos y antropólogos él ha descrito con lujo de detalles... Muchas bendiciones acaecen donde el Abuelo pisa, con la gente que le habla con verdad, sin mala voluntad. Pero a muchas millas, a la redonda, se sabe que él toma por ciertas las leyendas sobre el Monte de las Serpientes y del demonio que vendría a convertirlas en cisnes. «El viejo es chiflado, sí. Pero es inofensivo y generoso».

Otro de los sobrinos, que murió hace dos años, uno después que su padre, se infartó al saber que aún la casa en que vivió, como un bueno para nada, fue un regalo del abuelo a su padre y que, en el negocio familiar de abarrotes, el dichoso Abuelo figura como socio inversionistya y, al parecer, dio todo el dinero. «Ese abuelo miserable es rico». Obsesionado con la riqueza del Abuelo, se murió de un coraje. «De codicia», diría el Abuelo. Dijeron que ese día vino y le pagó el entierro y unas misas.

«El Abuelo nos está enterrando a todos», dijo otro que, por primera vez, se plantearía si será probable que una cierta granja de Gallinas de Seb y de Cisnes de Kalanhansa, en el Monte de las Serpientes, sea lo que al Abuelo le permite su generosidad, porque, aún siendo sobrinos ingratos y presumidos [dizque con el beneficio de ser muy urbanos, hijos de la Gran Ciudad], cuando iban al campo a verle, no iban por amor. Sus padres no regresaban con las manos vacías: Lkenaban sus camionetas con costales de frutas, viandas y verduras; y siempre había un pretexto para plantear al Abuelo una emergencia, una deuda, un problemilla que no era suyo, un capricho para el menor o el mayor... Y no era que el negocio familiar de abarrotes fuese tan mal.

Como dijera su hijo: «Del negocio de abarrotes nos dio carrera nuestro padre y nos pagó hasta las bodas; pero, así como generoso, el Anielo lo es con otros, debiera ser con su hijo, Mamá. ¿Qué puede esperarse de un vejete que rechaza la luz eléctrica porque piensa que, con la voluntad, el interior del cuerpo irradiará más luz que los volcanes?».

Es verdad. Se las pasan haciendo planes con la herencia del Abuelo, porque ya el Padre no cuenta. Se murió. El que decía:

«Tarde o temprano mi padre, tu abuelo, se muere y ya que es a mí el quien él quiere o ha procurado más; único entre sus hijos que no lo dejara solo, me heredará», pero, vana espera. Se murió. Y, paradógicamente, se supuso que, anteriormente, el Abuelo enterró a seis de sus hijos. Seis tíos que ellos odiaron gratuitamente porque eran campesinos, distintos a quien se vino a la Ciudad para ser abarrotero y conocer la luz tecnológica de las centrales hidroeléctricas, las pantallas de la Televisión y los noticiarios por radio. «El Abuelo habla de viajes intergalácticos y agujeros negros y no vjo, como nosotros, cuando en tiempos de Kennedy, el hombre pisó la luna. No vio nada ni por televisión», observa un sobrino. Y el padre dijo: «Da qué pensar. Es que mamá era judía y no fue mujer de campo, hasta que se casó con él».

En su entierro, el Abuelo dijo a la viuda de su último hijo: «Este fue el único que rechazó lo más valioso que yo y su madre le quisimos dar».

«¿La hacienda? No sea mentiroso. Usted no quiso que él la vendiera y, si él no la vende, para nada nos sirve, un monte de serpientes en un villorrio de supersticiosos» .

«No hablo sobre la hacienda. Hablo sobre lo que mi viudita recopiló de las conversaciones mías con las serpientes y el mensajero del Tiempo».

Aquella mujer ignorante, incrédula, pragmática como todos ellos, volvió a reírsele en la cara y gesticuló de modo que no quedara dudas a quienes le miraban que estaban delante de un loco, viudo de una judía más loca; pero, ya suavizando su habla, le dijo:

«¡Ay, Abuelo! No nos complique la vida. ¿A quién, entre nosotros, les ha gustado el monte de donde usted no ha querido salir jamás? Dígame uno que sea campesino en esta generación, a partir de mi difunto esposo... Todos estudiaron. Son administradores, universitarios y tecnólogos en cualquier especialidad y lo hicieron para no quebrarse la espalda, con el azadón al hombro... y hasta el día de hoy ansío yo, como lo hizo su padre, ahi difuntito, que vistan de limpio desde que se levantan hasta que se van a la cama con sus mujeres... ¿A quién ve usted, entre nosotros, que le guste liarse las horas criando gallinas cagonas y alimentando cisnes, a la vera del riachuelo yendo por caminos de fango?»

«Pero el campo hace a la gente fuerte y prudente».

«Mi esposo murió prematuramente. La Ciudad no lo mató, no diga eso».

«Es el sufrimiento lo que mata».

«Pues, sí. Usted con su egoísmo mata desde el campo porque no ha soltado esos terrenos que nos habrían servido más y de una buena vez para solucionar los problemas que mi esposo se lleva a la tumba... Usted, que no ha querido ser socio de empresas que están yendo a la ruina, por falta de avales, usted que tiene la mente llena de musarañas y una actitud y tosudez arcaica que aleja a todo el mundo de su lado, usted nos mata».

«¿Qué me ocultó mi hijo? si yo se lo hubiese dado todo. Yo le ofrecí lo más valioso, la verdadera heredad y se negó a aceptarla...»

«¿Criar gallinas y pajarracos? ¿un acuario de serpientes?»

El Abuelo ahora comprende. A todos faltó la paciencia para visitarlo, oírlo y comprenderlo. Es lo mismo aquí que allá. Se burlan de él, devaluándolo y no disimulan el deseo de verlo morir. «Usted es quien debiera ocupar ese ataúd», le habían dicho cuando se personó al velatorio.

Se sintió herido, al fin. Y preparó su cosas para irse, sin quedarse para el entierro. Sabía que no era bienvenido. Ninguno de los sobrinos le dijo: «Quédate: Al menos, entierra a éste, nuestro padre, porque fue el menor y más querido de tus hijos».

Antes de que regresara al monte, uno de los hijos que había custodiado el ataúd en la noche, vio que el Abuelo puso dentro del féretro un manuscrito. Disimuló para que el Abuelo no creyera que había observado el sigilo con que abrió el ataud y escondió el paquete.

Ahora que el Abuelo ha partido, se ha atrevido a sacarlo de la caja. Lo ha leído a vuelo de pájaro, a altas horas de la madrugada, en secreto y lo retuvo para sí. Como administrador de los fracasados negocios de su padre y del supermercado, que aún parece bendito por la sombra del Abuelo, después del entierro, hizo un llamado privado a todos los hermanos, su madre y allegados, cuando se fueron los extraños que daban pésames a diestra y siniestra.

«¡Estamos salvos!» y fue por el manuscrito. «¡El Abuelo nos ha dejado todo!», grita eufóricamente. Estaba literalmente bailando. Y parecía una celebración profana por las risas y algarabías burlonas que inspiraba el Abuelo y esta noticia inesperada.

«¡Y yo que creía que ese jijodeladesgracia era un tacaño loco!»

«Nos heredó en vida».

Pero, según pasaron las semanas, tras consultar legalmente lo que, en cierto modo, fue una herencia, se hicieron evidentes también las condiciones. Y el tropel familiar, nutrido como nunca, sin faltar uno de los hermanos, esposas e hijos, fueron a visitar al Abuelo. Especularon si, como familia heredera, convendría que el Abuelo viviera otros 90 años, o se acabara de morir, porque si es así habría que tomar precauciones. A sordas, se comentó si valdría la pena que este viaje se aprovechara para matarlo. «Ayudarlo a morir», fue el eufemismo.

Cuando llegaron al monte, un portal anunciaba un rumbo hacia El Devachán, nombre de la hacienda y la mansión. Les pareció que, antes que visitar los Gallineros de Seb y los criaderos de ibis y gansos, a los que se entraba por unos referidos cercados con paso hacia túneles, explicados con gráficas en el manuscrito, había que procurar al Abuelo. Y celebraron la existencia de un rótulo a la entrada de la Mansión. Decía: «El propietario se ha ausentado y vivirá con sus hijos».

La risotada fue ensordecedora. Quien leyó festejó: «El viejo ha muerto».

Se acercaron a leer.

«Dice que se ausentó, no que esté muerto», observa la madre.

«¿No te das cuenta? No tenemos un sólo tío paterno vivo. Todos están muertos, como papá... este rótulo fue su forma de anunciar su muerte, su deseo de unirse a ellos... nadie nos quitará lo que él ya dio y lo puso en nuestras manos con su manuscrito, su última voluntad».

Y entonces se animaron a pasar a la sala. Para la mayoría de los sobrinos fue la primera vez en diez años que entraban a la casa. Hallaron la puerta entreabierta y una oscuridad y frialdad que les helaba. No imaginaron que fuera posible. El hecho fue que, con su su entrada, pese a la cautela, se hallaron en medio de un túnel. Algo en la arquitectura y el ambiente, a su antiguo esplendor, ya no existía.

«¡Vámonos de aquí», anunció el primero que experimentó pánico.

La mansión había sido totalmente desamueblada. Pero no estaba deshabitada. Haciendo memoria, contando pasos, encendiendo linteras de mano, distinguieron lo que debió ser la sala, y por su cacaraqueo, una Gallina clueca y un Cisne como sus anfitriones. Por último, una voz... que les dijo:

«Los esperaba».

El Abuelo se materializó como si fuese un conjunto de haces de luz, cobrando semejanza humana. Sucesivamente, con el mismo, proceso vieron a su viuda viva y cinco de sus hijos, los alegadamente muertos. Y vieron al Cisne gigantesco y una gallina, agitando las alas a sus anchas, como dándoles la bienvenida.

Y creyendo que eran apariciones infernales se apresuraron todos a huir, casi bricando y aplastándose los unos con los otros. Y no volvieron más.
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Carlos Lopez Dzur