Estaba encerrada en su propia prisión, creada por ella a fuerza de callar. Sin coraje rubricaba el apartarse del andar sentada ante su música y sus silencios llenos de imágenes inventadas.
La cumparsita brotaba suavemente como eco melodioso. No estaba allí, flotaba entre tules de tristeza. Su computadora, con el clásico sonido que señala la entrada de un correo, la despertó de la nebulosa mental en que estaba sumida.
Se acercó, pocas veces recibía mensajes, había dejado encanecer sus cabellos, resaltar sus arrugas en ese postrarse ante su propia vida.
Casi tediosamente comenzó a leer:
“No sé como decirte que te extraño y te necesito. Desapareciste de golpe de mi vida. Te amo"
Ella que siempre había amado y nunca había sido amada...releyó el texto infinitas veces, su corazón se aceleraba... lloró.
Abrió la puerta de su habitación, salió a la calle. Los horneros hacían un nido en el poste de la luz, el jardín de su vecino estaba lleno de rosas, el cartero la saludó amablemente, ella esbozó una sonrisa.
Entró a la casa, se sentó frente a la computadora y tecleó: Volví.
Elisabet Cincotta
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