jueves, 20 de septiembre de 2007

Entre el cielo y el suelo (Parte 4)

AUTOR: Malcom Peñaranda





No tuvimos que decidir. Antonio, más conocido como “Horny Tony”, italiano residente en Miami, nos besó en la mejilla y acto seguido nos mordisqueó el lóbulo de la oreja izquierda al tiempo que nos susurraba “this is a warm swingers’ welcome”, como para que no fuésemos a protestar o hacer repulsa. Nos hizo servir un coctel azuloso que según él, contenía “Atinka”, un poderosísimo vigorizante sudamericano. Y vaya que lo conocía yo. Si en Colombia lo utilizaban para potenciar los caballos en época de apareamiento y para “calentar” mujeres indecisas en fiestas universitarias. Era el Viagra del siglo XX, aunque nunca supe si su orígen era de una planta o de un químico. Mis amigos gringos bebieron con duda, imaginando que los estaban drogando. Yo les aclaré que no tenía efectos narcóticos conocidos, solo una cachondez imparable. Luego nos aclararon las reglas de la fiesta y nos descifraron el misterio de los lazos azules y morados, que hasta entonces no habíamos notado. Los azules eran para UNRESTRICTED VOYEURS y los morados para miembros fundadores del club, aquellos que tenían los mayores privilegios. Y lo mejor de todo: podíamos ascender de sepia a azul solo por compartir un talento o saber específico!

“Sabemos que tienes varios, Malcolm”, me dijo Tony en un inglés incipiente. Pensaba que nuestra asistencia era incógnita o por lo menos que nadie sabría nuestros nombres. De inmediato todos los asistentes me saludaron como si estuviera en una reunión de AA. “Y ustedes, Jeff y Danny?”, le preguntó a mis compañeros solteros. “Pues yo soy médico”, se apresuró a contestar Danny. “Ginecólogo?”, preguntaron algunas mujeres entusiasmadas. “No, dermatólogo”, contestó él un tanto desinflado. “Yo soy arquitecto, pero sé hacer masajes eróticos”, contestó Jeff. El murmullo y las risillas de la audiencia le dieron su aprobación. Jeffrey y yo fuimos conducidos hasta el centro de la enorme sala. Calculo que había entre 100 y 200 swingers. Y oh sorpresa! Entre ellos el arzobispo de Bogotá, tres miembros del poderosisimo grupo empresarial Sindicato Antioqueño, el más grande de mi ciudad. A todos los había visto en los medios, pero a ninguno en persona. Me molestó un poco ver allí al obispo, pues era el supuesto adalid de la moral en la sociedad colombiana. Vaya pedazo de hipócrita. Y pensar que semanas antes había salido en los medios hablando en contra del aborto, la promiscuidad sexual y el movimiento “chastity international”. No obstante, allí estaba muy sonriente agarrando la mano de su novio cubano. En su marcado Spanglish le traducía al arzobispo todo lo que hablábamos.

Recuperándome de mi sorpresa les pregunté qué era lo que querían que les compartiera. “Tus conocimientos de sexualidad oriental, sobre todo los de inyaculación”, contestó uno de los que tenían cordón morado. Y quién les había contado eso? Nunca lo supe. Accedí a hacerlo porque el cordón azul me llamaba a gritos. Aunque ni remotamente imaginé que me tocaría ejercer de profesor en una fiesta swinger. Luego de socializar un poco nos condujeron a unas habitaciones a las que nos seguían grupos de parejas. Parecía un congreso profesional. Cada habitación tenía un cartel elaborado con cartulina y marcador. El de la puerta que transpasé leía “KNOW-HOW”. No todos los asistentes a la fiesta entraron allí, solo las parejas heterosexuales. Durante más de una hora les expliqué lo que recordaba y les enseñé algunas técnicas para propiciar sexualidad tántrica. Eran decentes y respetuosos, incluso para hacer las preguntas. Nada tímidos, pero tampoco guachafos. Al quitarse las togas, lo hacían despacio, como queriendo mostrarme sus cuerpos. No había una sola pareja de feos, ni siquiera gente con cuerpos con sobrepeso. O ejercitaban mucho o tenían muy buen cirujano. Pasado el tiempo, y cuando se encontraban más entusiasmados con el taller, sonó una campana metálica que retumbaba por toda la casa. “Hora de los iniciados”, gritaba Tony desde la sala. A uno de los empresarios que identifiqué y a su esposa, al igual que a Jeff y a mí, nos llevaron a otros espacios de la casa, más amplios que las habitaciones. A mí me tocó en un semi-sótano contiguo a la cocina, pero no pude adivinar a qué espacio de una casa normal correspondería. Una vez entraron todos mis “iniciadores”, me arrancaron la toga y me acostaron en una mesa rectangular en la que me ataron y me vendaron. Uno por uno de los asistentes me empezaron a rondar y me susurraron cosas excitantes en varios idiomas. Luego me tocaban, exploraban, pellizcaban, lamían, besaban y mordían. Todo sucedía tan rápido que no alcanzaba a determinar si eran labios masculinos o femeninos. Delicioso misterio que erotizaba mi piel al extremo. Mi cuerpo se volvió un volcán incontrolable y no sé si decirles si tuve una experiencia sexual grupal o la tuvieron conmigo. No fui violado pero sí aprovechado. No obligué a nadie ni me obligaron. Me volví el “plat du jour” y agradecía no ser un “bocato de cardinale” con arzobispo a bordo. No hubo penetración ni riesgos de ninguna naturaleza. La erupción volcánica quedó evidenciada en un condón que no supe en qué momento me pusieron. “Iniciado”, qué agradable y fascinante sonaba entonces aquella palabra. Al igual que me habían desvestido, me vistieron, me limpiaron y me quitaron la venda de los ojos. De mi cintura colgaba ya el cordón azul. Carpe Diem. Me sentía como un muchacho de pueblo graduándose de la secundaria. Como ascendiendo de mensajero a gerente.

Seguidamente, me llevaron a hacer el tour por las habitaciones donde ya todos estaban dedicados a lo suyo. Tenían luz tenue y un burladero acordonado en el que ubicaban los mirones de cordón sepia. Algunos cuartos tenían letreros muy particulares: “S&M” (sadomasoquistas), “QUEER AND WEIRD” (homosexuales con tendencias raras), “FUCK MY WIFE” (para aquellos que compartían a sus esposas), “THE FARM” (donde había animales) y “THE DARK ROOM” (un cuarto oscuro donde pasaba lo mejor, como en las discotecas de Ibiza). Había más de diez cuartos, pero los otros eran más comunes y mundanos, con strippers, jugueticos y toda clase de diversiones que igual se podían encontrar en los sitios de Collins Avenue o en Homestead. En el de “BI-CURIOUS” (curiosidad por la bisexualidad) encontré a dos de los poderosos empresarios, y los saludé por su nombre de pila, tan solo para disfrutar la expresión de terror en sus rostros. No los conocía, pero les hice creer con aquel saludo que era algun conocido del pasado. Vini, vidi, vinci. Gocé y curioseé varios ambientes. No había soportado durante tres horas la charla hueca de una TTT para ir allí de mirón pasivo. Amanecía en Miami cuando volvimos al muelle, extasiados, algo ebrios y descremados.

Fuimos al apartamento de Jack y Kate sólo para bañarnos y desayunar. Ninguno de nosotros quería dormir. Yo en especial, no podía hacerlo porque mi vuelo salía a las once. Tratamos de procesar todas aquellas experiencias a través de una charla abierta y amigable. Nos conocíamos de varios años atrás, pero solo aquella noche nos habíamos conocido real y plenamente. Llegamos al aeropuerto apenas minutos antes de cerrar el vuelo. Afortunadamente era un vuelo nacional y todavía no había ocurrido lo del 9-11. Abordé un incómodo Boeing 737 de US Airways que me llevó a Charlotte, una ciudad pequeña de las Carolinas, creo que North Carolina, que le servía de “hub” a la aerolínea. Allí debía esperar tres horas para abordar luego otro avión a Seattle. Nueve horas de viaje en total, incluyendo las tres horas de escala. Camino a Charlotte, recordé cada minuto de aquella noche y tenía una sonrisa de satisfacción tan grande en el rostro que no me la habría borrado nadie ni aunque me hubiese hecho engullir todo un frasco de picante mexicano…

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