jueves, 20 de septiembre de 2007

Caminos extraños

Migdalia B. Mansilla R.
lomejordemuestrario

Amanecía, el sol asomaba por las rendijas de las ventanas y las puertas. El sonido del amanecer inundaba el espacio, llegaba a sus oídos desperezando su cuerpo en los bostezos y estiramientos de cada mañana en la consciencia del cuerpo que se siente vivo, despertando a la rutina agitada después del reposo , del dormir profundo, el que es, como una especie de muerte a la que todos los días nos rendimos como un entrenamiento al que Dios nos somete, para ir acostumbrándonos al dormir eterno.

Abría lentamente sus ojos volvía de la nada o de los sueños que grabados quedaron en ese limbo de la memoria que a veces se afinca apareciendo en el yo consciente y otras veces, en la memoria que se pierde y no sabemos, si lo que apenas recordamos es real o una trampa del destino. Es como no saber si se vivió o se regresa del mañana en recuerdos de lo que ya vivimos. Reflexionaba tantas cosas en el momento de despabilarse, sus pupilas se acomodaban lentamente a la luz que ya comenzaba a cegar, adaptándose a ella y saboreando en su boca el amargo gusto que paradójicamente da el despertar.

Se decía: un día más, otras horas en este tiempo para sobrevivir, para seguir en la rutina, buscar el sustento, abrigarme o para encontrar la sombra que me proteja del sol o del calor. Un día más para ser en esta tierra a la que fui expulsada sin manual debajo del brazo, que me indicara la manera de cómo se vive entre los vivos. Estoy aquí, donde he tenido que rasgar los espacios donde me ha tocado estar, donde he sido una más o una menos, dependiendo de los otros y de mí misma en este pasar la vida queriendo dejar huellas y sin embargo, al mirar atrás, algunas de ellas se van borrando por el viento que pasa o por la carrera emprendida que sólo rastros deja, en los surcos que se hicieron en la vida en quienes he querido ser, el amor, el hogar.

Salió de sus reflexiones, tomó un baño largo, tenía tiempo, dejó que el agua que rodaba por su cuerpo tonificara sus músculos y despejara su mente , hoy particularmente sumida en la nostalgia y la tristeza de la soledad que ronda en ella desde hacía más de un año... ¡Un año, ya!, parecía mentira, un chiste de la vida, una mueca del destino...¡un año!
La espuma del jabón recorriendo su cuerpo le trajo en tropel todos los recuerdos...

- ¡Mi amor, dónde está el pantalón gris de este traje!, le gritaba Gerardo desde el "vestiaire" de la habitación, ¡no lo consigo!-
Natalia con una sonrisa luminosa en los labios que en la noche habían sido bebidos en los besos de la pasión al hacer el amor, salía del baño, apenas secándose, destilando agua para poner al frente de Gerardo el pantalón que estaba a la vista en el perchero colgado y que éste en su distracción habitual, no encontraba.

Eran días felices, días llenos de todas las pequeñas cosas del diario vivir y que hacían de ellos la pareja en complemento perfecto. Compartían tantas cosas, tantos gustos en común, tantas fantasías que cada uno tenía y que al encontrarse parecía que al fín se harían realidad.

Gerardo, un hombre maduro, comenzando la década de los cincuenta, con una experiencia corrida de la vida. Divorciado tres hijos, tres nietos, estabilidad económica , un trabajo que adoraba, un futuro entre las manos y lo que le parecía más grande aún, haber encontrado al borde de sus años otoñales a la mujer que siempre soñó encontrar.

Natalia, una profesional del Derecho, abogada de todas las causas, contestataria, rebelde, incisiva, pero amorosa y leal con sus afectos. Soltera, de 36 años, sin hijos. Venía de una relación de pareja de años que nunca se concretó en matrimonio, tenían la misma profesión y a fuerza de competencia se fueron agriando los tiempos de estar juntos y terminaron en constantes conflictos. Nunca se plantearon el tener hijos, estaban conscientes de que no eran los padres ideales para ningún niño.

Gerardo llegó a la vida de Natalia de una manera extraña, de una forma poco común. Buscaba a un abogado que se hiciera cargo de los trámites de su divorcio, un divorcio que a todas luces era difícil y largo por todo lo invertido en bienes materiales en los años que estuvieron casados y por los hijos que a pesar de tener ya sus propias vidas, no aceptaban la separación de sus padres oponiéndose tenazmente a ello.

Ninguno de sus amigos se quería hacer cargo del caso, no querían involucrarse y tener que tomar partido por alguno de los dos.
Al salir Gerardo del bufete de uno de ellos, tropezó en la salida con una mujer, tenía los ojos negros como el azabache, cabellos cortos peinados al descuido, más bien robusta, nada delgada como una modelo, no, sin ser obesa una mujer grande y de hacerse sentir a su paso. Tenía un rostro agradable y sin ser una mujer hermosa se podía decir que era una mujer bonita. Al tropezar con ella, saltaron al piso papeles y carpetas que ella llevaba. Al excusarse y comenzar a ayudarla a recoger todo lo esparcido, leyó al descuido el membrete de una de las carpetas: Natalia Sánchez Ugarte, Licenciada en Leyes.
Después de recoger los papeles y pedir disculpas, la invitó a tomar un café, invitación que ella sin saber por qué, aceptó, al mirar al hombre que casi la tumba, algo en ella se encendió dejando paso a su instinto. Gerardo, mientras se presentaba, pedía disculpas. Tomaban en la cafetería del edificio el café ofrecido, cuando Gerardo sin pensarlo mucho, le pidió de una vez se hiciera cargo de la tramitación de su divorcio. Natalia sin saber por qué , ya que era recelosa de muchas cosas, aceptó representarlo.

Comenzó de esa manera la historia de amor que los envolvió en el tiempo que siguieron juntos.

Gerardo se divorció y se fue a vivir con Natalia, los primeros meses fueron realmente maravillosos, se compenetraron a tal punto que sentían no podían vivir el uno sin el otro.

Ella, nunca preguntaba nada, confiaba plenamente en Gerardo, quien por razones de su trabajo,-era arquitecto-, viajaba con regularidad por el país y fuera de él. Siempre llegaban esos momentos de viaje, cuando Natalia estaba a punto de litigar algún caso o le era imposible acompañarlo.
Un día, después del regreso de uno de sus viajes notó que Gerardo volvió más tarde de lo pautado, días después. Lo sintió extraño , como sumido en una tristeza o en una reflexión constante, por más que le inquiría Natalia le dijera qué pasaba, siempre obtenía la misma respuesta, -nada, mi amor, el trabajo, ya sabes, ¡ah, y los chicos que me llamaron y Gerardito que se encuentra con gripe y ya conoces esas cosas que siempre pasan-

Así por días, pero Natalia supo que ya nunca más fue el mismo, era como imperceptible, pero ella lo presentía en su piel y en los sonidos de su voz.

Una mañana, cuando Gerardo había salido para su trabajo, Natalia, recibió una llamada telefónica que le cambió la vida...

-Aló, buenos días, por favor, ¿ me comunica con el arquitecto Gerardo Landiz?-
escuchó Natalia al otro lado de la línea telefónica,

- ¿quién lo llama?, él no se encuentra, ya salió para su trabajo-

-Disculpe, soy su esposa Elena y me urge hablar con él-

-¿Su esposa?- casi gritó Natalia

-¡Sí, su esposa!, y usted es... ¿la señora encargada de la limpieza?-
le inquirió Elena, Natalia no salía de su estupor, ¡las palabras de Elena!, la palabra:¡esposa! retumbaba sin cesar en su cerebro, como un eco volvía y volvía a escucharla.
¡Su esposa!, colgó sin responder, no podía hablar, el asombro la había enmudecido. Todo lo que era luz se volvió gris, su corazón comenzó a latir con fuerza y no atinaba a ordenar sus ideas debidamente.
¡Su esposa!, eso explicaba su comportamiento extraño desde hacía mucho tiempo , los momentos de distracción cada vez más frecuentes, las conversaciones telefónicas en voz baja, siempre desde su celular y cuando ella llegaba notaba que cortaba abruptamente la llamada, tartamudeaba sin darse cuenta, hablando atropelladamente.
Ahora todo tenía una explicación.

Lo esperó, no pudo salir, se sentó en el sofá de la sala con una jarra de chocolate caliente, no sabía por qué, pero cada vez que algo la sacudía o le pasaba emocionalmente, tomaba chocolate.

Gerardo llegó una hora antes de lo previsto, no se dio cuenta que ella estaba sentada en la sala, lo siguió con sigilo y lo encontró en la habitación preparando valijas y hablando por teléfono.

-¿Te vas de viaje? No me lo habías dicho-, le dijo Natalia y éste tratando de mantener firme la voz, sólo atinaba a decir: -déjame que te explique, la construcción del complejo comercial en Caracas ha presentado un problema y debo irme con urgencia-.

Natalia, mirándolo fijamente recordaba las veces que de improviso últimamente había salido de la casa. Recordaba la mirada perdida y la sensación tantas veces sentida de saber ella que estaba hablando sólo para ella misma, porque Gerardo no estaba en alma allí.

Respiró profundo y tocándolo por un brazo para acaparar su atención le dijo pausadamente: -hazme un favor Gerardo, llévate todas tus cosas, llévate: tu ropa, tus papeles, tu pc, todo lo que es tuyo y llévate además lo que me diste diciéndome que yo era el amor de tu vida, el único y verdadero amor.
Llévate todo lo que trajiste, deja el amor que te ofrecí y te di por entero, deja guindado en el perchero las ilusiones que en mí forjaste, vete de esta casa y vete de mi vida-

Gerardo saliendo de un asombro anunciado, le dijo que no sabía por qué estaba diciendo eso, que él no quería irse para siempre, que sólo era un viaje de trabajo, que no fuera tontica, que por qué le decía eso, que si no sabía que la amaba por encima de todo.
Natalia, se volvió lentamente, lo miró inexpresiva y una sola frase salió de sus labios: - Elena llamó-

Gerardo, empacó todas sus cosas y sin decir una palabra se fue, sabiendo que ya era para siempre.

Natalia terminó de bañarse, se vistió y salió de la casa caminando lentamente hasta el sitio de su trabajo, calles más abajo de su casa. El frío de la mañana apenas se disipaba y el aroma de las montañas llegaba suave a la ciudad enclavada entre ellas. Al llegar, al edificio donde tenía su bufete, un hombre sale casi corriendo, mirando hacia atrás y tropieza con ella, desparramándose en la acera, todos los manuscritos del portafolio que se abrió con el impacto de la caída al piso.
-¡Perdone usted!, por favor discúlpeme, permítame recoger todo esto,
me presento, mi nombre es Carlos Luis Fontana, soy Ingeniero y...-

Natalia como si el tiempo no hubiera pasado y no hubiera vivido una historia similar, sonrió, se quedó escuchando y esperando la invitación al café que tomaron después.

Cosa rara la vida, ¡cosa rara!, como nos repite historias, que creímos vencidas, en caminos extraños.


Migdalia B. Mansilla R.
Octubre 21 de 2003

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