Había que darse prisa en organizar el acto de entrega de la Bellota de Oro. El tiempo volaba camino de la fecha electoral y no era cuestión de que los cuatro chavos que había costado la dichosa bellota se fueran al garete.
El mismísimo hijo del señor Alcalde se encontraba desarmado ante el entusiasmo que su progenitor mostraba en defensa de la naturaleza. ¿Habrían tomado conciencia los poderes públicos bermejinos de lo que significaban para el pueblo aquellos parajes, pulmón de media provincia y fuente de alimentación de la colonia porcina más valiosa de los contornos? Sólo don Guido, el contratista de obras, osaba mostrar su profunda y "desinteresada" disconformidad con aquel capricho municipal. ¿Serán capaces esos desgraciados munícipes de olvidar viejos favores y poner freno a mi novísimo proyecto de urbanizar parte del parque natural que rodea el pueblo? Pensó, ¿acaso no hay decenas de miles de árboles por los alrededores? ¿Qué más da borrar del bosque cuarenta o cincuenta hectáreas? Estos y otros interrogantes similares tamborilearon su cabeza durante aquellas fechas.
En mi deseo de que nada quede oculto, diré que, por motivos completamente distintos, también los cerdos de Frasquito mostraban cierto temor ante aquel espíritu festivo que se respiraba en el pueblo. Los inocentes animales sentían un pavor escénico difícil de disimular. ¿Acaso se acercaba una festividad ignorada por ellos? El invierno, y con él el tiempo de la matanza, estaba aún algo lejano, pero esta gente de pueblo es, muchas veces, imprevisible, pensaba el semental de la piara. Y aunque él tenía una cierta garantía de supervivencia, nunca se sabe, cuando cambian las circunstancias, qué caprichos podían merodear por la mente de aquellos aldeanos. El buen marrano ya había visto coqueteando con más de una cochina a un jovenzuelo retozón y mucho se temía que, cuando menos lo esperase, podían pintar bastos para él…
En las fechas previas a la entrega del preciado galardón don Pascual se hizo presente en Villabermeja. Tres días llevaba en el pueblo. Y lo que resultó más alarmante para los cochinos fue su interés por acompañar a Frasquito cada mañana. Largas horas se tiraban los dos, al pie de una encina, departiendo e intercambiando ideas y experiencias.
Aunque el lenguaje humano resulta demasiado enrevesado, y bien sabían aquellos animales de la falsía de muchas de sus palabras, algo pareció indicar a los cerdos más observadores que, en aquel caso, no eran ellos el tema central de las conversaciones. Don Pascual tomaba entre sus manos una y otra vez algunas de las bellotas caídas en el suelo, y después de manosearlas y darles veinte vueltas, clavaba su mirada en el rostro de Frasquito. Éste, como si le hubiesen dado cuerda, correspondía con una larga perorata que dejaba embobado al ínclito profesor.
El último de aquellos días cambió por completo la rutina diaria, Frasquito, ayudado por don Pascual, llenó de bellotas un saco de considerables dimensiones. Luego, más temprano que de costumbre, emprendieron el camino de vuelta a casa. Afortunadamente, al llegar a su pocilga, el amo debió adivinar que los cerdos aún tenían bastante hambre, pues antes de cerrar la puerta vació en un rincón la mayor parte del contenido de aquel saco y, acariciando el lomo de un par de cochinos, salió acompañado de su visitante.
Una hora más tarde, Frasquito, después de ducharse, vestido con el traje de novio, recién afeitado y limpio como el alma de un niño de pecho, se encaminó, acompañado de su esposa, al Salón de Actos del Círculo de Labradores. Allí recibiría la primera Bellota de Oro en reconocimiento a su inmensa labor en pro del medio natural bermejino. Cuando llegó, un latigazo de orgullo le subió desde el estómago tiñendo su rostro de un rojo sólo comparable al que experimentó el día que salió de la escuela por última vez; el día del "sumidero", concretamente.
Allí estaba el señor alcalde, don Pascual, el Presidente del Círculo de Labradores, un cámara de la televisión local, y dos periodistas venidos de la capital para dar testimonio de tan singular acto. El Presidente del Círculo se adelantó a la puerta del salón de actos. Tras el saludo protocolario, acompañados de un sonoro aplauso, ambos subieron al estrado donde esperaban el resto de las personalidades.
Frasquito nunca se había visto en nada igual, sentado en la presidencia de la mesa, rodeado de los prohombres más señeros del pueblo, se sentía como gallina en corral ajeno. Tras la presentación del acto por parte del Secretario del Círculo de Labradores, éste cedió la palabra al señor Presidente de la Comisión Cultural del Medio Ambiente:
-Don Pascual López de la Encina y Pérez del Olivo, Catedrático de Medio Ambiente, ilustre bermejino que, desde este momento, comienza a perfilarse como el próximo adjudicatario de la segunda Bellota de Oro, tiene la palabra -dijo.
-Dignísimas autoridades, queridos paisanos y amigos. Hace muchos años que, por obvios motivos, me vi obligado a abandonar nuestros hermosos e inigualables paisajes bermejinos…
Durante media hora don Pascual estuvo desgranando las bondades y maravillas de Villabermeja y su entorno. Yo, bermejino como el que más, he de confesar que comparto sus palabras una por una; pero le hago gracia, amigo lector, de repetirlas aquí. Visite usted nuestro pueblo cuando tenga a bien y comprobará por sí mismo los múltiples valores que guarda mi patria chica.
Por fin, después de un panegírico dirigido más a la prensa y a la televisión que al público presente, don Pascual entró en el meollo de la cuestión:
-… Y así, podemos afirmar que, gracias a su labor durante años en los montes de nuestra villa, don Francisco Labrador de Isidro, Frasquito para los paisanos y amigos, se ha constituido en paladín y ejemplo de lo que un hombre, un solo hombre, es capaz de hacer en pro del medio natural que nos rodea. Cientos de horas investigué sobre la contaminación hasta concluir la imponderable aportación de los sumideros naturales a la conservación de la madre naturaleza. Mientras, aquí, en Villabermeja, él, él solo, y sin más medios que cuatro herramientas, ha sido capaz de demostrar el acierto de mis investigaciones al implantar en nuestra tierra amada los innumerables sumideros naturales de CO2 que hoy crecen por doquier en los montes que nos rodean.
Aquello fue como un golpe en su bajo vientre. Cuando Frasquito se veía en la cumbre de la fama y, por consiguiente, invitado a mil y una rondas en Casa Blas, de nuevo la palabra maldita hacía acto de presencia. Él, que posiblemente había dado vida a miles de árboles a lo largo de su existencia, él, que pensó ser merecedor de la Bellota de Oro precisamente por su valiosísima defensa del entorno forestal se encontró con un premio concedido por "implantar innumerables sumideros naturales". ¿Aquellas hermosas encinas, envidia de los miles de marranos que cada año pastaban por allí iba a resultar ahora que eran meros "sumideros naturales"?
Aún más, recordando sus tiempos de servicio militar, le vinieron al recuerdo los aromas de las calles de Sevilla en primavera, cuando el azahar se adueña de sus tibias madrugadas penetrando hasta el último rincón de la ciudad. Pues ahora resultaba que aquellos naranjos, esencias de Sevilla desde tiempo inmemorial no eran sino vulgares "sumideros naturales".
Hasta aquí podíamos llegar, pensó. Solemnemente se levantó, tomó en sus manos la dichosa medallita y, acallando el aplauso que en ese momento le dedicaba el respetable púbico asistente, la devolvió dignamente al señor alcalde. Luego abandonó el estrado mientras, con un vozarrón propio de aquellos pulmones que sólo habían respirado en su vida el aire purísimo fabricado por sus mimados "sumideros naturales", se despedía de esta manera:
-Señor don Pascual, por mucho que te empeñes, toda tu vida serás el tonto de Pascualín. A ver si te enteras de una vez de lo que se dice por el pueblo: "cuando el dinero habla, todos callan". Y el dinero de tu padre habló como una cotorra. Lástima que no llegase para "implantarte" un cerebro nuevo, que si no… hasta pensarías. Ah y nada de "implantar sumideros". Este servidor que te habla no es aficionado a meterse en camisa de once varas, como otros que yo me sé, y sólo hace lo que sabe: plantar árboles. ¡¡¡PLANTAR ÁRBOLES!!!
EPÍLOGO
Raudales de palabras altisonantes y una ostentación pública de filantropía son las señas de identidad de una época exhibicionista que se finge magnánima.
(Albert Boadella)
Manuel Cubero
Manolo
1 comentario:
Saludo a Manolo Cubero, por traernos alegrìa a este blog y al foro, abrazos, Julia
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