viernes, 22 de febrero de 2008

El viejo amor.


La noche envuelve su desdén en capas de neblina. Las esquinas, los faroles, las veredas, tienen una opacidad indiferente. Veinte años han pasado. Mi barrio -el de mi infancia, el de mi éxodo- sigue igual: pobre, cobijado en una humildad suburbana a la que -algún día, hoy- yo volvería.
-Yo me voy. Si querés te llevo. Pero acá en esta sepultura, en este barrio de mierda, no me quedo- le dije, por decir, realmente. Ella había hecho mucho por mí, algo le debía. -Voy al centro a ganar, a conquistar a los porteños.
-Yo soy de acá. En tu nuevo mundo, el de los triunfadores, te avergonzarías de mí- me dijo. No insistí. Me salvaba. Adonde iba, una mujer de barrio... Y me fui, prometiendo mandarle la dirección no bien me ubicara. No le mandé nada. El amor limita, achancha, diría. No estaba para eso. No soy un desgraciado. La quise y aún la quiero. Recuerdo su emoción cuando, purrete sensiblero, le dije vos sos mi novia. Pero así es la vida. Me fui. Y luché. Y triunfé, un poco, al principio, la novedad. Me faltaba, no sé, ese instinto predador, ese aprovecharme de cualquier oportunidad, morder si era necesario. Yo había sido un chico de barrio -el patio, el baldío, todos tras una pelota, un amor, un sueño. No me lo pude despegar. Y me dieron. Me usaron, haciéndome creer útil, valioso.
-Andate. Pronto. No estás hecho para acá. Te faltan colmillos. O, si puedo decirlo... te sobran sentimientos. Siempre vas a ser el pez más chico. Rajá, que ya te están comiendo.
Volver, con la frente marchita... ¿Y ella? ¿Me recordará?¿Comprenderá mi fracaso?. Nunca supo de mi. No tuve oportunidad, o -no sé- me faltaban ganas. Después, ya en caída, la vergüenza, el temor. Supe que vivía sola, que no había rehecho su vida, pero ¿Podré volver?.
Ella estaba en la puerta. La vi de lejos, el corazón me saltó en el pecho.
- ¡Felipe! -me llamó con su ternura ahogada de siempre.
No pude hablar. Las palabras no salían.
-Querido! -exclamó abriendo los brazos como un puerto
-¡Mamá! ¡Vieja! -exclamé y me refugié en sus brazos.
-Te preparé los ravioles con estofado, que tanto te gustaban -me dijo, como si me hubiera ido ayer, y sepultó el pasado, la locura. Y volví al viejo amor.



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Carlos Adalberto Fernández

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