domingo, 27 de enero de 2008

El ascensor

-Buen día –le dije peinándome las cejas con los dedos gordo y
chiquito.
-Buen día –me respondió sin levantar la vista.
Su diminuta pollera y sus largas piernas cubiertas con medias
de red me hicieron pensar que le gustaba la joda, pero no quise
empezar a pensar pavadas.
-¿Te acerco? ¿Qué piso te queda bien? –dije y me lustré el
zapato en el pantalón.
Ella se mordió el labio disimuladamente como diciendo: "¡Qué
pedazo de marmota!".
-No, está bien. Ya apreté.
-Ah, bueno. Qué suerte la tuya –le dije y no pude aguantar la
carcajada-. Disculpá, me la dejaste picando.
Pulsé el botón del sexto y suponiendo que no iba a querer
conversar, me puse a chiflar demostrándole que no me importaba.
No habían pasado ni dos pisos, cuando el ascensor se detuvo.
-¿Qué apretaste picarona? –le dije con mirada cómplice.
-¡Yo no apreté nada! ¿Qué voy a apretar? –dijo haciéndose la
disimulada.
-No sé. Algo tenés que haber apretado. No se va a parar así
porque sí. ¿Qué es lo que te proponés?
-Corrasé, pedazo de pelotudo. Lo último que quiero es estar
acá con usted –dijo y comprendí el tipo de juego que quería jugar.
Anda cada loca suelta...
Se acercó a la puerta y empezó a tocar todos los botones.
Al tenerla cerca, no pude evitar percibir su perfume.
-Mmm. ¡Qué rico! ¿Qué es María Estuardo?
-¿El qué?
-El perfume.
-Callesé. Hágame el favor. ¿Qué se piensa? ¿Qué está en un
boliche? ¿No se da cuenta que nos quedamos encerrados?
-Sí. Ya veo. Culpa tuya. Que no sé qué habrás tocado. Ahora
aguantatelá. ¿Yo qué querés que haga?
-Nada, no quiero que haga nada. Pero por lo menos quedesé
callado, alejesé de mi lo más posible y no me haga poner más
nerviosa –dijo a los gritos.
-¡Qué carácter! –dije en voz baja para evitar el cachetazo-.
Mirá. Quien sabe cuantos días vamos a pasar acá adentro. Así que
mejor llevémonos bien. ¿De qué signo sos?
En ese momento ella perdió la poca compostura que le quedaba
y empezó a tocar el botón de la alarma en forma intermitente, a la
vez que gritaba: "SOCORRO, AUXILIO, QUE ALGUIEN ME AYUDE".
Ahí me di cuenta que la cosa venía en serio. El ascensor no
se movía ni para atrás ni para adelante.
-SÍ. A MI TAMBIÉN –grité para que viera que yo no era su
enemigo, que estaba a su lado y que la iba a apoyar hasta el final.
-¡PERO SERÁ POSIBLE! –seguía gritando y pateando la puerta.
Saqué un pedazo de pastafrola del maletín y le encajé un
mordisco. Mi ansiedad por devorarme esa deliciosa confitura me hizo
olvidar que estaba acompañado.
-Uy. Disculpá. ¿Querés un cacho? La hizo mi mamá. Caserita,
caserita –le dije ofreciéndole el último mordisco.
Ni siquiera me contestó.
-Ahora es otro cantar –dije y me limpié las migas del bigote
con la manga.
Con la panza llena, empecé a gritar con más energía.
-SOCORRO. AYUDENNOS. ESTAMOS ACÁ EN EL ASCENSOR. SOMOS YO Y
UNA SEÑORITA. ACÁ EN EL ASCENSOR. NOS ESTAMOS AHOGANDO. ACÁ EN EL
ASCENSOR DE ESTE EDIFICIO. HELGUERA 753 ENTRE MORÓN Y VALLESE.
-Callesé. Ridículo. Ya saben que estamos en el ascensor. ¡Qué
novedad!
Por lo visto, la única que podía gritar era ella.
-Perdoná. Estoy un poco nervioso. No te lo quería decir para
no preocuparte. Pero soy claustrofóbico.
-¡La puta madre que lo parió! –lo único que me faltaba.
-Me falta el aire. Me ahogo. Se me bajó la presión. Estoy
mareado.
-Siéntese.
-Sí. Mejor. ¿No me abanicás un poco?
Sacó una "Gente" del bolso, se sentó a mi lado con las
piernas cruzadas como provocándome y empezó a darme aire.
-Ahhhh. ¡Qué lindo airecito! Gracias. Sos muy buena conmigo.
No me voy a olvidar nunca lo que estás haciendo por mi.
Miré mi reloj. Había pasado media hora.
-AYUDENNOS. QUE EL SEÑOR QUE ESTÁ ACÁ ES CLAUSTROFÓBICO –
grito mientras con una mano me abanicaba y con la otra pateaba la
puerta.
-Menos mal que estamos juntos por lo menos, ¿no? De a dos se
hace más llevadero.
-Sí. No sabe cuanto me alegro. La puta madre que los parió
¿qué mierda esperan para sacarnos?
Habría pasado media hora más. Yo seguía sentado. Ahora con
una terrible descompostura. Como por obra de magia, el ascensor
retomó la marcha.
-¡Por fin! –dije. Y al levantarme de golpe, se sintió un
repiqueteo que no era de tambor. Segundos después, un aroma que no
era a sahumerio invadió la totalidad del ascensor.
La señorita puso cara de repugnancia y mirándome fijamente
dijo: "Usted es la persona más desagradable que conocí en toda mi
existencia".
Dicho esto, se fue de mi vida para siempre.
Ya pasó casi un año desde aquel día y todavía no se me fue la
bronca. De no haber comido ese guiso de lentejas, ahora tendría novia.

Emiliano Almerares

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