jueves, 20 de septiembre de 2007

CUENTO UNO

julio hector nemesio


El punto de vista hacía rememorar una versión liliputiense del Río Paraná. Un culebroso hilo de agua que nacía caprichosamente, quién sabe donde detrás del lavamanos, bajaba por sobre las cerámicas inglesas verdiazules, hasta llegar a la desembocadura mosaico francés, donde luego de un viraje de noventa grados se transformaba en un diminuto delta que terminaba abruptamente en una gloriosa aunque milimétrica cascada, en la rejilla del baño de Sr. Pérez Cornejo.



Así como el Sr. Pérez Cornejo poseía un lujoso baño, además era dueño de un resto de casa acorde al primero.

Es notable como en algunas personas el diazepam es menos efectivo que una colección de objetos pagados con camiones de efectivo, o en su defecto una espaciosa casa con el suficiente, nunca suficiente en realidad, espacio donde acomodar esos "efectivos" objetos de lujo o bien de alta tecnología. Como muestra basta un botón, decían antaño, el glamoroso sofá de tres cuerpos de diseño exclusivo y forrado enteramente en fino paño italiano, tratado con exóticos químicos de última generación que aseguran su limpieza y mantiene los colores más vivos y brillantes, hacen que la irrisoria suma de diecisietemil dólares americanos hayan sido claramente una bicoca. Y no olvidar su diseño exclusivo fue un mandato, del vendedor jamaiquino, que la Señora Pérez Cornejo cumplió a pie juntillas. Las caras de asombro de las visitas cuando la Sra. Pérez Cornejo hablaba de las bondades del sofá, de lo exclusivo que era y de lo irrisorio de los diecisiete grandes que habían abonado por él, eran un placer que sentía aunque no reconocía como tal. Si ella se hubiera siquiera sospechado en una actitud de esa clase, lo primero que hubiera hecho era confesarse con el Cardenal Angelotti. También cabe aclarar que el Cardenal era el confesor exclusivo de ella y guía espiritual de la familia Pérez Cornejo.

Bueno, en realidad lo relevante fue que el Sr. Pérez Cornejo se hallaba en el baño de referencia, en posición fetal, sudando, temblando y mirando con ojos vidriosos la pequeña versión privada (exclusiva.. . ¿quizás?, je je) del Paraná hogareño. El hallarse en esa posición, un tanto fuera de lugar para un hombre de su clase, entre el bidet y el inodoro no parecía incomodarlo mientras recordaba la llamada. El motivo de la aparente incomodidad fue su jefe, o mejor dicho su ex – jefe de facto, ya que en cierto modo sentía que le habían despedido de su trabajo. Su jefe o ex – jefe lo había llamado y con esa llamada supo que lo sabía todo. Y supo que sabía por el natural desdén en sus palabras cuando le contestó las cifras del saldo en la cuenta caimanesa.

Al llegar a su hogar, bruto country en pilar, llamó a su respaldo y este le contestó que en menos de dos horas estaría ahí, y como pudo le informó que en menos de dos hora ya habrían llegados sus ex – empleadores. Colgó. Y se produjo en ese instante de colgar una simultaneidad que le golpeó como un relámpago en su sistema nervioso. El teléfono volvió a sonar, y la voz tranquilizadora de su respaldo ya no se le antojaba tranquilizadora, es mas le pareció vaga, lejana y, si se quiere, irónica. La voz del jefe (ex – jefe) siseó en el tubo. Se había esguinzado su abogado y no podía jugar el partido habitual de dobles con él, y esto era realmente grave, y que la caja de Jhonny Walker etiqueta Azul estaba en juego, su honor también, bla, bla, bla. Y que, diciéndolo como al descuido, su asistente personal llegaría a la brevedad a buscarlo.

Lo que él escuchó fue una voz clara y jovial que le respondía a su jefe (¿ex – jefe?) dándole por segura su participación y que solo le pedía tiempo para una rápida ducha y cambiarse de ropa. También vio una mano firme y graciosa que colgaba el tubo telefónico.

Dado que el Sr. Pérez Cornejo nunca había sido un hombre de acción, y dado que lo más emocionante que hacía era engañar a su esposa con la mujer del amante de ella (que por supuesto todos fingían ignorar, por lo que se invitaban, muy educados todos, frecuentemente a sus casas), necesitó algunas dosis (repetidas y copiosas) del aceptable doce años que él bebía y que procedió a sudar, cómodo, apoltronado sobre su exclusivo sofá.

El ruido que percibió le explotó en su alcoholizado cerebro, pero no supo si lo había efectivamente percibido o tan solo imaginado, pero real o no logró tres cosas: tensarse aún más que antes, comenzar a sudar nuevamente y orinar el fino paño italiano (cumpliendo sin saberlo la anhelada fantasía de una amiga de bridge de su mujer). Reptando, trastabillando, arrastrándose o como fuera se desplazó lo más rápido que pudo apagando todas las luces interiores y exteriores de la casa en su incoordinado paso. Entró al baño principal del primer piso, dejó la luz del botiquín prendida, vomitó en la bañadera y cayó en posición fetal entre el bidet y el inodoro.

La inasible y pastosa nebulosa mental que precede a la vigilia pos – alcohólica varía de manera proporcional a la cantidad del líquido ingerido e inversamente proporcional a la calidad del mismo, le habían dicho innumerables veces. Falso. Falso lo de inversamente proporcional. Bandadas de locomotoras desenfrenadas y al galope surcaban su macerado cerebro. Pero en relación con lo bebido y a la circunstancia podría decirse, muy audazmente, que el despertar del Sr. Pérez Cornejo fue suave, sin tomar en consideración el brutal dolor de cabeza, y la desorientació n espaciotemporal.

Se levantó extrañado de tan patético lugar donde se había encontrado a sí mismo, se miró al espejo, y recordó. Si bien todavía no se ha estudiado suficientemente a fondo los mecanismos de la memoria, está ampliamente registrado que estos pueden ser tan vívidos como lo real. Y el Sr. Pérez Cornejo lo experimentó en ese momento. Una gota de sudor se descolgó de una ceja y se estrelló en la brillante bacha esmaltada. Cuando volvió su mirada al espejo había un rostro ahí que no conocía. Aunque supo cual era el nombre. Él había visto antes ese rostro en muchas personas que habían defraudado a su ex – jefe. Personas que sabían que iban a morir.



Trató desesperadamente de reconectarse con su inteligencia, y recordó que sus tres hijos varones estaban con su abuelo materno en la estancia. Sabía que su mujer se hallaba en el spa reponiéndose de su último desliz con los batidos de ananá, hielo, Jack Daniels y anfetaminas. Pudo sonreír a fuerza de imaginar al Cardenal Angelotti degustando la especialidad de la muy jodida turra (cabe también aclarar que ella fuera una puta jamás le molestó, dado que era así de fácil desde antes de conocerla). Sin haber terminado el pensamiento mordaz, otro llegaba potente, claro y en Cinemascope. Natalia. Su little queen estaba con el ama de llaves en la casa de sus abuelos paternos del tigre. Deseó poder estrujar a su hijita de 4 años, y se fue a la habitación de ella. Al ver la muñeca de piernas largas colgada en la puerta de la niña, supo que no la tendría nuevamente entre sus brazos, tomó a la patilarga y la acunó como cuando su Quennie era una recién nacida. Le ordenó el dorado pelo lanudo y la puso donde la luz de sus ojos deseaba que estuviese. Miró el reloj. Había pasado mas de una hora desde que recibió la amistosa y cordial invitación del hijodecontraremilre putas de su ex – jefe. Por enésima vez su estómago se volcó y galopó hacia la arcada. Bajó corriendo las escaleras para buscar en el living las llaves de su Porsche 911 Turbo Carrera 4 rojo. Sabía que debía huir, y debía huir ya. Mientras buscaba sabía (parece que, a veces, saber mucho no sirve de nada) de lo fútil de tal actitud. Él sabía (¡otra vez!) a cabalidad, la paciencia, meticulosidad y sigilo del asistente personal que lo vendría a buscar. El conocía de sus habilidades ya que él le había hecho algunos trabajos con la venia de su ex – jefe. Aterrizó otra vez, pero en el costado seco, en el sofá de la trola de su mujer y el silencio y la oscuridad lo envolvieron. Ominoso y tangible lo rodeaba y lo aprisionaba inmisericorde, las lágrimas comenzaron a rodar, y por primera vez en muchas décadas se preguntó si todo había valido la pena. El sentir que lo valió le dio una cucharada de ánimo, y por encanto el silencio le pareció menos denso.

El murmullo apenas perceptible, menor aún inclusive de la sombra que los seguía. Necesitaba creer que era una mala jugada de sus sentidos. Él dudaba seguramente que lo que no escuchaba eran las pisadas del asistente personal, y se le antojaban claras, nítidas, cercanas, peligrosas. Solo en ese momento recordó el regalo el regalo del socio/amigo/ mentor colombiano de su ex – jefe. Era un regalo a todas luces notable a pesar de su color negro mate. Caminó como sobre ángeles hasta su escritorio de planta baja, buscó en el segundo cajón de la derecha comenzando de abajo detrás de la caja de Partagás. Sintió donde debía la ficticia rugosidad de la caja de resina ultraliviana, la tomó y la depositó con suavidad sobre el cristal del escritorio. Apenas utilizando las yemas la abrió y la negrura pareció hundirla en la caja. Antes de tocarla, el aroma del arma aceitada llegó, mortal, a su consciencia. La tomó, la sopesó, la cargó, le quitó el seguro y la amartilló.

La Glock que en ese momento portaba es un arma magnífica por su poder de tiro, por sus mecanismos sencillos pero ultraefectivos, por su facilidad de uso y mantenimiento, por su precisión, y por ser virtualmente indetectable en una máquina de rayos X. La misma se halla realizada casi en su totalidad por materiales exóticos ó cerámicos y solo un mínimo de materiales ferrosos. Perfecta para viajar en avión, le dijo entre sonoras carcajadas el colombiano, como si hubiera dicho algo extremadamente gracioso.

Ahora que portaba el arma pronta para la acción, un falso bienestar llegó, logrando tranquilizar, solo apenas, a su pulso y respiración.



El ruido de la rama al romperse transformó lo que no oía en lo que sí para solo conducir su cobardía natural a donde debía estar. Dirty Harry (Clint Eastwood en Harry el sucio…) había desaparecido.

La rama había sonado cerca de la puerta del frente y su corazón redobló sus latidos. Debía resistir hasta la llegada del respaldo, que el cual también traería a la policía para salvarlo. Ese puto fiscal debería apurarse si deseaba un testigo vivo en un futuro juicio.

Desde la puerta del escritorio vio la silueta que se dibujaba contra los cortinados del living. Decidió esconderse. Oyó la voz preguntar por él, haciendo esto que se moviera hacia la escalera. A mitad de la escalera escuchó que el hombre abría la puerta del frente. No había cerrado la puerta. No había verificado las puertas ni las ventanas. Se sintió un boludo muerto que le había dado vía libre al asesino. Necesitaba ganar tiempo, hacer algo y pensar así que siguió subiendo la escalera para esconderse en las sombras del pasillo de la primera planta. La voz se le antojó pastosa y grave cuando le preguntaba con aire preocupado si le ocurría algún problema. Tenía noticias del extraño sentido de la ironía del asistente personal. Eso se lo confirmaba.

La mandíbula de dolía de la tensión al morder y el pecho le quemaba progresivamente, el arma se tornaba cada vez mas pesada, y sabía por eso que el pánico estaba tomando control sobre sí. Las pisadas en la escalera eran mas pesadas y oscuras y sus pies también, como si tratase de moverlos envueltos en plomo. Debía mover sus pies, tenía que hacerlo para poder retroceder, y necesitó toda la fuerza de su voluntad, poca fuerza a estas alturas, para poder hacerlo. Al bajar la vista vio sus pies y sinceramente le eran desconocidos. Al moverse tan solo un poco mas hacia atrás, se dio cuenta que alguien había puesto su vida en cámara lenta, y que no tenía ningún control. No tenía dominio de sus acciones, tan solo era un espectador de primera fila, de esas mismas que siempre se ufanaba en conseguir. La silueta estaba llegando al pasillo y luchó por tomar el control, pero su cuerpo decidió arrinconarse lo más posible a la puerta que había detrás de él. Sentía que el dolor crecía, que el peso aumentaba y que su conciencia empezaba a apagarse, y luchaba por ella, el fuego en su pecho lo taladraba y su brazo derecho subía descontextualizado, sin control. Era todo o nada, cuando sintiese su espalda apoyada en la puerta, le ordenaría a su mano que disparase. Un plan sencillo, efectivo, a primera vista.



Las últimas ideas/sensaciones que su pasaron por su mente fueron tres, aunque en realidad fueron un solo suceso, sin ningún tipo de dudas (¿o sí?). La primera fue que le tocaban el hombro, cosa que no le resultó extraña dado que había dejado todos los accesos de la casa abiertos, y que el asistente personal de manera habitual trabajaba con el chofer de su ex – jefe. Lo segundo que pensó fue en la facilidad con que estos lo habían emboscado. La tercera cosa fue el destello de luz y sonido que lo encegueció y aturdió en sincronía con la estocada final del plomo hirviente llegando a su corazón. Esas tres ideas formaron un último pensamiento del exitoso Sr. Pérez Cornejo mientras moría en el coqueto pasillo del primer piso de su exclusivo country club.



El puto fiscal veía como su oportunidad de llegar a juez de la nación tirado en el piso con un arma en la mano. No podía creer o entender el tamaño de su mala suerte, mientras leía la declaración del testigo.



"Las luces estaban apagadas y eso fue extraño. Pregunté si había alguien en la casa y no me respondieron, por eso decidí entrar en la casa a oscuras. Me pareció escuchar un ruido que venía del primer piso y pregunté si necesitaban ayuda. No me respondieron pero como me pareció escuchar algo en el primer piso empecé a subir. Al llegar al pasillo pude ver al Sr. Cornejo con un arma en la mano apuntándome y me tiré al piso lo más rápido que pude, y justo en ese momento disparó su arma. Pensé que estaría borracho y que me mataría pero vi como empezó a caer al piso. Tenía los ojos abiertos, como dos huevos fritos, y boqueaba como un pescado fuera del agua. Tenía miedo que me pegue un tiro así que no me moví por un rato. Dejó de boquear. Le hablé y no me respondió. Me levanté y vine corriendo a la garita para llamar a la policía. El hijo de puta casi me mata. También era un tacaño, pero su mujer no, era muy considerada y cortés. Ella sabe como devolver favores a la gente. Ehhh, no me malinterprete, eh?".



El testigo firmó la declaración al ayudante y el jefe de seguridad del country le dio el resto de su turno libre. El señor guardia de seguridad del country club pensó que a pesar de todo era muy afortunado. El inconsciente del Sr. Cornejo no lo había matado por milagro y podría volver antes a su casa para preparar más tranquilo y descansado el asadito del viernes por la noche, para él, su señora, hijos y nietos. Nunca pudo comprar su casa, pero nunca se sintió tan feliz.



03/04/2002 - 21/11/2002 (fecha de inicio del engendro mutante y su finalización)



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julio hector nemesio

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