Se había asomado a este mundo en una de esas montañas polvorientas de Cataluña. Eso era todo lo que se sabía de él, además de que se llamaba Rogelio Armendia o Aramendia o Aramencía.Se lo llamó simplemente Don Rogelio. Don Roge, para los amigos. Pero esto era mera suposición porque no se le conocía a ninguno. También corrió el sumor de que eh España habían quedado una esposa y un hijo, a los que esperaba traer.
Parece que llegó sólo a ese pueblito catamarqueño, un verano más insoportable que los pasados, pero seguramente menos que el siguiente. Se hospedó en la unica fonda del lugar. No comía ahí. En el almacén anexo a la misma fonda compraba longaniza, ajo, cebolla, vino. Queso y pan eran adquiridos en los puestos de las calles,
Se relacionó con las inmobiliarias (por darle un nombre, porque lo que se vendía eran arenales, montes de espinillo, cauces secos). Adquirió una hectárea a dos kilómetros del Centro Cívico del pueblo, en lo que se llamaba "la costa" porque a partir de allí ondeaba el interminable mar de arena.
Trabajaba incansablemente. Recuperó la casa derruída (una habitación grande, mirando al patio, con un alero a todo lo largo), la cocina y el baño, alrededor del patio, mirando al centro, y otra habitación para taller y depósito, en el lado del fondo del patio. En el medio del patio un algarrobo y una mesa de tamaño respetable, algunos bancos. A unos metros de ahí, instalaciones para animales y la huerta de la casa. Mas allá el sembradío, atravesado por el canal, del que periódicamente, segun turnos preestablecidos, se recibía agua con morosidad.
Cuando la casa estuvo habitable, dejó la fonda y se mudó. Ofreció a Dña. Angeles, viuda con 6 hijas todas solteras, contratar a la mayor, Hortensia, cama adentro, como “ama de casa”. Con un destino de tía solterona como mejor alternativa, Hortensia aceptó. Hubiera aceptado aunque fuera “todo servicio”
Una vez por mes mandaba carta a España. Siempre esperaba una respuesta, que una vez, meses después llegó. Pero no pareció ser la respuesta que Rogelio esperaba. Fue el único día que no se lo vio trabajar. Todo el mundo oyó a Hortensia suplicar llorando, que no la deje, que ya no podía volver a su casa. Era una lástima, tanto esfuerzo pendiente de una respuesta que no se dio.
A la semana, habiendo vendido o regalado todo, Rogelio -y su empleada- partieron para Buenos Aires.
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Llegado a la ciudad, Rogelio buscó comodidades en alquiler “para mí y mi empleada”. Se instaló en el barrio de Once, en las dos piezas finales de un pasillo largo que conectaba tres patios con habitaciones en alquiler. Una habitacion era su dormitorio. La otra, living-comedor durante el día, habilitando una cama para Hortensia. Ninguno se quejó, A los pocos días Rogelio comenzó a trabajar de mozo en un bar de mala muerte y peor fama, a espalda del cementerio y la vía, La tarea no era muy compleja: en su turno -entrada la noche hasta la madrugada- debía asegurar la provisión de bebida -vino, grapa, caña- fiambre y pan. Y controlar el orden. Parecía entrenado. Silenciosamente, el o los perturbadores terminaban tirados en el sanjón, o con la cabeza rota. Su arma de combate era una simple botella de barro llena de arena húmeda. Los desafíos a cuchillo no lo alteraban, el contendiente sabía que en momento del ataque, la alta estatura de Rogelio, su brazo largo y robusto, su ausencia total de temor, garantizabanal atacante algún hueso roto. Y el siguiente golpe podía ser fatal. Por otro lado había que evitar el ridículo de un duelo perdido contra un porrón. El hecho era que ese bar llegó a ser uno de los lugares más pacíficos de la zona.
Rogelio no intervino en la vida diaria de la casa. Dormía a la vuelta del trabajo hasta pasado el mediodía, cuando consumía en soledad su menú de ajo, cebolla, longaniza, hasta que Hortensia anunciaba el almuerzo. Parecían un matrimonio, y Rogelio no hacía nada por desmentirlo. Tal vez eso -el ser una familia en Buenos Aires- fue lo que agrupó a su derredor a todos los jóvenes y adultos solteros del pueblo natal y alrededores. Pasaron a ser, de hecho, la autoridad familiar en cuestiones sentimentales y sociales. Lo que ellos dictaban era ley para el grupo. En realidad, Rogelio no participaba, pero su opinión obraba a traves de Hortensia en función de oráculo. Fueron “abuelos”, decidieron carreras laborales, matrimonios. Algunas decisiones no fueron bien recibidas, pero nadie se atrevía a cuestionar a Don Rogelio, Hortensia se acostumbró a resolver litigios con un “si no te gusta hablale al Roge, o andate, que nadie te tiene atado”. Parece ser que alguien le habló al Roge. El domingo siguiente, luego de una noche poblada de alaridos, gritos “no hablés en mi nombre” y “con el cinto no”, Hortensia se declaró agotada por la responsabilidad asignada por “la familia”. Propuso un consejo de notables con libertad de opinión y mediación de Don Rogelio ante conflictos.
Don Gallego (así lo llaamaban ahora) acentuó su participación en la vida cotidiana del grupo, y Hortensia se resignó a ser sólo una notable. En los almuerzos de los domingos se hizo usual la entrada de cebolla, ajo y longaniza general, antes del plato central.
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A los años llegó un telegrama. Don Rogelio lo leyó y lo dejó en la ventanilla. Todo el pueblo se enteró de su contenido:”Mamá te perdonó. Te voy a buscar”. Ese domingo no hubo almuerzo en el inqulinato. Hortensia no cesaba de llorar. Rogelio no hablaba con nadie. Dicen que participó en peleas violentas en el bar.
En la mañana apareció el visitantte. Era el hijo de Don Rogelio. El encuentro fue emotivo, largo , tierno, con cebolla, ajo, longaniza y empanadas. Hacia el fin Hortensia se levanto para retirarse.
-Ud se queda, Hortensia. En su asiento -ordenó con voz firme Don Rogelio. Y luego dirigiéndose a su hijo:
-Esta casa es tuya. Sus puertas estan abiertas para ti. Y a tu madre dile... dile que valoro su gesto, pero que llegó... un poco tarde. Que tal vez le haga bien perdonarse a ella misma.
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Y, sí, Cada vida es una historia.
© Carlos Adalberto Fernández
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jueves, 28 de enero de 2010
domingo, 24 de enero de 2010
Marurí y el mago
Con peroles, retortas y hierbas trabaja el mago. De pronto el batir de unas alas, casi apaga el fuego de las velas que alumbra el recinto. Gira su cabeza y en sus manos ya está Marurí, la mariposa multicolor.
Ella le cuenta historias de su visita a muchos jardines y de la multitud de flores que encuentra, con cuyo polen se alimenta. Y el mago la escucha en su mecedora.
- Quisiera volar más alto, tener más amigos. Y ver el mundo plagado de colores. De fiesta y alegría. Volar y volar alto, muy alto; por jardines, plazas y comarcas. El mago la escucha, contempla su belleza. Recurre a sus artes, le dice:
- Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi. ¡Pronuncia tres veces estas palabras mágicas! Y aplaude ¡Plap, plap, plap!. Y Maruri vuela, vuela preciosa.
A medida que sube a los cielos, a la bóveda azul, de mariposa multicolor se convierte en pajarita, en la pajarita Marurí.
Vuela y se desliza por magníficos jardines de flores exóticas, plazas y castillos; selvas y sierras; ríos y mares. Viaja mucho, visita el mundo y un día al fin cansada de tanto volar y de conocer tierras, regresa, guiada más por el resplandor que le alegra el corazón que por el fuego de las velas que alumbran la choza del mago.
Encuentra al viejo amigo con sus peroles, hierbas y retortas Se posa en su hombro y le cuenta historias al oído. El mago escucha a Marurí, feliz por su visita, disfruta con sus relatos. Historias de amor y desamor. Pasión y olvido. Riqueza y pobreza. Guerra y paz.
El mundo no era feliz: sólo había breves momentos de felicidad para el hombre y los otros seres en el mundo. Habían colores, muchos colores, aunque opacados por las sombras, por la bruma.
- Quiero dar alegría, quiero que todo sea una fiesta. ¿Qué puedo hacer?. Y si no soy pajarita, quién sabe…
El mago le dio sándalo, incienso, piñas de pino, cardamomo, sarmientos, flores y hierbas aromáticas y la colocó suavemente en la ventana, diciéndole:
-Vuela, vuela, vuela amiga mía, dulce mariposa, pajarita de mis sueños. Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi. ¡Plap, plap, plap!
Marurí, rí, si, busca la montaña más alta y más lejana, disipa la oscuridad en tu vuelo; busca el último invierno de tu vida, el humo y el fuego del cielo, recoge tus cenizas y por fin, desde el alba de tus sueños inicia tu última lucha para no morir.
La pajarita Marurí vuela y vuela alto, ahora es un ave muy hermosa parecida a una garza, con plumaje de púrpura y oro; de rojo y naranja, de verde, escarlata y rosa..
Al fin ella encuentra la montaña más alta y más lejana, renace, canta una bella canción y vuelve a vivir mil años.
Julia del Prado (invierno 2006)
Ella le cuenta historias de su visita a muchos jardines y de la multitud de flores que encuentra, con cuyo polen se alimenta. Y el mago la escucha en su mecedora.
- Quisiera volar más alto, tener más amigos. Y ver el mundo plagado de colores. De fiesta y alegría. Volar y volar alto, muy alto; por jardines, plazas y comarcas. El mago la escucha, contempla su belleza. Recurre a sus artes, le dice:
- Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi, Mapa Rupu Rípi. ¡Pronuncia tres veces estas palabras mágicas! Y aplaude ¡Plap, plap, plap!. Y Maruri vuela, vuela preciosa.
A medida que sube a los cielos, a la bóveda azul, de mariposa multicolor se convierte en pajarita, en la pajarita Marurí.
Vuela y se desliza por magníficos jardines de flores exóticas, plazas y castillos; selvas y sierras; ríos y mares. Viaja mucho, visita el mundo y un día al fin cansada de tanto volar y de conocer tierras, regresa, guiada más por el resplandor que le alegra el corazón que por el fuego de las velas que alumbran la choza del mago.
Encuentra al viejo amigo con sus peroles, hierbas y retortas Se posa en su hombro y le cuenta historias al oído. El mago escucha a Marurí, feliz por su visita, disfruta con sus relatos. Historias de amor y desamor. Pasión y olvido. Riqueza y pobreza. Guerra y paz.
El mundo no era feliz: sólo había breves momentos de felicidad para el hombre y los otros seres en el mundo. Habían colores, muchos colores, aunque opacados por las sombras, por la bruma.
- Quiero dar alegría, quiero que todo sea una fiesta. ¿Qué puedo hacer?. Y si no soy pajarita, quién sabe…
El mago le dio sándalo, incienso, piñas de pino, cardamomo, sarmientos, flores y hierbas aromáticas y la colocó suavemente en la ventana, diciéndole:
-Vuela, vuela, vuela amiga mía, dulce mariposa, pajarita de mis sueños. Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi Mapa rupu rípi. ¡Plap, plap, plap!
Marurí, rí, si, busca la montaña más alta y más lejana, disipa la oscuridad en tu vuelo; busca el último invierno de tu vida, el humo y el fuego del cielo, recoge tus cenizas y por fin, desde el alba de tus sueños inicia tu última lucha para no morir.
La pajarita Marurí vuela y vuela alto, ahora es un ave muy hermosa parecida a una garza, con plumaje de púrpura y oro; de rojo y naranja, de verde, escarlata y rosa..
Al fin ella encuentra la montaña más alta y más lejana, renace, canta una bella canción y vuelve a vivir mil años.
Julia del Prado (invierno 2006)
sábado, 23 de enero de 2010
EPÍLOGO
Dice el maestro que el día del Corpus es muy importante, y que ese día reluce como el sol:
-Tres jueves hay en el año que relucen como el Sol: Jueves Santo, Corpus Cristi, y el Día de la Ascensión.
Y debe ser verdad, porque hacía un calor... Este año, han puesto una película del oeste. Yo creo que esa película es la qe tiene la culpa de todo. Porque si no llegan a ponerla, no pasa nada. Pero claro, tuvimos que ir todos los niños de las escuelas a la procesión. Bueno, también iban los de todas las hermandades, los niños de Primera Comunión, el alcalde... todo el pueblo, vaya. Y como se hacía tan larga, dijo Perico:
-La película va a empezar antes de que acabe la procesión.
-Entonces no podemos verla... -dije yo.
-¿Y si nos escapamos al llegar a una esquina, como hace el “Botija” los domingos cuando vamos a misa?
-Eso, eso -Aceptó el “Pulga” en voz bajita-. Si al “Botija” no lo pillan...
Y así lo hicimos. Al llegar a una esquina, muy cerquita del cine, echamos todos a correr y nos escapamos. Sacamos nuestras entraditas y nos metimos en el cine. Todo muy bien. Pero claro, el “Botija”, cuando se escapa, se escapa sólo. Y nosotros nos habíamos escapado media clase. Menos mal que la película era buenísima. Colt5 45. Entre tanta tarea, cartas y visitas de las madres al maestro, esa película es lo único bueno que nos ha pasado hasta fin de curso.
El Viernes, al llegar a la escuela, don Francisco se puso en la puerta con la regla en la mano, cuando yo fui a entrar, me puso la regla en el pecho y me empujó, suavemente, hacia fuera... Después, al entrar Perico, como vio la regla dirigirse a su pecho, ni se molestó en intentar entrar. Y así, de uno en uno, nos fuimos quedando todos en la puerta. Y eso que no hubo chivatazo ni nada... Anda que no sabe nada don Francisco cuando quiere.
-¿Por qué os habéis quedado en la puerta? -pregunto don Francisco.
Como si el no lo supiera...
-Es que al llegar a la esquina del callejón que da a la taquilla de cine, pasó el tío del saco y os secuestró. ¿Verdad? -continuó- ¿No tenéis nada que decir?
Y como mi madre dice que calladitos estamos más guapos, pues no abrimos la boca en todo el día. ¿Para qué? De esa manera sólo nos castigó ese día sin comer.
...
Días después llegó una carta del colegio: había aprobado. O sea, que en septiembre me vine interno al colegio. Mis padres se pusieron muy contentos. Yo no sé si porque me voy a convertir en un hombre de provecho, o porque se iban a librar de mí. Y la “Petro”, mi vecina, siempre tan graciosa:
-Al final, hasta mi limonero va a dar más fruta -comentó, entre risas, la graciosa.
-Tienen sus problemas estos diablillos, pero capacidad para de abrirse paso en la vida les sobra –presumió don Francisco con mi padre días después de comenzar las vacaciones.
Perico, se fue a otro colegio, y el “Pulga” y “Rompehigos”… En el pueblo no ha quedado ninguno de la pandilla.
¿Habrá sido este verano el último verano feliz de mi vida?
............ ........
Manolo Cubero
Postdata.-
Aquella pandilla de diablos se disolvió en diversos lugares. Cincuenta años después se han vuelto a juramentar para abrazarse una vez al año mientras el cuerpo dé fuerzas. Pero la necesidad de cambiar las algarrobas por un plato de cocido los obligó a abandonar su terruño para darle la razón a don Francisco: supieron defenderse en la vida. Si uno de ellos se convirtió en empresario catalán, otro alcanzó una cátedra en la Universidad Autónoma de Madrid, o fueron Directores de institutos, Jefe de Servicio en la Administració n Pública, jefe de mantenimiento regional en alguna multinacional de las telecomunicaciones. ..
Y, sobre todo, fueron capaces de esconder una amistad en la distancia que floreció medio siglo después.
-Tres jueves hay en el año que relucen como el Sol: Jueves Santo, Corpus Cristi, y el Día de la Ascensión.
Y debe ser verdad, porque hacía un calor... Este año, han puesto una película del oeste. Yo creo que esa película es la qe tiene la culpa de todo. Porque si no llegan a ponerla, no pasa nada. Pero claro, tuvimos que ir todos los niños de las escuelas a la procesión. Bueno, también iban los de todas las hermandades, los niños de Primera Comunión, el alcalde... todo el pueblo, vaya. Y como se hacía tan larga, dijo Perico:
-La película va a empezar antes de que acabe la procesión.
-Entonces no podemos verla... -dije yo.
-¿Y si nos escapamos al llegar a una esquina, como hace el “Botija” los domingos cuando vamos a misa?
-Eso, eso -Aceptó el “Pulga” en voz bajita-. Si al “Botija” no lo pillan...
Y así lo hicimos. Al llegar a una esquina, muy cerquita del cine, echamos todos a correr y nos escapamos. Sacamos nuestras entraditas y nos metimos en el cine. Todo muy bien. Pero claro, el “Botija”, cuando se escapa, se escapa sólo. Y nosotros nos habíamos escapado media clase. Menos mal que la película era buenísima. Colt5 45. Entre tanta tarea, cartas y visitas de las madres al maestro, esa película es lo único bueno que nos ha pasado hasta fin de curso.
El Viernes, al llegar a la escuela, don Francisco se puso en la puerta con la regla en la mano, cuando yo fui a entrar, me puso la regla en el pecho y me empujó, suavemente, hacia fuera... Después, al entrar Perico, como vio la regla dirigirse a su pecho, ni se molestó en intentar entrar. Y así, de uno en uno, nos fuimos quedando todos en la puerta. Y eso que no hubo chivatazo ni nada... Anda que no sabe nada don Francisco cuando quiere.
-¿Por qué os habéis quedado en la puerta? -pregunto don Francisco.
Como si el no lo supiera...
-Es que al llegar a la esquina del callejón que da a la taquilla de cine, pasó el tío del saco y os secuestró. ¿Verdad? -continuó- ¿No tenéis nada que decir?
Y como mi madre dice que calladitos estamos más guapos, pues no abrimos la boca en todo el día. ¿Para qué? De esa manera sólo nos castigó ese día sin comer.
...
Días después llegó una carta del colegio: había aprobado. O sea, que en septiembre me vine interno al colegio. Mis padres se pusieron muy contentos. Yo no sé si porque me voy a convertir en un hombre de provecho, o porque se iban a librar de mí. Y la “Petro”, mi vecina, siempre tan graciosa:
-Al final, hasta mi limonero va a dar más fruta -comentó, entre risas, la graciosa.
-Tienen sus problemas estos diablillos, pero capacidad para de abrirse paso en la vida les sobra –presumió don Francisco con mi padre días después de comenzar las vacaciones.
Perico, se fue a otro colegio, y el “Pulga” y “Rompehigos”… En el pueblo no ha quedado ninguno de la pandilla.
¿Habrá sido este verano el último verano feliz de mi vida?
............ ........
Manolo Cubero
Postdata.-
Aquella pandilla de diablos se disolvió en diversos lugares. Cincuenta años después se han vuelto a juramentar para abrazarse una vez al año mientras el cuerpo dé fuerzas. Pero la necesidad de cambiar las algarrobas por un plato de cocido los obligó a abandonar su terruño para darle la razón a don Francisco: supieron defenderse en la vida. Si uno de ellos se convirtió en empresario catalán, otro alcanzó una cátedra en la Universidad Autónoma de Madrid, o fueron Directores de institutos, Jefe de Servicio en la Administració n Pública, jefe de mantenimiento regional en alguna multinacional de las telecomunicaciones. ..
Y, sobre todo, fueron capaces de esconder una amistad en la distancia que floreció medio siglo después.
lunes, 18 de enero de 2010
A CONCIENCIA PURA
Versión libérrima del tango Confesión,
de Luis César Amadori
-Irma...
La mujer mira al hombre que se le está acercando. No entiende lo que oyó, No entiende lo que ve.
-Irmita...
Ahora la mujer entendió; reconoció al hombre.
_¡Agh!¡Ahhhhhhhhhhhhh !
-Pero no, Irmita, no me tengas miedo. Sólo vengo para...¡Pará!¡Qué hacés!¡No te tirés, loca!
Irma salta por la ventana -está en un primer piso- al techado metálico del almacén,, y de ahí se descuelga hasta la vereda. Se aleja corriendo, a los gritos de ¡Socorro!¡Asesino!
<>
Un mes después....
La mujer está en el living viendo la televisión, cuando suena el portero eléctrico. Atiende.
-¿Acá pidieron service del lavarropas?
-Si. Pase -La mujer oprime el botón. Suena la chicharra. Al rato suena el timbre en la puerta del departamento. La mujer abre. El hombre, con un empujón, se introduce violentamente. La mujer corre hacia el interior, seguida de cerca por el hombre.
-¡Esperá, te tengo que hablar!¡No te voy a hacer daño! -Ella cruza la puerta hacia la cocina. Cuando él la sigue, un líquido le tapa la visión, le quema en la garganta, le arde en los ojos. Inmediatamente después un golpe en la nuca le oscurece la visión, la conciencia, todo.
<>
-¿Dónde estoy?¿Y ese ruido? -El hombre recupera el conocimiento, la visión sigue borrosa.
-Es la sirena de la ambulancia, Reinaldo. Te estamos llevando al hospital. Quedate tranquilo.
-¿Sos vos, Irma?¡Socorro! -Reinaldo hace fuerzas por bajar de la camilla y abrir la puerta de la ambulanccia. Irma y el policía de vigilancia lo retienen. Reinaldo está débil, luego de un intento de lucha queda postrado en la camilla.-¿Por qué estoy tan débil?. Recuerdo el golpe...
-Es que después del golpe -yo estaba aterrorizada- busqué el cuchillo de cocina y te lo clavé varias veces. Pero se me cansó el brazo y no te daba más que puntaditas, unos centímetros. Así que hice como en las películas: te envolví en cinta para embalajes. y llamé a Urgencias. Me preguntaron dónde había robado la momia. Entre la cinta y la sangre eras de terror. Tardaron quince minutos en limpiarte para las curaciones. Yo por las dudas me senté detrás tuyo, con el palo de amasar.
<>
Cuando despierta, Reinaldo está en una cama de la Sala de Guardia. En el fondo del pasillo hay un agente. Sentada al lado de Reinaldo está Irma.
-¿Cómo estoy?¿Qué dijeron los médicos?
-Que no tenés nada. Las heridas... dijeron que yo no serviría ni para hacer tatuajes. Un poco de reposo y mañana o pasado el alta.
¿El alta de qué? De acá vuelvo a la cárcel. Y yo que solamente te quería saludar...
-¿Después de todo un año, no decidiste rehacer tu vida? Olvidarte de mi. Quiero saber por qué viniste, por eso decidí acompañarte ahora.
-¡Qué iluso fuí! Creer que en algún momento me ibas a agradecer, te tomé gata callejera y te dejé dama de alcurnia. O creés que no me dolía darte con la toalla mojada hasta cansarme porque en tu tozudez no aflojabas. Porque eras dura, eh. Horas de rodillas sobre granos de maíz y ni un gemido. Hoy te ví. Ibas linda como un sol, se paraban pa mirarte.
-Para ver como me había quedado la cirugía; una cicatriz de cuatro centímetros, el párpado tajeado...
¡Porque me habías escondido las toallas! Perdí el control. Tanto esfuerzo, tanta dedicación para ponerte presentable. Mina de jerarquía, la flor del barrio ibas a ser. Cara, como importada. ¡No una cualquiera, che! "La pupila del Reinaldo Paredes". Y vos... Agarré lo primero que encontré, el cinto campero. Una hebilla que..
-Casi se me voló un ojo y un pedazo dde cuero cabelludo.
-¿Y quién tiene la culpa?¿Quien fué el más perjudicado? El negocio perdido; hasta tuve que trabajar; la primera vez que choreé me agarraron, recién salgo. Y te vi, con montones de plata encima.
-Y vos decís que todo fué por mi bien, que todo lo hacés por mí, que te debo algo.
-Si, lo hago por vos, tenés una deuda conmigo.
-¡Que caradura! Decilo fuerte, si te atreves.
-¡SI, TODO POR VOS!
-¡NO POR FAVOR, REINALDO, NO LO HAGAS.!
-¡¿Qué?! -Reinaldo mira a Irma sin entender sus gritos, como tampoco entiende el pequeño revolver que saca de su cartera, ni el cañon que apunta directamente a él, ni el estampido...
-¡No, Reinaldo, no, que hiciste!
Mientras continúa con los gritos, mientras oye acercarse corriendo al policía, mientras pone el revolver en la mano de Reinaldo, Irma piensa que algo va a tener que agradecerle a Reinaldo. Voy a ser una mina cara, como de importación. Pero pupila de nadie.
© Carlos Adalberto Fernández
de Luis César Amadori
-Irma...
La mujer mira al hombre que se le está acercando. No entiende lo que oyó, No entiende lo que ve.
-Irmita...
Ahora la mujer entendió; reconoció al hombre.
_¡Agh!¡Ahhhhhhhhhhhhh !
-Pero no, Irmita, no me tengas miedo. Sólo vengo para...¡Pará!¡Qué hacés!¡No te tirés, loca!
Irma salta por la ventana -está en un primer piso- al techado metálico del almacén,, y de ahí se descuelga hasta la vereda. Se aleja corriendo, a los gritos de ¡Socorro!¡Asesino!
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Un mes después....
La mujer está en el living viendo la televisión, cuando suena el portero eléctrico. Atiende.
-¿Acá pidieron service del lavarropas?
-Si. Pase -La mujer oprime el botón. Suena la chicharra. Al rato suena el timbre en la puerta del departamento. La mujer abre. El hombre, con un empujón, se introduce violentamente. La mujer corre hacia el interior, seguida de cerca por el hombre.
-¡Esperá, te tengo que hablar!¡No te voy a hacer daño! -Ella cruza la puerta hacia la cocina. Cuando él la sigue, un líquido le tapa la visión, le quema en la garganta, le arde en los ojos. Inmediatamente después un golpe en la nuca le oscurece la visión, la conciencia, todo.
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-¿Dónde estoy?¿Y ese ruido? -El hombre recupera el conocimiento, la visión sigue borrosa.
-Es la sirena de la ambulancia, Reinaldo. Te estamos llevando al hospital. Quedate tranquilo.
-¿Sos vos, Irma?¡Socorro! -Reinaldo hace fuerzas por bajar de la camilla y abrir la puerta de la ambulanccia. Irma y el policía de vigilancia lo retienen. Reinaldo está débil, luego de un intento de lucha queda postrado en la camilla.-¿Por qué estoy tan débil?. Recuerdo el golpe...
-Es que después del golpe -yo estaba aterrorizada- busqué el cuchillo de cocina y te lo clavé varias veces. Pero se me cansó el brazo y no te daba más que puntaditas, unos centímetros. Así que hice como en las películas: te envolví en cinta para embalajes. y llamé a Urgencias. Me preguntaron dónde había robado la momia. Entre la cinta y la sangre eras de terror. Tardaron quince minutos en limpiarte para las curaciones. Yo por las dudas me senté detrás tuyo, con el palo de amasar.
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Cuando despierta, Reinaldo está en una cama de la Sala de Guardia. En el fondo del pasillo hay un agente. Sentada al lado de Reinaldo está Irma.
-¿Cómo estoy?¿Qué dijeron los médicos?
-Que no tenés nada. Las heridas... dijeron que yo no serviría ni para hacer tatuajes. Un poco de reposo y mañana o pasado el alta.
¿El alta de qué? De acá vuelvo a la cárcel. Y yo que solamente te quería saludar...
-¿Después de todo un año, no decidiste rehacer tu vida? Olvidarte de mi. Quiero saber por qué viniste, por eso decidí acompañarte ahora.
-¡Qué iluso fuí! Creer que en algún momento me ibas a agradecer, te tomé gata callejera y te dejé dama de alcurnia. O creés que no me dolía darte con la toalla mojada hasta cansarme porque en tu tozudez no aflojabas. Porque eras dura, eh. Horas de rodillas sobre granos de maíz y ni un gemido. Hoy te ví. Ibas linda como un sol, se paraban pa mirarte.
-Para ver como me había quedado la cirugía; una cicatriz de cuatro centímetros, el párpado tajeado...
¡Porque me habías escondido las toallas! Perdí el control. Tanto esfuerzo, tanta dedicación para ponerte presentable. Mina de jerarquía, la flor del barrio ibas a ser. Cara, como importada. ¡No una cualquiera, che! "La pupila del Reinaldo Paredes". Y vos... Agarré lo primero que encontré, el cinto campero. Una hebilla que..
-Casi se me voló un ojo y un pedazo dde cuero cabelludo.
-¿Y quién tiene la culpa?¿Quien fué el más perjudicado? El negocio perdido; hasta tuve que trabajar; la primera vez que choreé me agarraron, recién salgo. Y te vi, con montones de plata encima.
-Y vos decís que todo fué por mi bien, que todo lo hacés por mí, que te debo algo.
-Si, lo hago por vos, tenés una deuda conmigo.
-¡Que caradura! Decilo fuerte, si te atreves.
-¡SI, TODO POR VOS!
-¡NO POR FAVOR, REINALDO, NO LO HAGAS.!
-¡¿Qué?! -Reinaldo mira a Irma sin entender sus gritos, como tampoco entiende el pequeño revolver que saca de su cartera, ni el cañon que apunta directamente a él, ni el estampido...
-¡No, Reinaldo, no, que hiciste!
Mientras continúa con los gritos, mientras oye acercarse corriendo al policía, mientras pone el revolver en la mano de Reinaldo, Irma piensa que algo va a tener que agradecerle a Reinaldo. Voy a ser una mina cara, como de importación. Pero pupila de nadie.
© Carlos Adalberto Fernández
jueves, 14 de enero de 2010
Amorios pobres (Agosto 2008)
—De los dos él es el menos elegante, el menos atractivo. Y se nota que el más pobre. ¿No?
—Claro.
—Claro qué, nada, ortivón. Decime lo que pensás.
Traté de memorar el pasado inmediato. Difícil, cuando él hablaba y la Elvira lo coqueteaba disimuladamente. Me esforcé.
—Claro que Olegario es más feo y desagradable que Ud., viejo. Y le cuesta, mejorar el puntaje, digo. Ud. no exagera, es al natural.
—Te estás arriesgando a un revés, pendejo, pero por otro lado tenés razón. Yo, lo mío, lo bueno y lo malo, lo tengo de nacimiento. Este, cada vez que mejora, empeora.
—Pero, viejo, sin querer ofender, no estamos eligiendo en La Rural. No hay nada que elegir, lo que fue, fue. Quiero saberlo y ya. Fue Olegario o fue Ud. A mi vieja también le gustaría enterarse.
§
Ramoncito recordaba la tarde -el jueves, le parece- en que su madre se lo llevó, en silencio, de la mano, hasta el medio del basural. Acomodó unos cajones y se sentó.
—Siéntese, m'hijo. Acá podemos hablar tranquilos. Esta charla se la debía desde que Ud. nació, pero era muy chiquito, después mas grande pero sin capacidad para entender el asunto, que de todos modos seguro lo molestaba. Ahora ya es hombre.
—De qué me va a hablar, vieja. No me asuste —Acabo de cumplir 15 y todos me molestan: "ya vas a ser hombre", "¿ya te crece la barba?", "mañana te hago un mapa de la mujer así vas aprendiendo". Y ahora la vieja.
—Yo te tuve de joven, ignorante, llena de sueños. No voy a decir que fuí una mala madre porque bien que me rompí el culo para criarte y cuidarte, acá, acá mismo, en pleno basural. Ahí en la barranca, mis padres tenían la choza. La crisis los echó de su pueblo, allá en la Rioja ¿y adónde iban a ir, ya en Buenos Aires? Acá, en la quema no se peleaban por entrar así que entramos nosotros. Trabajo fácil, daba para vivir. Sobras, cosas perdidas, materiales, la nariz se acostumbra.
—¿A qué viene, vieja, por qué la hace larga? —Ya sabía de qué me estaba hablando. El secreto que nadie revelaba. Yo sospechando, callando mi inquietud, por miedo o vergüenza. Siempre pensando en eso, con ganas de saber y miedo de preguntar.
—Si no se lo digo yo, antes de morirme, ya no se lo va a decir nadie. O se la van a decir varios, pero todo mentiras, inventos. Yo lo sé. Bueno, es un decir. Lo sé hasta dónde lo sé, lo demás.... Pero hasta donde yo lo sé, porque lo viví, se lo voy a decir todo.
—No me asuste vieja. Si Ud. no sabe quién fué el que... mi padre, para qué carajo estamos aquí.
—Estamos aquí, mocoso insolente, porque acá me enamoré, acá te concebí, acá decidí tenerte costara lo que costase, acá te tuve. Y acá estamos ahora, vos y yo, desafiando al destino.
Y sí. Con todos esos recuerdos, la vieja se veía en un templo, conversando con los dioses, no en el basural hediondo donde estábamos. —Dele, siga, vieja.
La vieja se zambulló en sueños nostálgicos, de jovencita inocente y crédula.
—Eran... hermosos, jóvenes, arremetedores. Me perseguían, me calentaban la oreja. Cómo no enamorarse.
—¡Vieja! ¿De qué está hablando? ¿Qué me va a contar, el Kamaputra? ¿Cómo, "eran"?
—¿Y cómo te creés que es la vida? ¿pura matemáticas? Yo me enamoré, sí, de los dos. El Ramón -mi marido, tu padre en los papeles- juntaba plomo. Era muy del hogar, me ofrecía una casita a la vuelta. Estaba enamorado de mí. Ahora ni se nota y quién sabe, pero entonces se le caían los ojos. Y a mí eso me afectaba, que querés que te diga. En cambio el Olegario era un veleta. Se dedicaba a los objetos perdidos. Un día me anunció que se iba a Rosario. Me apuró. "Animate, venite conmigo, vamos a recorrer el mundo". Yo no sabía que decidir, pero tenía que elegir. Aquí no se podía estar más. No era una quema como cuando los viejos, ahora los camiones traen la basura, se la llevan, la entierran. Pero el olor es el mismo.
—Una noche de diciembre. Olegario me espera en la barranca. Se va, le dije que me iba con él. Cuando me le acerco me explota el corazón. No se si me ama, pero me abraza, me apretuja, "tenía miedo", me dice. Y me posee con una pasión que me diluye en besos. Se acerca la madrugada. "Vamos", me dice. Yo lo miro, inmóvil, la angustia me mata. Debo haberme mostrado muy asustada, porque Olegario me mira una eternidad, luego me besa en la frente y se va. Voy corriendo al basural. Ya es de día, Ramón debe estar trabajando. "Me quedo con Ramón" me grito, con miedo de perderlo, a él también, por cobarde. Estoy loca, no sé lo que hago, pero no quiero quedarme sola. Me le tiro a los brazos. "Casémonos" le grito, le ruego. Ahí nomás se me echa encima, con furia, como vengándose. De esa noche, el Ramón no me pregunta nada, nunca me preguntó. Me deja sufrir sola.
Y hasta acá lo que sé. Esa noche te hicimos, yo y él, o yo y él. Preguntales.
§
—Dele, viejo. Quiero saberlo y ya. Olegario o Ud.
—¿Y cómo querés que lo sepa, mocoso? ¿Que los milicos me hagan un parte de guerra? Hace ya 15 años, y no pregunté. Te dí mi nombre, mis desvelos, mis broncas, mis orgullos de padre. Para mi sos un hijo, mi calvario, por qué más. Ahí lo tenés al Olegario. preguntale.
§
—Ojalá fueras mi hijo. Así tendría algo de tu madre. Estuve esa noche; me quedé guacho, perdido en el mundo, cuando me fui. Estúpido, nunca me perdoné esa bravuconada de pendejo omnipotente. No me animé a volver. Y ahora... cómo responderte. Hay estudios, análisis, que averiguan lo que querés saber. Pero para qué. Si no cambia no cambia, y si cambia ¿vas a dar vuelta todo? A veces, en noches solitarias, me preguntaba lo mismo, y cómo sería vos, la Elvira, yo... pero para qué.
Se quedó esperando, en silencio. Yo tirado, mi cerebro en ebullición. Olegario, igual que Ramón allá donde lo dejé, se veía triste, como ante una fatalidad. inexorable.
—Tenés razón. Tienen razón los dos. O no, pero qué importa finalmente. Ya soy hombre y la Elvira me espera.
Olegario revolvió una bolsa y extrajo un par de botas nuevas, relucientes, recién encontradas.
—Yo ya me voy. No creo que vuelva. Estas botas... si fuera tu padre, te corresponderí an a vos. Guardalas, por las dudas.
Carlos Adalberto Fernández
---- E-Mail ----
cafernandez. ar@gmail.com
---- Blogs, sitios personales ----
http://cadalcaf01. wordpress. com/ (actualidad)
http://carlosaferna ndez.blogspot. com/ (museo)
—Claro.
—Claro qué, nada, ortivón. Decime lo que pensás.
Traté de memorar el pasado inmediato. Difícil, cuando él hablaba y la Elvira lo coqueteaba disimuladamente. Me esforcé.
—Claro que Olegario es más feo y desagradable que Ud., viejo. Y le cuesta, mejorar el puntaje, digo. Ud. no exagera, es al natural.
—Te estás arriesgando a un revés, pendejo, pero por otro lado tenés razón. Yo, lo mío, lo bueno y lo malo, lo tengo de nacimiento. Este, cada vez que mejora, empeora.
—Pero, viejo, sin querer ofender, no estamos eligiendo en La Rural. No hay nada que elegir, lo que fue, fue. Quiero saberlo y ya. Fue Olegario o fue Ud. A mi vieja también le gustaría enterarse.
§
Ramoncito recordaba la tarde -el jueves, le parece- en que su madre se lo llevó, en silencio, de la mano, hasta el medio del basural. Acomodó unos cajones y se sentó.
—Siéntese, m'hijo. Acá podemos hablar tranquilos. Esta charla se la debía desde que Ud. nació, pero era muy chiquito, después mas grande pero sin capacidad para entender el asunto, que de todos modos seguro lo molestaba. Ahora ya es hombre.
—De qué me va a hablar, vieja. No me asuste —Acabo de cumplir 15 y todos me molestan: "ya vas a ser hombre", "¿ya te crece la barba?", "mañana te hago un mapa de la mujer así vas aprendiendo". Y ahora la vieja.
—Yo te tuve de joven, ignorante, llena de sueños. No voy a decir que fuí una mala madre porque bien que me rompí el culo para criarte y cuidarte, acá, acá mismo, en pleno basural. Ahí en la barranca, mis padres tenían la choza. La crisis los echó de su pueblo, allá en la Rioja ¿y adónde iban a ir, ya en Buenos Aires? Acá, en la quema no se peleaban por entrar así que entramos nosotros. Trabajo fácil, daba para vivir. Sobras, cosas perdidas, materiales, la nariz se acostumbra.
—¿A qué viene, vieja, por qué la hace larga? —Ya sabía de qué me estaba hablando. El secreto que nadie revelaba. Yo sospechando, callando mi inquietud, por miedo o vergüenza. Siempre pensando en eso, con ganas de saber y miedo de preguntar.
—Si no se lo digo yo, antes de morirme, ya no se lo va a decir nadie. O se la van a decir varios, pero todo mentiras, inventos. Yo lo sé. Bueno, es un decir. Lo sé hasta dónde lo sé, lo demás.... Pero hasta donde yo lo sé, porque lo viví, se lo voy a decir todo.
—No me asuste vieja. Si Ud. no sabe quién fué el que... mi padre, para qué carajo estamos aquí.
—Estamos aquí, mocoso insolente, porque acá me enamoré, acá te concebí, acá decidí tenerte costara lo que costase, acá te tuve. Y acá estamos ahora, vos y yo, desafiando al destino.
Y sí. Con todos esos recuerdos, la vieja se veía en un templo, conversando con los dioses, no en el basural hediondo donde estábamos. —Dele, siga, vieja.
La vieja se zambulló en sueños nostálgicos, de jovencita inocente y crédula.
—Eran... hermosos, jóvenes, arremetedores. Me perseguían, me calentaban la oreja. Cómo no enamorarse.
—¡Vieja! ¿De qué está hablando? ¿Qué me va a contar, el Kamaputra? ¿Cómo, "eran"?
—¿Y cómo te creés que es la vida? ¿pura matemáticas? Yo me enamoré, sí, de los dos. El Ramón -mi marido, tu padre en los papeles- juntaba plomo. Era muy del hogar, me ofrecía una casita a la vuelta. Estaba enamorado de mí. Ahora ni se nota y quién sabe, pero entonces se le caían los ojos. Y a mí eso me afectaba, que querés que te diga. En cambio el Olegario era un veleta. Se dedicaba a los objetos perdidos. Un día me anunció que se iba a Rosario. Me apuró. "Animate, venite conmigo, vamos a recorrer el mundo". Yo no sabía que decidir, pero tenía que elegir. Aquí no se podía estar más. No era una quema como cuando los viejos, ahora los camiones traen la basura, se la llevan, la entierran. Pero el olor es el mismo.
—Una noche de diciembre. Olegario me espera en la barranca. Se va, le dije que me iba con él. Cuando me le acerco me explota el corazón. No se si me ama, pero me abraza, me apretuja, "tenía miedo", me dice. Y me posee con una pasión que me diluye en besos. Se acerca la madrugada. "Vamos", me dice. Yo lo miro, inmóvil, la angustia me mata. Debo haberme mostrado muy asustada, porque Olegario me mira una eternidad, luego me besa en la frente y se va. Voy corriendo al basural. Ya es de día, Ramón debe estar trabajando. "Me quedo con Ramón" me grito, con miedo de perderlo, a él también, por cobarde. Estoy loca, no sé lo que hago, pero no quiero quedarme sola. Me le tiro a los brazos. "Casémonos" le grito, le ruego. Ahí nomás se me echa encima, con furia, como vengándose. De esa noche, el Ramón no me pregunta nada, nunca me preguntó. Me deja sufrir sola.
Y hasta acá lo que sé. Esa noche te hicimos, yo y él, o yo y él. Preguntales.
§
—Dele, viejo. Quiero saberlo y ya. Olegario o Ud.
—¿Y cómo querés que lo sepa, mocoso? ¿Que los milicos me hagan un parte de guerra? Hace ya 15 años, y no pregunté. Te dí mi nombre, mis desvelos, mis broncas, mis orgullos de padre. Para mi sos un hijo, mi calvario, por qué más. Ahí lo tenés al Olegario. preguntale.
§
—Ojalá fueras mi hijo. Así tendría algo de tu madre. Estuve esa noche; me quedé guacho, perdido en el mundo, cuando me fui. Estúpido, nunca me perdoné esa bravuconada de pendejo omnipotente. No me animé a volver. Y ahora... cómo responderte. Hay estudios, análisis, que averiguan lo que querés saber. Pero para qué. Si no cambia no cambia, y si cambia ¿vas a dar vuelta todo? A veces, en noches solitarias, me preguntaba lo mismo, y cómo sería vos, la Elvira, yo... pero para qué.
Se quedó esperando, en silencio. Yo tirado, mi cerebro en ebullición. Olegario, igual que Ramón allá donde lo dejé, se veía triste, como ante una fatalidad. inexorable.
—Tenés razón. Tienen razón los dos. O no, pero qué importa finalmente. Ya soy hombre y la Elvira me espera.
Olegario revolvió una bolsa y extrajo un par de botas nuevas, relucientes, recién encontradas.
—Yo ya me voy. No creo que vuelva. Estas botas... si fuera tu padre, te corresponderí an a vos. Guardalas, por las dudas.
Carlos Adalberto Fernández
---- E-Mail ----
cafernandez. ar@gmail.com
---- Blogs, sitios personales ----
http://cadalcaf01. wordpress. com/ (actualidad)
http://carlosaferna ndez.blogspot. com/ (museo)
miércoles, 13 de enero de 2010
SOLO EL VIENTO
no me cuentes que hay colores que cantan
que danzan mariposas en el cabello de tu musa
que hay risas que se asoman en domingo
no conozco el domingo ni resto de semana.
en gris y negro se mueve mi luz
soy sombra alargada buscamdo un postigo.
no me cuentes sueños,
ni me hables de las rosas
ni de arena blanca,
ni de olas galopantes
ni del río correlón,
ni de la excitación de la alborada
ni de pájaros canores estrenando el día.
no susurres,
me duelen tus susurros...
no más,
nunca más lo creas,
nadie tocó a tu puerta
solo fue el último grito desconsolado del viento.
Ana Lucía Montoya Rendón
Novienbre 2009
que danzan mariposas en el cabello de tu musa
que hay risas que se asoman en domingo
no conozco el domingo ni resto de semana.
en gris y negro se mueve mi luz
soy sombra alargada buscamdo un postigo.
no me cuentes sueños,
ni me hables de las rosas
ni de arena blanca,
ni de olas galopantes
ni del río correlón,
ni de la excitación de la alborada
ni de pájaros canores estrenando el día.
no susurres,
me duelen tus susurros...
no más,
nunca más lo creas,
nadie tocó a tu puerta
solo fue el último grito desconsolado del viento.
Ana Lucía Montoya Rendón
Novienbre 2009
lunes, 11 de enero de 2010
DOS ROMPETECHOS EN APUROS (I)
DOS ROMPETECHOS EN APUROS (I)
Había pensado pasar el fin de año en Sardegna, en compañía de mis amigos Gabriel Impaglione y Giovanna Mulas, pero las cosas casi nunca salen como uno espera o planifica y circunstancias ajenas a mi voluntad me obligaron a cancelar el desplazamiento previsto. Tal vez por eso, abandonada la opción italiana, acepté sin rechistar la oferta que me hacía la poeta gallega, residente en Valencia, Mila Pérez Villanueva, para viajar a la capital del Turia, o del exTuria, ya que dicho río ha sido desviado de su cauce y ahora ya no cruza la ciudad, y hacerle una visita. Y tengo que decir que no me arrepiento de que las cosas hayan discurrido así, porque los cuatro días pasados allí han sido tremendamente enriquecedores, como casi todo lo que me sucede últimamente. Realmente me siento un ser privilegiado y considero que todo lo vivido hasta ahora supera ya con creces lo que esperaba de la vida.
Mila es una persona espléndida. Goza de la misma retranca gallega y el mismo carácter despistado que yo, por lo que la aventura valenciana estuvo cargada de anécdotas que hasta ni el mismísimo rompetechos, héroe de los cómics españoles de mi adolescencia, se atrevería a firmar, y que espero desgranar con éxito a lo largo de la segunda parte de esta crónica.
Viajar en avión, de una forma económica, desde Galicia te obliga, a veces, a extremar la imaginación. Aquí hay cuatro aeropuertos que quedan muy a mano: Vigo, Santiago, A Coruña y Oporto. Entre las amistades me consideran un lince para encontrar las ofertas de vuelo que sacuden menos el bolsillo, por lo que el día 28 de diciembre partí de Pontevedra con destino a la capital portuguesa del vino con el fin de acompañar a otra amiga poeta que salía a primera hora de la mañana, el día 29, rumbo a Génova, y que me pidió ayuda a la hora de programar su viaje a Italia. Oporto es una ciudad maravillosa, desde el punto de vista culinario, y nunca desaprovecho la ocasión de volver a comprobarlo, así que nada más llegar, tras dejar las maletas en el hotel, nos fuimos a cenar con unos amigos asturianos que se encontraban de paso y con los que, previamente, habíamos concertado un encuentro.
Durante media hora recorrimos calle arriba, calle abajo, la Rúa Santa Catarina, con la esperanza de encontrar un restaurante del que me han contado maravillas, tanto en precio como en calidad de las especialidades que sirven, "O Solar de Santa Catarina", pero no aparecía por ninguna parte, hasta que preguntamos y nos dijeron que aún quedaba bastante lejos de donde estábamos por lo que, como el estómago apretaba y la noche, debido al madrugón obligatorio que nos esperaba al día siguiente, no daba mucho más de sí, decidimos entrar en el primer lugar gastronómico que nos deparara la suerte. ¡Craso error y más aún seguir las recomendaciones del maître! El bacalao frito que nos pusieron debieron de ir a buscarlo al museo oceanográfico más cercano, porque aquello era más antiguo que un fósil y el tufo que despedía aún me sigue persiguiendo cuando arrecian las peores pesadillas, aunque hay que decir en descargo del propietario que, como
consecuencia de la reclamación, no nos lo cobró y nos invitó a dos copas de aguardente vella, después de tratar de justificar el asunto con eso de que el pescado había estado demasiado tiempo en el agua, desalándose, pero que era de toda confianza. ¡Y tanto! Al bicho, lo debían de considerar ya de la casa, después de los dos o tres meses que debió pasar en la cocina esperando turno antes de que le dieran el revolcón en la sartén.
Por la mañana nos levantamos muy temprano, a la seis, con el fin de tomar el metro al aeropuerto. Todavía medio dormidos, arrastramos las maletas por el adoquinado hasta la estación más cercana, eso sí cuidándonos mucho de no tropezar con las montañas de excrementos depositadas en la acera por algún perro tremendamente cagón que debe habitar en las cercanías, si es que se trata de un perro, porque aquello más bien parecía obra de un cíclope de siete vientres.
Menos mal que llegamos con antelación, pues sacar un billete de metro en Oporto, requiere, como mínimo, una diplomatura cum laude en ingeniería. Sabía que el precio de los dos rondaba los cuatro euros, por lo que me había molestado en llevar en el bolsillo las monedas justas para realizar la operación con éxito. Con lo que no contaba era que la distribución por zonas del área metropolitana, para el que desconoce el intríngulis, hace muy complicado el asunto. Allí nos las vimos y deseamos, tratando de localizar en el plano la zona para la que debíamos comprar el ticket, pues en el mapa se situaba al aeropuerto en la zona 20, pero la máquina automática sólo expendía para cuatro. Mientras tanto, el reloj continuaba girando inexorable. Finalmente, en una letra tan pequeñita que hasta tuve que ponerme las gafas de cerca, vimos que era la cuatro la que nos correspondía. Felices por el descubrimiento, nos apresuramos a introducir las monedas y
pulsar la tecla de dos viajes, pero lo que salió fue solamente un cartoncillo con dos pases y no dos con un pase cada uno, advertencia que rezaba en letra grande en otra de las especificaciones del tablero informativo como imprescindible para acceder a los andenes.
Entonces se nos presentó el problema de que habíamos agotado el cambio. Intentamos utilizar un billete de cinco euros, pero la máquina que precisamente aceptaba dinero en papel sólo permitía la recarga de los cartoncillos y no la obtención de uno nuevo. Por otra parte, el tiempo se nos echaba encima y debíamos conseguir el objetivo si no queríamos arriesgarnos a que mi amiga perdiera el avión. ¿Qué hacer? La estación a aquellas horas permanecía absolutamente desierta y carecía de cabinas, como las de Madrid, para pedir un pase manual al taquillero de turno.
Angustiados por las circunstancias escuchamos unos pasos salvadores que descendían por las escaleras y que, gentilmente, nos proporcionaron el cambio que precisábamos. Se trataba de dos brasileiros, padre e hija, naturales de Bello Horizonte, y realmente así debía de ser, porque el horizonte del día se nos volvió a iluminar cuando logramos que aquella máquina infernal nos facilitase el anhelado cartoncillo.
Tras dejar a mi amiga en el aeropuerto Saa Carneiro, regresé en bus a Vigo, desde donde partía mi vuelo con destino a Valencia, vía Madrid. Me quedaba todo el día por delante, ya que el avión no salía hasta última hora de la tarde, lo que me animó a comer placenteramente una tortilla española de las que hacen época y unos calamares con arroz en un restaurante de la zona del Calvario, de dicha ciudad, al que estoy seguro de que volveré muchas más veces, pues el precio y la calidad de lo consumido así me lo aconsejan.
El viaje hasta Valencia transcurrió sin novedad, salvo una pequeña carrera que tuve que dar por la terminal 2 de Barajas para llegar a tiempo al enlace. En principio disponía de 45 minutos entre vuelo y vuelo, pero el retraso en el primero y la puntualidad del segundo redujo ese plazo a 10 minutos. Si un ojeador de las olimpíadas me hubiera visto en aquellos momentos no cabe duda de que me habría fichado para los mil quinientos metros lisos.
El verdadero problema se presentó al llegar al aeropuerto de Manises, pues por más que contemplé la rueda de recogida de equipajes, el mío no apareció y hube de realizar la reclamación pertinente en la ventanilla de Spanair. Allí estaba, nunca mejor dicho "a la luna de Valencia", como reza la expresión popular, sin unos míseros calcetines para mudarme ni un cepillo de dientes que llevarme a la boca y, lo que es peor, consumiendo en la reclamación la media hora de la que disponía para tomar el metro antes de que éste cerrase las puertas hasta la mañana siguiente.
Mila me esperaba en la terminal y cuando terminé los trámites no nos quedó más remedio que tomar un taxi que resultó ser conducido por un locutor que dirige un programa de poesía en una radio local y que a punto estuvo de llevarnos a la emisora para entrevistarnos cuando se enteró de que éramos poetas. Fue una suerte, pues estoy seguro de que de ese contacto, aunque no lo concretáramos en aquel momento, saldrá algo positivo en un futuro próximo.
La alegría del reencuentro nos motivó para ir a cenar algunas especialidades valencianas, en un restaurante cercano a su casa, unas exquisitas viandas que nos ayudó a digerir el mojito cubano con el que rematamos el lance, cuestión que me devolvió la alegría que me había restado el percance del equipaje.
Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
wwww.eltallerdelpoe ta.com
Había pensado pasar el fin de año en Sardegna, en compañía de mis amigos Gabriel Impaglione y Giovanna Mulas, pero las cosas casi nunca salen como uno espera o planifica y circunstancias ajenas a mi voluntad me obligaron a cancelar el desplazamiento previsto. Tal vez por eso, abandonada la opción italiana, acepté sin rechistar la oferta que me hacía la poeta gallega, residente en Valencia, Mila Pérez Villanueva, para viajar a la capital del Turia, o del exTuria, ya que dicho río ha sido desviado de su cauce y ahora ya no cruza la ciudad, y hacerle una visita. Y tengo que decir que no me arrepiento de que las cosas hayan discurrido así, porque los cuatro días pasados allí han sido tremendamente enriquecedores, como casi todo lo que me sucede últimamente. Realmente me siento un ser privilegiado y considero que todo lo vivido hasta ahora supera ya con creces lo que esperaba de la vida.
Mila es una persona espléndida. Goza de la misma retranca gallega y el mismo carácter despistado que yo, por lo que la aventura valenciana estuvo cargada de anécdotas que hasta ni el mismísimo rompetechos, héroe de los cómics españoles de mi adolescencia, se atrevería a firmar, y que espero desgranar con éxito a lo largo de la segunda parte de esta crónica.
Viajar en avión, de una forma económica, desde Galicia te obliga, a veces, a extremar la imaginación. Aquí hay cuatro aeropuertos que quedan muy a mano: Vigo, Santiago, A Coruña y Oporto. Entre las amistades me consideran un lince para encontrar las ofertas de vuelo que sacuden menos el bolsillo, por lo que el día 28 de diciembre partí de Pontevedra con destino a la capital portuguesa del vino con el fin de acompañar a otra amiga poeta que salía a primera hora de la mañana, el día 29, rumbo a Génova, y que me pidió ayuda a la hora de programar su viaje a Italia. Oporto es una ciudad maravillosa, desde el punto de vista culinario, y nunca desaprovecho la ocasión de volver a comprobarlo, así que nada más llegar, tras dejar las maletas en el hotel, nos fuimos a cenar con unos amigos asturianos que se encontraban de paso y con los que, previamente, habíamos concertado un encuentro.
Durante media hora recorrimos calle arriba, calle abajo, la Rúa Santa Catarina, con la esperanza de encontrar un restaurante del que me han contado maravillas, tanto en precio como en calidad de las especialidades que sirven, "O Solar de Santa Catarina", pero no aparecía por ninguna parte, hasta que preguntamos y nos dijeron que aún quedaba bastante lejos de donde estábamos por lo que, como el estómago apretaba y la noche, debido al madrugón obligatorio que nos esperaba al día siguiente, no daba mucho más de sí, decidimos entrar en el primer lugar gastronómico que nos deparara la suerte. ¡Craso error y más aún seguir las recomendaciones del maître! El bacalao frito que nos pusieron debieron de ir a buscarlo al museo oceanográfico más cercano, porque aquello era más antiguo que un fósil y el tufo que despedía aún me sigue persiguiendo cuando arrecian las peores pesadillas, aunque hay que decir en descargo del propietario que, como
consecuencia de la reclamación, no nos lo cobró y nos invitó a dos copas de aguardente vella, después de tratar de justificar el asunto con eso de que el pescado había estado demasiado tiempo en el agua, desalándose, pero que era de toda confianza. ¡Y tanto! Al bicho, lo debían de considerar ya de la casa, después de los dos o tres meses que debió pasar en la cocina esperando turno antes de que le dieran el revolcón en la sartén.
Por la mañana nos levantamos muy temprano, a la seis, con el fin de tomar el metro al aeropuerto. Todavía medio dormidos, arrastramos las maletas por el adoquinado hasta la estación más cercana, eso sí cuidándonos mucho de no tropezar con las montañas de excrementos depositadas en la acera por algún perro tremendamente cagón que debe habitar en las cercanías, si es que se trata de un perro, porque aquello más bien parecía obra de un cíclope de siete vientres.
Menos mal que llegamos con antelación, pues sacar un billete de metro en Oporto, requiere, como mínimo, una diplomatura cum laude en ingeniería. Sabía que el precio de los dos rondaba los cuatro euros, por lo que me había molestado en llevar en el bolsillo las monedas justas para realizar la operación con éxito. Con lo que no contaba era que la distribución por zonas del área metropolitana, para el que desconoce el intríngulis, hace muy complicado el asunto. Allí nos las vimos y deseamos, tratando de localizar en el plano la zona para la que debíamos comprar el ticket, pues en el mapa se situaba al aeropuerto en la zona 20, pero la máquina automática sólo expendía para cuatro. Mientras tanto, el reloj continuaba girando inexorable. Finalmente, en una letra tan pequeñita que hasta tuve que ponerme las gafas de cerca, vimos que era la cuatro la que nos correspondía. Felices por el descubrimiento, nos apresuramos a introducir las monedas y
pulsar la tecla de dos viajes, pero lo que salió fue solamente un cartoncillo con dos pases y no dos con un pase cada uno, advertencia que rezaba en letra grande en otra de las especificaciones del tablero informativo como imprescindible para acceder a los andenes.
Entonces se nos presentó el problema de que habíamos agotado el cambio. Intentamos utilizar un billete de cinco euros, pero la máquina que precisamente aceptaba dinero en papel sólo permitía la recarga de los cartoncillos y no la obtención de uno nuevo. Por otra parte, el tiempo se nos echaba encima y debíamos conseguir el objetivo si no queríamos arriesgarnos a que mi amiga perdiera el avión. ¿Qué hacer? La estación a aquellas horas permanecía absolutamente desierta y carecía de cabinas, como las de Madrid, para pedir un pase manual al taquillero de turno.
Angustiados por las circunstancias escuchamos unos pasos salvadores que descendían por las escaleras y que, gentilmente, nos proporcionaron el cambio que precisábamos. Se trataba de dos brasileiros, padre e hija, naturales de Bello Horizonte, y realmente así debía de ser, porque el horizonte del día se nos volvió a iluminar cuando logramos que aquella máquina infernal nos facilitase el anhelado cartoncillo.
Tras dejar a mi amiga en el aeropuerto Saa Carneiro, regresé en bus a Vigo, desde donde partía mi vuelo con destino a Valencia, vía Madrid. Me quedaba todo el día por delante, ya que el avión no salía hasta última hora de la tarde, lo que me animó a comer placenteramente una tortilla española de las que hacen época y unos calamares con arroz en un restaurante de la zona del Calvario, de dicha ciudad, al que estoy seguro de que volveré muchas más veces, pues el precio y la calidad de lo consumido así me lo aconsejan.
El viaje hasta Valencia transcurrió sin novedad, salvo una pequeña carrera que tuve que dar por la terminal 2 de Barajas para llegar a tiempo al enlace. En principio disponía de 45 minutos entre vuelo y vuelo, pero el retraso en el primero y la puntualidad del segundo redujo ese plazo a 10 minutos. Si un ojeador de las olimpíadas me hubiera visto en aquellos momentos no cabe duda de que me habría fichado para los mil quinientos metros lisos.
El verdadero problema se presentó al llegar al aeropuerto de Manises, pues por más que contemplé la rueda de recogida de equipajes, el mío no apareció y hube de realizar la reclamación pertinente en la ventanilla de Spanair. Allí estaba, nunca mejor dicho "a la luna de Valencia", como reza la expresión popular, sin unos míseros calcetines para mudarme ni un cepillo de dientes que llevarme a la boca y, lo que es peor, consumiendo en la reclamación la media hora de la que disponía para tomar el metro antes de que éste cerrase las puertas hasta la mañana siguiente.
Mila me esperaba en la terminal y cuando terminé los trámites no nos quedó más remedio que tomar un taxi que resultó ser conducido por un locutor que dirige un programa de poesía en una radio local y que a punto estuvo de llevarnos a la emisora para entrevistarnos cuando se enteró de que éramos poetas. Fue una suerte, pues estoy seguro de que de ese contacto, aunque no lo concretáramos en aquel momento, saldrá algo positivo en un futuro próximo.
La alegría del reencuentro nos motivó para ir a cenar algunas especialidades valencianas, en un restaurante cercano a su casa, unas exquisitas viandas que nos ayudó a digerir el mojito cubano con el que rematamos el lance, cuestión que me devolvió la alegría que me había restado el percance del equipaje.
Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
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DOS ROMPETECHOS EN APUROS (II)
Valencia es una ciudad enorme pero preciosa. Cuenta la leyenda que el Cid Campeador la conquistó después de muerto, pero yo trataba de conquistarla en vida y he de confesar que Mila me ayudó muchísimo a ello. Ha sido uno de los viajes en los que más me he reído. En realidad los dos nos hemos reído a mandíbula batiente incluso de nosotros mismos, un ejercicio que pienso todo el mundo debería de hacer de vez en cuando en lugar de dramatizar la realidad hasta rondar la depresión o profundizar en el abismo del surrealismo negativo. La vida es lo que es, con sus cosas buenas y sus cosas malas, y ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío ayuda mucho a recorrerla y poder cerrar la contabilidad existencial, algún día, con un balance positivo.
Mila es una excelente persona y posee la misma mentalidad además del mismo grado de despiste que yo. Aún así logramos sobrevivir juntos durante tres días. La primera ocasión en qué pude comprobar esa circunstancia fue cuando nos encontrábamos sentados en una parada de bus para ir al centro. Yo me puse en pie para encender un cigarro y ella interpretó, tal vez porque su vista no alcanza una distancia muy larga, que lo hacía porque llegaba el autobús. Bueno. ¡Aquello fue glorioso! ¡La logré detener, sujetándola del brazo con una mano, cuando ya se disponía a subir en marcha a la cabina de un camión grúa que pasaba por delante y que ella había identificado erróneamente con el transporte público! Y que conste que esto no lo digo con segundas y no la estoy tildando de rellenita, que no lo es.
Otra circunstancia que atestigua un grado de despiste igual al mío fue cuando terminamos de comer, en el restaurante la Bodeguita, con una conocida poeta valenciana, Gloria de Frutos, presidenta de la Asociación de la Crítica. Tras el consabido chupito de licor digestivo que acompaña al café, cuando nos levantamos, ni corta ni perezosa, veo que se dirige como una bala hacia un parroquiano que se hallaban en una mesa cercana y le lanza un ¡Feliz Año! tremendamente efusivo y le planta dos sonoros besos en la cara mientras el tipo pone cara de asombro al mismo tiempo que el otro parroquiano que le acompañaba decía: ¡A mí también! ¡A mí también! ¿Qué había sucedido? Pues que Mila lo había confundido con el dueño del establecimiento, el cual se reía a carcajada limpia desde detrás de la barra al percatarse del equívoco.
Las dos siguientes ocasiones, que me igualan a ella, las protagonicé yo.
Una cuando volvíamos en el metro de comer en el chalet de otra amiga poeta, situado en la sierra valenciana, donde habíamos pasado unas horas inolvidables, recitando y contando anécdotas en torno a la chimenea. Inmerso en la conversación con ella, al llegar a la estación donde debíamos bajar, pulsé el botón e intenté abrir la puerta contraria a la que se correspondía con el andén. ¡Menos mal que no se abrió, pues estoy seguro de que los dos habríamos saltado al vacío o al socavón por el que discurría la vía del sentido contrario y por la que estaba a punto de entrar un tren! ¡No la habríamos contado!
Otra, al llegar al aeropuerto, para tomar el avión de regreso. Era preciso subir a la planta de Salidas y ella me detuvo la mano cuando, en lugar de pulsar el botón para llamar al ascensor, yo ya apretaba el de alarma contra incendios que, inexplicablemente, se ubicaba encima, muy próximo al del elevador. ¡La que pudimos organizar!
El resto del tiempo que pasé en Valencia disfruté muchísimo. La víspera de fin de año fuimos a cenar a casa de un amigo. Bueno, realmente no se trataba de una casa, sino de un antiguo convento restaurado y convertido en vivienda por el actual propietario y su mujer, que ejercían de anfitriones. ¡Un verdadero palacio mediterráneo, con finca, palmeras, piscina y todo lo que se pueda uno imaginar! No faltó el cava, el vino de crianza y el orujo gallego que sirvieron para regar las excelentes viandas con las que nos obsequiaron.
El día siguiente empleamos la mañana en comprar los ingredientes precisos para el festejo con el que despedimos el 2009 y al que habíamos invitado a una pintora y otras tres poetas valencianas. ¿El menú? Mejillones en varias salsas, aguacates rellenos de langostinos, almejas a la marinera, ensaladilla, empanadas, empanadillas rellenas de calabaza y los oportunos dulces. Es obligado decir que, en determinados momentos, las cuatro artistas que compartieron conmigo la entrada del 2010, llevaron la conversación a su cuartel y hasta me sacaron los colores o hicieron que me ruborizara con sus comentarios relativos a los apéndices pectorales femeninos, comentarios que surgieron espontáneamente y continuaron casi toda la noche al mencionar una de ellas que una conocida se había operado y se los había puesto postizos. Para rematar, me regalaron un calzoncillo rojo, que ahora, unido a uno verde que ya tenía y que se hizo famoso con motivo de las
crónicas de mi viaje a Buenos Aires, y a uno blanco que pienso estrenar, no cabe duda de que me ayudarán a desbrozar el terreno y eliminar fronteras en el área de la seducción de las féminas cuando viaje de nuevo, en el próximo mes de junio, a México.
El día de año nuevo me vinieron a buscar dos amigos de un foro, Tonet y Luís Martínez, valencianos, a los cuales no conocía personalmente. Me llevaron a tomar un café a un lugar que se llama El Palmar y a ver la albufera. Fue muy grato ponerle rostro a unas personas que hasta esa fecha solamente pertenecían a la realidad virtual de Internet y he de confesar que no resultaron tan fieros como se pintan a sí mismos, a veces, en los comentarios cibernéticos.
El regreso a Vigo, tras una larga escala en Madrid, no estuvo exento de riesgo. Debido a la tormenta el avión descendió y volvió a elevarse por cuatro veces antes de tomar tierra. A los pasajeros, más que aterrizarnos, nos aterrorizaron. Menos mal que los ejercicios de yoga respiratorio para occidentales que practico cuando veo que las cosas pueden torcerse de una manera irremediable, me ayudaron a mantener la calma y no se me ocurrió apretar el botón para abrir la puerta de emergencia y bajarme en marcha.
Ya en casa, sentí que la odisea valenciana había concluido y no me quedaba más remedio que regresar a las rutinas de editor, eso sí, con la esperanza de volver a aquella tierra, para presentar un libro, en el próximo mes de febrero.
Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
www.eltallerdelpoet a.com
Mila es una excelente persona y posee la misma mentalidad además del mismo grado de despiste que yo. Aún así logramos sobrevivir juntos durante tres días. La primera ocasión en qué pude comprobar esa circunstancia fue cuando nos encontrábamos sentados en una parada de bus para ir al centro. Yo me puse en pie para encender un cigarro y ella interpretó, tal vez porque su vista no alcanza una distancia muy larga, que lo hacía porque llegaba el autobús. Bueno. ¡Aquello fue glorioso! ¡La logré detener, sujetándola del brazo con una mano, cuando ya se disponía a subir en marcha a la cabina de un camión grúa que pasaba por delante y que ella había identificado erróneamente con el transporte público! Y que conste que esto no lo digo con segundas y no la estoy tildando de rellenita, que no lo es.
Otra circunstancia que atestigua un grado de despiste igual al mío fue cuando terminamos de comer, en el restaurante la Bodeguita, con una conocida poeta valenciana, Gloria de Frutos, presidenta de la Asociación de la Crítica. Tras el consabido chupito de licor digestivo que acompaña al café, cuando nos levantamos, ni corta ni perezosa, veo que se dirige como una bala hacia un parroquiano que se hallaban en una mesa cercana y le lanza un ¡Feliz Año! tremendamente efusivo y le planta dos sonoros besos en la cara mientras el tipo pone cara de asombro al mismo tiempo que el otro parroquiano que le acompañaba decía: ¡A mí también! ¡A mí también! ¿Qué había sucedido? Pues que Mila lo había confundido con el dueño del establecimiento, el cual se reía a carcajada limpia desde detrás de la barra al percatarse del equívoco.
Las dos siguientes ocasiones, que me igualan a ella, las protagonicé yo.
Una cuando volvíamos en el metro de comer en el chalet de otra amiga poeta, situado en la sierra valenciana, donde habíamos pasado unas horas inolvidables, recitando y contando anécdotas en torno a la chimenea. Inmerso en la conversación con ella, al llegar a la estación donde debíamos bajar, pulsé el botón e intenté abrir la puerta contraria a la que se correspondía con el andén. ¡Menos mal que no se abrió, pues estoy seguro de que los dos habríamos saltado al vacío o al socavón por el que discurría la vía del sentido contrario y por la que estaba a punto de entrar un tren! ¡No la habríamos contado!
Otra, al llegar al aeropuerto, para tomar el avión de regreso. Era preciso subir a la planta de Salidas y ella me detuvo la mano cuando, en lugar de pulsar el botón para llamar al ascensor, yo ya apretaba el de alarma contra incendios que, inexplicablemente, se ubicaba encima, muy próximo al del elevador. ¡La que pudimos organizar!
El resto del tiempo que pasé en Valencia disfruté muchísimo. La víspera de fin de año fuimos a cenar a casa de un amigo. Bueno, realmente no se trataba de una casa, sino de un antiguo convento restaurado y convertido en vivienda por el actual propietario y su mujer, que ejercían de anfitriones. ¡Un verdadero palacio mediterráneo, con finca, palmeras, piscina y todo lo que se pueda uno imaginar! No faltó el cava, el vino de crianza y el orujo gallego que sirvieron para regar las excelentes viandas con las que nos obsequiaron.
El día siguiente empleamos la mañana en comprar los ingredientes precisos para el festejo con el que despedimos el 2009 y al que habíamos invitado a una pintora y otras tres poetas valencianas. ¿El menú? Mejillones en varias salsas, aguacates rellenos de langostinos, almejas a la marinera, ensaladilla, empanadas, empanadillas rellenas de calabaza y los oportunos dulces. Es obligado decir que, en determinados momentos, las cuatro artistas que compartieron conmigo la entrada del 2010, llevaron la conversación a su cuartel y hasta me sacaron los colores o hicieron que me ruborizara con sus comentarios relativos a los apéndices pectorales femeninos, comentarios que surgieron espontáneamente y continuaron casi toda la noche al mencionar una de ellas que una conocida se había operado y se los había puesto postizos. Para rematar, me regalaron un calzoncillo rojo, que ahora, unido a uno verde que ya tenía y que se hizo famoso con motivo de las
crónicas de mi viaje a Buenos Aires, y a uno blanco que pienso estrenar, no cabe duda de que me ayudarán a desbrozar el terreno y eliminar fronteras en el área de la seducción de las féminas cuando viaje de nuevo, en el próximo mes de junio, a México.
El día de año nuevo me vinieron a buscar dos amigos de un foro, Tonet y Luís Martínez, valencianos, a los cuales no conocía personalmente. Me llevaron a tomar un café a un lugar que se llama El Palmar y a ver la albufera. Fue muy grato ponerle rostro a unas personas que hasta esa fecha solamente pertenecían a la realidad virtual de Internet y he de confesar que no resultaron tan fieros como se pintan a sí mismos, a veces, en los comentarios cibernéticos.
El regreso a Vigo, tras una larga escala en Madrid, no estuvo exento de riesgo. Debido a la tormenta el avión descendió y volvió a elevarse por cuatro veces antes de tomar tierra. A los pasajeros, más que aterrizarnos, nos aterrorizaron. Menos mal que los ejercicios de yoga respiratorio para occidentales que practico cuando veo que las cosas pueden torcerse de una manera irremediable, me ayudaron a mantener la calma y no se me ocurrió apretar el botón para abrir la puerta de emergencia y bajarme en marcha.
Ya en casa, sentí que la odisea valenciana había concluido y no me quedaba más remedio que regresar a las rutinas de editor, eso sí, con la esperanza de volver a aquella tierra, para presentar un libro, en el próximo mes de febrero.
Enero 2010©Fernando Luis Pérez Poza
Pontevedra. España.
www.eltallerdelpoet a.com
viernes, 8 de enero de 2010
ME LLAMO GASPAR
Me llamo Gaspar. Mis padres me pusieron ese nombre porque nací en un Día de Reyes. Soy el mayor de siete hermanos. A los demás, mi nombre no les llama mucho la atención, pero a Laurito, que recién cumplió los cuatro años, sí. Él está convencido de que yo soy uno de los Reyes Magos y, la verdad, no es cierto, pero Laurito se enoja mucho cuando se lo digo y termina llorando. Ni siquiera sirve que le diga que no tengo camello ni ninguna de las cosas que tienen esos reyes, que apenas si tengo a Chifle, mi perro, que me acompaña cuando salgo a hacer algunas changas o mandados.
Lo cierto es que no entiendo por qué Laurito se empecina en creer que yo soy el Rey Gaspar si por aquí los Reyes Magos han pasado muy, muy poquitas veces. Yo le explico que es realmente difícil para los camellos entrar por esas calles angostitas de la villa y peor cuando ha llovido mucho, porque por donde vayas, hay barro. Pero Laurito es cabeza dura e insiste. Hace dos días ya que por la noche pone su único par de zapatillas en la entrada, y eso que faltan todavía como dos días más para el Día de Reyes.
Yo sé, porque soy más grande y entiendo muchas cosas, que los Reyes tampoco vendrán a casa este año, pero Laurito quiere creer que sí vendrán porque la otra vuelta ha visto que en la casa en la que trabaja mi mamá, a Galo, el hijo de la familia, que tiene más o menos sus años, le han traído un montón de juguetes.
Anoche Laurito puso de nuevo sus zapatillas en la puerta, aunque todavía falta un día para que lleguen los Reyes, porque él tampoco entiende mucho de calendarios. La verdad es que las puso y enseguidita se durmió feliz, muy feliz, pero yo, no sé por qué, no pude agarrar el sueño y me quedé pensando, pensando, largo rato, hasta que no sé a qué hora me quedé dormido.
Esta mañana salí con Chifle muy temprano a hacer repartos. Junto muy pocos pesos con esta tarea, pero siempre me sirve para algo. He pasado después por lo de don Braulio, el que tiene una especie de almacén, kiosko y de todo dentro de la villa porque necesitaba que lo ayude a acomodar las cosas en los estantes y siempre me da alguna propina cuando trabajo para él.
He visto que don Braulio ha traído esta vuelta algunos juguetes, poca cosa, pero tiene un camión de bomberos que es espectacular. Bah, eso pienso yo, porque a mí me hubiera gustado tenerlo, cuando era más chico, claro, porque ya no jugaría con esas cosas, pero de pronto se me ha ocurrido que a Laurito le encantaría, lástima que lo que tengo ahorrado no alcanza para pagarlo.
Don Braulio, que ya es casi viejo y por eso observa todo, se ha dado cuenta de que me quedé extasiado con el camión y me ha hecho muchas preguntas. Sé que no será fácil, pero he aceptado pagárselo en cuotas con mi trabajo durante este año.
He regresado a casa bastante tarde y bastante cansado con el camión bien escondido dentro de una bolsa. Apenas he podido esperar que Laurito se duerma bien dormido porque me vencía el sueño.
Hoy es 6 de enero y, como es feriado, me he quedado un rato más en la cama tratando de dormir alguna horita extra a pesar del barullo general. De pronto he recordado que hoy sí es el Día de Reyes y he salido de la casa a buscar a Laurito, que siempre juega afuera. Y ahí lo he encontrado abrazado a su camión de bomberos y con una alegría en los ojos que nunca antes le había visto.
Ha insistido de nuevo en aquello de que yo soy uno de los Reyes Magos porque me llamo Gaspar y he vuelto decirle que no es cierto pero que ayer, de pura casualidad, he conocido a Balthazar y le he pedido que, por favor, no se olvide de que Laurito lo está esperando desde hace más de una semana.
Con mi abrazo siempre
Long-Ohni
“En algún lugar, bajo la lluvia, siempre habrá un perro abandonado que me immpedirá ser feliz” Jean Anouilh
Lo cierto es que no entiendo por qué Laurito se empecina en creer que yo soy el Rey Gaspar si por aquí los Reyes Magos han pasado muy, muy poquitas veces. Yo le explico que es realmente difícil para los camellos entrar por esas calles angostitas de la villa y peor cuando ha llovido mucho, porque por donde vayas, hay barro. Pero Laurito es cabeza dura e insiste. Hace dos días ya que por la noche pone su único par de zapatillas en la entrada, y eso que faltan todavía como dos días más para el Día de Reyes.
Yo sé, porque soy más grande y entiendo muchas cosas, que los Reyes tampoco vendrán a casa este año, pero Laurito quiere creer que sí vendrán porque la otra vuelta ha visto que en la casa en la que trabaja mi mamá, a Galo, el hijo de la familia, que tiene más o menos sus años, le han traído un montón de juguetes.
Anoche Laurito puso de nuevo sus zapatillas en la puerta, aunque todavía falta un día para que lleguen los Reyes, porque él tampoco entiende mucho de calendarios. La verdad es que las puso y enseguidita se durmió feliz, muy feliz, pero yo, no sé por qué, no pude agarrar el sueño y me quedé pensando, pensando, largo rato, hasta que no sé a qué hora me quedé dormido.
Esta mañana salí con Chifle muy temprano a hacer repartos. Junto muy pocos pesos con esta tarea, pero siempre me sirve para algo. He pasado después por lo de don Braulio, el que tiene una especie de almacén, kiosko y de todo dentro de la villa porque necesitaba que lo ayude a acomodar las cosas en los estantes y siempre me da alguna propina cuando trabajo para él.
He visto que don Braulio ha traído esta vuelta algunos juguetes, poca cosa, pero tiene un camión de bomberos que es espectacular. Bah, eso pienso yo, porque a mí me hubiera gustado tenerlo, cuando era más chico, claro, porque ya no jugaría con esas cosas, pero de pronto se me ha ocurrido que a Laurito le encantaría, lástima que lo que tengo ahorrado no alcanza para pagarlo.
Don Braulio, que ya es casi viejo y por eso observa todo, se ha dado cuenta de que me quedé extasiado con el camión y me ha hecho muchas preguntas. Sé que no será fácil, pero he aceptado pagárselo en cuotas con mi trabajo durante este año.
He regresado a casa bastante tarde y bastante cansado con el camión bien escondido dentro de una bolsa. Apenas he podido esperar que Laurito se duerma bien dormido porque me vencía el sueño.
Hoy es 6 de enero y, como es feriado, me he quedado un rato más en la cama tratando de dormir alguna horita extra a pesar del barullo general. De pronto he recordado que hoy sí es el Día de Reyes y he salido de la casa a buscar a Laurito, que siempre juega afuera. Y ahí lo he encontrado abrazado a su camión de bomberos y con una alegría en los ojos que nunca antes le había visto.
Ha insistido de nuevo en aquello de que yo soy uno de los Reyes Magos porque me llamo Gaspar y he vuelto decirle que no es cierto pero que ayer, de pura casualidad, he conocido a Balthazar y le he pedido que, por favor, no se olvide de que Laurito lo está esperando desde hace más de una semana.
Con mi abrazo siempre
Long-Ohni
“En algún lugar, bajo la lluvia, siempre habrá un perro abandonado que me immpedirá ser feliz” Jean Anouilh
martes, 5 de enero de 2010
Cecilio, el desobediente
«La escuela del heroísmo conminará eternamente a la escuela de la fuerza y la aplastará... Juremos que cuando llegue el momento sabremos morir como héroes, porque el heroísmo es la única salvación que tienen tanto los individuos como las naciones»: Pedro Albizu Campos, 25 de octubre de 1935.
Cuando en Pepino vieron reaparecer a Marcianita, la hija de Cecilio, fue en 1936. El murió y vino a verlo antes que se lo comieran, bajo la tierra. los gusanos. Siendo que es el padre de ella, el primero nacido en Cidral, ha de ser uno de esos vástagos de la Real Célula de Gracias, Echeandías-Mendoza y Vélez.
Cuentan que el primero que vino, por 1823, fueron los hijos de Juan Bautista e Isabel Mendoza. Cecilio Dámaso se hizo querido porque conoció el campo. De Cidral a Bahomamey. Del él se dijo que fue el hijo de Juan Bautista que no se quiso ir a Camuy. A él le gustó Pepino y alrededor del campo de los bahomameyes se inventó una fe, con una belleza como la que mencionara Doña Eulalia y su hija Dolores, fe en las avispas bravas, en las colonias sociales, donde la mujer es la reina. El se casó con Maria Marciana Rosalía Font-Feliú, gente de cepa rica y emprendedora. El, como Agustín, empezaron de abajo, arrendaron fincas y fueron labradores. Como los primeros Echeandía, eran venezolanos y bolivarianos, como los Arteaga López. Agustín se casó con una de esas Arteagas aristocráticas, pero, en los años del Alcalde José Bartolomé de Medina, al decir de Lola, la Boquirrota, «cagaban con el culo cerrado», porque eran las hijas de María Isabel López y de Ramón de Arteaga Pumar. María Luisa era nieta de una marquesa.
Cecilio Dámaso siempre defendió a las primeras cepas de Echeandía, tanto a los de Pepino como a los de Camuy. Les llamaba 'revolucionarios' . Fuesen caraqueños o de su original Güigue (Carabobo, Venezuela), se sentían herederos de la tradición del Pronunciamiento del Comandante de Riego y, cuando hallaron a su paso, por Puerto Rico, venezolanos como Manuel Rojas, los abrazaban como hermanos y hablaban sobre las luchas de Bolívar. Los hermanos Rojas eran venezolanos, caraqueños, y conocieron a la más valiente de las Abejas de Añasco, que fue Mariana Bracetti. Ella les preguntaba: «¿A qué clase de acumulos aspiran? ... porque hay un triunfo que lograr? ... y yo conozco al profeta que lo define y predice». Y uno había que lo enseñara en Puerto Rico. Era el Dr. Betances, masón de Cabo Rojo; él les hablaba de cierto Triunfo y para hablar sobre ese triunfo, Miguel Rojas se traía la muchacha, siempre peinada con dos trenzas. Cruzaba el campo desde Añasco a Lares y ella terminó casándose con él. Y aprendieron juntos a laborar en el negocio del café. A menudo, reuniéndose con los esclavos, aleccionándolos con Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres. Los del Cristo mulato: Betances. Decía que era el Negro Briceño de Bolívar, pero, jugándoselas por Cabo Rojo y Lares.
Cecilio Dámaso no tuvo la suerte de conocer una Abeja Brava. Ni tuvo en su casa una mujer que bordara la bandera solidaria; él se codeaba con el poder colonial, aunque de joven, menos. Era estudioso, introvertido, amante de los árboles y el estarse solo; pero él les dijo, calladamente, a esos venezolanos de criterios subversivos, creo en ustedes. «Algo me dice que crea». Trataron de alentarlo, de vincularlo a la Misión del Porvenir, para que él visitara los panales y él se negaba, porque ya estaba casado y su mujer tenía miedo de esas cosas de lo subversivo. Ella no tuvo sus brazos de oro, ni sabía hilar con La Fe de la Bracetti, o los Brugman, o Betances. Era mujer de calmas, recelos y con la sola palabra secreto temblaba. Significaría problemas o cosas del Diablo. Sin embargo, porque su padre era «hombre de La Fe», Marcianita Echeandía lo quiso. No salió como su madre, muy influenciable y maltrante. Eso solía decir él de todos los Font que le dio ella, excepto de Marcianita, su hija. Le agradeció el nombre que le puso. «Marcianita, para que halagara a su madre» por alguna cosa, pero él habría querido que se llamara Mariana, pensaba en la añasqueña que lo concitaba, con Miguel Rojas, a hacerse revolucionario. «Hay una buena raíz de los Font, pero son los del Barrio Hato Arriba», le decía Bracetti.
Cecilio Dámaso le contaba a Marcianita que no todos los Báez, aliados a Font, hicieron a su familia, sombra de maltratadores. Los que son malos son esos Feliú. También sucede que los Font tienden a ser estudiosos, calculadores, acumuladores. Sueñan mucho en las cosas materiales. No saben con quiénes se juntan, cuando de negocios se trata y quieren el poder más que cualquier cosa, a veces sin escrúpulos. El examina eso al observar a sus hijos. Dice que Getulio es un puerco. Son hijos enconados, rencorosos, así como fue Cheo Font-Feliú. Y él se desesperaba con muchos de ellos. Los conoció, uno por uno, y decía: «Algo hay aquí que no mezcla, algo con genética mala». De su fe anti-colonialista parecía que ninguno de sus hijos había sorbido ni lomínimo. Todos querían lo suyo, lo que es externo, nada de su alma. En 1878, el primero que se acercó fue Pedro Antonio Echeandía Medina y, con él, Victor Martínez. Querían la finca de Bahomamey, las externas dimensiones de la hacienda. El secreto de «La Fe», no. Hasta los primos le desagradaban.
Tantos años y no poder decir a nadie en torno a este hecho. El ya supo el secreto de secretos. Se lo dijo María Luisa Arteaga López, la mujer de Agustín, y él no lo creía. Y los hermanos Rojas de Lares y la Bracetti, de Añasco, al reencomendárselo, le decían: «Ese ideal no lo abandones». Es un mandato. Antes que se abortara el Grito, su parentela que entroncara con Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos II, se lo informaban a través de los Mendoza. «Hay un asunto pendiente: Fue el anhelo de Bolívar, del Dr. Guillermo Mendoza y de la Coronela Dolores Dionisia Santos Moreno, quien nos instó a que se lo recordaran innumerables veces y para siempre a todos los Mendoza y Echeandía, Belazquide y Azpiazu, en nombre de las mujeres trujillanas, pilares de la Sociedad Secreta Comuna Hermanos y, ¿cómo es que el mismo Manuel Rojas lo supo, cómo que él reculara después que hizo promesas de servir en lo que fuese? ¿Por qué se hizo él tan escurrizo como gallo juidor, si el mensaje se le dio el día que pisó Cidral: El Marqués murió combatiendo contra el Rey. Toda su cuantiosa riqueza la ofrendó a la nueva Patria. A Venezuela no le negó sus hijos, su fortuna y su vida. Así fue Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero'.. . siempre probaba sus fidelidades. Concurrió con su apoyo a la rebelión de los comuneros del Socorro, siendo teniente de justicia mayor y alférez real y, por servir a la libertad, fue encarcelado en Guanare... y, ahora ya es tarde para recordar.
Marcianita ha llegado y él está muerto. Se enteró que ha muerto y vino de chiripaso. Ninguna de sus hermanas quiso avisarle, como si tratara de que vino de paso, a cobrar su parte de la herencia en irse. Ella sí lo amaba a él, por ser persona.
Desde ese astral fantasmal, desde el que ahora mira, él sabe que ante su féretro están sus hijos. Posan ya que, al fin, serán herederos; harán sus repartos. Ahí está Getulio, capitán de la Guardia, Teresa, Sara, Antonio, Emilio Chilín el Malo... y Marcianita, por supuesto. Desde la muerte, ya con manos cruzadas sobre el pecho, observará que a ella la están atropellando. La desprecian.. . Es tan distinta y única que pudo haberse parecido a María Regina Montilla del Pumar, emparentada con José Ignacio del Pumar, el Marqués, y simpatizante de la Sociedad Secreta de la «Comuna Hermanos», rival de las hordas españolas, desde las caídas de la Primera y Segunda República.
Oye. Le preguntan: «¿Qué vienes a buscar, Marciana? ¿Por qué no te quedaste en New York, echándole vivas a Alvizu Campos, a comunistas y mujeres modernas, putas y colmillúas que piden que se extienda el voto hasta para quien no sabe leer?»
Se burlan. Y la culpa es de Marciana Font, la madre blanda... «si hubiera sido como aquella que yo conocí, después que quedé viudo, mas era blanda, pobre mujer mía, mi viudita».
Se lamió los bigotes hasta en forma de cadáver y eso que Cecilio ya estaba viejo para esos romances tardíos con La Capitalina.. . ¿Recuerdas, Getulio? Te dije: házla que venga, que sea puta no me importa, yo sólo quiero que me haga recordar lo que hubiera sido ser valiente, como libertador, subirse a un caballo de los que el Marqués José Ignacio regaló a Bolívar, uno entre mil caballos, tener un segundo aire de vida... encomendaría a todos, entonces, proteger una Doncella, la Libertad... y recordó obsesivamente cómo hasta los Font fueron concitados a luchar contra el coloniaje y la opresión del negro.... Entre lo mejor de Hato Arriba, estuvo Manuel, Miguel, Ramón y Rodrigo Font Medina, hacendados que liberaron a sus negros (a Juan, Santos, Cruz, Félix y Aureliano) y a todos, esos antiguos Font-Medina, los educaron como revolucionarios, sea por la influencia de Pancho Méndez Acevedo y sus hijos, o por Manuel Rojas y su hermano, quienes les dijeron: «El verdadero triunfo es poner todo lo que tenemos por una patria libre. Una empresa propia de hermanos». Entonces, Marcianita habría sabido, por la boca de su padre, lo que cuentan los venezolanos de la antigua provincia de Bariñas: Somos bolivaranos.
Ahora que todos los secretos de María Luisa Arteaga están en la hacienda de Agustín y la rama santanderina de los Mendoza se mudó a Pepino, YO, CECILIO DAMASO ECHEANDIA VELEZ, ex-Juez de Pepino, gran propietario, cierro los ojos, por causa de la muerte, y me declaro culpable de no levantar un dedo por la causa de la libertad. Acaricié la idea, es cierto. Pero no hice nada. Tenía no toda, pero algo de la dote del Márques, que pasó a mis manos. La usé para mi beneficio. Soy como un ladrón. Quise educar bien a mis hijos. Les golpié con un látigo para ponerles vergüenza... pero cotéjese los hijos que me dio la vida, uno hasta asesino, delincuente. .. ¡Tanta riqueza que tuve y se me fue entre las manos! Mucha tierra, tierra con esclavos... y ahora se están peleando todos por un pedazo de la haciendita y las casas que me quedan. Han de querer sembrar más cañaverales.. . No puedo evitar lo que venga ni hacer nada desde la muerte...
«Déjame compadecerte, Marcianita! Acércate y dame un beso, como el de las Hermanas de la Sociedad Secreta en Trujillo... ¿Me recuerdas, con mi carácter duro, Marcianita? y tú más dura que yo, obstinada... Eras como la Coronela, la Santos Moreno de Trujillo: verdadera amazona, una guerrera que habitaría a las orillas del Termodonte, en Capadocia, y admiraría la selva como el paraíso. De entre aquellas guerreras que se amputaban el pecho derecho para que no les estorbara en el manejo del arco, una has de ser tú. Una de aquellas que el cronista Francisco de Orellana, cuando exploró en el gran Río de América, creyó encontrar en la selvas venezolanas y del Brasil...
Sin embargo, a El Pepino, cuando llegaron desde Bariñas estos Callejo-Pumar (los de Micaela) y los Pumar-Callejo (los de Josefina), estos Arteaga-López (de Fernando), ninguna intención tenían de recordar que en Sur América, como aquí en la islita, cada mujer campesina debió ser amazona. Y él, o alguno, trajo la fortuna, como ellas, sus heredades y vidas, que debían ponerlas al servicio de la lucha y las células de Hermanos. Los rebeldes de Camuy y Lares han esperado que esas familias respondan, no sólo él... «Toda la famila Echeandía-Mendoza» .
«A la patria no dí nada, Marcianita». Cierto es: no he pedido dinero. No. Tampoco se me dijo que participe en las reyertas cuando se han dado. «¿Qué me han pedido?», me pregunto. «Te veo, Marcianita, hija mía, y entristezco al pensar que es tu vida».
... Tal vez sólo fue éso. Que instruyera en los Diez Mandamentos a los esclavos... El Marqués dio, por amor por la causa de Simón Bolívar mucho más. Dio 1000 caballos... «Y ustedes, nada, yo, nada, ninguno y muero triste, ni siquiera duré como alcalde». Los liberales de Andrés y Manuel Ménde Liciaga dicen que los Echeandía se comportan como represores. Hubo quien nos lo sacara en cara. Debió ser alguien bravo: Avelino Méndez fue uno. Uno de espuelas en Lares y, por igual, lo dijo en Pepino para que tuviera validez y doliera, antes que él, Don Genero Eleuterio López, a quien el Alcalde Chiesa Doria lo deportó a Vieques. Alguien que, desde 1842, por lo menos... que haya recibido informes de lo que el Marqués del Pumar Callejo, muerto en 1814, encomendó que se hiciera como apoyo a los Hermanos, la Causa criolla de El Triunfo y de La Fe, algo con dinero que Juan Bautista Echeandía trajo. «Es que ya, en cárcel y declarado insurrecto contra España, no habría tiempo para otra cosa que darlo todo a la Patria».
Desde 1784, mucho antes morir testó: «que el día que muera, o se me capture, a los míos comprometo, a que se vendan mis haciendas y se liberen mis esclavos, y son poco más de 400 esclavos, las 58 leguas cuadradas de tierras en hatos, no se las pueden llevar al Caribe, como una pieza en brazos; pero la cosecha anual de 4.000 novillos, véndanlas. Dejen los 2 palacios míos como recuerdo; hay 65.000 pesos en efectivo, varias haciendas, embarcaciones, prendas y muchos bienes; todos los caballos que sean para Bolívar y quien luche en sus ejércitos, los que decidan acogerse a la Ley de Gracias, vayan al Caribe, allá tengo amigos, algunos son socialistas utópicos».
Del libro: EL PUEBLO EN SOMBRAS
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La Dra. Marcianita Echeandía Font, que inspira este cuento histórico fue una feminista, investigadora científica, colaboradora en la invención de la vacuna para la polimielitis y la síntesis de vitaminas, anticolonialista, socialista, defensora de la Independencia para Puerto Rico, catedrática por 14 años en la Universidad de Columbia, perseguida y fichada por el Gobierno de Estados Unidos, madre soltera, y murió viejecita de una caída en la escalinatas de la Universidad de Puerto Rico, donde estudiaba leyes a la edad mayor de 70 y pico de años. Fue desheredada y robada de la herencia que le dejara la familia, éstos de los que hablo en el cuento. Por la persecución y miseria que vivía en su vejez, dormía sobre periódicos viejos en un edificio, comía de la caridad pública, aunque trataba siempre de pagar, porque siendo farmacéutica daba sus consejos. Esta batalladora, negada de empleo en su Puerto Rico natal por ser fichada y hostigada políticamente. una mujer que de joven fue bellísima, alegre, tocaba piano, buena bailadora, es para mí una inspiradora de erotismo, feminismo y plena devoción a la libertad, hasta en la miseria de su muerte y vejez.
Cuando en Pepino vieron reaparecer a Marcianita, la hija de Cecilio, fue en 1936. El murió y vino a verlo antes que se lo comieran, bajo la tierra. los gusanos. Siendo que es el padre de ella, el primero nacido en Cidral, ha de ser uno de esos vástagos de la Real Célula de Gracias, Echeandías-Mendoza y Vélez.
Cuentan que el primero que vino, por 1823, fueron los hijos de Juan Bautista e Isabel Mendoza. Cecilio Dámaso se hizo querido porque conoció el campo. De Cidral a Bahomamey. Del él se dijo que fue el hijo de Juan Bautista que no se quiso ir a Camuy. A él le gustó Pepino y alrededor del campo de los bahomameyes se inventó una fe, con una belleza como la que mencionara Doña Eulalia y su hija Dolores, fe en las avispas bravas, en las colonias sociales, donde la mujer es la reina. El se casó con Maria Marciana Rosalía Font-Feliú, gente de cepa rica y emprendedora. El, como Agustín, empezaron de abajo, arrendaron fincas y fueron labradores. Como los primeros Echeandía, eran venezolanos y bolivarianos, como los Arteaga López. Agustín se casó con una de esas Arteagas aristocráticas, pero, en los años del Alcalde José Bartolomé de Medina, al decir de Lola, la Boquirrota, «cagaban con el culo cerrado», porque eran las hijas de María Isabel López y de Ramón de Arteaga Pumar. María Luisa era nieta de una marquesa.
Cecilio Dámaso siempre defendió a las primeras cepas de Echeandía, tanto a los de Pepino como a los de Camuy. Les llamaba 'revolucionarios' . Fuesen caraqueños o de su original Güigue (Carabobo, Venezuela), se sentían herederos de la tradición del Pronunciamiento del Comandante de Riego y, cuando hallaron a su paso, por Puerto Rico, venezolanos como Manuel Rojas, los abrazaban como hermanos y hablaban sobre las luchas de Bolívar. Los hermanos Rojas eran venezolanos, caraqueños, y conocieron a la más valiente de las Abejas de Añasco, que fue Mariana Bracetti. Ella les preguntaba: «¿A qué clase de acumulos aspiran? ... porque hay un triunfo que lograr? ... y yo conozco al profeta que lo define y predice». Y uno había que lo enseñara en Puerto Rico. Era el Dr. Betances, masón de Cabo Rojo; él les hablaba de cierto Triunfo y para hablar sobre ese triunfo, Miguel Rojas se traía la muchacha, siempre peinada con dos trenzas. Cruzaba el campo desde Añasco a Lares y ella terminó casándose con él. Y aprendieron juntos a laborar en el negocio del café. A menudo, reuniéndose con los esclavos, aleccionándolos con Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres. Los del Cristo mulato: Betances. Decía que era el Negro Briceño de Bolívar, pero, jugándoselas por Cabo Rojo y Lares.
Cecilio Dámaso no tuvo la suerte de conocer una Abeja Brava. Ni tuvo en su casa una mujer que bordara la bandera solidaria; él se codeaba con el poder colonial, aunque de joven, menos. Era estudioso, introvertido, amante de los árboles y el estarse solo; pero él les dijo, calladamente, a esos venezolanos de criterios subversivos, creo en ustedes. «Algo me dice que crea». Trataron de alentarlo, de vincularlo a la Misión del Porvenir, para que él visitara los panales y él se negaba, porque ya estaba casado y su mujer tenía miedo de esas cosas de lo subversivo. Ella no tuvo sus brazos de oro, ni sabía hilar con La Fe de la Bracetti, o los Brugman, o Betances. Era mujer de calmas, recelos y con la sola palabra secreto temblaba. Significaría problemas o cosas del Diablo. Sin embargo, porque su padre era «hombre de La Fe», Marcianita Echeandía lo quiso. No salió como su madre, muy influenciable y maltrante. Eso solía decir él de todos los Font que le dio ella, excepto de Marcianita, su hija. Le agradeció el nombre que le puso. «Marcianita, para que halagara a su madre» por alguna cosa, pero él habría querido que se llamara Mariana, pensaba en la añasqueña que lo concitaba, con Miguel Rojas, a hacerse revolucionario. «Hay una buena raíz de los Font, pero son los del Barrio Hato Arriba», le decía Bracetti.
Cecilio Dámaso le contaba a Marcianita que no todos los Báez, aliados a Font, hicieron a su familia, sombra de maltratadores. Los que son malos son esos Feliú. También sucede que los Font tienden a ser estudiosos, calculadores, acumuladores. Sueñan mucho en las cosas materiales. No saben con quiénes se juntan, cuando de negocios se trata y quieren el poder más que cualquier cosa, a veces sin escrúpulos. El examina eso al observar a sus hijos. Dice que Getulio es un puerco. Son hijos enconados, rencorosos, así como fue Cheo Font-Feliú. Y él se desesperaba con muchos de ellos. Los conoció, uno por uno, y decía: «Algo hay aquí que no mezcla, algo con genética mala». De su fe anti-colonialista parecía que ninguno de sus hijos había sorbido ni lomínimo. Todos querían lo suyo, lo que es externo, nada de su alma. En 1878, el primero que se acercó fue Pedro Antonio Echeandía Medina y, con él, Victor Martínez. Querían la finca de Bahomamey, las externas dimensiones de la hacienda. El secreto de «La Fe», no. Hasta los primos le desagradaban.
Tantos años y no poder decir a nadie en torno a este hecho. El ya supo el secreto de secretos. Se lo dijo María Luisa Arteaga López, la mujer de Agustín, y él no lo creía. Y los hermanos Rojas de Lares y la Bracetti, de Añasco, al reencomendárselo, le decían: «Ese ideal no lo abandones». Es un mandato. Antes que se abortara el Grito, su parentela que entroncara con Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero de la Real y Distinguida Orden de Carlos II, se lo informaban a través de los Mendoza. «Hay un asunto pendiente: Fue el anhelo de Bolívar, del Dr. Guillermo Mendoza y de la Coronela Dolores Dionisia Santos Moreno, quien nos instó a que se lo recordaran innumerables veces y para siempre a todos los Mendoza y Echeandía, Belazquide y Azpiazu, en nombre de las mujeres trujillanas, pilares de la Sociedad Secreta Comuna Hermanos y, ¿cómo es que el mismo Manuel Rojas lo supo, cómo que él reculara después que hizo promesas de servir en lo que fuese? ¿Por qué se hizo él tan escurrizo como gallo juidor, si el mensaje se le dio el día que pisó Cidral: El Marqués murió combatiendo contra el Rey. Toda su cuantiosa riqueza la ofrendó a la nueva Patria. A Venezuela no le negó sus hijos, su fortuna y su vida. Así fue Don José Ignacio del Pumar, Marqués de las Riberas de Boconó y Masparro, Visconde del Pumar y Caballero'.. . siempre probaba sus fidelidades. Concurrió con su apoyo a la rebelión de los comuneros del Socorro, siendo teniente de justicia mayor y alférez real y, por servir a la libertad, fue encarcelado en Guanare... y, ahora ya es tarde para recordar.
Marcianita ha llegado y él está muerto. Se enteró que ha muerto y vino de chiripaso. Ninguna de sus hermanas quiso avisarle, como si tratara de que vino de paso, a cobrar su parte de la herencia en irse. Ella sí lo amaba a él, por ser persona.
Desde ese astral fantasmal, desde el que ahora mira, él sabe que ante su féretro están sus hijos. Posan ya que, al fin, serán herederos; harán sus repartos. Ahí está Getulio, capitán de la Guardia, Teresa, Sara, Antonio, Emilio Chilín el Malo... y Marcianita, por supuesto. Desde la muerte, ya con manos cruzadas sobre el pecho, observará que a ella la están atropellando. La desprecian.. . Es tan distinta y única que pudo haberse parecido a María Regina Montilla del Pumar, emparentada con José Ignacio del Pumar, el Marqués, y simpatizante de la Sociedad Secreta de la «Comuna Hermanos», rival de las hordas españolas, desde las caídas de la Primera y Segunda República.
Oye. Le preguntan: «¿Qué vienes a buscar, Marciana? ¿Por qué no te quedaste en New York, echándole vivas a Alvizu Campos, a comunistas y mujeres modernas, putas y colmillúas que piden que se extienda el voto hasta para quien no sabe leer?»
Se burlan. Y la culpa es de Marciana Font, la madre blanda... «si hubiera sido como aquella que yo conocí, después que quedé viudo, mas era blanda, pobre mujer mía, mi viudita».
Se lamió los bigotes hasta en forma de cadáver y eso que Cecilio ya estaba viejo para esos romances tardíos con La Capitalina.. . ¿Recuerdas, Getulio? Te dije: házla que venga, que sea puta no me importa, yo sólo quiero que me haga recordar lo que hubiera sido ser valiente, como libertador, subirse a un caballo de los que el Marqués José Ignacio regaló a Bolívar, uno entre mil caballos, tener un segundo aire de vida... encomendaría a todos, entonces, proteger una Doncella, la Libertad... y recordó obsesivamente cómo hasta los Font fueron concitados a luchar contra el coloniaje y la opresión del negro.... Entre lo mejor de Hato Arriba, estuvo Manuel, Miguel, Ramón y Rodrigo Font Medina, hacendados que liberaron a sus negros (a Juan, Santos, Cruz, Félix y Aureliano) y a todos, esos antiguos Font-Medina, los educaron como revolucionarios, sea por la influencia de Pancho Méndez Acevedo y sus hijos, o por Manuel Rojas y su hermano, quienes les dijeron: «El verdadero triunfo es poner todo lo que tenemos por una patria libre. Una empresa propia de hermanos». Entonces, Marcianita habría sabido, por la boca de su padre, lo que cuentan los venezolanos de la antigua provincia de Bariñas: Somos bolivaranos.
Ahora que todos los secretos de María Luisa Arteaga están en la hacienda de Agustín y la rama santanderina de los Mendoza se mudó a Pepino, YO, CECILIO DAMASO ECHEANDIA VELEZ, ex-Juez de Pepino, gran propietario, cierro los ojos, por causa de la muerte, y me declaro culpable de no levantar un dedo por la causa de la libertad. Acaricié la idea, es cierto. Pero no hice nada. Tenía no toda, pero algo de la dote del Márques, que pasó a mis manos. La usé para mi beneficio. Soy como un ladrón. Quise educar bien a mis hijos. Les golpié con un látigo para ponerles vergüenza... pero cotéjese los hijos que me dio la vida, uno hasta asesino, delincuente. .. ¡Tanta riqueza que tuve y se me fue entre las manos! Mucha tierra, tierra con esclavos... y ahora se están peleando todos por un pedazo de la haciendita y las casas que me quedan. Han de querer sembrar más cañaverales.. . No puedo evitar lo que venga ni hacer nada desde la muerte...
«Déjame compadecerte, Marcianita! Acércate y dame un beso, como el de las Hermanas de la Sociedad Secreta en Trujillo... ¿Me recuerdas, con mi carácter duro, Marcianita? y tú más dura que yo, obstinada... Eras como la Coronela, la Santos Moreno de Trujillo: verdadera amazona, una guerrera que habitaría a las orillas del Termodonte, en Capadocia, y admiraría la selva como el paraíso. De entre aquellas guerreras que se amputaban el pecho derecho para que no les estorbara en el manejo del arco, una has de ser tú. Una de aquellas que el cronista Francisco de Orellana, cuando exploró en el gran Río de América, creyó encontrar en la selvas venezolanas y del Brasil...
Sin embargo, a El Pepino, cuando llegaron desde Bariñas estos Callejo-Pumar (los de Micaela) y los Pumar-Callejo (los de Josefina), estos Arteaga-López (de Fernando), ninguna intención tenían de recordar que en Sur América, como aquí en la islita, cada mujer campesina debió ser amazona. Y él, o alguno, trajo la fortuna, como ellas, sus heredades y vidas, que debían ponerlas al servicio de la lucha y las células de Hermanos. Los rebeldes de Camuy y Lares han esperado que esas familias respondan, no sólo él... «Toda la famila Echeandía-Mendoza» .
«A la patria no dí nada, Marcianita». Cierto es: no he pedido dinero. No. Tampoco se me dijo que participe en las reyertas cuando se han dado. «¿Qué me han pedido?», me pregunto. «Te veo, Marcianita, hija mía, y entristezco al pensar que es tu vida».
... Tal vez sólo fue éso. Que instruyera en los Diez Mandamentos a los esclavos... El Marqués dio, por amor por la causa de Simón Bolívar mucho más. Dio 1000 caballos... «Y ustedes, nada, yo, nada, ninguno y muero triste, ni siquiera duré como alcalde». Los liberales de Andrés y Manuel Ménde Liciaga dicen que los Echeandía se comportan como represores. Hubo quien nos lo sacara en cara. Debió ser alguien bravo: Avelino Méndez fue uno. Uno de espuelas en Lares y, por igual, lo dijo en Pepino para que tuviera validez y doliera, antes que él, Don Genero Eleuterio López, a quien el Alcalde Chiesa Doria lo deportó a Vieques. Alguien que, desde 1842, por lo menos... que haya recibido informes de lo que el Marqués del Pumar Callejo, muerto en 1814, encomendó que se hiciera como apoyo a los Hermanos, la Causa criolla de El Triunfo y de La Fe, algo con dinero que Juan Bautista Echeandía trajo. «Es que ya, en cárcel y declarado insurrecto contra España, no habría tiempo para otra cosa que darlo todo a la Patria».
Desde 1784, mucho antes morir testó: «que el día que muera, o se me capture, a los míos comprometo, a que se vendan mis haciendas y se liberen mis esclavos, y son poco más de 400 esclavos, las 58 leguas cuadradas de tierras en hatos, no se las pueden llevar al Caribe, como una pieza en brazos; pero la cosecha anual de 4.000 novillos, véndanlas. Dejen los 2 palacios míos como recuerdo; hay 65.000 pesos en efectivo, varias haciendas, embarcaciones, prendas y muchos bienes; todos los caballos que sean para Bolívar y quien luche en sus ejércitos, los que decidan acogerse a la Ley de Gracias, vayan al Caribe, allá tengo amigos, algunos son socialistas utópicos».
Del libro: EL PUEBLO EN SOMBRAS
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La Dra. Marcianita Echeandía Font, que inspira este cuento histórico fue una feminista, investigadora científica, colaboradora en la invención de la vacuna para la polimielitis y la síntesis de vitaminas, anticolonialista, socialista, defensora de la Independencia para Puerto Rico, catedrática por 14 años en la Universidad de Columbia, perseguida y fichada por el Gobierno de Estados Unidos, madre soltera, y murió viejecita de una caída en la escalinatas de la Universidad de Puerto Rico, donde estudiaba leyes a la edad mayor de 70 y pico de años. Fue desheredada y robada de la herencia que le dejara la familia, éstos de los que hablo en el cuento. Por la persecución y miseria que vivía en su vejez, dormía sobre periódicos viejos en un edificio, comía de la caridad pública, aunque trataba siempre de pagar, porque siendo farmacéutica daba sus consejos. Esta batalladora, negada de empleo en su Puerto Rico natal por ser fichada y hostigada políticamente. una mujer que de joven fue bellísima, alegre, tocaba piano, buena bailadora, es para mí una inspiradora de erotismo, feminismo y plena devoción a la libertad, hasta en la miseria de su muerte y vejez.
domingo, 3 de enero de 2010
El brit milah con Pachi
Una mañana que volé, de España a Nueva York, en días en que estilaba las barbas, recordé que un primo me había escrito. Me dio su dirección y dijo que su padre había muerto. Habían pasado 15 o más años, sin verlos; o más bien, nunca quise saber de él por recordar que me escupía de niño. Mamá le dijo a su padre, cuando él estuvo presente, durante su última visita, sobre mí lo siguiente: «Este pequeño tiene madera de rabino».
Y lo mismo habían dicho de su hermano, Kiro, el menor de los varones en la cepa suya. Mas Casimiro terminó de recluta en el Ejército. Dejó de meditar en la Torah y de utilizar su Estrella de David, al cuello, y se casó y tuvo hijos, cuando regresó de aquella aventura de martirio que fue irse, casi de veinte años de edad, a combatir los Nazis.
Uno de sus hijos fue Pachi y creció como él en el Este del Bajo Manhattan, «allá donde está la mata de los judeznos», vecino del Spanish Harlem, donde, actualmente, imperan los puertorros, cubanos y, recientemente, asentamientos de dominicanos.
De España, yo regresaba inspirado, pletórico de gozos y espiritualidades. Tenía ese sueño de conocer las Calles de la Fuerza, juderías de Gerona y, aunque sea en literatura, o paseos por las ciudades, la Edad de Oro de los sefardíes, porque me entretenía, pasión de poeta, desde que inicié mis lecturas de la Guía de Perplejos o comentarios a la Teshuvot de Maimónides, leer a viejos rabinos de Córdoba, discípulos de rabinos como ellos, y si no he de ser médico, o estudiar en España, por lo menos, algún día y el día llegó, me satisfacería ir a estudiar, curiosear, las cosas sagradas sefardíes. En fin, si de veras he de ser maestro de poesía, al menos, estaré cerca de las viejas arcas, siempre que pueda... si es que la política me gustara más, por ideología bolivariana, por afinidad con Cuba y Venezuela, tierra de mis ancestros, en el curso de los pasados tiempos, iré por un poco de lo hebreo, y escribiré algo que recuerde a Abraham Meza, ayudante judío de Simón Bolívar.
Estas habían sido mis vacaciones de estudio. La primera. Y regresé, sensitivo e inspirado, como si mis barbas me dijeran: «Circuncida primero ese corazón. Sácate esa espina. Perdona a quien te escupe». Tenía aún clavado el recuerdo de Pachi. Entonces, me fuí al Bajo Manhattan y entré a una barbería para que afeitaran mis barbas con esmero. Imaginé que, bien acicaladas, no causarán escarnio a Pachi, pues, voy a verlo. A decirle que aún vivo, aunque mi madre, su tía ya ha muerto.
En lo que allí hice un turno o esperaba, leyendo revistas de los nuevos estilos de peinados o recortes, llegó un artista con su propio catálogo. Sí. Llegó el artista del tatuaje y quien cortaba el pelo, era un boricua de Harlem, que bien que lo conocía.
«Salúdame, cabrón. Que el saludo es de cachete».
Se tenían obviamente confianza. Y se dieron unos besotes tronados de mejilla, porque, de cachete significaba, en rigor, que el saludo no se cobra. Es gratis y expedito. Es sincero y generoso.
Para que yo no me aburriera, al visitante lo hizo partícipe de lo que estuvimos dialogando. El me contó cariñosamente de su Tierra y su Nostalgia, se alegró sobre todo lo que dije: «¡Que yo quise ser rabino!» Que acabo de regresar de Gerona, España, y que, en Madrid, asistí a una Conferencia Internacional que reunió a los mizrahim (hebreístas de Oriente). Que yo soy maestro en un colegio y tengo ancestros «sefardíes» y que algunos terminaron yéndose a Puerto Rico. También le dije que aún estudio sobre estas cosas en las historias concretas de la Isla y el Caribe. Que ahora traje libros de poetas de los Calls de Zaragoza, Barcelona, Tarragona, y anduve gozándome el turismo de mis primeras vacaciones en años. «¡Que ya las merecía!», le dije.
Entonces, el artista se arrimó confianzudamente. «Yo también investigo en las Cosas Sagradas». Abrió el catálogo que trajo consigo. Me lo puso encima de mis güevos hasta que pudiera yo esparcir el volumen sobre mis muslos. «Lo que pasa es que yo pinto encima de la carne. Y soy distinto al barbero que recorta el pelo. Al pelo yo lo odio, lo corto por entero, despeluzno para buscar lo pelado; yo tatúo en las calvicies; dibujo sobre espacios rasurados; pero pinto cosas sagradas; yo santifico la carne... y, ¿qué dijo usted a mi amigo? ¿Que es rabino?»
«No dije eso. Dije que estudio mucho sobre el hebraísmo».
«¿Sabe usted que mi padre también fue uno de ellos? Pero, durante la Guerra, le dieron en la chucha madre. Los nazis le quitaron lo agüileño, le torcieron los cojones y no se pudo hacer el bris, su rompedura del pene... ¿Sabe ya sobre qué hablo?»
«La ceremonia del Brit milah, supongo».
Abrió el libro, como un jovenzuelo trasnochado, ávido de mostrar pornografías o revistas «calientes» de ésas que en Manhattan el exilio cubano ha hecho populares en las barberías. El Artista, ahora reparo, no dijo ni su nombre. Dijo más bien el del negocio. Bazar o Tattoo's shop. Algo de eso con mystical signs on the flesh.
Parece que le va mal con la tatuajería, siendo que va de barbería en barbería, cazando a puertorriqueñ os, «ya que mis dibujos se ven mejor sobre piel pálida y suave; no en quienes son de tez oscura, prietos» como los cubanos, creyentes de la santería y haitianos, o dominicanos». Sus dibujos y pinturas trataban sobre arañas / o insectos / colgados a las altas esquinas de sus telares, serpientes sobre tallos o bejucales fálicos, diablos con caras de moheles, cirujanos sentados encima de escrotos que se derriten.
«El bris es uno de mis temas favoritos», concluyó, ávido de venderme la hechura de un tatuaje, grabármelo en la espalda o en el cuello, «y si quiere en las nalgas, se lo hago. Lo pinto lindo porque usted es blanquito».
«No, no. Si no se me hizo el bris en el octavo día del nacimiento, cuando no podía evitarlo, menos ahora que estoy viejo».
«Ja ja jah, yo ni toco los güevos. Ni tengo navaja en mis dedos. Díle eso mejor a ese barbero maricón, a quien vas a poner tus barbas en sus manos, y delante de tí, me pide que le dé unos besitos de cachete. ¡Mira qué parejero! que no respeta a un artista como yo, ni estando frente a extraños... yo no pelo la bichuela a nadie, te dejo las telitas que arropan la ñema tranquilas, te dejo el pellejito intacto».
Dudó que yo creyera en su calidad como artista del tatuaje. Insistió en que hojeara el catálogo. Me preguntó el signo zodiacal para crear algo exactamente alusivo a lo que soy astralmente. Me dio credenciales de su entrenamiento. «No soy cualquier pendejo; yo estudié con americanos, con gente de Polinesia y de Oriente; yo pasé por colegios de Bellas Artes, yo sé acerca de símbolos de la Creación, o los Sacramentos del Aeón. Lo que significa el Santo Grial. La Bestia. El León-Serpiente. El Sátiro... ¿usted qué signo es? ¡Vamos, man! Está hablando con un Artista, con un Shamán sagrado y, si eso le da confianza, yo como usted tengo sangre judía, o gitana, o qué sé yo qué carajo... ¿A qué exactamente tiene miedo? ¿A que en mi bazar no tenga yo... utensilios limpios, agujas esterilizadas contra el SIDA? ¡No, no! Tengo todas las licencias de salud del Estado, y prestigio... Mire este catálogo. Sepa. Tengo patentes con diseños que son muy costosos y, por ser a usted... se los doy hasta fiados, en plazos, jah ja ja».
«Es que él es judío. No cree en eso», le dijo al fin el barbero.
«Haberlo dicho antes. Yo le pinto un tema sobre el Shabatt. Si no se hizo el Brit Milah y se quedó con las ganas, si no le han cantado el Baruch HaBa, 'bienvenido sea el recién nacido', ¿sabe sobre qué le hablo, verdad? ... yo me voy a sentar en la Silla de Elijah, frente a su espalda y lo voy a honrar, como un Sandek, en el Kvatterin... haciéndole un dibujo que hará que mi bazar atraiga a toda su familia, sus amigos, sus vecinos... porque hasta haremos una fiesta, una celebración como los Seudat Mitzvah de los judíos después que les circuncisan a sus nenes...»
«No, no. Gracias de todos modos. La verdad es que no tengo dinero para gastar en eso».
«Tenía que ser judío. Tacaño hasta para darse un gustito».
«No, de veras. Gracias».
«¿Y cambian las cosas si se lo hago, no por dinero? Una foto de su espalda con el trabajo hecho. Es lo que quiero después de pintar algo especial que me recuerde a mi padre: a él... los nazis le quemaron la espalda con los bombardeos».
Me estremecí al oírlo. El era Pachi, el primo que buscaría en la mañana. O con quien iría quizás aquella misma tarde. Estaba frente a él... Pero callé con dolor muy grande. No me atreví preguntarlo. Y corté por lo sano cuando el barbero me llamó a la silla para arreglar mi barba y mi cabello.
«No. Será un sacrilegio. Usted quiere la carne de la gente como si fuera un canvas, no como el artista que la honra y bendice al contacto con la tela y los colores. Usted escupe sobre las cosas sagradas; lucra con ellas. Quiere de los cuerpos, una vitrina, museo andante. Usted no circuncida. Escarnece con sus agujas o sus pinzas, o sus pinceles... No me hable más; yo sé quien es un artista del tatuaje, como usted, y me da mucha pena. Mucha».
Pachi quedó en sepulcral silencio y supe que lo calé en lo profundo. Nunca lo habían avergonzado tanto ni herido en su orgullo hasta que yo abrí mi boca, diciéndolo.
«No», porque nadie me escupe y queda impune por siempre.
Carlos Lopez Dzur
03-12-1988
Y lo mismo habían dicho de su hermano, Kiro, el menor de los varones en la cepa suya. Mas Casimiro terminó de recluta en el Ejército. Dejó de meditar en la Torah y de utilizar su Estrella de David, al cuello, y se casó y tuvo hijos, cuando regresó de aquella aventura de martirio que fue irse, casi de veinte años de edad, a combatir los Nazis.
Uno de sus hijos fue Pachi y creció como él en el Este del Bajo Manhattan, «allá donde está la mata de los judeznos», vecino del Spanish Harlem, donde, actualmente, imperan los puertorros, cubanos y, recientemente, asentamientos de dominicanos.
De España, yo regresaba inspirado, pletórico de gozos y espiritualidades. Tenía ese sueño de conocer las Calles de la Fuerza, juderías de Gerona y, aunque sea en literatura, o paseos por las ciudades, la Edad de Oro de los sefardíes, porque me entretenía, pasión de poeta, desde que inicié mis lecturas de la Guía de Perplejos o comentarios a la Teshuvot de Maimónides, leer a viejos rabinos de Córdoba, discípulos de rabinos como ellos, y si no he de ser médico, o estudiar en España, por lo menos, algún día y el día llegó, me satisfacería ir a estudiar, curiosear, las cosas sagradas sefardíes. En fin, si de veras he de ser maestro de poesía, al menos, estaré cerca de las viejas arcas, siempre que pueda... si es que la política me gustara más, por ideología bolivariana, por afinidad con Cuba y Venezuela, tierra de mis ancestros, en el curso de los pasados tiempos, iré por un poco de lo hebreo, y escribiré algo que recuerde a Abraham Meza, ayudante judío de Simón Bolívar.
Estas habían sido mis vacaciones de estudio. La primera. Y regresé, sensitivo e inspirado, como si mis barbas me dijeran: «Circuncida primero ese corazón. Sácate esa espina. Perdona a quien te escupe». Tenía aún clavado el recuerdo de Pachi. Entonces, me fuí al Bajo Manhattan y entré a una barbería para que afeitaran mis barbas con esmero. Imaginé que, bien acicaladas, no causarán escarnio a Pachi, pues, voy a verlo. A decirle que aún vivo, aunque mi madre, su tía ya ha muerto.
En lo que allí hice un turno o esperaba, leyendo revistas de los nuevos estilos de peinados o recortes, llegó un artista con su propio catálogo. Sí. Llegó el artista del tatuaje y quien cortaba el pelo, era un boricua de Harlem, que bien que lo conocía.
«Salúdame, cabrón. Que el saludo es de cachete».
Se tenían obviamente confianza. Y se dieron unos besotes tronados de mejilla, porque, de cachete significaba, en rigor, que el saludo no se cobra. Es gratis y expedito. Es sincero y generoso.
Para que yo no me aburriera, al visitante lo hizo partícipe de lo que estuvimos dialogando. El me contó cariñosamente de su Tierra y su Nostalgia, se alegró sobre todo lo que dije: «¡Que yo quise ser rabino!» Que acabo de regresar de Gerona, España, y que, en Madrid, asistí a una Conferencia Internacional que reunió a los mizrahim (hebreístas de Oriente). Que yo soy maestro en un colegio y tengo ancestros «sefardíes» y que algunos terminaron yéndose a Puerto Rico. También le dije que aún estudio sobre estas cosas en las historias concretas de la Isla y el Caribe. Que ahora traje libros de poetas de los Calls de Zaragoza, Barcelona, Tarragona, y anduve gozándome el turismo de mis primeras vacaciones en años. «¡Que ya las merecía!», le dije.
Entonces, el artista se arrimó confianzudamente. «Yo también investigo en las Cosas Sagradas». Abrió el catálogo que trajo consigo. Me lo puso encima de mis güevos hasta que pudiera yo esparcir el volumen sobre mis muslos. «Lo que pasa es que yo pinto encima de la carne. Y soy distinto al barbero que recorta el pelo. Al pelo yo lo odio, lo corto por entero, despeluzno para buscar lo pelado; yo tatúo en las calvicies; dibujo sobre espacios rasurados; pero pinto cosas sagradas; yo santifico la carne... y, ¿qué dijo usted a mi amigo? ¿Que es rabino?»
«No dije eso. Dije que estudio mucho sobre el hebraísmo».
«¿Sabe usted que mi padre también fue uno de ellos? Pero, durante la Guerra, le dieron en la chucha madre. Los nazis le quitaron lo agüileño, le torcieron los cojones y no se pudo hacer el bris, su rompedura del pene... ¿Sabe ya sobre qué hablo?»
«La ceremonia del Brit milah, supongo».
Abrió el libro, como un jovenzuelo trasnochado, ávido de mostrar pornografías o revistas «calientes» de ésas que en Manhattan el exilio cubano ha hecho populares en las barberías. El Artista, ahora reparo, no dijo ni su nombre. Dijo más bien el del negocio. Bazar o Tattoo's shop. Algo de eso con mystical signs on the flesh.
Parece que le va mal con la tatuajería, siendo que va de barbería en barbería, cazando a puertorriqueñ os, «ya que mis dibujos se ven mejor sobre piel pálida y suave; no en quienes son de tez oscura, prietos» como los cubanos, creyentes de la santería y haitianos, o dominicanos». Sus dibujos y pinturas trataban sobre arañas / o insectos / colgados a las altas esquinas de sus telares, serpientes sobre tallos o bejucales fálicos, diablos con caras de moheles, cirujanos sentados encima de escrotos que se derriten.
«El bris es uno de mis temas favoritos», concluyó, ávido de venderme la hechura de un tatuaje, grabármelo en la espalda o en el cuello, «y si quiere en las nalgas, se lo hago. Lo pinto lindo porque usted es blanquito».
«No, no. Si no se me hizo el bris en el octavo día del nacimiento, cuando no podía evitarlo, menos ahora que estoy viejo».
«Ja ja jah, yo ni toco los güevos. Ni tengo navaja en mis dedos. Díle eso mejor a ese barbero maricón, a quien vas a poner tus barbas en sus manos, y delante de tí, me pide que le dé unos besitos de cachete. ¡Mira qué parejero! que no respeta a un artista como yo, ni estando frente a extraños... yo no pelo la bichuela a nadie, te dejo las telitas que arropan la ñema tranquilas, te dejo el pellejito intacto».
Dudó que yo creyera en su calidad como artista del tatuaje. Insistió en que hojeara el catálogo. Me preguntó el signo zodiacal para crear algo exactamente alusivo a lo que soy astralmente. Me dio credenciales de su entrenamiento. «No soy cualquier pendejo; yo estudié con americanos, con gente de Polinesia y de Oriente; yo pasé por colegios de Bellas Artes, yo sé acerca de símbolos de la Creación, o los Sacramentos del Aeón. Lo que significa el Santo Grial. La Bestia. El León-Serpiente. El Sátiro... ¿usted qué signo es? ¡Vamos, man! Está hablando con un Artista, con un Shamán sagrado y, si eso le da confianza, yo como usted tengo sangre judía, o gitana, o qué sé yo qué carajo... ¿A qué exactamente tiene miedo? ¿A que en mi bazar no tenga yo... utensilios limpios, agujas esterilizadas contra el SIDA? ¡No, no! Tengo todas las licencias de salud del Estado, y prestigio... Mire este catálogo. Sepa. Tengo patentes con diseños que son muy costosos y, por ser a usted... se los doy hasta fiados, en plazos, jah ja ja».
«Es que él es judío. No cree en eso», le dijo al fin el barbero.
«Haberlo dicho antes. Yo le pinto un tema sobre el Shabatt. Si no se hizo el Brit Milah y se quedó con las ganas, si no le han cantado el Baruch HaBa, 'bienvenido sea el recién nacido', ¿sabe sobre qué le hablo, verdad? ... yo me voy a sentar en la Silla de Elijah, frente a su espalda y lo voy a honrar, como un Sandek, en el Kvatterin... haciéndole un dibujo que hará que mi bazar atraiga a toda su familia, sus amigos, sus vecinos... porque hasta haremos una fiesta, una celebración como los Seudat Mitzvah de los judíos después que les circuncisan a sus nenes...»
«No, no. Gracias de todos modos. La verdad es que no tengo dinero para gastar en eso».
«Tenía que ser judío. Tacaño hasta para darse un gustito».
«No, de veras. Gracias».
«¿Y cambian las cosas si se lo hago, no por dinero? Una foto de su espalda con el trabajo hecho. Es lo que quiero después de pintar algo especial que me recuerde a mi padre: a él... los nazis le quemaron la espalda con los bombardeos».
Me estremecí al oírlo. El era Pachi, el primo que buscaría en la mañana. O con quien iría quizás aquella misma tarde. Estaba frente a él... Pero callé con dolor muy grande. No me atreví preguntarlo. Y corté por lo sano cuando el barbero me llamó a la silla para arreglar mi barba y mi cabello.
«No. Será un sacrilegio. Usted quiere la carne de la gente como si fuera un canvas, no como el artista que la honra y bendice al contacto con la tela y los colores. Usted escupe sobre las cosas sagradas; lucra con ellas. Quiere de los cuerpos, una vitrina, museo andante. Usted no circuncida. Escarnece con sus agujas o sus pinzas, o sus pinceles... No me hable más; yo sé quien es un artista del tatuaje, como usted, y me da mucha pena. Mucha».
Pachi quedó en sepulcral silencio y supe que lo calé en lo profundo. Nunca lo habían avergonzado tanto ni herido en su orgullo hasta que yo abrí mi boca, diciéndolo.
«No», porque nadie me escupe y queda impune por siempre.
Carlos Lopez Dzur
03-12-1988
viernes, 1 de enero de 2010
Al servicio del tango
Y sí, era hora de ponerse a laburar. Con el Mateo, que se acaba de jubilar, yo que el reuma en las manos se me dificulta dar el servicio de comidas a domicilio, y la nena mayor, la Doris, que abandonó los estudios, o hacemos un congreso de opas, o armamos la pyme de la que siempre hablábamos.
El viejo se sabe todo el repertorio tanguero, la Doris que ya anda por el cuarto novio conseguido gastando las pistas de baile, con tangos en vivo, en 78, Cd o lo que sea. El tanguero es melodramático de sangre, vos recitale un tango y te lame los pies. Mañana comenzamos, ayudamos al arte nacional y ganamos plata.
-Gracias por llamar a “TangoReality Service”. Para solicitar una representació n telefónica, digite 1. Para servicio de bulín, sin mina, digite 2, con mina digite 3. Para reservar mesa de bar, si debajo de la mesa digite 4, encima de la mesa digite 5. O espere y una operadora lo atenderá. Le recordamos que en nuestro local central , el Almacén-Bar-Bulin permanece abierto las 24 horas, con o sin representació n por acompañante a su elección.
.-[ ]. Rrrrrrr.
-Por favor, ingrese la cinco primeras letras del título del tango seguido de la tecla numeral,
.-[ ]. Rrrrrrr.
-Si Ud. ha elegido “Lo que quedó” digite 1. Si ha elegido “Lo que vos te merecés” digite 2. Si...
-[ ] Rrrrrr
-Por favor, ingrese su apodo artístico.
-Che, Doris. Un cliente en el 2. , tema lo que vos te merecés, apodo Enrique.
-Ufa ¿No hay otra?. Me estoy depilando las piernas. Tengo la cera a punto.
-Dale. Estás en bolas, en tu casa, Donde vas a tener mejor trabajo. Dale, atendé.
-Bueno, total, me sigo depilando.
-Trin Trin.¿Hablo con Enrique?
-Si. Soy yo
-¿Enriquito, mi querido!¡Soy yo, tu Rosalía, que vuelve, si todavía tenés mi osito en tu cama!
-Nunca te olvidé, Rosy!¡Por qué te fuiste!.¡Buaaaaaaaaa aa!
-Bueno, che, no llorés que así no podemos seguir.
-Es que, Ro, hace todo un año que te fuiste, ya no creía que podías volver.
-Pero aquí estoy, mi amor. Vuelvo vencida a la casita de mis viejos...
-¿Lo qúé?¡Más vieja será tu abuela!
-Carajo, se me mezcló la letra. ¡Uy! Puta, me quemé
-¿Cómo?
-Tontito, no ves que tengo puesto el vestidito que vos me reglaste.
-Puta de mierda, yo no te regalé ningún vestidito. Sos una descarada.
´-Pero Enriquto...así dice la letra...
-A que venis, para que te lo planche. Siempre fuiste puta
-Ma andáa cagar, pelandrún que te sigan metiendo los cuernos. Quedate sentado.
[Click]
-No puede ser., Ma. Está enfermo hasta las cejas, este. La mina todavía debe estar rajando. Este es un trabajo insalubre.
-Dale. Acordate cuando trabajabas de operaria en la textil. Pero no importa. A este gil lo paso al plan B. Ya le doy la grabación a tu padre, algo le vamos a sacar. Esto es lo bueno de formar una empresa familiar. Ahora, vos podrías tomar éste pedido... acá está. Quiere interpretació n de “A la luz del candil” en nuestro local. Se va a llamar Bebé. Viene a las 20. Yo preparo el living.
No te olvidés de anotar la consumición.
-Bueno. Mandame la letra. Parece un tema romántico
§
-Che, viejo. Ya son las 11 y la nena todavía con el cliente. Yo le cobré adelantado una hora y falta la consumición. El teléfono no responde.. A ver si es un baboso.
-Tenés razón. Ya bajo. Note preocupés, no voy a hacer ruido.. .
Está todo oscuro.
-¡Nena!¿Estás ahi?Voy a prender la luz.
-¡No. pa!¡No prendas!
-¡Qué te pasó!¡Qué te hizo!
-¡Me peló! No bien entró me preguntó ¿Qué preferis?¿A la luz de un candil o Noche de reyes?A mi Noche de Reyes, por el título. me gustaba, pero no lo conocía. Había estudiado A la luz de un candil, se lo dije.
-Bueno, no importa, me dijo,. Preparate.
-¿Y?
-¡Me peló a cuchillo, viejo! Despúés metió todo mi pelo en una maleta y se fué diciendo ya tengo las trenzas de mi china.
-Qué peligro, pobre
-Me salvé, viejo. El otro tango decía Sin compasión los maté.
§
-Ya lo agarraron, al loco. Me dijeron que le encontraron un colchón lleno. Pero pocas denuncias.
-Y... La peluca salió un ojo de la cara.
-No hay caso, Los microemprendimiento s culturales no tienen respaldo. Al tango nadie lo apoya. Así no se puede progresar. ¡Si me dan ganas de volver a la textil!.
© Carlos Adalberto Fernández
El viejo se sabe todo el repertorio tanguero, la Doris que ya anda por el cuarto novio conseguido gastando las pistas de baile, con tangos en vivo, en 78, Cd o lo que sea. El tanguero es melodramático de sangre, vos recitale un tango y te lame los pies. Mañana comenzamos, ayudamos al arte nacional y ganamos plata.
-Gracias por llamar a “TangoReality Service”. Para solicitar una representació n telefónica, digite 1. Para servicio de bulín, sin mina, digite 2, con mina digite 3. Para reservar mesa de bar, si debajo de la mesa digite 4, encima de la mesa digite 5. O espere y una operadora lo atenderá. Le recordamos que en nuestro local central , el Almacén-Bar-Bulin permanece abierto las 24 horas, con o sin representació n por acompañante a su elección.
.-[ ]. Rrrrrrr.
-Por favor, ingrese la cinco primeras letras del título del tango seguido de la tecla numeral,
.-[ ]. Rrrrrrr.
-Si Ud. ha elegido “Lo que quedó” digite 1. Si ha elegido “Lo que vos te merecés” digite 2. Si...
-[ ] Rrrrrr
-Por favor, ingrese su apodo artístico.
-Che, Doris. Un cliente en el 2. , tema lo que vos te merecés, apodo Enrique.
-Ufa ¿No hay otra?. Me estoy depilando las piernas. Tengo la cera a punto.
-Dale. Estás en bolas, en tu casa, Donde vas a tener mejor trabajo. Dale, atendé.
-Bueno, total, me sigo depilando.
-Trin Trin.¿Hablo con Enrique?
-Si. Soy yo
-¿Enriquito, mi querido!¡Soy yo, tu Rosalía, que vuelve, si todavía tenés mi osito en tu cama!
-Nunca te olvidé, Rosy!¡Por qué te fuiste!.¡Buaaaaaaaaa aa!
-Bueno, che, no llorés que así no podemos seguir.
-Es que, Ro, hace todo un año que te fuiste, ya no creía que podías volver.
-Pero aquí estoy, mi amor. Vuelvo vencida a la casita de mis viejos...
-¿Lo qúé?¡Más vieja será tu abuela!
-Carajo, se me mezcló la letra. ¡Uy! Puta, me quemé
-¿Cómo?
-Tontito, no ves que tengo puesto el vestidito que vos me reglaste.
-Puta de mierda, yo no te regalé ningún vestidito. Sos una descarada.
´-Pero Enriquto...así dice la letra...
-A que venis, para que te lo planche. Siempre fuiste puta
-Ma andáa cagar, pelandrún que te sigan metiendo los cuernos. Quedate sentado.
[Click]
-No puede ser., Ma. Está enfermo hasta las cejas, este. La mina todavía debe estar rajando. Este es un trabajo insalubre.
-Dale. Acordate cuando trabajabas de operaria en la textil. Pero no importa. A este gil lo paso al plan B. Ya le doy la grabación a tu padre, algo le vamos a sacar. Esto es lo bueno de formar una empresa familiar. Ahora, vos podrías tomar éste pedido... acá está. Quiere interpretació n de “A la luz del candil” en nuestro local. Se va a llamar Bebé. Viene a las 20. Yo preparo el living.
No te olvidés de anotar la consumición.
-Bueno. Mandame la letra. Parece un tema romántico
§
-Che, viejo. Ya son las 11 y la nena todavía con el cliente. Yo le cobré adelantado una hora y falta la consumición. El teléfono no responde.. A ver si es un baboso.
-Tenés razón. Ya bajo. Note preocupés, no voy a hacer ruido.. .
Está todo oscuro.
-¡Nena!¿Estás ahi?Voy a prender la luz.
-¡No. pa!¡No prendas!
-¡Qué te pasó!¡Qué te hizo!
-¡Me peló! No bien entró me preguntó ¿Qué preferis?¿A la luz de un candil o Noche de reyes?A mi Noche de Reyes, por el título. me gustaba, pero no lo conocía. Había estudiado A la luz de un candil, se lo dije.
-Bueno, no importa, me dijo,. Preparate.
-¿Y?
-¡Me peló a cuchillo, viejo! Despúés metió todo mi pelo en una maleta y se fué diciendo ya tengo las trenzas de mi china.
-Qué peligro, pobre
-Me salvé, viejo. El otro tango decía Sin compasión los maté.
§
-Ya lo agarraron, al loco. Me dijeron que le encontraron un colchón lleno. Pero pocas denuncias.
-Y... La peluca salió un ojo de la cara.
-No hay caso, Los microemprendimiento s culturales no tienen respaldo. Al tango nadie lo apoya. Así no se puede progresar. ¡Si me dan ganas de volver a la textil!.
© Carlos Adalberto Fernández
El niño que conversa con las aves
Todo comenzó porque es un niño enfermo. Sus huesos no son sólidos y pesados. Es un pésimo mamífero. En la médula de sus huesos, hay más aire que nada. Le dijeron el «Corino», «pies de mierda», porque siempre se traba en sus propias pies y cae al suelo. Como es un niño pobre, nadie lo lleva al médico. Lo curan con oraciones los que son piadosos; lo levantan del piso quienes más que entender, tienen misericordia, aunque pocos centavos en el arrabal.
Pero este niño arrabalero tiene a las aves como amigo. Le gustaría volar, no morirse. Y es dulce, soñador, imaginativo. Dicen que como las aves tiene el esqueleto ligero y los huesos delgados. Los niñajos burlones le dicen «la quilla» o «pechuga» porque es una caja toráxica con esternón, desarrollado y todo músculos en el pecho. «¿Para qué tanta pechuga, nene, si tienes patas de alambre?» ¿Para qué mandarlo a la escuela si siempre está en el suelo? Se cae en los caminos rumbo al aula, se resbala, se le mancha el uniforme desteñido. A deshoras, siempre está mirando pajaritos preñados, diablos azulinos, ángeles cristalinos en el aire... y ahora le ha dado con chiflar como las aves. Será que con ellas se entiende, porque no tienen dientes. La Quilla se partió los suyos, se rajó la boca, un día que se fue de bruces. Fue la única vez que, por la sangre derramada, lo pusieron de pie los ex-compañeritos escolares.
Ahora, sin dientes, cada vez menos bípedo, se sienta sobre un saliente de tejado como una cigüena que espera dar un crío al fondo de su alma. Le dijo a su mamá que un ángel nacerá, por amor de su corazón que es grande, aunque sus patas sean cortas y débiles. «No tenemos dinero para llevar a un ortopeda. Manténte quieto, sentado. No llores y no digas disparates. Bastante es estar vivo».
A veces quisiera ser como una golondrina, cuyas patas pasan inadvertidas, casi nadie se las ve porque la envergadura de sus alas y cola se las tapa. Ha visto que las águilas tienen las patas muy fuertes, aunque cortas. «¡Pero qué corazón tienen para volar así, tan veloces!» Cuando observa las aves, el chico de gran pechuga y patitas de flaco alambre parece que no está solo. Cuando se sube al alero, como si fuera una cigüeña en el saliente, él escapa de la incomprensión y la soledad; pero no está solo. A su privacía se acercan muchas golondrinas que vuelan a golpe de alas y él aprende, o alguien le explica. Tiene que ser así porque él apenas ha aprendido a leer y sale con unas cosas que a su mamá, la viuda, la sorprenden.
«El alabastro parece que navega en el aire. ¿Sabes por qué? Vuela a vela en corrientes de aire. Es el aire quien lo empuja, no necesita aleteadas ni remos».
«¿Aves remeras? Las aves simplemente vuelan», dice la madre ignorante al majadero.
Quisiera ser un colibrí, si es que de nacer de aves se trata. «Ese es un relámpago con plumas». Puede posarse, con su inquieto vuelo de 200 oscilaciones hasta en cuarenta flores por minuto. «¿De dónde sacas eso, Pechuguita?» No le dijo que es por causa de verlo. No se guardó el secreto. Un ángel que tiene alas lo visita. «Me conversa y yo aprendo con él a silvar como un pájaro». Dijo que ya sabe por qué le dicen La Quilla o Pechuga. El va a tener el corazón tan poderoso que pesará más que todas sus extremidades, más pesado que cualquier parte del cuerpo, aún más que la cabeza; pero nunca tendrá pico. «Me crecerán unas alas», concluyó. Su corazón tendrá más de 500 pulsaciones por minuto. Más veloz será que una paloma y los pulmones también serán más grandes. Suministrarán el oxígeno en abundancia. «Tal vez así podré nadar en la laguna y subir a las ramas altas de aquel árbol de roble; o subiré al mangó, o podré traerte los frutos del palo de aguacate. Cuando maduran tan alto los alcanzan con varas, o se espera que caigan por su peso; ya no sería necesario, mamita».
Ella ha comenzado a mirarlo con una tristeza extraña. Según dice, el niño tal vez lo que requiere es siquiatra. Se está creyendo que los ángeles existen y que, con milagros, cambiará el mundo su infortunio. Y la verdad es que, en el arrabal, siempre es la misma miseria. No hay dinero para curarse males ni comer suficiente. Y este niño está divinizando las aves como a los «animalitos que mejor adaptados son al movimiento». Nada existen más habilosamente móvil, sea en Tierra o Cielo.. ¿y quién lo dice? Un torpe corino, patas chuecas, pati-guango, cuasi rengo.
«No quiero que digas esas cosas y vaya a pensar las gentes que estás loco. Mejor cállate, pechuga, para que no te burlen», le aconseja. Es que el niño preguntó al ángel: «¿Cómo tú siendo hombre tienes alas y vuelas?» y le dijo, porque el ángel: «Porque soy como tú. Mis huesos están casi vacíos, sin médula, y mi corazón es muy grande y no tengo dientes para la ofensa y me gusta el secreto que esconden los flores y liban las avecillas con sus picos».
«Yo quisiera tener alas, yo quisiero tener pico y saber el secreto. Concédemelo, angelito, porque ya dice mi madre que estoy loco y me burlarán otros niños. Eso me tiene triste».
El ángel dijo con alegría: «Concedido». En la mañana, Pechuguita murió. Se fue volando y se hizo un baquiné de despedida. Vieron volando un angelito. Era La Quilla. El ataúd tan humilde estaba vacío. Entonces, por no comprender lo que había sucedido, lo cubrieron de flores. Los derredores de la casucha se llenó de colibríes y alguno vino y libó del ataúd el alma del niño.
07-12-2000 / Microcuentos
Carlos Lopez Dzur
Pero este niño arrabalero tiene a las aves como amigo. Le gustaría volar, no morirse. Y es dulce, soñador, imaginativo. Dicen que como las aves tiene el esqueleto ligero y los huesos delgados. Los niñajos burlones le dicen «la quilla» o «pechuga» porque es una caja toráxica con esternón, desarrollado y todo músculos en el pecho. «¿Para qué tanta pechuga, nene, si tienes patas de alambre?» ¿Para qué mandarlo a la escuela si siempre está en el suelo? Se cae en los caminos rumbo al aula, se resbala, se le mancha el uniforme desteñido. A deshoras, siempre está mirando pajaritos preñados, diablos azulinos, ángeles cristalinos en el aire... y ahora le ha dado con chiflar como las aves. Será que con ellas se entiende, porque no tienen dientes. La Quilla se partió los suyos, se rajó la boca, un día que se fue de bruces. Fue la única vez que, por la sangre derramada, lo pusieron de pie los ex-compañeritos escolares.
Ahora, sin dientes, cada vez menos bípedo, se sienta sobre un saliente de tejado como una cigüena que espera dar un crío al fondo de su alma. Le dijo a su mamá que un ángel nacerá, por amor de su corazón que es grande, aunque sus patas sean cortas y débiles. «No tenemos dinero para llevar a un ortopeda. Manténte quieto, sentado. No llores y no digas disparates. Bastante es estar vivo».
A veces quisiera ser como una golondrina, cuyas patas pasan inadvertidas, casi nadie se las ve porque la envergadura de sus alas y cola se las tapa. Ha visto que las águilas tienen las patas muy fuertes, aunque cortas. «¡Pero qué corazón tienen para volar así, tan veloces!» Cuando observa las aves, el chico de gran pechuga y patitas de flaco alambre parece que no está solo. Cuando se sube al alero, como si fuera una cigüeña en el saliente, él escapa de la incomprensión y la soledad; pero no está solo. A su privacía se acercan muchas golondrinas que vuelan a golpe de alas y él aprende, o alguien le explica. Tiene que ser así porque él apenas ha aprendido a leer y sale con unas cosas que a su mamá, la viuda, la sorprenden.
«El alabastro parece que navega en el aire. ¿Sabes por qué? Vuela a vela en corrientes de aire. Es el aire quien lo empuja, no necesita aleteadas ni remos».
«¿Aves remeras? Las aves simplemente vuelan», dice la madre ignorante al majadero.
Quisiera ser un colibrí, si es que de nacer de aves se trata. «Ese es un relámpago con plumas». Puede posarse, con su inquieto vuelo de 200 oscilaciones hasta en cuarenta flores por minuto. «¿De dónde sacas eso, Pechuguita?» No le dijo que es por causa de verlo. No se guardó el secreto. Un ángel que tiene alas lo visita. «Me conversa y yo aprendo con él a silvar como un pájaro». Dijo que ya sabe por qué le dicen La Quilla o Pechuga. El va a tener el corazón tan poderoso que pesará más que todas sus extremidades, más pesado que cualquier parte del cuerpo, aún más que la cabeza; pero nunca tendrá pico. «Me crecerán unas alas», concluyó. Su corazón tendrá más de 500 pulsaciones por minuto. Más veloz será que una paloma y los pulmones también serán más grandes. Suministrarán el oxígeno en abundancia. «Tal vez así podré nadar en la laguna y subir a las ramas altas de aquel árbol de roble; o subiré al mangó, o podré traerte los frutos del palo de aguacate. Cuando maduran tan alto los alcanzan con varas, o se espera que caigan por su peso; ya no sería necesario, mamita».
Ella ha comenzado a mirarlo con una tristeza extraña. Según dice, el niño tal vez lo que requiere es siquiatra. Se está creyendo que los ángeles existen y que, con milagros, cambiará el mundo su infortunio. Y la verdad es que, en el arrabal, siempre es la misma miseria. No hay dinero para curarse males ni comer suficiente. Y este niño está divinizando las aves como a los «animalitos que mejor adaptados son al movimiento». Nada existen más habilosamente móvil, sea en Tierra o Cielo.. ¿y quién lo dice? Un torpe corino, patas chuecas, pati-guango, cuasi rengo.
«No quiero que digas esas cosas y vaya a pensar las gentes que estás loco. Mejor cállate, pechuga, para que no te burlen», le aconseja. Es que el niño preguntó al ángel: «¿Cómo tú siendo hombre tienes alas y vuelas?» y le dijo, porque el ángel: «Porque soy como tú. Mis huesos están casi vacíos, sin médula, y mi corazón es muy grande y no tengo dientes para la ofensa y me gusta el secreto que esconden los flores y liban las avecillas con sus picos».
«Yo quisiera tener alas, yo quisiero tener pico y saber el secreto. Concédemelo, angelito, porque ya dice mi madre que estoy loco y me burlarán otros niños. Eso me tiene triste».
El ángel dijo con alegría: «Concedido». En la mañana, Pechuguita murió. Se fue volando y se hizo un baquiné de despedida. Vieron volando un angelito. Era La Quilla. El ataúd tan humilde estaba vacío. Entonces, por no comprender lo que había sucedido, lo cubrieron de flores. Los derredores de la casucha se llenó de colibríes y alguno vino y libó del ataúd el alma del niño.
07-12-2000 / Microcuentos
Carlos Lopez Dzur
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