jueves, 20 de septiembre de 2007

EL TÍO CÁNDIDO

Manuel Cubero

Seguro de que lo conocéis en alguna versión parecida. Es un cuento de nuestra tradición oral que le recogí a un "compañero de taberna", jubilado de la Sierra de Cádiz, mientras dábamos cuenta de una buena ración de panceta (eso que algunos llaman "bacon"): "Se lo cuento como me lo contó mi abuela allá por los años de Maricastaña -me dijo- y a ella se lo contó la suya y a ésta...".
Y así hasta que comezó...
Manolo
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EL TÍO CÁNDIDO
(Cuento de tradición popular recogido en la sierra gaditana)
Érase una vez un hombre al que todos los vecinos del pueblo conocían como el Tío Cándido. El Tío Cándido, que tenía una buena posición económica, era un hombre generoso, caritativo y amable con toda la vecindad.
Como había heredado de su padre unas hectáreas de olivar y una casita en el pueblo y, aunque estaba casado, no tenía hijos, vivía desahogadamente y sin apuros de tipo alguno.
Con la buena vida que se daba se había puesto muy gordo. Muchas tardes, solía ir a ver su olivar en un hermoso burro, pero como el Tío Cándido era tan bueno, pensaba que pesaba muchísimo, y decidió no fatigar demasiado al burro. De esta manera, además de hacer ejercicio para no engordar más, había tomado la costumbre de ir a pie parte del camino llevando al burro cogido del cabestro.
Una tarde, unos estudiantes lo vieron pasar en aquel estado cuando iba de vuelta para el pueblo ensimismado en sus pensamientos. Uno de ellos, que lo conocía de vista y sabía de su bondad, informó de ello a sus compañeros y los incitó a gastarle una broma.
El más travieso de ellos imaginó que lo mejor y más provechoso sería quitarle el burro. Se pusieron de acuerdo y éste, destacado por su frescura y desvergüenza, se acercó muy despacio, soltó al animal, se colocó en el cuello la jáquima del burro y siguió su camino detrás del Tío Cándido. Los otros se alejaron con el burro y, cuando habían desaparecido entre los árboles de un bosquecillo, el que se había quedado tiró del cabestro suavemente. Entonces el tío Cándido se volvió y se quedó pasmado al ver que, en lugar del burro, llevaba un estudiante sujeto por el cabestro.
-Alabado sea Dios Todopoderoso –exclamó el estudiante dando un profundo suspiro.
-Sea por siempre bendito y alabado –respondió, sorprendido, el Tío Cándido.
-Perdone usted, Tío Cándido. Antes de que me dé una merecida paliza por mi mutación, permítame que le cuente mi vida. Yo era un estudiante pendenciero, jugador y muy desaplicado. No adelantaba nada. Y mi padre, enojadísimo, me maldijo diciendo: "eres un asno y debieras convertirte en asno".
"Dicho y hecho. No bien hubo pronunciado aquella tremenda maldición, me puse a cuatro patas mientras veía cómo me brotaba un rabo y me crecían las orejas hasta verme en la figura que usted conoce. Cuatro años he vivido en forma de asno y, en este mismo momento, gracias a usted, acabo de recobrar mi figura y condición de hombre".
El Tío Cándido se quedó asombrado, le pidió perdón por el daño que le había podido hacer en aquellos años y le dijo que se podía ir.
El estudiante rompió a llorar agradecido y se despidió del Tío Cándido antes de salir del lugar a todo correr.
Satisfecho el Tío Cándido por su buena obra, se volvió a casa. Al llegar a ella no dijo nada de lo que le había ocurrido a su esposa, pues el estudiante le había dicho que si contaba la verdad de lo que había acontecido, de nuevo tomaría forma de burro.
Pasó algún tiempo y, cuando llegaron las fechas de la feria de ganado, pensó que era el momento de adquirir un nuevo compañero de paseos. Para ello se dirigió al lugar donde un gitano ofrecía algunos de los borricos de mejor presencia del entorno, según le había dicho un amigo. Allí, para sorpresa suya, estaba su burro.
"Sin duda -pensó- este muchacho ha vuelto a sus antiguas travesuras hasta merecer, de nuevo, el mismo castigo de la otra vez".
Luego, acercándose al burro, le dijo en la oreja:
-Quien no te conozca, que te compre.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Manolo



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