jueves, 20 de septiembre de 2007

La feria de las ilusiones

Cristina Longinotti

Ya que hay una feria de las vanidades, bien podemos suponer la existencia de una feria de las ilusiones. ¿Por qué no? ¿Alguien se ha puesto a pensar adónde van a parar las ilusiones? Me refiero, lógicamente, a las que se desechan, que, en realidad, son casi todas, porque las ilusiones o se cumplen y dejan de serlo o no se cumplen y algunas de ellas terminan abandonadas por ahí. Unas pocas se conservan toda la vida, ya sea enmarcadas como la foto de los abuelos, ya sea en un frasco de formol como la víbora yarará que mi hermano recogió de la carretera cuando era chico y que, pese a estar un poco destripada –evidentemente murió víctima de un accidente de tránsito- o quizá por eso mismo, infundió terror a las visitas desprevenidas durante varios años, hasta que mi madre se cansó y la tiró a la basura.

Pero no hablamos de las ilusiones conservadas sino de las desechadas. Estoy convencida, porque me lo han comentado de buena fuente, que van a parar a un gran depósito donde los empleados las ubican en el sector correspondiente. Si son ilusiones muy grandes, probablemente se valdrán de la ayuda de un montacargas; sino, simplemente las arrojarán hacia arriba, donde otro empleado las recibirá, como reciben los albañiles los ladrillos; lo cual, si bien es un trabajo rutinario, no deja de requerir cierta habilidad.

Más calificación y cabeza requiere el oficio del clasificador de ilusiones, que es el encargado de decidir en qué sector colocarlas. Hay ilusiones de muchos tipos; no nos tomaremos el trabajo de enumerarlos porque sería una historia de nunca acabar. Pero sí podemos destacar que, dentro de las clasificaciones, existen subtipos: ilusiones nuevas, ilusiones usadas, ilusiones en buen o mal estado, ilusiones robadas –para las que la ley no contempla denuncia ante la justicia-, ilusiones prestadas y nunca devueltas y las muy numerosas ilusiones perdidas.

Una vez decidido su destino, el clasificador las deriva a estiba con las recomendaciones correspondientes. Debe tenerse en cuenta que hay ilusiones más frágiles que otras y en esos casos debe aclararse qué cantidad máxima puede estibarse. Por ejemplo: las ilusiones de amor suelen ser las más frágiles de todas y el manual recomienda no apilar más de tres, porque correría serio riesgo de rotura la inferior; especialmente si se tiene en cuenta que es el tipo de ilusión que se usa durante más tiempo y por lo tanto el desgaste las vuelve más delicadas aún.

Es por eso que las ilusiones de amor nuevas o casi nuevas son las que gozan de mayor demanda por parte de los visitantes de la feria. Porque lógicamente las ilusiones se guardan en el depósito con vistas a su posterior venta, aunque las que se pagan con dinero contante y sonante son las menos: la mayoría se adquiere por permuta. Va una persona con una ilusión que ya no le sirve o incluso con alguna que encontró ordenando el sótano o el desván, y la cambia por una que le venga mejor. El procedimiento es el siguiente: entrega su ilusión en la mesa de entradas y, con la especificació n del tipo de ilusión que desea adquirir a cambio, es acompañado por un empleado al sector correspondiente. Allí mira y remira, a veces revuelve un poco si las carácterísticas de la ilusión lo permiten, se prueba varias hasta que encuentra la que le cae bien, y se la lleva. Y así se va, contento con su ilusión a estrenar –aunque haya sido usada por otro antes- mientras los empleados se echan una mirada cómplice porque saben perfectamente que, dentro de un tiempo, volverá la misma persona a cambiar otra vez la ilusión. Hay algunos que incluso hacen apuestas, aunque está estrictamente prohibido, sobre el tiempo que tardará el cliente en volver.

Es cierto que a veces no vuelve, porque directamente pierde la ilusión por ahí. Por eso hay otro tipo de funcionarios, que son los encargados de ir recogiendo las ilusiones que encuentran por la calle, siempre que no sean ilusiones muertas; en ese caso, la sección de fúnebres es la que se encarga de levantarlas y enterrarlas. A veces el que pierde una ilusión desea recuperarla; es por eso que la sección de ilusiones perdidas ha estipulado un plazo, que comienza a transcurrir desde el hallazgo de la ilusión, después del cual nadie tiene derecho a reclamo alguno y la ilusión pasa a la sección de venta/permuta.

Con respecto a los compradores de ilusiones, que ya dijimos que son los menos, no son muy bien mirados porque su modus operandi no contribuye a incrementar el acopio de ilusiones; si todos pretendieran comprarlas en vez de permutarlas, la feria se vería muy pronto vaciada de su contenido. A este respecto hay tambièn disposiciones muy firmes contra los acopiadores de ilusiones, que pretenden después revenderlas a precios exorbitantes.

En algunas fechas significativas, la feria de las ilusiones es un hormiguero humano. Especialmente para las Navidades y Fin de Año, todos quieren renovar sus ilusiones y se forman largas colas y hasta se producen peleas entre los clientes, que se disputan algunas ilusiones a los tironeos, por lo que se hace imperativa la custodia policial. Hubo una vez un conato de saqueo, en ocasión de la asunción al poder del último mandatario, tal era el entusiasmo de la gente; pero también se recuerda la gran afluencia de ilusiones producida durante la última dictadura militar, cuando el depósito casi no dio abasto, porque la gente no encontraba una ilusión a medida para reemplazar la que iba a desechar y, molesta después de estar una hora probándose ilusiones, se iba sin reclamar nada a cambio. Los recolectores de ilusiones perdidas, además –y los de fúnebres también, seamos sinceros- tenían muchísimo trabajo y, si no se daban prisa en recoger las ilusiones de la calle, se corría el riesgo de que se taparan los desagües y se produjera una inundación en caso de lluvia. Fue una época de oro para los especuladores, que vendían ilusiones viejas remozadas y con certificados de garantía falsos. Los compradores eran unos incautos, porque es de público conocimiento que las ilusiones no tienen garantía.

En fin, creo que averiguaré la direcciòn de la famosa feria e iré a ver qué encuentro. ¿Alguien quiere acompañarme?



Cris

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