lunes, 18 de enero de 2010

A CONCIENCIA PURA

Versión libérrima del tango Confesión,

de Luis César Amadori




-Irma...

La mujer mira al hombre que se le está acercando. No entiende lo que oyó, No entiende lo que ve.

-Irmita...

Ahora la mujer entendió; reconoció al hombre.

_¡Agh!¡Ahhhhhhhhhhhhh !

-Pero no, Irmita, no me tengas miedo. Sólo vengo para...¡Pará!¡Qué hacés!¡No te tirés, loca!

Irma salta por la ventana -está en un primer piso- al techado metálico del almacén,, y de ahí se descuelga hasta la vereda. Se aleja corriendo, a los gritos de ¡Socorro!¡Asesino!

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Un mes después....

La mujer está en el living viendo la televisión, cuando suena el portero eléctrico. Atiende.

-¿Acá pidieron service del lavarropas?

-Si. Pase -La mujer oprime el botón. Suena la chicharra. Al rato suena el timbre en la puerta del departamento. La mujer abre. El hombre, con un empujón, se introduce violentamente. La mujer corre hacia el interior, seguida de cerca por el hombre.

-¡Esperá, te tengo que hablar!¡No te voy a hacer daño! -Ella cruza la puerta hacia la cocina. Cuando él la sigue, un líquido le tapa la visión, le quema en la garganta, le arde en los ojos. Inmediatamente después un golpe en la nuca le oscurece la visión, la conciencia, todo.

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-¿Dónde estoy?¿Y ese ruido? -El hombre recupera el conocimiento, la visión sigue borrosa.

-Es la sirena de la ambulancia, Reinaldo. Te estamos llevando al hospital. Quedate tranquilo.

-¿Sos vos, Irma?¡Socorro! -Reinaldo hace fuerzas por bajar de la camilla y abrir la puerta de la ambulanccia. Irma y el policía de vigilancia lo retienen. Reinaldo está débil, luego de un intento de lucha queda postrado en la camilla.-¿Por qué estoy tan débil?. Recuerdo el golpe...

-Es que después del golpe -yo estaba aterrorizada- busqué el cuchillo de cocina y te lo clavé varias veces. Pero se me cansó el brazo y no te daba más que puntaditas, unos centímetros. Así que hice como en las películas: te envolví en cinta para embalajes. y llamé a Urgencias. Me preguntaron dónde había robado la momia. Entre la cinta y la sangre eras de terror. Tardaron quince minutos en limpiarte para las curaciones. Yo por las dudas me senté detrás tuyo, con el palo de amasar.

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Cuando despierta, Reinaldo está en una cama de la Sala de Guardia. En el fondo del pasillo hay un agente. Sentada al lado de Reinaldo está Irma.

-¿Cómo estoy?¿Qué dijeron los médicos?

-Que no tenés nada. Las heridas... dijeron que yo no serviría ni para hacer tatuajes. Un poco de reposo y mañana o pasado el alta.

¿El alta de qué? De acá vuelvo a la cárcel. Y yo que solamente te quería saludar...

-¿Después de todo un año, no decidiste rehacer tu vida? Olvidarte de mi. Quiero saber por qué viniste, por eso decidí acompañarte ahora.

-¡Qué iluso fuí! Creer que en algún momento me ibas a agradecer, te tomé gata callejera y te dejé dama de alcurnia. O creés que no me dolía darte con la toalla mojada hasta cansarme porque en tu tozudez no aflojabas. Porque eras dura, eh. Horas de rodillas sobre granos de maíz y ni un gemido. Hoy te ví. Ibas linda como un sol, se paraban pa mirarte.

-Para ver como me había quedado la cirugía; una cicatriz de cuatro centímetros, el párpado tajeado...

¡Porque me habías escondido las toallas! Perdí el control. Tanto esfuerzo, tanta dedicación para ponerte presentable. Mina de jerarquía, la flor del barrio ibas a ser. Cara, como importada. ¡No una cualquiera, che! "La pupila del Reinaldo Paredes". Y vos... Agarré lo primero que encontré, el cinto campero. Una hebilla que..

-Casi se me voló un ojo y un pedazo dde cuero cabelludo.

-¿Y quién tiene la culpa?¿Quien fué el más perjudicado? El negocio perdido; hasta tuve que trabajar; la primera vez que choreé me agarraron, recién salgo. Y te vi, con montones de plata encima.

-Y vos decís que todo fué por mi bien, que todo lo hacés por mí, que te debo algo.

-Si, lo hago por vos, tenés una deuda conmigo.

-¡Que caradura! Decilo fuerte, si te atreves.

-¡SI, TODO POR VOS!

-¡NO POR FAVOR, REINALDO, NO LO HAGAS.!

-¡¿Qué?! -Reinaldo mira a Irma sin entender sus gritos, como tampoco entiende el pequeño revolver que saca de su cartera, ni el cañon que apunta directamente a él, ni el estampido...

-¡No, Reinaldo, no, que hiciste!

Mientras continúa con los gritos, mientras oye acercarse corriendo al policía, mientras pone el revolver en la mano de Reinaldo, Irma piensa que algo va a tener que agradecerle a Reinaldo. Voy a ser una mina cara, como de importación. Pero pupila de nadie.

© Carlos Adalberto Fernández

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