Pintaba compulsivamente, como si la vida le fuera en ello.
Al retornar a la pensión luego de 10 horas de trabajo en la fábrica de embutidos, su único objetivo era cenar frugalmente, limpiar un poco la habitación y dedicar cuatro o cinco horas a sus cuadros.
Eso la calmaba, la hacía olvidar sus pesares y alejarse del cruel mundo en el que vivía.
Para qué recordar. Demasiado dolor le causaba el que todos la apodaran "la loca del 6B" ¡Claro! todo por ser ermitaña, por no querer codearse con nadie, por vivir a su manera.
Ella tenía sus motivos para hacerlo. Una violación brutal la había compelido al ostracismo hacía diez años. En ese entonces era una adolescente venida del interior, sola y dispuesta a salir adelante, demasiado inocente; tan ingenua como para no darse cuenta que ese hombre que le decía piropos en esa calle oscura a la salida de la fábrica iba a atacarla salvajemente y a robarle su tesoro más preciado: su alegría.
Ese terrible suceso había cambiado su vida por completo.
Le había costado horrores volver a salir a la calle, volver a trabajar –máxime cuando ella no tenía a nadie que la ayudase afectiva y económicamente; además volver a su provincia ¿para qué? nadie la auxiliaría de todas maneras: era una paria con un negro porvenir.
Miró su cuadro complacida. Recordó a la psicóloga que le ayudó a superar su trauma "debes pintar, exteriorizar tu pena, exorcizarla" había sido la recomendación de la profesional, y ella al principio, reacia, le había parecido que una ignorante como ella no podría jamás realizar una actividad así. Pero ahora, viendo el collage de técnicas utilizadas en el cuadro se sintió mejor.
Tomó la caja de materiales, le faltaba sólo uno o dos pliegues del papel que ella solía preparar para terminar la obra, luego unas pinceladas carmesí concluirían la tarea. Se habían acabado para su disgusto, debería salir a conseguir más.
Antes de salir a la calle escondió un afilado cuchillo entre sus ropas: no iba a permitir que le volviese a pasar aquel horrible suceso.
Al día siguiente Filomena sonreía complacida al terminar la obra.
Sobre la mesa el periódico consignaba en policiales un nuevo ataque nocturno: otro hombre había sido mutilado; se le habían arrancado los genitales, aunque había podido salvarse de morir desangrado al huir el atacante debido a las voces de personas que corrían en auxilio de los gritos de la víctima.
Liliana Varela 2007
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