Puta que hace frío… También, quién me manda hacerme el eficiente, el todo terreno. En este galpón hasta las ratas se ríen de mí. Dije "yo me hago cargo" cuando el Dr. me pidió –no me ordenó, me pidió- que hiciera justicia en su nombre, que terminara con el insolente que se permitió pastar en sus propiedades, las de él, las del hombre más poderoso del lugar, que será una mierda pero es su feudo de mierda. Y con su mujer, se permitió, con la esposa del Señor del lugar, que será una sombra al lado de cualquiera de las pupilas que aloja en sus prostíbulos, pero que es la única Señora Peñaralta.
—Vos estás a cargo, Antonio, me respondés por mi seguridad. Y ahora te pido que me respondas por mi honor. Ese sacrílego tiene que morir, de muerte atroz, de muerte ejemplar, para que todos se enteren que con la propiedad del Dr. Peñaralta no se juega. Aunque sea un hueso tirado en el camino, no se juega. Esta noche viene, el jueputa. Quiero saber quién era el que venía a picotear, como si el gallinero fuera suyo. Y digo "era" porque me lo vas a mostrar muerto. Y a ella también. Los quiero muertos, Antonio, a los dos. Y quiero las pruebas de sus muertes aquí, en mi mesa, esta misma noche. Y si fracasás, Antonio, quiero tu muerte como pago.
Ya me había dicho –muchas veces- el viejo: "Cuidate, Antonio. Ya no hay principios, no hay leyes, no hay ni siquiera códigos". Nada de lo que te enseñé tiene valor. Ni la verdad, ni el honor, ni mucho menos la palabra. La violencia, el acomodo, la riqueza, valen, por el tiempo que duran".
Hoy soy el brazo de la ley. un empleado del Dr. Peñaralta, un poderoso de turno. Soy, como se dice, un esbirro. Y le tengo que cumplir. Identificar al insolente, y ajusticiarlo. Identificar a la Luciana, decirle que por bocona el patrón se viene a enterar de lo nuestro. ¡Me mandó que me suicide, el loco de mierda! Claro, porque no sabe, lo nuestro. Alguna alcahueteada, para ganar puntos, de algún maricón que no va a asomar la cara.
Si, viejo, sí. Fui un boludo. Donde se come… Pero cómo hago, viejo, Ud. que me está mirando –sí tiene razón, no me cuidé-, cómo zafo, viejo..Olvídese de heredar su nombre, continuar su estirpe. Voy a morir joven, sin nombre, nadie que me llore, no me hable de la Luciana, que ya la estoy viendo venir, que no viene sola, viene con ese pelandrún recién llegado al barrio, ese que viene sobándola, haciéndola reir y temblar, a la guacha, que otra vez metiéndole los cuernos al Dr, dos días que me ausento y ya se buscó otro, la reventada. Yo cuidando lo nuestro, borrando huellas a cada paso, y ésta a los gritos en plena calle, que si no los paro se hacen de exibición condicionada, yo me preparo ahora que la está arrinconando, está contenta la guacha, se rie como se reía conmigo. No si yo…
—¡Alto!¡Paren ahí! —nunca hacen caso, para qué lo digo. Inmediatamente el patuquito manotea el revolver, aprieta el gatillo, salen tres balazos, para dónde, digo yo, si tres balas mías se le introdujeron sin pedir permiso en ese cuerpo que buscaba caricias y encuentra plomo.
—¡Antonio!¡No es como vos pensás, Antoñito! No sabés cómo te extrañaba, pensé que volvías mañana, pero que alegría…
El Dr me la pidió en bandeja. Ella debe pensar que soy tan estúpido como el, que con dos mimitos alcanzan, así cai yo, viejo, la miré y no me cuide, pero ella está hermosa en su julepe, la mirada le brilla, las manos le tiemblan al hurgar en su cartera, quiere darme…
—¿Cómo? La pistolita –un juguetito ridículo- dispara sus tres tiros de norma que me dan de lleno y yo -como siempre, viejo- dándome cuenta tarde, Luciana que suelta el arma, como si le diera asco, pobrecita, se inclina, me mira, no hace falta mucho oficio para darse cuenta que me queda poco.
—Si me hubieras hecho caso, Antonio, todo esto sería nuestro, en unos días. Pero vos, que los códigos, que la palabra. Este, el gringuito, a vos, ni a la altura de los zapatos, lo enganché para abrir la caja fuerte. Me llevo como para tirar un tiempo en algún otro lado. No te molestés, yo me llevo todo. Si te llegás a salvar buscame, aunque no creo
El gringo murió. Luciana desapareció. El Dr. viene corriendo, con sus esbirros –todos, mehos yo, que estoy aquí pero me voy yendo-. Tiene razón viejo, pero ya es tarde. No pida que me pongan con Ud. allá, que nos vamos a amargar la muerte. Escuche lo que dice el patrón, por lo menos alguien me recuerda.
—Y este hombre, Luciano no sé cuánto, que dio la vida por cumplir su misión, es un ejemplo del empleado que quiero a mi servicio… —todos solemnes, reconociendo mis méritos—. ¿Tendrá alguien a cargo? Lástima, le podría dar una bonificación, que el Dr. Peñaralta sabe corresponder. Bueno, otra vez será, voy a poner una placa recordatoria.
© Carlos Adalberto Fernández
1 comentario:
Leí lo que encontré tuyo. También con placer lo Liliana. Me gustó lo de Lena. Es buen sitio. Tu escritura en este cuento, distinto a los que se publican en Artesanías tiene mucha fuerza. No hay ni una palabra de más para la situación ni para el vocabulario del que va a hacer el encargo. No tengo dudas que sos un buen escritor. No sè que es todo eso que salío de Emilio-no quiero tampoco que me lo cuentes, lo ùnico qu encontré con ese nombre es un pequeño comentario de dos renglones. Lei de acá todo lo que pude. Me parece muy bueno.Te escribo hoy y acá para evitar barullos y hoy me robé un tiempo del trabajo (necesario) Te felicito y te mando un abrazo.! Mercedes.
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