Buscaba afanosamente entre los escombros del cuerpo derruido, de la sangre derramada. Levantaba cada trozo de hueso, cada músculo hecho trizas, magullado. En la piel hecha jirones trataba de encontrar los versos escritos, el poema que se quedó trunco o quizás aquel que llenó espacios de ilusiones. Nada parecía haber quedado grabado, tatuado.
De repente sintió en las manos curtidas de tiempo que algo palpitaba, que un pedazo de algo seguía vivo. Un mendrugo de corazón colgaba de dos palabras. Lo tomó con cuidado, limpió las aristas de dolor, de penas, lo acunó y al besarlo en el momento que una lágrima humedecía al pobre corazón sediento, leyó claramente las dos palabras que lo mantuvieron con vida hasta ese instante en que fue encontrado: te amo.
Desde entonces y en recompensa del tiempo vivido en penumbras, no hubo más pesar ni tristeza agobiando al ser que tuvo el hallazgo, de encontrar la verdad que tanto ansiaba.
Migdalia B. Mansilla R.
Fecha: siempre al conseguir una razón para seguir creyendo.
Diciembre 15 de 2006
Migdalia B. Mansilla R.
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