Cuento corto.
Julio H. Nemesio
Eran las 23 hs de un día de semana. El celular estaba cargado. Tiene crédito.
En la billetera hay $200 y una tarjeta de crédito con todo el límite disponible. $1000. No es mucho pero tampoco es poco.
Mario Andrés se miró por quichicienta vez en el espejo. Estaba bien. Se veía saludable, contento, quizás algo ansioso.
Caminó hasta su cama. El jean nuevo, medias nuevas, sus mejores zapatos negros, su chomba colorada favorita, slip negro con toque de lycra. Al lado en la mesa de luz, un POLO pequeño recién comprado. Al lado sus gafas, las de salir. En el cajón de la mesa de luz todo lo otro q pudiera necesitar.
Solo debía sonar su celular. Estaba listo.
Desnudo como estaba esa noche tórrida de enero, se fue hasta la cocina del pequeño dos ambientes. Si bien pequeño, adecuado para un solo ocupante. Buscó la pava, la llenó con agua del calefón para apurar el trámite. La dejó en un costado y prendió la hornalla delantera derecha con su encendedor Zippo plateado brillante espejado que había olvidado en la cocina. Puso la pava en el fuego bajo. Le gustaba que el agua fuera subiendo de temperatura lentamente. Se le antojaba que el mate tendría mejor sabor.
Buscó su mate de palo santo. La bombilla. Puso su combinación de yerbas preferidas: 2/3 de la tranquera y 1/3 de la cumbrecita. Colocó la bombilla. Puso un chorrito de agua tibia en el mate.
Buscó con la vista el termo. Lo tomó, destapó y vació su contenido. Abrió el edulcorante líquido sin sacarina y le puso tres pequeños y precisos chorritos dentro del termo. Dejó el termo al lado del mate y guardó el edulcorante.
Miró al agua de la pava buscando algún movimiento en el agua.
Esperó.
El agua hizo un leve movimiento, una burbuja solitaria cruzó la inmensidad de la pava. Un ruido apenas audible salió de la pava entre el suave y siseante sonido de la hornalla. Tomó la agarradera con forma de cerdita piggy para no quemarse y trasbasó el contenido de la pava al termo.
Con el termo sin tapar completó un primer mate...
Volvio a llenar el termo con el resto del agua de la pava y puso el tapón al termo.
Se fue al comedor.
Se sentó delante de su pantalla de 29 en su sillón favorito estilo inglés. Respaldo alto. Se había olvidado el celular.
Lo buscó y dejo en la mesita donde habitualmente ubicaba su vaso con una medida de Jack Daniels después de cenar para mirar alguna pelicula, seguramente repetida.
Tomó el primer mate, cebó un segundo, dejo el termo nuevamente en la mesita y prendió la televisión.
Duro de matar II. Escena donde está en el avión del jefe guerrillero. Tiran las grandas dentro. Se salva de milagro. El paracaídas le cae encima y busca como salir...
Where is the fucking door?... dice Bruce Willis con su clásico y repetido estilo.
Mario rió por millonésima vez con el chiste.
La peliculá siguió y los mates siguieron llegando.
Cuando la película terminó, miro al celular. Seguía mudo. Seguía teniendo señal. Seguía teniendo crédito.
Fue a abrir la heladera. Sacó el jamón y medio tomate que le quedaba.
Buscó el pan árabe y un cuchillo. Cortó prolijas rodajas de tomate sobre una pequeña tablita de madera para tal fin. Ninguna mayor a 5 mm de grosor. Sonrió.
Abrió el pan, colocó tres rodajas de tomate, y tres gruesas fetas de jamón del verdadero plegadas en dos. Tapó con la otra rodaja del pan y observó satisfecho. Usando la tablita como plato llevó el emparedado hacia el televisor. Obviamente había quitado los restos del tomate de la tablilla. No deseaba mojar el piso con el jugo del tomate maduro.
Bloqueó un pensamiento.
Bloqueó un segundo pensamiento.
Miró el reloj.
Se sentó a disfrutar del emparedado favorito. Lo fue bajando con mate. Mientras miraba Cinecanal. No sabía que darían a continuación.
Volvió a mirar al celular. Nuevamente bloqueó un pensamiento.
Armaggedon.
Una noche con Bruce Willis. Pensó.
El libro de las revelaciones. Pensó.
Dios Vs. Satán. Pensó.
Sonó el celular. No era una llamada. Era un mensaje de texto. La espera había terminado.
Lo abrió, pulsó las teclas correspondientes. Estaba ansioso y nervioso, era el mensaje esperado, deseado.
Cerró el celular. Lo depositó suavemente sobre la mesita. Y caminó hasta su dormitorio.
Se vistió lentamente. Bien prolijo. Se peinó y puso unas gotas del caro perfume en su rostro.
Buscó en el cajón el resto de elementos que necesitaba.
Se colocó su reloj, imitación Omega Seamaster. Exelente reloj si bien no original. No podía costear el auténtico.
Se puso su cadena de plata, con su crucifijo en forma de maderos.
Se miró al espejo de la puerta del placard.
Estaba perfecto.
Casi olvidaba el último elemento.
Se volvió a mirar en el espejo. Pensó que Armageddon era una película muy tonta. Pero entretenida. Pensó nuevamente en el mensaje del celular. Ella le había mandado el mensaje. Pero bueno. No podría verla. Cambio de planes.
Seguiré con mi vida. Pensó.
El disparo resonó en la habitación.
El arma cayó de su mano.
El cayó hacia atrás. La sangre había manchado incluso el techo.
Meticuloso como siempre había sido, había puesto el caño del Magnum en su boca. No quería sufrir.
El celular volvió a sonar.
Un segundo mensaje de texto rezaba...
"el anterior equivocado. no era para vos. yo tambien te amo. salgo para aya"
El primer mensaje decía:
"harta de vos. no me invadas. no me sofoques. matate"
El la amaba... y solo supo seguir con su vida, obedeciendo a la que él ama.
Por mas que ella le perteneciera a otro. Hasta donde él sabía.
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Julio H. Nemesio
S.S.S.
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