Ayer fui sal, después arena, hoy soy roca, mañana tal ves hielo.
Desde mi fría estructura contemplo el volar de las aves, como
suavemente besan el mar
y se alejan sin dejar huella.
Una gaviota se poso el otro día sobre mi y sentí por vez primera,
algo así como un latir,
como un estremecimiento.
Creo tal ves, que es una sensación, en mi calidad de roca, bastante
inusual.
Cuando la gaviota emprendió el vuelo, nuevamente, le suplique que
volviera.
Me contemplo con asombro.
Yo , una roca, una fría y dura roca, le estaba implorando que se
quedara junto a mi.
No respondió, volteo y comenzó a volar...
Aquella noche, por primera vez sentí la soledad absoluta, la
oscuridad infinita, el frío intenso.
Desee con desesperación que llegara la luz del día...
El amanecer fue lento, cuando el Sol ilumino con sus primeros rayos,
sentí un alivio
inmenso. Pensé por un momento que el día me traería nuevamente a
aquella indiferente gaviota.
Pasaron los días, tantos días que juntos formaban semanas. Y pasaron
tantas semanas, que juntas
formaban meses.
Muchas gaviotas se posaban en mi, permanecían largo tiempo junto a
mi.
Pero yo seguí esperando a esa gaviota indiferente, que fue sorda a
mis suplicas.
Cuando el mar golpeaba en mi sus olas, sentía el dolor mas grande en
toda mi estructura.
No podía comprender como yo estaba sintiendo todo esto. Para mi
estaba vedado sentir, pero sin embargo
sentía...
Cuando ya casi había perdido toda esperanza de volver a la
gaviota; en uno de esos fríos días de
Agosto, por entre las nubes, en un cielo totalmente gris, carente de
Sol, apareció aquella gaviota.
Aquella indiferente, por la cual había esperado durante tanto
tiempo.
Voló directamente hacia mi, y se poso suavemente en mi superficie.
Se acurruco y allí se quedo, estática, mirando indefinidamente, al
horizonte incierto.
En mi interior, sentía como un desmoronamiento, un desprendimiento
de mi materia.
Era algo extraño, una rara sensación , pero yo como roca, poco se de
esas cosas...
De pronto me di cuenta de que mi querida gaviota, estaba herida,
pues sentí su sangre
caliente correr por mi todo. Y la pena profunda y la alegría
completa, me invadieron.
Pena por la gaviotita, alegría por mi. Porque en cierto modo
comenzaba a existir un lazo, algo que nos unía profundamente.
En aquel momento desee con todas mis ansias, convertirme en un
placido lecho de pétalos de rosas.
Suaves pétalos, para anidar a la gaviotita y hacer mas confortable
su estadía en mi.
La tosquedad de mi estructura, no me permitía brindarle la comodidad
que deseaba darle.
Cuando llego la fría noche, senti, que el tembloroso cuerpito
emplumado se acurrucaba, con el fin de atenuar
el frío.
Concentre toda mi energía y trate en lo posible de que la gaviotita
sintiera mi calor.
Transcurrieron aproximadamente dos días, la pobrecita gaviota se
moría inevitablemente.
Al amanecer del tercer día, la gaviota ya no existía. El cuerpecito
caliente, comenzaba a enfriarse, mientras
el Sol mas se encendía.
Y el mar estaba furioso, sus olas chocaban muy fuerte en mi.
Y de pronto una ola gigantesca, me golpeo tan fuerte, que mi
estructura se deshizo en mil pedazos.
Fragmentos de roca molida, confundidos entre la arena y mi propio
dolor.
Yo los veía desde el cielo, cerca de Sol, sobre el mar. Veía los
miles de fragmentos de mi antigua forma de roca...
.....Los veía desde el cielo, con ojos de gaviota...
(Moni)María Isabel
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