lunes, 6 de septiembre de 2010

Un pedido de ella





















Venga. Siéntese, póngase cómodo, Ahí está el mozo, pida lo que quiera; esta botella déjemela a mí.

Preste atención y téngame paciencia, que le voy a contar lo que esa mujer me hizo, a lo que me degradé por ella y qué es lo que queda de mí ahora.

§

Me tenía junado, esa mina, la Colorada.

Me tenía fichado, en la lupa, desde que llegó al Social. Sí. El que antes fuera el Deportivo Larrompemo, ahora era el Club Social Esfuerzo y Gloria. La transpiración estaba prohibida en las instalaciones sociales; el sudor directamente provocaba destierro. Yo, de algún modo, o por alguna razón, la molestaba. Y no porque yo fuera el líder de los pro-hedor deportivo. No. Yo no me hacía notar ni ahí, ni en ningún lado. Si hasta para mirarme al espejo tenía que esperar que mi reflejo se diera cuenta que yo estaba. Eso me viene de lejos. Mi madre, además de ser autoritaria y mandona, me odiaba. ¿Por qué? Porque alguien tenía que pagar por sus frustraciones, la primera de ellas era haber nacido mujer, que en esta sociedad no tenía valor alguno. Me decía el Bueno Para Nada. O el Bienaventurado, porque era pobre de espíritu, manso y llorón, Cualquier otro tendría destruida la autoestima. Yo no. Yo estimaba que no valía un carajo. Muchas mujeres odian a los hombres, aunque sean sus hijos ¿no es cierto?

.No sabría decirle.

-Yo si sé. Los odian, La Colorada me odiaba. Necesitaba dominarme, denigrarme, obligarme a lo más bajo de mí. ¿No es enfermizo?

-No sabría decirle..

-Por ambos lados. Por el de ella y por el mío. Yo le tenía miedo y la necesitaba. Yo por un mendrugo de su mano, cualquier cosa. Aunque la sabía perversa, despótica, caprichosa, por un gesto de ella sería capaz de hundirme en la abyección. Entonces, cuando me vinieron a decir que dijo “Decile al Sebastián que venga a verme. Tengo que hacerle un pedido” fui volando...

.Y hice lo que me pidió. Maté a esa mina. Una mujer ignota, inofensiva, pero que tenía lo que la Colorada necesitaba: un hombre por quien ella estaba encaprichada. La iba a aplastar como un insecto, con el instrumento adecuado. Ahí estaba yo. Un hombre capaz de matar por amor. ¿
-Si Ud lo dice.

Hubiera parecido un accidente, si no fuera que la Colorada llamó a la policía, avisándole, la guacha. Cuando me llevaban la vi, consolando al tipo, que lloraba sobre el hombro de ella. Un aplauso para la Colorada.

Y me chupé un tiempo entre rejas. Me acaban de soltar. Créame que me dan ganas de volver a mi celda. Sé que fui un monstruo, también un estúpido. Que mi madre estará diciendo Te lo dije. Qué casualidad encontrarnos; me viene bien, a alguien tenía que contarle todo esto. Me hubiera gustado charlar con la Colorada, pero no habrá oportunidad. Me voy a algún lado, lejos. No la culpo de todo, fuimos cómplices. Fui su verdugo y su payaso. Ni ganas de vengarme me quedan, puede estar tranquila.

-No se preocupe. Justamente ayer me vinieron a decir que dijo ”Decile al Ramón que venga a verme. Tengo que hacerle un pedido”. Acabo de estar con ella, la vi muy tranquila..




© Carlos Adalberto Fernández

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