Me desperté sobresaltado. Mi tiempo se acababa. ¿cómo podía haber dormido siquiera?
Sólo faltaban tres minutos para las 04:00 a.m. , sólo tres minutos para que el caos se cerniera sobre mí, para que mi existencia dejara de ser tal: ciento ochenta segundos para morir . Que ¿cómo lo sabía? : fácil, me lo habían dicho las cartas, el destino. Ya sé, muchos pensarán que es algo loco el dejar que “la lectura” de unos simples naipes digitase mi vida, pero es que jamás se habían equivocado los arcanos en ninguno de los sucesos claves de mi historia personal.
Además, yo confiaba en quién me había tirado las cartas. Era una persona de muy buena reputación ¡incluso había pronosticado el embarazo de una amiga que no podía quedar encinta a pesar de numerosas pruebas de fertilización! ¡y ni hablar de la muerte anticipada que le había leído a mi prima un mes antes de que ésta sintiera síntomas de ese tumor que permanecía escondido en su organismo!
En fin; yo tenía la fecha y hora exacta de mi muerte: 17 de marzo de 2008, hora exacta: 04:00 a.m. ¡con esos datos tan certeros no era cuestión de dudar!
Lo sabía desde hacía 9 meses. Recuerdo la palidez de la cara de la tarotista al ver el naipe de tarot de la muerte junto a la torre y al carro de la vida, no olvido su lividez al no saber cómo articular una “verdad más blanca” por así decirlo.
Yo, algo conocía de cartas ¡tampoco era un novato en esas artes! así que no había podido engañarme.
Estos meses han sido un dolor tras otro: tratar de no pensar en mi muerte, organizar mis papeles y mis trámites burocráticos, es decir: ordenar en lo posible el caos en que se mecía mi existencia.
Siempre comprendí el valor del tiempo vivido; para qué hacerme malasangre antes de tiempo: no tenía sentido. Obviamente que era angustiante el momento pero también era verdad que no podía luchar contra el destino.
La única duda era la forma de morir; ella no había podido descifrar eso.
Ya faltaban treinta segundos, sólo treinta segundos para el final.
¿Y ese olor? ¿qué era ese olor? se sentía como humo pero no podía ser.
Al asomar la cabeza por la ventana divisé que el piso de arriba estaba en llamas ¡claro, seguramente ese era el verdugo de mis días: mi final! Pero... estaban acortándose las lenguas de fuego , y la vecina gritaba hacia el interior del lugar que no se asustaran, que había apagado el fuego, sólo había humo.
Al mirar el reloj vi que las 04:00 a.m. habían pasado; ya la hora era pasado y yo seguía con vida ¡no había muerto!
¡Albricias! la mujer se había equivocado conmigo ¡Gracias a Dios! no había muerto...no moriría ese día!
¡qué importaba el humo llenándolo todo, qué importaba la falta de aire y la sensación de ahogo que sentía! ¡no iba a morir!
Me tiré en la cama jubiloso de mi suerte, fantásticamente seguro de perpetuar la vida ese día y muchos más.
Eran las 04: 15 cuando el sueño y el ahogo me vencían...mañana sería otro día ¡hoy le había ganado a la muerte!. Además tenía una hora más para dormir ya que debía atrasar una hora el reloj debido a la ley del país que sancionaba el horario de verano.
Liliana Varela 2008
1 comentario:
que susto!!!
Parecia tal cual, creer o no creer en las cartas. Yo creo,
por eso no me las tiro
un beso
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