viernes, 4 de enero de 2008

MUY DE SU CASA

Medianoche estrellada. Pocas nubes vagando hacia el horizonte. Luces y sombras suaves visten los relieves del cementerio.

La mujer se acerca presurosa, besa la losa y se sienta sobre una base de piedra, al lado de una tumba. Unos perros escapan sigilosamente.

—Perdoname la demora. Se me hizo algo tarde en levantar las mesas y limpiar todo –dice mientras extrae de un bolso elementos para el mate—. Claro que con vos terminábamos más temprano, pero me molesta tener un empleado, en ese momento tan íntimo, cerrar todo, irnos a la pieza.... y contentos, tan viejos... ¡Qué cosa, todavía me acuerdo! Pero vengo corriendo, así estamos juntos, como antes.

Saborea algunos mates. Limpia todo en una pileta cercana, aunque deja el termo, aún con agua. Se sienta de nuevo a secar y guardar.

—Estábamos muy juntos, viejo. Sin hijos, éramos uno para otro. ¡Y vos, un pícaro! ¡Ji, Ji! Bajábamos la persiana y yo me ponía a bailar una sardana, y tus ojos brillaban, y yo reía... ¡Ji, Ji! —y ahí, sobre la tumba, la mujer se pone a bailar, y a cantar.

Los últimos perros desaparecen. El búho cambia de rama. La luna espía tras de su velo de plata; creía haber visto todo, pero una vieja bailando sobre una tumba.... tal vez en Salem...



—Bueno, eso antes —dice, mientras se sienta, algo agitada—. Las carnes ya no son jóvenes, los pechos no desafían; pero éramos esposos, marido y mujer. Vos comenzaste las salidas, las llegadas oliendo a sudores y perfumes de putas. ¡A tu edad, putas!. Si yo no era la de antes, vos tampoco, ni sacando plata de la caja, a escondidas, esas noches.

Guardó las cosas del mate en el bolso, sacó las de cama.

—No te quejés, viejo; si ni te diste cuenta. Esos yuyos que le pongo al mate, que tanto te gustan, disimuló. Te dormiste tranquilo, te mudé, y ahora seguís durmiendo aquí. Pero volviste a ser como antes, un hombre de su casa. Y de su mujer. Porque yo fuí y soy de un solo hombre, y lo soy en casa, en el cementerio y adonde mierda corresponda. Que no se elige, el destino.



Comenzó a tender la cama, al lado de la tumba del que fuera su esposo. Primero una manta gruesa, bien estirada. Algunos gatos espiaban.

—Porque vos sos viejo, pero pícaro y con alma del mismo adolescente que invadió mis entrañas por primera vez. Tenías los tutes de los lunes, con los de siempre, cada uno más viejo y más chiquilín que el otro. ¡Ji, Ji! Y yo de golpe te quité todo: la puta –sigue vivita y culeando, pero lejos-, el tute, los amigos.

—Por eso te traje al Filomeno. Hice bien; él, viudo, te extrañaba, extrañaba mis mates —pensó, un poco, luego buscó el termo—. Yo, la viuda de su mejor amigo, me ocupé de todo y ya lo tenés de vecino. No sé cómo harán, pero seguro que de noche se encuentran. Dicen que se oyen risas, por este lado.



—Con el Rodilla no pude. Me visitó, llorábamos recordando Pero cuando le ofrecí un mate, estaba por tomarlo, me miró fijo, murmuró unas disculpas y se fue. No volvió —continuó con la cama, ahora la sábana y la colcha. Tomó otro mate.

—Creo que tenemos todo a punto, viejito. No es igual, pero parecido. Y estamos juntos de nuevo, un matrimonio muy de su casa —Se quitó el batón, dejando al descubierto un camisón primorosamente bordado—. ¡Ji,Ji! No me mirés así, viejo. Respetá el lugar.

Se sirvió un mate y lo colocó junto al bolso, que puso de almohada. Se acostó, mirando a la tumba, al marido. Sorbió el último mate.

—Que duermas bien, viejito. Junto a mí, como corresponde —, murmuró tiernamente, mientras se tapaba.



—¡Ya me parecía medio loca, ésta! ¿Te acordás, la otra vez, cómo saltaba y bailaba, y decía jiji,jiji?¿Con quién habrá estado de farra, a su edad, en un cementerio? Lo repito, la gente está cada vez más loca —. El guardián observaba, entre asombrado y divertido.

—No soportó el frío de la noche. Pobre, habrá sido vieja, pero ahora deja a sus seres queridos, sin explicación posible. Aunque a esa edad ya están idos. Vamos, llevémosla a la morgue, aunque es como si ya hubiera elegido su lugar —, dijo el otro.

Carlos Adalberto Fernández

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