Amo al extensión infinita de la estepa, los olores de la tundra en verano parecen exhalar libertad tanto como salvajismo. Dicen los filósofos ciegos de la ciudad prohibida de Ergan, que los nómades han heredado de este aroma su carácter imprevisible. Se debaten en mareas ecuestres con valentía, tanto como estupidez.
He sabido que en los viejos tiempos del emperador Turno, cuando aún no existía el imperio, y, él, apenas era un oscuro inga de la orden de los caballeros de la gran ruta, sucedió la feroz marea de los nómades. Nunca se supo bien la causa por la cual dejaron sus luchas de clanes, para unirse bajo el cuervo de huesodel sanguinario Bal Makur.
Algunos sostienen que su dios terrible, Sharanga, apareció para exigirle la hecatombe ritual de cien mil iksos, bajo la admonición que, en otro caso, borraría a los hombres caballo de la faz de la estepa, orden que apoyó con el milagro del nacimiento de un cuervo bicéfalo a partir de las cenizas de la tienda, y de la horrorosa muerte de las cincuenta concubinas del reyezuelo, cubiertas de tatuajes monstruosos.
Sospecho que aparte de las feroces amenazas, el dios prometió un suntuoso gobierno universal, pero entre los nómades nada es como entre nosotros. Lo cierto es que, los salvajes, se abalanzaron en tempestad sobre las ciudades posta de los margraviatos Durben, que habían vivido hasta allí, abusivamente neutrales y de los peajes, sobre la gran ruta.
Cuentan que el emperador salvó su vida por milagro ante las puertas destrozadas de Iblerden. Una viga y el cadáver de su hermano de sangre ocultaron su cuerpo maltrecho del remate de los invasores, hasta la noche sin luna, lo que le permitió escabullirse de la orgía de alcohol y sangre en que se entretenían los jinetes dentro de la ciudad. Dicen que estas visiones alteraron tanto el alma de Turno, que no era capaz de soportar la presencia de un salvaje, sin temblar de ira a la vez que de miedo.
En poco tiempo los hombres caballo arrasaron las poco preparadas ciudades posta y, una vez cubierto el tributo del sacrificio en multitudinarios y bastos altares de piedra, tomaron el gusto del poder, amenazando cernirse sobre los propios margraviatos. Nos enseñan que la estructura política de la federación Durben, era más bien laxa, controlada por burócratas que servían a los amos del comercio y, por ello, tanto débil como corrupta. No obstante, el desastre al lucro, que se divisaba en el horizonte de la estepa, hizo reaccionar con rapidez a los margraves, en contra de su pesada y ancestral desidia.
Formaron un ejercito, el más grande del que se guarda memoria; se proponían liberar nuevamente la gran ruta. Así y tod, algunos dicen que la relación era mil a uno, a favor de los nómades, pero ya se sabe de la exageración de los poetas antiguos, me inclino, más bien, por una cifra de cien a uno. Fue así que, en Sindralonga, el triángulo limitado por los ríos Kusha, Ilga y Modrum, se batieron los ejércitos. Nada pudo el empuje salvaje contra la disciplina militar de las falanges, y la feroz caballería, contra las pesada maquinaria de guerra Durbena. En tres días, los nómades se dieron a la desbandada, entregando al menos la mitad de sus fuerzas, el tabú del cuervo de hueso, la cabeza de Bal Makur y la de doscientas traidoras concubinas iksas.
Nulmeran el viejo afirma que sólo podía tomar mujer entre los vencidos, según el mandato del ave de dos cabezas. Dice asimismo el poeta de la Rusagen, que fue el mismo Turno, quien cercenó el cuello del Rey, aventajando a todos en ardor y venganza. Mientras las piernas le ondulaban dijo: “Ofendiste a tres dioses, ¡oh, nómada de los caballos!: A Esh, por encarártele; a Dur, por robarle su oro; y Sharanga, por alterar los libros para timarle mujeres iksas.¡Cúmplase su profecía y el mandato de estos dos!”.
Como en el joven inga, este temible ataque, tampoco se borró de la memoria de los habitantes de las lujosas ciudades. El fin de sus tradiciones, raza y beneficios había sido algo tangible como el crudo invierno sobre la tundra, por ello se apoyaron en el natural convencimiento que un poderoso ejército sería mejor que unas pocas y baratas órdenes guerreras, que simplemente aseguran los pasos. Así que Esh, el dios del hacha, pulió su cota enmohecida, para que Dur, resignara su oro celestial, y su lugar de preeminencia en los altares.
Luego es conocido por todos el rápido ascenso de Turno, y como siendo margrave de Vinmarlden, por diplomacia o fuego, unificó la federación, fundando el Sacro Marcial Imperio Eshbden; que hoy, cien generaciones después, aún perdura. Tanto él como los siguientes emperadores tuvieron una única política respecto de los nómades, la humillación al oso imperial o el exterminio. Esto es lo que deben guardar en su corazón, la lección de la gran marea: no se trata de ensanchar el imperio por gloria, honor o poder, sino para subsistir.
Es por eso, que en el amanecer del confín del mundo, cuando tengan a mano el cuello indefenso de los salvajes, cuando la mirada de los niños recorra su antebrazo, cuando los ancianos bajen la cabeza con resignación o las concubinas ofrezcan sus cuerpos esbeltos a cambio de clemencia: Tiemblen y maten, como el gran emperador.
El maestro de armas
©Adrián Bet
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