miércoles, 26 de marzo de 2008

ENJAMBRE DE BESOS

Hola amiguitos, hoy os voy a contar una historia de Villa Alegre. Como vosotros sabéis, Villa Alegre es una de las aldeas más lindas de la comarca. Asentada entre un riachuelo de aguas cantarinas y un frondoso bosque de encinas, Paquito, el protagonista de nuestro relato de hoy, se sentía en ella el niño más feliz del mundo.

Sólo una cosa entristecía su vida cada año: Al terminar la recogida de la aceituna, su padre, se quedaba sin trabajo y tenía que viajar a otras tierras en busca del sustento diario para los suyos.

Como cada año, Paquito debía asistir al colegio, así que él y su madre se quedaban en el pueblo junto a la abuelita. Mamá no podía evitar que por las noches, cuando acostaba al niño y depositaba en su rostro el último beso del día, sus ojos dejasen escapar una lagrimilla. Paquito observaba en silencio cómo su madre se limpiaba a escondidas su cara mientras abandonaba la habitación. ¿Por qué llorará mamá?, se preguntaba una y otra vez mientras esperaba que el sueño cerrase sus ojos.

Una noche, el viento azotaba Villa Alegre con tanta fuerza que su infernal ruido impedía al niño conciliar el sueño. Apagados por el silbido del aire que se filtraba por las rendijas de la ventana, desde la cocina llegaron hasta él rumores de una conversación. Eran mamá y la abuelita. Ana, su madre, se quejaba de que, como cada primavera, ella se tenía que quedar sola.

-Hija, piensa que tu marido lo hace por la familia. Gracias a su trabajo, podemos vivir dignamente durante todo el año.

-Ya lo sé, mamá. Como sé que él también se siente solo allá lejos. Pero no puedo evitar pensar en él. Deseo tanto tenerlo junto a nosotros… El otro día, hablando por teléfono, noté que hablaba entre sollozos: él tampoco puede soportar vivir lejos tantos meses sin ver crecer a Paquito…

Paquito sintió que un nudo se agarraba a su garganta cuando oyó estas palabras. Sin hacer ruido, se deslizó hasta la puerta de la cocina, se asomó muy despacito y pudo observar cómo la abuelita abrazaba a mamá mientras la besaba delicadamente. Entonces comprendió que mamá, como él, también necesitaba el cariño de papá. Claro, se dijo, es que los besos de papá son tan hermosos…

A la mañana siguiente, en el colegio, el maestro les leyó un poema de una poetisa llamada Gabriela Mistral. Paquito tomó papel y lápiz, dibujó una flor y se la mostró al maestro.

-Es la flor del beso –le dijo.

-Te ha quedado muy bonita –le respondió éste.

-¿Me presta usted el libro para copiar el poema que nos ha leído?

-Claro, hijo. Tómalo.

Cuando Paquito llegó a casa iba radiante de felicidad. Se colgó del cuello de su madre y distraídamente, como sin darle importancia, depositó en sus manos una cuartilla en la que, junto a la flor del beso, se podían leer unos versos.

Mamá, sin poder evitar una lagrimilla de felicidad, los leyó en voz alta mientras el niño regaba de besos su rostro:

"Madre, madre, tú me besas,

pero yo te beso más,

y el enjambre de mis besos

no te deja ni mirar"...

Este fue el día más feliz de aquella primavera.



Manuel Cubero



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