-Sólo le pido un poco de bondad señora, por usted, por sus quejas infundadas voy a perder el trabajo...
Marcos López, el encargado de un coqueto edificio de un barrio de clase alta, intentaba conciliar con la gruñona del 8vo piso. Desde que esa mujer había enviudado hacía cinco años, su vida era un caos; problema tras problema era todo lo que escuchaba de la amargada y pudiente mujer. No sabía por qué extraño mecanismo esa "gentil" señora casada se había transformado en esta fiera agriada y molesta del presente. Todo le incomodaba: si la luz del palier quedaba prendida, si eran las seis y cinco minutos y él no estaba en la entrada del edificio y miles de pequeñeces más.
Pero lo peor para el empleado era cuando, encerando los pasillos y puertas del piso de la viuda en cuestión, ésta tenía la maldita costumbre de dejar entreabierta la puerta –según ella por su problema de claustrofobia; López estaba seguro que lo hacía para espiarlo cuando hacía sus quehaceres. Esto, si bien era molesto no era lo peor ya que la dama en cuestión "Vaya a saber si por arteriosclerosis o qué" pregonaba a diestra y siniestra que él la espiaba abriéndole la puerta, seguramente con alguna copia de llave que tenía – incluso, llegó a decir, que estaba casi segura de que le faltaban valiosos objetos de su departamento.
Las quejas fueron en aumento de tal manera que se buscó conciliar ambas partes; buena parte del edificio confiaba en López pero la mujer tenía varias propiedades más en el inmueble, por lo tanto su influencia era grande.
El pedido del Consejo de Administració n fue muy claro: López sólo limpiaría el pasillo de la señora cuando ésta durmiera la siesta y en ese intervalo la señora estaba "obligada por las reglas de convivencia establecidas" a mantener su puerta cerrada con llave. Era la última oportunidad para el encargado, si existían más quejas, debería ser despedido.
-A mi no me interesa ni usted ni la supuesta enfermedad de su mujer López, usted es un empleado y debe respetar las reglas de subordinación al propietario: yo le pago el sueldo ¿entendió?
Allí terminó el intento de comprensión con la mujer por parte del encargado.
Esa tarde –como lo hacía de acuerdo a las benditas reglas establecidas –enceraba el piso, cuando sintió el chirrido de la puerta de servicio de la mujer.
Ahogando un insulto al recordar que era el franco de la mucama se apresuró en su tarea para no chocarse con la vieja insufrible.
Allí la vio.
La mujer se deshacía en el intento de un gesto de súplica, alargaba su brazo derecho apoyando los dedos en el picaporte en tanto su otro brazo señalaba el pecho; apenas podía gemir.
Era obvio que estaba sufriendo un ataque cardíaco –ya había tenido dos preinfartos.
López observó la escena de súplica: él podía salvarla y ella le debería la vida.
Se acercó a la puerta y le tomó la mano que estaba apoyada en el picaporte, con ternura la retiró; luego le cerró la puerta en las narices ante la desesperada mirada de la mujer.
-Respetemos las reglas establecidas señora. Hay que convivir.
Y siguió con su tarea.
Liliana Varela 2008
1 comentario:
Liliana!
Recien ahora leo tu cuento, me ha gustado mucho, es en realidad un tema muy candente, la humillacion de los que trabajan a sueldo para poder continuar con esta vida...
Gracias, continuare leyendote
Roberto
Publicar un comentario