domingo, 13 de diciembre de 2009

Amigos

Se despertó temprano y entreabrió los ojos; pensó en seguir durmiendo pero recordó qué día era y con resignación decidió levantarse.

Un importante acontecimiento lo esperaba. Había citado a sus más grandes amigos en su casa, hacía tiempo que no disfrutaba con ellos –al menos no con todos juntos- y ese día lo haría nuevamente.

Por esas cosas extrañas de la vida y la conducta humana, todos sus amigos estaban peleados unos contra otros: ideologías, creencias, malentendidos, incluso hasta la posición en que debiera plegar las alas una mariposa al volar, habían sido motivos más que suficientes para crear rencillas.

Él por su parte, ajeno a todo, intentaba conciliar las diferentes posturas, sin éxito alguno; chistes, halagos, obsequios –incluso hasta una curandera- no habían podido lograr la paz anhelada.



Y como era lógico el disfrute de los amigos por separado sólo se limitaba a conversaciones quejosas de unos contra otros –sin descontar los celos, que era lo peor.

Por eso aquel día había sido una verdadera hazaña el juntarlos. Obviamente quién puede resistirse al pedido agónico de quién sabe que le quedan unos pocos meses de vida.



Todos llegaron puntualmente y él los hizo pasar al garaje que estaba ambientado como sala de estar. Nadie hablaba con nadie: las miradas recelosas danzaban hacia los costados con la velocidad de la luz y existía un cuidado excesivo para no “rozar el aire” del otro.

Parecían estatuas en las que sólo los ojos se movían y sólo se oía algún que otro carraspeo.

Recién cuando estuvieron todos juntos él pudo sonreírles.

-¡qué gran alegría es ver a todos juntos! me han dado una imagen que llevaré grabada en la retina hasta el final.

Pidió que lo aguardasen unos minutos y se retiró cerrando la puerta con llave ante la mirada atónita y confundida de todos.





Salió de la casa; se subió al auto y manejó unas tres cuadras. Frenó y estacionó a un costado.





Sacó de su bolsillo un aparato cuadrado, pequeño.

Una terrible explosión conmocionó el lugar haciendo estallar vidrios de casas y automóviles.









-¿eran tres meses o tres años para empezar a quedarme pelado? –pensó-

Le daba lo mismo: ese día era feliz.




Liliana Varela
De "Cuentos para no dormir"2009

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