Había pagado por su crimen; se consideraba ya totalmente libre de culpa y cargo.
¿Qué podían achacarle ahora aquellos que antes lo señalaban con el índice en alto?
Aquellos mismos que se llenaban la boca hablando de los pecados de los demás sin detenerse a pensar en todos los artilugios que debían realizar para ocultar sus propios malos pasos.
¡No importaba ya!
Dijeran lo que dijeran, él se consideraba indiferente a los chismes.
De algo estaba seguro: ya no iría al Purgatorio.
El mismo cura se lo había confirmado aquella mañana al darle la comunión; el mismo sacerdote que lo había encontrado días atrás, totalmente ebrio y orinando el misal.
Liliana Varela 2008
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