sábado, 29 de noviembre de 2008

DECIME PARA QUÉ


— Claro que me ubicás, gallego. Total no pasó tanto tiempo, unos cuantos años, pero no para olvidarse, ni aunque te convenga. Vuelvo como a mi casa, mi guarida, la vieja mesa que me cobijó sueños y escabios. No vengo a buscar pleito ni venganza. Quiero ver a los amigos que me queden, aunque sólo sea para compartir tragos y tangos, ya que no ilusiones, que, a nuestra edad, hay que ser muy gil para mantenerlas.

— Poneme un tango, gallego. De los que tenés, esos que te retuercen el fuelle por las tripas, que se arrastre y se estire y que me duela hasta que me suicide el alma. De esos que te regalé y que ponés -todavía ahora, seguro-, a escondidas, cuando te acordás de la gallega. Tomé frío, allá, y mastiqué rencores y me faltò tango. Aquí vuelvo, fracasado y hambriento como perro de baldío. Poneme un tango que me haga odiar y buscar pelea con la escoria amontonada en tu boliche, abrazado a un calor que no es de hogar sino de infierno. Hoy odio a todos, hasta a la vieja, casi. Ponene un tango resentido aún con la vieja, que me enseñó a perder, a soñar y esperar e ilusionarme, con qué decime, gallego. Si me dejó blandito, para cuando la Sofía me hizo el bocho.

Me engañó su voz,
su llorar de arrepentida sin perdón,
eras mujer, pensé en mi madre
y me clavé...

— Pensé mucho, allá. Porque esto no es nuevo, desde el Paraíso que entramos a perder, los varones digo. Por qué El Viejo nos hizo así, hombre-mujer, castigando de antemano, o haciéndonos sufrir para ganar el premio, que quién sabe si existe alguno. Pensé por qué. Ese Adán debió dar lástima, necesitado de compañía. "No es bueno que el hombre esté sólo"¿Para entretenerlo -debió decir la Eva- para que no se aburra?¿Y nada más, y yo con quién me entretengo? Y la hizo madre y le dió la manija. Porque ahí se equivocó el Anciano. ¿Entendiste, gallego? La hizo mujer y madre. Nos sentenció, gallego ¿Por qué no las hizo diferentes, la buena y la mala? ¿Por qué me hizo creerle, a la Sofía?.



Era mujer… Pensé en mi madre y me clavé.



— No, si el narigón se las sabía todas. Las sufrió todas. Pero claro, lo entendés tarde, cuando ya te crucificaron. Habría que enseñar Discépolo básico a todos los varones de 10 años. Pero no, escuela mixta, los agarran tiernitos, practican caritas y mohines, los entrenan en la culpa y el deber. ¿Por qué El Viejo le dió el gusto? Yo que sé. Hay misterios insondables pero qué culpa tenemos los hombres.

— Hoy la ví, a la Sofía. Me miró que fue como enterrarme en un iceberg. Pensar que me suplicó. "Sólo vos podes salvarme, Joaquín, estoy perdida". Ahora me tiró unos mangos, para ayudarme, dijo. La salvé, la liberé del cafiolo, unos años en cana y unos mangos para compensarme. Hizo negocio, se quedó con todo. Me quedaron ganas de visitar al finado, pedirle perdón.

— Haceme una picadita, gallego, manices, papitas. Tomar en ayunas cae mal. Te pone melancólico, te hace evocar el pasado, con ganas de volver ¿Adónde, decís?¿Es que hubo algo que justifique que la llore y la llame, que me diga que todo lo que pagué está bien pagado, si ella vuelve?. A veces pienso, gallego, que tiene que ser, que alguna vez… por un instante, ella… me quiso. ¿En qué fallé, gallego?¿Cómo destrocé sus sueños?¿Dónde está el bien, dónde está el mal?

— Me estoy volviendo loco, gallego. Me voy a mi rincón, me llevo la botella. Voy a ahogar en alcohol mis recuerdos y sueños y esperanzas. Si llama… ella, no le digas que estoy.

Carlos Adalberto Fernández

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