sábado, 31 de octubre de 2009

Los caminos de Juana

De la serie "Aventuras, desventuras"
Los caminos de Juana




Las orejas me ardían y el cuello me quemaba. Cuando mamá me lavaba así yo quedaba la cabeza roja como un fósforo. Hoy me había tocado, claro indicio de una ocasión importante, en la que nosotros -mi hermana mayor y yo- debíamos lucir impecables, “Hoy vamos de visita” fue toda la explicación que nos dio mamá. La camisa, minuciosamente zurcida, tan almidonada que parecá de cemento, se encolumnaba bajo la otra consigna: pobres pero limpios. Debía ser tan importante ―la ocasión, digo― que luego la Juani recibió el mismo tratamiento, lo que dado su edad ―me llevaba dos años― era menos frecuente. Mi hermana no reclamó -apenas un rezongo, de dignidad herida al igualarla con “el Beto que se moja los deditos, se los pasa por la cara y ya está”. Se vengó conmigo, haciéndose cargo de mis crines de carpincho, duramente alineadas con unas cepilladas que me araron el cráneo.

Y ahí estábamos, una madrugada, los tres, en el tren a Córdoba. El vagón casi vacío; los asientos, de listones de madera cubiertos con una manta y encima nosotros, nuestros bolsos y nuestras dudas y temores. “Vamos a ver a la madrina” había anunciado mamá. Teníamos muchos padrinos, todos los que no eran parientes de sangre eran padrinos. A estos de ahora no los conocía. Muchos bolsos. Mi madre había pasado <, zurciendo, almidonando, ropa de chicos.

―Nos van a separar ―me secreteó la Juani, en la reunión de emergencia, escondidos bajo unos arbustos que bordeaban la acequia. Era una tarde le lagartijas asustadas y arena quemante, en ese pueblo norteño, al pie de la cordillera―. Mamá ya no puede con todos nosotros. Los hijos mayores quién sabe por dónde andan, los menores son muy chiquitos y los tienen que cuidar las tías mientras mamá trabaja. Tenemos que hacernos cargo, nosotros.

―¿Y no nos pueden entregar a los dos? ―pregunté, repitiendo la palabra oída en cuchicheos.

―Uno tiene que ayudar en casa.

No volvimos a hablar del tema. Demasiadas las incertidumbres, los temores. Pero ahora este tren nos arrastraba a nuestro destino. Se terminaba nuestra niñez.

§

En la estación nadie nos esperaba. Llegamos a la casa poco antes del mediodía, luego de veinte cuadras por caminos de tierra. Pocas cuadras antes de llegar, con el agua de una acequia, nos limpiamos meticulosamente. Peinados y limpios, nos recibió la madrina, en una casa imponente.

Luego de los saludos la evocación de momentos pasados, la madrina nos reunió en el comedor. Habían otros grandes y unos chicos que después de presentarlos los dejaron irse.

―No podemos recibirle a los dos chicos, Rosario. Está bien que Ud. prefiera no separarlos, sería un golpe para ellos, pero tampoco nosotros podemos hacernos cargo de vestir, alimentar educar a los dos. Uno sólo, trabajando bien, podrá mandarle una ayuda mensual y además tendrá educación escolar, un futuro. Pero no el nene, es muy chiquito todavía. La nena nos vendría bien. Será cuestión de acostumbrarse ―se dirigió a mi hermana y la miro fijamente― Vos, Juanita, ya casi sos una señorita, podés entender ¿no? Una vez por mes te pongo en el tren por el fin de semana, vas a tener piecita, guardapolvo. .. ¿qué te parece?

Aferrada nerviosamente a la pollera de mamá, Juani, los ojos dilatados, asentía, como aprobando adultamente los criterios expuestos.



La reunión siguió. A nosotros nos dejaron salir al jardín. La Juani caminaba de acá para allá, ida y vuelta, angustiada. A mi no me gustaba quedarme sin hermana, pero comprendía que su futuro era incomparablemente más horrible. Sola, sin familia. Yo, en su lugar, me moriría. Juani buscaba desesperadamente una salida. Pero sabía ―yo también sabía― que la única posibilidad dependía de un cambio de decisión de mamá. Y eso era imposible. Ella, acostumbrada a los rigores de la vida, nunca peleaba contra el destino; abrazada a su cuerpo árido, correoso, soportaba en silencio. Y esa era la única enseñanza que nos podía dar: la limpieza y el silencio.

Después, la Juani entró en una inmovilidad que me asustaba. Ya había dejado de rebelarse. No se cuánto tiempo pasamos. De golpe, me dijo “Ya van a venir a buscarnos, a despedirse de mí. Dejame un poquito sola”.

Entré y me senté al lado de mamá, que estaba sola en el comedor, esperando a que nos vinieran a buscar para llevarnos, generosamente, a la estación.

“Prepárense que ya les traemos a la nena para la despedida”, nos dijo alguien. Pero el tiempo pasaba y no la traían. Se oían los gritos de la madrina, gente corriendo.De golpe apareció la madrina, congestionada.

―Se escondió. No puede estar lejos. No conoce nada, de la estación a la casa nada más -Dijo, mirando enojada a mamá que se plantó, inmóvil, en medio de la sala― . Ud. Rosario, no puede hacer nada, no se va a quedar aquí, a discutir mi autoridad. Esta es mi casa y mando yo. Esta chica tiene que aprender a ocupar su lugar. Tome su tren, que este problema es mío, cuando la encuentre le voy a explicar algunas cosas. ―Se quedó esperando un gesto de mamá, un reclamo, algo, este acto de la Juani había afectado su orgullo―. Tome su tren, yo le aviso cuando la encontremos.

Nos llevaron a la estación. El vagón estaba vacío. Mamá subió. Colocó las mantas, los baúles. Siguió subiendo y bajando, sola con los bultos, sin aceptar ayuda de nadie. La última vez compró en un puesto unos pasteles, se despidió y subimos.

¿Qué está haciendo? ¿La va a dejar a la Juani? ¿Y si no la encuentrar? El tren está arrancando, yo me tiro...

― Ni se le ocurra una tontería, mocoso. Si se tira ahora del tren se rompe la cabeza ―me dejó parado, sabe todo lo que está pasando. Entonces por qué...

― Vamos. Deme un pastelito, que sufrir con hambre es demasiado. Y alcánceme uno a mí.

La miré con rencor mientras masticaba el pastel. Ella ni lo probó.



― Ya estamos lejos, no hay peligro. Vamos. Coma algo que debe estar desfalleciendo de hambre ―dijo mientras colocaba el pastelito sobre una servilleta, a su lado en el asiento. Un rato des pués, de entre las mantas asomó una manito que agarró el pastel, después un bracito, después la carita llorosa y feliz de la Juani.

―Ud. es mi hija, no un paquete, que se lo pueda encargar a alguien. Yo no hice este mundo de mierda ni me sobra espalda para cargar con sus penas, pero es mi hija, y aunque esté en el infierno, si me necesita voy a estar a su lado.

Se quedó meditanto. Al rato ”Lo que sí.... -dijo- creo que vamos a tener que ajustar más los gastos.

No volvimos a ver a la madrina, ni se volvió a hablar del tema.


§




Un año después una familia se llevó a la Juani a Buenos Aires.


SD







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Carlos Adalberto Fernández

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