jueves, 17 de enero de 2008

RAMÓN

Ramón -"Madruga" para los amigos-, es analfabeto. De acuerdo con las estadísticas oficiales, mi amigo Ramón, "Madruga" para los amigos, no sabe leer ni escribir, así que, cosas de la suerte, usted no lo encontrará nunca presidiendo una mesa electoral en un caluroso día del mes de junio, ni disfrutando de otros privilegios que tenemos los leídos y escribidos, como él llama a quienes tenemos la fortuna de saber interpretar esos signos llamados letras.

Claro que, en compensación, nunca podrá conocer a través de la publicidad las inmensas ventajas que nos brinda la colonia "Olfmen" en orden a la conquista de la parte contraria, como Ramón llama a su parienta.

Cuando hace unos días salí a pasear al campo, al llegar a unos eucaliptos adiviné en la distancia la inconfundible figura de Ramón, "Madruga". Nada anormal, macizo, tosco, pegado a su cigarrillo de liar y, entre las mínimas volutas de humo, una mirada que se clava inocente en tu rostro hasta hundirse allí donde nunca podrías imaginar.

Deportista convencido, yo iba vestido para la ocasión, traje ligero de ciclista, jinete sobre bicicleta de montaña y porte orgulloso de quien se sabe preparado para la vida moderna.

Sus ojillos, socarrones, me examinaron de arriba abajo como quien contempla al tonto del pueblo.

-¿Un cigarrillo? –ofreció.

-Gracias, Ramón, ya sabe que fumo poco.

Me senté sobre un peñasco e iniciamos una larga charla. Como de costumbre hablamos de la mar, los esteros, la pesca... y de unas nubecillas que apenas esbozaban su presencia ligera y efímera precediendo la puesta del Sol. La punta de su cuchillo salió de entre la hojarasca señalando aquellas hilachas que apenas manchaban el azul intenso de la tarde.

-¿Sabes qué dicen? –su sonrisa se incrustó en mi frente adivinando la respuesta.

-¿Quién?

-Esas –miró fijamente hacia las nubecillas.

-Ah, no sabía yo que las nubes hablasen ya tan de pequeñas –ironicé.

Ramón ni se inmutó ante mi humorada. Ya conocía mis salidas y sabía, además, que estaba muy lejos de cualquier intención maliciosa de esas que se gastan los supuestos listillos con la gente inocente como él. "Madruga" se limitó a hundir de nuevo la navaja en el suelo, fijó sus ojos en ella, la volvió a sacar, la cerró y se la guardó en el bolsillo mientras se levantaba parsimoniosamente.

-Ya sabes que "a quien madruga, Dios le ayuda" –dijo-. Me voy. Las siete, hay que estar pronto en la cama.

Miré mi reloj: las siete.

-¿Tú sabes leer? Yo también –respondió a mi mirada.

-¿Y tu reloj? –pregunté.

-El mejor –contestó señalando un rayo de sol que escapaba entre las nubecillas dibujándose en el horizonte.

-Vaya, hombre. Menos mal que no está nublado, que si no, todo el día es madrugada para ti –continué haciéndome el gracioso.

Ramón me miró con esa cara que pone quien piensa aquello de que "el que ríe el último ríe dos veces". Aunque para mí que ya comenzaba a reírse de mí. O sea, que si no le fallaban sus cálculos, iba a reírse al principio y al final.

-Ah –llamó mi atención mientras recogía los cuatro cachivaches que siempre lo acompañaban-. Que dicen esas –señaló hacia el cielo- que "a gran seca, gran mojada".

-¿Qué quieres decir? –pregunté con una expresión de ignorante que hizo sonreír de nuevo a "Madruga".

-Pues lee allí –señaló al estrecho surco multicolor que comenzaba a dibujarse en el horizonte-: "arco a poniente, amarra la barca y vente". Así que si tanto sabes de letras, aprende a leer también lo que el cielo escribe.

El bueno de Ramón, emprendió su camino de vuelta a casa mientras yo, montado en la "jaca" de montaña continuaba mi camino en dirección contraria. Este Ramón, haciendo honor a su apodo, se acuesta con las gallinas y se levanta con el gallo, me dije sin conceder a sus palabras más importancia.

El caso es que una hora después, entrando por las primeras casas del pueblo empapado hasta los tuétanos, lo primero que me crucé fue la mirada socarrona de Ramón tras la cristalera de la taberna. Se asomó a la puerta y se limitó a gritarme por encima de los truenos:

-¡Eh, Manuel! Cada uno aprende a leer donde le interesa.

Entonces recordé las palabras de Ramón cuando, días antes, sentenció: "más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena". Estaba claro, su casa es el campo.

Y también:

"Asno que entra en dehesa ajena, volverá cargado de leña".


Manuel Cubero

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