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jueves, 20 de septiembre de 2007
EL CIELO
Autor:© Jesús Alejandro Godoy
Lo miro de reojo y simplemente le digo:
—Tú sabes que nada tengo cuando lo tengo todo, y el vacío se cierne frente a mí cuando todo lo logrado se vuelve un trago amargo si la soledad es mi única y perpetua compañera, pero ya nada tiene importancia cuando todo lo inexplicable está contenido en un instante de sinrazón, cuando la locura ocupa un sitio privilegiado en las esperanzas de un aparentemente cuerdo como yo... como tú—.
—Sabes bien que por poco que haya conseguido —le sigo diciendo—, el cielo, la tierra, el viento, los árboles y todos los caminos que recorrí siempre me recibieron en silencio y expectantes por ver lo que podía realizar con cada día que Dios me estaba regalando—.
—Sé... sé bien que muchas veces, muchas veces el trato entre tú y yo no fue lo más apropiado —digo—, te odié, sí ¡te odié! porque estabas conteniendo todas mis frustraciones y todas mis ansias que sabía, nunca llegaría a cumplir. Pero ya no importa porque al fin sabemos, creo que ambos sabemos, que todo lo que me has ayudado a percibir, a palpar, y a gustar fue un medio para llegar a éste solitario momento...
Por un momento soy interrumpido por dos hombres y una mujer que se acercan sonrientes; no sé porque sonríen, pero seguramente lo que se estén diciendo tiene que ser gracioso, porque creo –sí creo-, que hasta a mí se me dibujó una mediocre sonrisita.
Uno de los hombres deja una valija de cuero negro cerca de una mesa; el otro, atiende con dejadez su teléfono celular y pone cara de cansado.
Un frufrú de papeles capta mi atención, y veo a la mujer que está preparando varios formularios a una velocidad tan desganada como inservible, ya que seguidamente se le caen junto a sus pies como si fueran rocas. La mujer se agacha; el hombre que está hablando por teléfono le mira el trasero y codea a su compañero, su compañero me mira y levanta las cejas. Sonrío, me cruzo de brazos y me vuelvo a concentrar.
—¿Sabes...? —agrego—, el dolor no es tan intenso, porque en realidad el dolor es una forma de catarsis, una manera de abrir una puerta hacia la verdadera vida... ¿Recuerdas esa vez que me habías llevado a ver esas montañas y nos caímos rodando por una ladera? —le pregunto—, bueno, ese dolor que sentimos fue porque estábamos tratando de subir esa montaña; tratando..., de llegar hacia ése lugar tan importante para nosotros... Bien amigo, esto es casi igual, con la diferencia de que ahora... en esta pendiente nos despedimos mi amigo... mi viejo compañero.
—No creas —agrego para finalizar—, que no estoy agradecido por lo que has hecho por mí: me has acompañado, me has contenido, y hasta me has enseñado un poco más, del mundo que apenas acabo de conocer. No creas —repito—, que olvidaré todo lo que hemos hecho y todo lo que hemos visto, pero ahora amigo... sé que tienes que seguir tu camino y yo el mío
—¿Hora de defunción? —pregunta la pequeña mujer escribiendo en una tablilla de esas que usan los médicos—.
—Hummm... tres y cinco de la mañana —responde uno de los hombres, mientras el otro recorre la habitación rascándose la barbilla.
—Adiós amigo mío —dije al fin despidiéndome de mi cuerpo.
Todas las sensaciones me arroparon como un manto. Sonreí y lentamente floté hasta que el cielo pareció estar mas cercano que nunca...
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